4 de julio, fiesta en EEUU y en Elorrio, lugares emblemáticos de occidente. Como los ingleses tienen sus rarezas hasta en esto de las elecciones hoy es el día en el que están citados a las urnas para renovar su parlamento y conformar un nuevo gobierno. Sunak, el actual primer ministro, adelantó la convocatoria en una comparecencia ante el 10 de Downing Street que empezó nubosa y acabó con un buen chubasco, que le cayó de pleno porque nada le protegía. Su imagen, empapada, chorreante, era una buena metáfora del final de ciclo conservador que se espera tras los comicios de hoy. Catorce años que bien poco han conservado al país.
Todo lo que no sea una arrolladora victoria laborista hoy será sorprendente. Sobre los algo más de seiscientos escaños de la cámara de los comunes las encuestas auguran que los laboristas no obtendrán menos de cuatrocientos, lo que les otorgará una mayoría absoluta indiscutible. La dimensión de la debacle conservadora está por ver, entre otras cosas por la presencia de Reform UK, el partido del ultra Nigel Farage, que le va a restar votos y puede que escaños, pero es fácil que se queden por debajo del listón de los cien parlamentarios. De hecho se estima como bastante probable que la mayor parte de los componentes del actual gabinete, incluido el primer ministro Sunak, no revaliden su escaño. Sunak ha cogido los restos del desgobierno conservador que ha ido degenerando a lo largo de una serie de mandatos en los que la incompetencia se ha ido superando de una manera difícil de entender. Cameron, May, Johnson, Trust y el propio Sunak han sido la lista de primeros ministros “torys” que han liderado el país, por decirlo de una manera. Entre medias de todos ellos se han ido sucediendo acontecimientos relevantes, especialmente uno, el Brexit, fruto de la incompetencia absoluta de David Cameron, que pasará a la historia como uno de los más necios políticos de entre los habidos en aquel país. A partir de ahí todo ha sido un camino de descenso hacia la dura realidad de la separación de la UE y la reducción del país a una nación menor, de segunda fila, como cualquiera de las otras que estamos en Europa, pero carente de algunos de los lazos y coberturas de seguridad que ofrece la UE. El proceso de negociación del divorcio, la división social fruto del resultado y la fractura que se ha extendido en el interior de los partidos sobre el tema, la pérdida de acuerdos comerciales consolidados, el aumento de las trabas a la necesaria inmigración laboral que demanda su mercado de trabajo, la imposibilidad de ser “el Singapur” de occidente como soñaban algunos iluminados…. El Brexit ha supuesto un bofetón de realidad a una sociedad que no es ni tan rica ni poderosa como lo fue, pero que aún no es consciente de ello, y que va a tardar en asimilarlo. En paralelo a este terremoto, se dio la pandemia de Covid, y el comportamiento desquiciado de Boris Johnson, un personaje más propio de un cómic que de la realidad, que alcanzó una gran mayoría absoluta en las generales de 2019 y que la dilapido en apenas unos meses en medio de escándalos variados, necedad sanitaria, desastrosa gestión y fiestas imparables. De ahí en adelante el proceso de hundimiento del conservadurismo británico como estructura de gobierno ha sido imparable, y hasta cierto punto digno de ser visto como una telecomedia, porque la baja calidad de los intérpretes de la trama no le permitía acceder a un grado de calidad “shakespiriano”. La marcha de Johnson, en medio de la vergüenza general de propios y ajenos, fue suplida, tras un proceso interno entre los conservadores, por la figura de Liz Trust, que, literalmente, no aguantó más tiempo en su cargo que una lechuga de supermercado fresca fuera de la cámara refrigeradora. Sunak tomó las riendas de un partido y gobierno deshecho y ha estado poco más de un año dirigiendo una nave hundida que hoy, por fin, se estrella contra los arrecifes, pongamos que de Dover, para que el impacto tenga algo de pompa y circunstancia británica.
Ante el suicidio del oponente, el laborismo, encarnado en la figura moderada de Stamer, va a conseguir un poder como no tenía desde los primeros mandatos de Tony Blair, pero los retos que va a afrontar son enormes, tanto los derivados del eterno Brexit como los propios de una economía endeudada, con altas tasas de inflación y baja productividad, y todo ello en un entorno global volátil y hostil. A corto plazo, lo que más necesita el Reino Unido es estabilidad y un cierto sosiego, para así pensar cómo afrontar sus retos. El laborismo va a tener la mayoría necesaria de gobierno para poder sentarse tranquilamente y pensar, con cuidado, qué hacer. Los conservadores, ya veremos, estarán centrados en su propia supervivencia como formación política.
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