El viernes pasado se produjo una salva de disparos por parte de Israel para responder al ataque que Teherán ejecutó la noche del sábado 13 sobre territorio israelí. Fueron pocos cohetes y quizás algún dron. La acción tuvo tres objetivos principales. Uno, el de responder y no dar sensación de debilidad, dos, respetar los deseos de los aliados de Jerusalén de que la cosa no se descontrole y, sobre todo, tercero, decirle a Irán que su territorio no es invulnerable, y que tienen capacidad de golpear en cualquier momento no sólo a lugares poblados, sino aquellos de elevado interés. El que la respuesta no fuera sobre Teherán no fue nada casual.
Como bien dijo Ignacio Camacho en su columna del domingo, esto no se ha acabado, y lo que se ha iniciado es una nueva partida de ajedrez entre ambas naciones con un movimiento de apertura en la que se mueven los peones u otras piezas de escaso valor, como en las partidas clásicas. Los dos países han roto el tabú de atacarse mutuamente, desde sus propios gobiernos, y contra el territorio nacional del otro, pasando de una situación estancada de ataques vía proxy de Irán y de acciones encubierta de Israel. De momento la cosa no ha ido a más y la sensación de guerra cercana mutua se ha enfriado, cosa que es de agradecer, pero ni mucho menos los problemas se han diluido, sino todo lo contrario. En lo que hace a lanzamientos y salvas, hay un cierto equilibrio entre los contendientes, por el tema que comentaba la semana pasada respecto al coste de la defensa israelí y la posibilidad de un barato lanzamiento masivo por parte de Irán, pero lo que trasciende en el fondo es que la rivalidad ya es total y no hay freno. Les comentaba antes que no era casualidad que, mientras Irán hubiera lanzado ataques tanto contra bases como ciudades israelíes, Israel ha disparado poco sobre Isfahán, bella ciudad del suroeste del país, lejos de la capital. En su entorno está Nathan, que es donde se encuentra el complejo nuclear iraní, donde el régimen desarrolla su programa de enriquecimiento de uranio. El mensaje de Netanhayu a los líderes iraníes ha sido claro. Sabemos que, si buscáis la bomba, lo hacéis ahí, y que llegado el caso somos capaces de atacar las instalaciones y arrasarlas. La bomba es el gran escalón estratégico que separa las capacidades de ambas naciones. Israel la tiene, aunque nunca lo haya hecho oficial, e Irán la busca, aunque siempre haya vendido que sus instalaciones tienen por objeto la creación de combustible para reactores civiles. El acuerdo internacional que se suscribió al final de la presidencia de Obama buscaba ralentizar el programa iraní a cambio de incentivos económicos y de levantar muchas de las sanciones que pesan sobre el régimen, todo para lograr que la nación chií no se uniera al club nuclear, pero la decisión unilateral de Trump de romper aquel pacto lo hizo descarrilar y, pese a que aún no está derogado de manera oficial, en la práctica no rige. La lección que los ayatolás han podido extraer con el paso del tiempo es que el acceso al club de los poseedores de la bomba te otorga un plus de respetabilidad internacional, asociado al miedo que da que tengas, de verdad, el arma de destrucción masiva. Corea del Norte es el ejemplo perfecto de esta regla, y desde que el régimen de Pyongyang hizo la prueba y mostró su capacidad Kim se ha transformado en un señor al que el mundo hace caso. Es un peligro global, da miedo, y el miedo da respetabilidad. Irán sabe que si logra hacerse con la bomba, si la prueba y, de esta manera, anuncia al mundo que la tiene, elevará su estatus internacional de paria a estado con el que el resto querrán sentarse a hablar, y eliminará parte de la ventaja estratégica que ahora mismo le lleva Israel. En el contexto actual, de hostilidades abiertas, la tentación iraní para acelerar su programa y conseguir la bomba se ha incrementado notablemente.
Cierto, tener una bomba es una cosa e integrarla en una cabeza de un vector de lanzamiento otra. Corea del Norte ya ha conseguido todo el proceso, pero hacer una primera versión y detonarla en una prueba es lo básico, y nos llevaría a un escenario desconocido, mucho más peligroso. Israel siempre ha dicho que no consentirá que Irán lo logue, y que actuará de acuerdo con otros o por iniciativa propia para ello. Si posee información de que el proceso se acerca a su conclusión no dudará en atacar Nathan o lo que sea para impedirlo, y eso sí que sería una declaración de guerra abierta. El tablero está puesto, los peones han avanzado y la partida continúa. El juego serio no ha hecho nada más que empezar.
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