Esta noche, horario español, se ha celebrado el primer debate electoral entre Biden y Trump de cara a las presidenciales de noviembre. Es el primero de los dos previstos, y el que se celebre tan pronto es anómalo en sí mismo, dado que a estas alturas del año ninguno de los dos candidatos ha sido escogido oficialmente por sus partidos, que celebran las convenciones nacionales entre mediados de julio y agosto. El tema de la salud de los oponentes era uno de los más comentados y que iba a tener trascendencia, dado el formato, de hora y media de pie con pausa para ir al baño, que en unos cuerpos de 78 años, Trump. Y 82, Biden, supone todo un reto. Se esperaba que el debate fuera bronco, mostrando la fractura absoluta entre ambos.
No lo he visto, por lo que no les puedo contar mis impresiones, pero por lo que veo que está ya en todos los medios, el resultado es de desastre para los demócratas, precisamente porque la imagen que ha transmitido Biden ha sido la de una gran fragilidad. Con voz ronca, achacada a un catarro por alguno de sus asesores, gesto cansado, algunos lapsus y pausas, la sensación que ha dado es la de ser una persona de 82 años que no es capaz de afrontar el reto que tiene por delante. Si los medios progresistas están utilizando expresiones como fracaso, decepción y similares, los conservadores pro Trump están eufóricos ante lo que creen que ha sido una muestra clara de la incapacidad del candidato demócrata para no ya ganar las elecciones, sino simplemente ser competitivo en lo que queda de campaña. Las primeras encuestas realizadas, a toda prisa y de noche allí, una de ellas por la CNN organizadora del debate, dan claramente ganador a Trump, al que ni sus condenas judiciales ni la imagen de vengativo extremista que aspira al poder para vejarlo aún más le han hecho mella en lo más mínimo. Me va a tocar leer algo más en profundidad sobre lo que ha pasado concretamente en el debate, pero si las cosas son como parecen, el pánico se va a instalar entre las filas demócratas y la presión para que, a cuatro meses de los comicios, se produzca un cambio de candidato, se va a disparar. ¿Es esto posible? No recuerdo bien si hay precedentes, pero puede darse. El candidato lo elige la convención del partido en su acto nacional de verano, refrendado por los delegados escogidos durante el proceso de primarias de invierno primavera y los grandes barones de cada una de las formaciones. En el caso demócrata, que aspira a la reelección, no ha habido como tal un proceso de primarias, salvo algunas votaciones en estados aislados, porque se daba por descontado que, tras anunciar el presidente que aspira a un segundo mandato, nadie de su formación con un mínimo de relevancia podría ser rival. Por ello, la convención demócrata se suponía que iba a ser un ejercicio de aclamación al actual presidente y una vía para mostrar unidad en un partido fracturado, al que el poder logra unir como nada en el mundo. Tras lo visto esta noche es probable que el guion cambie, y los altos cargos del partido empiecen a discutir seriamente la posibilidad del recambio, de usar esa convención, que tienen un gran seguimiento mediático y social en el país, para presentar a un nuevo candidato a la presidencia y que Biden le avale. Sería un acto muy arriesgado, algo que ya les digo no se si tiene precedentes, una especie de apuesta al todo o nada forzada por la posibilidad real de una derrota en noviembre, que los sondeos ya señalaban desde hace varios días, y que ahora se puede ver como mucho más segura. La gran duda es quién puede ser el escogido para ese peligroso relevo. El tiempo corre y apenas queda un mes para que se produzca el evento y, como les comentaba, el partido está muy fracturado, entre el ala moderada, que es la representada por Biden, y la radical, donde el número de figuras es elevado. El poder actual y la lucha por renovarlo es lo que las une, y la ausencia mencionada antes de un proceso de primarias ha permitido que la división interna no se manifieste en toda su crudeza. Escoger a un candidato alternativo puede ser abrir la caja de los truenos y la batalla interna en toda su crudeza.
Además, dada la premura de tiempo, ese candidato debe ser alguien ya muy conocido en el país, no pueden presentar a un personaje del que el votante lo desconozca todo, porque no va a tener tiempo para saber quién es antes de los comicios de noviembre. La lista se acorta. ¿Obama otra vez? ¿Su mujer? La actual vicepresidenta, Kamala Harris, ha resultado ser una apuesta fallida y nadie da un duro por ella. En todo caso, me da que este fin de semana los nervios se van a desatar entre los demócratas y las voces pidiendo el relevo crecerán mucho. Prepárense para semanas tensas, de sorpresas, en una competición electoral en la que nada está escrito y puede pasar de todo. Y en la que el resto del mundo, y Europa más, nos jugamos muchísimo.
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