El contador de artículos publicados de Blogger, el servicio de Google en el que cuelgo este blog, sirve también para hacer viajes en el tiempo. Arrancando desde el cero, atravesé la caída del imperio romano, la larga edad media y el descubrimiento de América, y hubo dos momentos que me parecieron relevantes. Uno, cuando superé el año en el que me encontraba, por lo que me adentré en el futuro. Otro, cuando superé el número de libros comprados desde que estoy en Madrid, que ahora anda por los 2.800. Desde entonces me adentro en el futuro profundo, aunque sea una expresión algo contradictoria.
Hoy el contador me dice que he llegado al artículo cuatro mil, una cifra redonda, que no significa mucho en sí misma, y creo que denota más mi persistencia en la tarea que otra cosa. Es sencillo escribir artículos como estos, porque lo que hago no es periodismo de investigación ni de análisis, no paso horas recopilando información y datos para argumentar tesis, sino que me dedico a esa tradición tan hispana de opinar sin dejar de hacerlo, a veces con un cierto conocimiento sobre la materia, en muchas ocasiones de oídas, cada vez más, si me apuran, dado que la complejidad de los hechos que nos rodean parece crecer más deprisa que nuestro conocimiento sobre ellos, o desde luego el mío. Esto que hago no deja de ser una columna de opinión, como muchas de esas que se publican en prensa a diario y que tanto me gustaban cuando era un crío. Me siguen gustando, pero es cierto que con los años la opinión en prensa ha ido derivando a un posicionamiento mucho más cerrado y, a la vez, su influjo se ha extendido de una manera casi total en el resto de secciones de los medios, por lo que ahora mismo encuentra uno opinión en todas partes. Evidentemente es más sencillo de hacer que el artículo periodístico de verdad, y mucho más barato, y por eso también triunfa. En mi caso, opinar tiene coste escaso, apenas unos quince o veinte minutos a unas horas en las que apenas hay nadie en la oficina, y nulo ingreso, no hay nada monetario en todo esto que escribo. Lo hago en un archivo de Word que empieza en enero y acaba en diciembre, en el que encabezo mes y luego fecha y texto, con una extensión más o menos equivalente en cada jornada y una estructura que trato sea similar, porque me encuentro cómodo en ella. No hago experimentos con diálogos y cosas por el estilo porque eso es difícil y tendría que dedicarle tiempo de verdad para pulirlos y darles un aire de veracidad para que al lector no le sonasen a impostado. Escribir párrafos opinativos sobre temas de actualidad es fácil, o al menos eso me lo parece, y aunque la temática suele ser variada, en los últimos tiempos me decanto más por la actualidad internacional que por la nacional, porque la política, que me gusta, se ha convertido en un ejercicio de onanismo infantil por parte de unos tacticistas cutres que no merecen mi atención. Verán que apenas hablo de deporte, asunto que no me motiva y del que apenas se, y muy poco de mi vida personal. Esto es curioso en tiempos tan autorreferenciales en el mundo de las redes sociales y en el de la literatura, donde la autoficción es un género muy extendido. No tengo nada en contra de él, pero me pasa lo mismo que con todos, demando una historia interesante y bien contada. Y si miro a mi vida personal no encuentro apenas nada de interés en ella, en comparación con las de otros. Ahí, como dice Sergio del Molino, entra el genio del escritor, que cogiendo hechos que pueden ser nimios, sabe relatarlos de manera que el lector queda atrapado. Y, la verdad, mis dotes de escritor de ficción son tan escasas que, más que por pudor, me parecería ridículo aplicarme a ello en comparación con lo que otros son capaces de narrar de una manera mucho más perfecta. Los pocos artículos en los que me he centrado en mi mismo me parecen los menos relevantes de todos, y creo que aportan poco a un lector que acuda por aquí a la búsqueda de información, entretenimiento y, en definitiva, pasar un buen rato, que es lo que todos ansiamos cuando no estamos sujetos a las obligaciones diarias.
El lector…. Es obligado decir que esto sólo tiene sentido hacerlo si hay lectores más allá. Suena a veces a frase hecha, pero no por ello deja de ser cierta. En tiempos de fragmentación máxima de gustos, de sobreoferta de casi todo y de pérdida de relevancia de formatos como el del artículo, sea cual sea su soporte, saber que alguien lee lo que uno escribe sigue siendo una enorme responsabilidad. Es consciente todo autor que lo que fabrica gustará más a unos que a otros, pero lo hace porque desea hacerlo, no por otra cosa, porque encuentra un sentido en ello. Escribir un blog casi diario no es una obligación, sino un entretenimiento que me permite, en medio del ruido, levantar la manita, decir “hola” de una manera extensa y seguir viendo la actualidad. ¿Hasta qué futuro llegará el contador de artículos? No lo se.
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