miércoles, febrero 03, 2021

El capitán Sir Tom Moore

A las pocas semanas del inicio del cierre de marzo del año pasado, aún con casi todos conmocionados por lo que nos pasaba, empezaron a surgir discrepancias y diferencias de fondo entre los políticos y el comportamiento de algunos ciudadanos. Con el paso del tiempo esas discrepancias han ido a más, y el ruido nos domina. En aquellos días de muerte y contagio, tan similares a los de ahora, comentó Carlos Alsina en uno de sus editoriales que cada uno de nosotros debía decidir qué hacer y decir de manera que eso fuera útil a los demás, a todos los demás, y que si no lograba ser de utilidad, lo mejor era la inacción y el silencio, y no molestar a los que trabajaban sin descanso para aliviar el sufrimiento de todos.

Reino Unido entró en el confinamiento de primavera algo más tarde que nosotros, repitiendo de manera absurda nuestro retraso a la hora de tomar esa decisión y pagando por ello, como nosotros, un exceso de vidas perdidas y de dolor. Supongo que allí, como en todas, muchos trabajaban, algunos perturbaban y la mayoría estaba en casa sin hacer nada, que era lo debido, evitando así contagios. Hubo un hombre en ese país que en esos días alcanzó relevancia internacional por hacer algo tan sencillo y, en principio inútil, como dar vueltas al jardín de su casa. Se trataba de Tom Moore, antiguo capitán del ejército británico, veterano de la II Guerra Mundial, que combatió en las selvas de Birmania. A sus 99 años, supongo que Moore se pasaba mucho tiempo en casa viendo la tele, y contempló como, al igual que en el resto de países, el sistema sanitario británico era arrasado por una ola de enfermos a los que no había forma de atender. Faltaban recursos, medios, personal, de todo. Tom pensó, se dijo que algo tenía que hacer, y en vez de ponerse a tuitear furiosamente diciendo que él lo sabía todo y que el resto eran unos inútiles, decidió caminar. Cogió su andador y, haciendo uso de las redes sociales, creo un reto viral en el que animaba a donar dinero al servicio público de salud, allí denominado NHS, a medida que el daba vueltas a su jardín. Su imagen de anciano venerable, de edad infinita, apoyado en el andador recorriendo los márgenes de la parcela de césped de su casa apareció un día en las televisiones de nuestro país, ilustrando la noticia de que el reto de Moore se había convertido en una sensación en Reino Unido y estaba logrando movilizar a la sociedad y generando abundantes donaciones. Moore caminaba despacio, pero seguro. Ataviado con un sobrio traje azul en cuya pechera destacaban numerosas condecoraciones, mostraba una imagen venerable, pero llena de determinación. En silencio, sin dejar de mirar el frente, imagino que pasándolo mal, sintiendo dolores abundantes y miedo de caídas, Moore caminaba y daba vueltas, y la recaudación crecía. Este señor logró, con su acto, convertirse en una celebridad en su país, y en muchos otros, pero lo más importantes es que animó las donaciones, que superaron los treinta millones de euros para el necesitado sistema sanitario. Cuando la primera ola bajó y se produjo la desescalada, allí también con los errores de todos conocidos, Moore fue recibido por la reina, que le nombró caballero, le dio el título de Sir y le impuso la espada en los hombros, rememorando de una manera algo teatral pero sentida la ceremonia que se ve en muchas películas. En la imagen dos personas de edad muy avanzada se miran con mutua admiración. Una de ellas posee un poder establecido por la ley y la tradición, otra tiene un poder ganado por el prestigio de sus actos y el valor mostrado. Ambas comparten la sensación de estar apurando el final de sus vidas y la necesidad de realizar actos que les llenen de sentido y sirvan para los que les rodean. Moore fue, en 2020, una de las personas más célebres en un Reino Unido en el que las divisiones también van a más y que presenta enormes destrozos económicos y sociales producto de esta maldita pandemia. Moore fue esperanza entre los suyos.

La semana pasada se supo que, en el marasmo de esta tercera ola, Moore había sido ingresado, con 100 años cumplidos, por coronavirus. No ha podido superar la enfermedad y ayer se supo que su nombre se une al de muchos miles que han caído víctimas del virus. Los homenajes a su figura comenzaron casi al instante y el sentimiento de pena y pérdida que se empezó a vivir en Reino Unido era tan justificado como compartible por todas las personas de bien del resto del mundo. La lección que nos ha dado Moore en este año de dolores es enorme, su ejemplaridad, inmensa, y el agradecimiento que se merece no hay manera de expresarlo con palabras, o no al menos con las que se me ocurren mientras veo imágenes que resumen su larga y fructífera vida. A él le sean tributados todos los honores posibles

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