Es interesante comprobar como la atención mediática global ha preferido centrarse en la guerra de Gaza frente a la de Ucrania, lo que sin duda perjudica a los valerosos ciudadanos y soldados de Kiev, que ven su apoyo reducido. Lo que pasa en el conflicto Israel Palestina es un enquistado tema en las noticias desde hace décadas y la implicación global de potencias en él siempre le ha dado una trascendencia especial, todo ello unido, claro, al enfrentamiento religioso que está, también, en el fondo del asunto. Como actor clave, EEUU aparece siempre vinculado a todo lo que sucede allí, sea el causante, beneficiario o, simplemente, aliado de uno de los contendientes.
Los infames ataques de Hamas del 7 de octubre del año pasado pusieron la solidaridad y el apoyo de todo el mundo en la sociedad israelí. La guerra posterior y la manera en la que las IDF desarrollan los combates ha cambiado el signo de la balanza, y la solidaridad internacional ahora está claramente del bando palestino. Unas atrocidades no exculpan otras, y uno puede sentir legítimo horror por ambas, pero ya saben lo que es el tiempo presente, sectarismo hasta el extremo. En EEUU la sociedad, tradicionalmente pro Israel, ha ido virando a lo largo de estos meses a golpe de imagen de combate y de palestinos masacrados y, especialmente las generaciones jóvenes, no tienen ninguna duda de a quién apoyan en esta guerra. Eso se traslada en expectativas de voto menguadas para un partido demócrata que no puede permitirse perder sufragio alguno, y de ahí la postura cada vez más incómoda de Biden y su administración con Netranyahu. Pero la cosa no se ha quedado ahí. De las manifestaciones callejeras día sí y día también se ha pasado a las concentraciones en los campus universitarios, en un movimiento que recuerda, estéticamente, a las imágenes que nos enseñan los documentales de finales de los sesenta, cuando la oposición popular a la guerra de Vietnam no hacía más que crecer. Estas acampadas, que llenan los céspedes de los collegues y demás instalaciones universitarias, se dicen regir por la petición de paz, y es probable que entre sus integrantes haya muchos que tengan ese sincero deseo, pero no son pocos los que, de entre los concentrados, han lanzado proclamas claramente pro Hamas, que ni mucho menos quiere decir que sean pro palestinas. Los estudiantes judíos de las universidades, que allí son bastantes, se sienten acosados por lo que en las concentraciones se grita y se han producido algunos incidentes. Muchos de los benefactores, que son los que pagan el coste de mantener en pie esas instituciones educativas, son de origen judío, y se muestran cada vez más contrarios a renovar sus aportaciones, lo que pone en un brete la supervivencia futura de algunas de las universidades. Equipos rectores, profesorado, todo el personal de esos centros se encuentra dividido en torno a lo que pasa en ellos y, en general, la postura es de incomodidad, se apoye a Israel, a Palestina o se denuncien los horrores cometidos por ambos. Miles de empleos de alta responsabilidad, altísimo sueldo y poder no pequeño pueden ponerse en riesgo si la imagen de las universidades comienza a deteriorarse y los flujos financieros que las alimentan se frenan. Como pueden ver, las autoridades académicas tienen un señor problema. Por ahora tratan de nadar y guardar la ropa, defendiendo la libertad de expresión de sus alumnos y profesores, lo que ampara las protestas, y pidiendo que no se cometan excesos, ni actos de violencia ni apologías del terrorismo, buscando cortar los discursos pro Hamas, pero una cosa son los deseos y otra lo que se ve, con más de un campus en el que la policía ha tenido que entrar para desalojar a grupos de manifestantes combativos. La situación es seria, porque allí las universidades son enormes empresas con unas cifras financieras de gestión apabullantes y un impagable prestigio social. En España la universidad no pinta nada, pero allí es una de las claves de bóveda de la vida comunitaria.
Para tratar de salir del paso, varios campus están decretando, dado que llegamos al tramo final del curso lectivo, la vuelta a las clases virtuales y el fin de la presencialidad hasta después del verano, lo que es una manera de reducir notablemente el número de alumnos que están en el campus y los problemas, y una manera de mandar el problema al futuro, patada adelante, confiando en que en septiembre la situación en Gaza se haya tranquilizado, pero no hay garantías de que eso sea así y, a las puertas de las elecciones de noviembre, es fácil presuponer un inicio de curso movido. Desde luego es seguro que la bronca seguirá estos días.
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