viernes, febrero 12, 2021

Lo de la hostelería

La sentencia de esta semana del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, dando la razón a los hosteleros y decretando, de manera cautelar, el final del cierre de esos establecimientos que había impuesto el Gobierno Vasco ha revolucionado el sector y lo ha lanzado a presentar demandas contras las autoridades, no sólo en aquella CCAA, sino en todo el país. Más allá del particular comportamiento del juez que ha dictado la sentencia y sus declaraciones sobre los epidemiólogos, muy criticables, se abre un melón legal que deja aún menos opciones a los gobiernos regionales para actuar en caso de rebrote, todo ello con la inacción del gobierno central.

Entiendo en parte las demandas de ese sector, y no soy capaz ni de hacerme a la idea de lo mal que lo están pasando todos sus negocios a cuenta de esta pesadilla, pero creo que los cierres ordenados por las autoridades están justificados y contribuyen a reducir el número de contagios y de víctimas. He dicho desde el principio de esta pesadilla que enfrentarse a algo así obliga a tomar decisiones malas o peores, buscando reducir los daños vitales. No hay decisiones buenas en este contexto y que no generen efectos negativos. Un confinamiento estricto como el de marzo salva muchísimas vidas, pero destruye las economías de las naciones y genera problemas de otro tipo. Sociedades como las asiáticas nos han demostrado que es posible conjugar la salud y la economía mediante una serie de restricciones duras pero cortas en el tiempo, y todo ello en naciones en las que los gobiernos poseen poderes que superan nuestra idea de lo que es legítimo y en sociedades donde la individualidad no pesa y el colectivo es lo prioritario. Nosotros vivimos en sociedades libres, mal que le pese a Iglesias y los de su estilo, con gobiernos no autoritarios e individuos que tienen en sus derechos y en el hedonismo uno de los principales motores vitales. La idea de defender a la sociedad con las actitudes personales es algo bastante ajeno a nuestra cultura, y en situaciones como estas eso se nota, y mucho. Este condenado virus se transmite por el aire, se inhala, y es en los espacios cerrados en los que compartimos la vida con los otros donde está el riesgo. Es así, lo siento, no hay otra. Si se transmitiera, digamos, por contacto de las pelotillas de suciedad de los pies bastaría con que no nos quitásemos los zapatos en presencia de otros, pero se transmite como lo hace. La experiencia demuestra que son los hogares y los lugares de ocio los que concentran la mayor parte de los focos. Es muy recomendable reducir las reuniones sociales en los pisos, los encuentros familiares, pero todos sabemos que el que esos eventos no se den depende, sobre todo, de la responsabilidad personal de cada uno. No hay policías para controlar eso y la sociedad no está preparada para una paranoia de control semejante, pero sí se sabe que el tiempo que estamos en bares y restaurantes, con la mascarilla quitada, tomando cosas y hablando son momentos de máximo riesgo, en los que la probabilidad de contagio se dispara. Es así de cruel. Por ello, restringir su apertura y la movilidad son medidas que funcionan, que generan un descenso en los contagios al cabo de algunos días de haber sido tomadas, y menos contagios, sin vacunas, suponen menos hospitalizados y menos muertos. Los defensores de la hostelería atacan a otros sectores, como el de las tiendas o el transporte público, pero lo cierto es que los que venimos al trabajo en metro día a día, lo hacemos más o menos constantemente mientras que las curvas de contagio suben y bajan, no viéndose mucha relación entre uno y otro factor. El tiempo que uno permanece en el transporte está callado, permanentemente con la mascarilla puesta, y aunque el riesgo de contagio no es cero, si resulta mínimo frente a otros lugares. El hostelero hace bien en tratar de defender a su negocio, su forma de vida, pero en situaciones como las que estamos viviendo debemos entender que hay cosas prioritarias. Es duro, y reitero, no soy capaz de imaginar las pesadillas económicas que están sufriendo los que trabajan en ese sector, pero esto es así.

En lo que sí tienen razón todos los del gremio de bares y restaurantes es en exigir compensaciones económicas. En el fondo decretar un cierre de un negocio es algo parecido a una expropiación, y por ello el gobierno te debe indemnizar. El canje sería te cierro, pongamos dos meses, y te pago una renta esos dos meses, de tal manera que no puedes hacer negocio, no ganas, pero tampoco pierdes dinero. Ahí la ausencia de ayudas a este sector, vital en nuestro país, es sangrante, y demuestra que, pese a que no se quiera admitir, somos una nación pobre, endeudada hasta el extremo y con recursos muy escasos. Esas ayudas directas a los negocios forzados al cierre debieran llegar. Y aún más las vacunas, que nos salvarán a todos de esta mierda.

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