Siete de mayo, y se cumplen siete meses desde los atentados de Hamas que provocaron el estallido de la guerra de Gaza. En todo este tiempo, todo lo que podía haber ido mal, lo ha hecho. A lo largo del fin de semana se han sucedido los rumores de un posible acuerdo de alto el fuego como fruto de las conversaciones que delegaciones de Hamas y el gobierno israelí han trasladado a El Cairo, donde habitualmente se ejecutan estos procesos de negociación. De hecho ayer por la noche Hamas anunció que acordaba los términos de un posible acuerdo de canje de rehenes por prisioneros y una tregua de cuarenta días, creo.
Pero, en la práctica, la situación sobre el terreno dista mucho de la tregua. Hamás atacó el domingo un puesto militar fronterizo israelí, causando algunas bajas, y las alertas aéreas han vuelto a sonar en varias ciudades del sur de Israel ante posibles lanzamientos de cohetes. Por su parte, el gobierno de Netanyahu sigue haciendo oídos sordos a todos los llamamientos que le llegan y mantiene su plan de atacar la ciudad de Rafah, el principal asentamiento al sur de la franja y refugio de más de un millón de palestinos, que han huido de las localidades del norte a medida que eran arrasadas por las IDF. Alega el gobierno de Jerusalén que en Rafah se esconden varios batallones de Hamas y cientos de sus milicianos, lo que es posible dada la cantidad de gente que allí se encuentra, pero precisamente por esto último, y por la no existencia de alternativas de huida para la población civil, el intento de asalto militar a la ciudad es imposible que no acabe con un balance de víctimas civiles insoportablemente alto, y eso es lo que temen todos los gobiernos del mundo, expuestos ante la realidad incesante de una guerra que deja escenas de violencia duras a la hora de los informativos y solivianta a parte de la opinión pública. Ahora mismo los incentivos de Israel, mejor dicho, del Netanyahu, para detener la guerra son escasos, porque una tregua le pondría en la tesitura de tener que responder ante su sociedad por la gestión de la crisis de los rehenes, la sorpresa del ataque de Hamas, el fallo de seguridad de su gobierno y otras muchas cuestiones para las que, probablemente, no tenga respuestas. Así mismo una tregua hará que las causas que, antes del inicio de la guerra, acosaban a la figura del primer ministro (corrupción, intento de control de la justicia, etc) vuelvan al primer plano de la vida política israelí, y ahí Netanyahu carece de defensa. Por su propio interés, y por la presión del ala radical de su gobierno, que casi aspira a eliminar a los palestinos de todos los territorios en los que puedan, no hay incentivos para que ordene a las IDF parar la guerra. Por el lado de Hamas la situación es distinta, pero tampoco una paz puede venirles bien a corto plazo. La guerra ha destrozado gran parte de su infraestructura y acabado con un número muy elevado de los suyos, pero ha conseguido poner al conflicto palestino, otra vez, en el centro de la actualidad global, y lo ha gestionado de tal manera que su propia atrocidad del 7 de octubre ha quedado sepultada por la actuación de las tropas hebreas. Hoy en día el clamor que se escucha en muchas protestas en occidente no hace referencia a la liberación de los rehenes capturados por Hamás, no, sino a la actuación del gobierno israelí, a las continuas masacres que se dan día tras día en la franja. En su empeño por utilizar a los palestinos para su propia causa, Hamas no duda en sacrificarlos, y que ahora aparezca como el “bueno” ante los ojos de parte del mundo es todo un éxito para su propaganda, y supone también la derrota moral de Israel. Que Hamas quede más o menos arrasada tiene su importancia para Netanyahu, pero por cada escena de violencia desatada en Gaza sospecho que surgirán nuevos yihadistas en otras partes del mundo dispuestos a exigir venganza. Los dirigentes de Hamas, y sus jefes lo saben.
¿El desastre que pueda ocasionar Israel en Rafah es valioso para Hamas? No como entidad, pero quizás sí como ideología, como palanca para seguir movilizando a las sociedades musulmanas, a franjas cada vez mayores en ellas, para que se adhieran a su causa y rechacen las vías pacíficas de negociación. En un futuro escenario de dos estados en la zona, el único que puede garantizar una paz estable, forzado por terceros países, el peso de Hamas, su filosofía, será abrumador, una vez que vendan que su sacrificio es el que ha propiciado la victoria. Que todo esto suponga la muerte de miles de palestinos inocentes no parece importar nada a ninguno de los combatientes.
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