Es un tópico decir que un determinado incidente provoca que un proceso, en este caso, una guerra, cambie de fase y se diferencia completamente de lo que sucedía antes de lo que se ha convenido en señalar como relevante. A veces sucede, pero en otras ocasiones no son sino las ganas de los que relatan lo sucedido lo que hace que determinados hechos adquieran relevancia. Sólo a posteriori, con el tiempo, se podrá decir con certeza que eso que se señaló como crucial lo fue o se quedó en mera nota al pie de un relato mucho más largo y complicado. En el caso de una guerra, que es un fenómeno sujeto a inercias muy poderosas, señalar sobre la marcha pivotes de este tipo resulta muy aventurado.
Sea así o no, desde luego es muy relevante lo que ha sucedido con la muerte de los siete cooperantes de la ONG World Central Kitchen que ha tenido lugar a principios de esta semana en Gaza. Los cooperantes murieron a manos del ejército israelí que, con saña, bombardeó los vehículos en los que se desplazaban por la franja. Pudieron huir de un primer ataque, parece que también de un segundo, pero no del tercero que los mató. En cifras absolutas siete muertos es muy poco en comparación con las decenas, o centenares, que fallecen a diario en la franja fruto de la incursión militar israelí, pero ya se sabe que, como dijo el gran Orwell, todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros. Esos siete cooperantes eran occidentales, con pasaportes de primera división; reino Unido, Australia, Canadá… nacionalidades que valoran la vida de cada uno de los suyos como la de algunos cientos de palestinos, por poner una medida aproximada pero no alejada de la realidad. Eran empleados de una ONG mundialmente conocida, liderada por el cocinero español José Andrés, famoso en todo el mundo y una auténtica celebridad en EEUU, a un nivel como no somos capaces de imaginar. Por ello, la relevancia global que tienen estas muertes es enorme, y golpea de lleno a naciones que apoyan sin fisuras a Israel, y que empiezan a despegarse a toda velocidad de la gestión de la guerra que realiza el gobierno de Netanyahu. El clamor que ha surgido de los portavoces de estos países exigiendo explicaciones al primer ministro israelí ha sido bastante más potente del escuchado a lo largo de todos estos meses sobre muchas de las acciones militares desarrolladas en la franja que son difíciles de entender desde una óptica militar, menos desde la humana. El balance de muertos de la incursión al hospital Al-Shifa se puede enumerar en varios centenares, sin que las ruinas del edificio tras el paso del ejército israelí pueden decir nada sobre las atrocidades allí cometidas y la justificación de una acción que no tiene nada que ver con una guerra y sí, mucho lo parece, con una mera venganza. Pero un cooperante internacional vale más que cientos de palestinos, recuerden la crueldad de la vida en la que vivimos, y ha sido el ataque a los occidentales lo que sí ha obligado a Netanyahu a dar la cara, a decir que ha sido un error de información por parte del ejército israelí y de que estas son cosas que pasan en la guerra. Desde las cancillerías europeas, y también la de EEUU, estas explicaciones ni han gustado ni han servido para aplacar unos ánimos que empiezan a estar muy enfadados ante la deriva de una guerra por parte del gobierno israelí que empieza a ser del todo punto injustificable ante las opiniones públicas nacionales. Si muchas de las víctimas que deja esta batalla no tienen rostro ni nombre, esos siete cooperantes tienen fabulosos pasaportes con escudos de naciones poderosas, en los que figuran detalladas fotos a color de los fallecidos, códigos de seguridad emitidos por instituciones de las naciones emisoras de los documentos y demás parafernalia que les hace ver a los occidentales, nos hace ver, a uno de nosotros en ellos. Esos muertos sí nos generan empatía, y su asesinato, dolor. Y por eso el desastre que para Israel supone esta acción de guerra puede resultar tan importante, si provoca que el apoyo de sus aliados flaquee. Que la guerra vaya a ser distinta a partir de ahora, o que incluso se acorte por ello, es algo que está por ver y sólo el tiempo lo dirá.
El 7 de octubre, tras los atentados salvajes de Hamas, la solidaridad global se volcó con Israel ante el reguero de víctimas inocentes con las que el fanatismo islamista llenó los campos y pueblos hebreos cercanos a la franja. A casi siete meses de esos ataques, la actuación del gobierno de Netanyahu ha destrozado gran parte de ese capital emocional que se generó tras el ataque y convertido a Israel en el culpable de lo que sucede en la franja, en el responsable de convertir ese territorio en una escombrera invivible llena de cadáveres de palestinos inocentes. En pocas ocasiones la nefasta gestión de unos pocos creo tales destrozos y males. Israel ya ha perdido esta guerra a los ojos de la opinión pública global, sea cual sea su resultado militar.
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