Me da que es realmente imposible imaginarlo, pero bueno, hagamos un intento. Piense usted que está en un camarote, en esas buhardillas que en ocasiones coronan los edificios. Coloca una escalera apoyada en la claraboya de lo alto y comienza a subir los peldaños hasta que llega al cristal. Acciona la palanca correspondiente y el ventanal se abre, permitiéndole sacar hasta medio cuerpo por encima del tejado y pudiendo, desde allí, contemplar todo lo que la vista le permite alcanzar, hasta la línea de horizonte que se extiende al fondo. Y todo está bajo sus pies, todo está a su alcance, y tiene la sensación de volar sobre ello.
Algo similar sí lo hemos experimentado muchos desde lo alto de un edificio, de viviendas o de otro tipo, y puede llegar a ser embriagador. Ayer, Jared Isaacman y Sarah Gillis hicieron algo similar, con mucha parsimonia y procedimiento, pero desde una claraboya situada a setecientos kilómetros de altura sobre la superficie de la Tierra. En lo alto de la cápsula Dragon de la misión Polaris Dawn de SpaceX, él, millonario financiador del viaje, y ella, ingeniera del equipo de la empresa y formadora de astronautas, fueron las dos personas que más alto se han posicionado de fuera de su nave, en el espacio, desde las misiones lunares, ya que orbitaban casi trescientos kilómetros más arriba de lo que lo hace la Estación Espacial Internacional. El paseo espacial de ayer pasará la historia por muchas razones. Por la altura comentada, por ser el primero de carácter privado, por ser el primero que se desarrolla desde una empresa comercial, y no desde una agencia estatal, y por ser la primera vez que dos no astronautas, dos personas no dedicadas en su carrera y seleccionadas por agencias nacionales, realizan una maniobra de este tipo. La misión Polaris Dawn tenía dos principales objetivos, además de una serie de labores técnicas algo menos vendibles pero igualmente importantes. Uno era el paseo de ayer, que ha conseguido colarse en los informativos de todo el mundo tanto por el hecho en sí como por la enorme potencia estética de las imágenes logradas. El otro, conseguido el día anterior, fue el de alcanzar una altura sobre la Tierra de unos 1.700 kilómetros, de tal manera que los cuatro tripulantes de esa nave han sido los humanos que más lejos han viajado fuera de nuestro mundo desde los pasajeros del Apollo XVII, la última misión lunar, en 1972. De paso, y es significativo, dado que la misión es mixta, ellas han sido las dos mujeres que más lejos han viajado en el espacio en la historia, porque hasta ahora todas las astronautas lo han sido en órbita baja. La cantidad de marcas batidas en este viaje lo convierte en memorable, y en todo un exitazo para SpaceX, la empresa que lo ha desarrollado, otra de las que pertenece a Elon Musk, que vuelve a demostrar que en lo que hace a lanzamientos en órbita baja y a viajes tripulados en este contorno está en un estadio de desarrollo equivalente al de cualquier agencia estatal. Su programa de viajes tripulados ya es una seria competencia al de la propia NASA, y no digamos el mercado de lanzamientos de satélites, donde ostenta una posición de privilegio absoluto y, gracias a su tecnología de reutilizamiento, unos costes operativos mucho más bajos que los de cualquier otra empresa de la competencia. Simplemente, está más allá. La financiación de este vuelo correspondía al millonario Isaacman, el primero que ayer, enfundado en su traje, de diseño propio de la empresa, se asomó a contemplar el mundo, por lo que en este caso se da un matrimonio casi perfecto entre tecnología puntera y demanda de altísima gama, una de las combinaciones que puede hacer explotar la industria espacial y convertirla en lo que no ha llegado a ser nunca, rentable. SpaceX está rompiendo todo tipo de barreras en ese mundo.
Para los espaciotrastornados Musk está siendo el hombre capaz de volver a insuflar la llama de la ilusión, en medio de desesperantes retrasos en los programas tripulados y de investigación nacionales. Con una NASA de presupuestos menguantes y un proyecto como el SLS convertido en un sumidero de dinero sin fines claros, empieza a ser más probable que sea SpaceX o China quienes logren antes el objetivo de volver a poner un humano orbitando la Luna, y con serias posibilidades de que se pueda llegar nuevamente hasta su superficie. Volver sería el hito de nuestro tiempo. Ir más allá se me antoja, ahora mismo, imposible, pero la visión de Musk, y su inmensa fortuna, pueden ser el combustible perfecto para lograrlo. ¿Por qué no soñar?
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