Aún no recuperados del impacto que ha supuesto el ingenioso ataque israelí a Hezbollah del pasado martes, ayer miércoles por la tarde, casi un día después de la oleada de explosiones de los buscas, se produjo otra secuencia constante de estallidos, esta vez en dispositivos walkie talkie, intercomunicadores personales de tecnología antigua, pero eficaz. Como su uso es menos extendido que el de los buscas menos han sido los afectados, que se miden en unos cuatro centenares, pero como son dispositivos más grandes, y permiten alojar mayor carga, los daños son mayores, con cerca de una veintena de muertos y heridas mucho más graves y extensas.
Ahora mismo la milicia chií está en un estado de paranoia absoluto. No sabe qué es lo próximo que puede estallar en la proximidad de sus militantes (microondas, televisores, despertadores….) y la comunicación entre sus miembros es inexistente. Miles de ellos están heridos de mayor o menor consideración, con amputaciones en manos y rostros deshechos en muchos casos, lo que les incapacita totalmente para ejercer su labro militar. El golpe es de una intensidad y extensión profunda, y esa paranoia que citaba al principio está en todos sus miembros y dirigentes, no sólo entre los directamente golpeados. La operatividad a muy corto plazo del grupo es casi nula. No está desarticulado ni derrotado, ni mucho menos, pero como un mal boxeador de película, camina medio grogui por un ring sin saber dónde se encuentra tras recibir un directo de su oponente. Tiempo habrá para saber los detalles de cómo se ha llevado a cabo esta operación, que pasará a los anales de la estrategia y el contraespionaje, y que a buen seguro inspirará películas y libros, porque es alucinante, pero los siguientes pasos en la región se van a producir mucho antes de que sepamos cómo se las ha arreglado la inteligencia israelí para lograrlo. Ahora mismo el gobierno de Tel Aviv tiene dos opciones sobre la mesa. O lanzar una ofensiva a gran escala sobre el sur del Líbano, y desarbolar a la milicia en la zona, o recuperar el terreno abandonado tras los primeros ataques de Hezbollah y volver a las fronteras anteriores. Y todo con el mensaje claramente lanzado a la milicia del daño que son capaces de hacerle si se lo proponen, con el miedo en el cuerpo inoculado en forma de explosivo plástico camuflado en miles y miles de sus combatientes. En este momento la posición de Israel es de fuerza y la de Hezbollah de derrota. ¿Qué va a pasar? Una de las opciones es que Hezbollah admita que ha sufrido el daño que todos hemos visto y, sin reconocerlo, ofrezca una tregua a Israel y la guerra abierta no se de, y durante un tiempo largo se dedique a recomponerse, a curar a los suyos ya a descubrir cómo les han engañado de una manera tan profunda. Otra opción es la de la ira, la de la rabia, que ante lo que ha pasado Hezbollah decida por eso de “de perdidos al río” y lance una ofensiva de venganza en busca de piezas de caza que le sirvan para volver a ser reconocido entre los suyos, y eso abriría las puertas a una nueva guerra de alta intensidad en la zona, con un Líbano convertido en campo de batalla y unas tropas internacionales apostadas en la región, con un elevado contingente español entre ellas, sometidas a un fuego cruzado en el que tienen todas las de perder. Doy por sentado que el gobierno de Netanyahu tiene pensados planes de contingencia para estos y otros escenarios que uno puede imaginar, y sospecho que ahora mismo Hezbollah no es capaz ni de organizarse para emitir una respuesta coordinada. Si no me equivoco hoy su líder, Hassan Nasrallah, va a dar un discurso a los suyos, no descarten que con un megáfono recién comprado por miedo a que en un micrófono se esconda otra carga explosiva, en el que es probable que hable con ira, deseos de venganza y toda la retórica islamista habitual, pero hay serias dudas sobre qué tipo de iniciativa puede ordenar a los suyos, muchos de los cuales no podrán verle ni oírle, empezando por los que se han quedado ciegos. Que se sepa, él no ha sido afectado por esta oleada, y eso también puede que sea un mensaje que Israel le ha lanzado. Esta vez te has salvado, porque así lo hemos querido, puede que la siguiente no.
Desde que comenzó la guerra en Gaza, tras los crueles atentados de Hamas del 7 de octubre, hace ya casi un año, en la zona se han roto todos los débiles equilibrios que permitían sostener acuerdos, conversaciones y, en general, un escenario de previsión. El caos y la violencia lo dominan todo. Y he mantenido el miedo soterrado a que alguna inteligencia islamista esté planeando una venganza sonada, allí y en occidente, ante lo que está sucediendo. Por ahora ese factor sorpresa lo ha ejecutado Israel de una manera prácticamente inimaginable. Se me antoja muy difícil saber lo que sucederá a partir de, pongamos, hoy mismo.
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