Cuando un autócrata convoca elecciones lo hace para ganarlas, como sucede igualmente con los plebiscitos. Dependiendo de la rigidez del régimen y el control que tiene de la sociedad a través de la represión que impone, logra salir victorioso con mayor o menor margen, pero no pierde. Hace pocos meses Putin dio una lección sobre cómo arrasar en una elección presidencial, con candidatos amañados, campaña de mentiras, votantes sumisos y resultados aplastantes. Qué dictador más profesional. Una ola de envidia se sintió en gran parte de los palacios presidenciales del mundo, especialmente los ocupados por dictadores. Este sí que sabe hacer las cosas bien, pensaron muchos de ellos.
En Venezuela, país arrasado en lo económico y social, Maduro lidera un régimen caótico que está muy lejos de la eficacia represora de Putin, pero no tanto por sus métodos, igualmente crueles, sino porque es ineficiente en todo lo que hace, y no logra por tanto someter a todos los ciudadanos. Tampoco es capaz de mantener el sector productivo nacionalizado, es la de Maduro la típica dictadura latinoamericana, cruel y despiadada, pero inútil hasta en la gestión de lo suyo. Las elecciones presidenciales de este domingo han sido las primeras en mucho tiempo a las que la oposición, con un candidato desconocido, tras impedir el régimen presentarse a cualquiera que pudiera tener tirón, se presentaba unida, y con opciones de victoria. Sabían los opositores que las amenazas que los de Maduro han ido sembrando a lo largo de la campaña no iban a quedar sólo en palabras, y han sido varios los actos de intimidación, crecientes a medida que se ha ido acercando la fecha de los comicios, donde candidatos opositores y seguidores suyos han sido sometidos a actos de violencia y amedrentamiento. El propio Maduro amenazó con baños de sangre si era expulsado de un poder que considera como propio, heredado del golpista Chávez, convertido en una especie de mito religioso absurdo. El día de las elecciones fue una nueva muestra de cómo el régimen facilitaba el voto de los suyos e impedía el de los contrarios, con colegios saboteados y colas largas en algunos casos que no iban a ninguna parte. Se impidió la presencia de observadores internacionales dignos de tal nombre, vetando a personas propuestas por regímenes como el colombiano o chileno, donde gobierna la izquierda, y sólo personajes siniestros y afectos al madurismo como Monedero o ZP han sido los que se han paseado por el país en coche oficial a lo largo de estas últimas semanas, disfrutando de los privilegios de la élite que rige los designios de la ruina venezolana, un poco a la manera en la que los antiguos dirigentes de las formaciones comunistas europeas viajaban a Rusia, y desde el PCUS se les trataba con mimo y enseñaba una versión falsa de la realidad, ajena a la cruel dictadura que imperaba al otro lado del telón de acero. Tras el cierre de los colegios la mayor parte de encuestadores no oficiales otorgaban ventaja a la oposición en una proporción de dos tercios frente al tercio de votos conseguido por el madurismo, pero ya se sabe que no hay nada más útil en un proceso electoral amañado que un recuento trucado. A primeras horas del lunes, hora española, la junta electoral dominada por Maduro refrendaba una victoria del oficialismo por la mínima, poco más de un punto sobre la mitad de los votos válidos, y una derrota de la oposición que lograba algo más de un tercio de los votos. Junto a ellos, otros partidos que, sumados todos los porcentajes de votos, superaban ampliamente el 100% de los emitidos, cosas de la manipulación, que como antes les comentaba, y en contraste con la rusa, es inútil hasta para eso. Las protestas se suceden desde entonces y hay actos violentos en las calles de Caracas y otras ciudades, en los que se mezclan manifestaciones pro democráticas, actos de pillaje, represión del régimen y descontento generalizado. Con Maduro autoproclamdo presidente, sin apenas reconocimiento salvo algunos de los dictadores más significativos del mundo, es de esperar que la represión se agudice en el país y que todo vaya a peor.
La única esperanza para los venezolanos, ya lo siento, está en las terminales de los aeropuertos o en las fronteras terrestres, vías para poder salir de un país destruido que se va a seguir hundiendo en la miseria y la represión. Es de esperar que, como pasó en Bielorrusia tras el último fraude orquestado por Lukashenko, a las manifestaciones les siga más represión y sólo la huida de los opositores podrá garantizarles la vida, cosa que ya no será segura en el interior del país. La sociedad venezolana, rota, arruinada, seguirá varada años y años en medio de una dictadura paranoide y la esperanza, que parecía cierta, se tornará frustración. No hay luz al final de ese túnel.
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