En La2 de TVE, la cadena que casi nadie ve que sí tiene programas propios de una televisión pública, se ha estrenado una serie de diez capítulos, titulada “En Primicia” en los que Lara Síscar, flanqueada por amigos y conocedores del personaje, recorre la vida y obra de periodistas fundamentales de nuestra historia. El primer capítulo, dedicado a Raúl del Pozo, es un ejemplo de buena producción, guion y testimonios, tanto del homenajeado como de aquellos que le han conocido y glosan su figura. Es muy recomendable su visión y creo que, en conjunto, la serie merecerá mucho la pena. Enhorabuena a Lara y el resto del equipo por su trabajo.
Entre las muchas cosas valiosas que suelta del Pozo en la hora que dura el programa, hay una que creo merece ser enmarcada en la mente de todos aquellos que, ahora o en el futuro, se dedican a la profesión, y es que un periodista no debe hacerse amigo de un político, nunca, porque el político le utilizará para sus intereses, y el periodista acabará siendo una herramienta más del poder. Es curioso que alguien que tiene más de ochenta años, y que ejerce aún su profesión de manera tan brillante, sea capaz de dar un consejo tan lúcido a tantos y tantos que, menores a él, por cuestiones biológicas, no dejan de ser ejemplo de compadreo con los políticos en el día a día de su ejercicio periodístico. Si algo de eso ha habido siempre, la situación actual llega unos límites de obscenidad que, sin duda, son una de las causas de que la percepción social de la figura del periodista se encuentre en uno de sus niveles más bajos. La pregunta “de qué partido es” que casi todos nos hacemos cuando nos mencionan el nombre de tal o cuál profesional es un síntoma inequívoco de decadencia. Lo peor se da entre aquellos entregados a la causa del partido de turno, que llegan hasta el punto de ser meros propagandistas de unas siglas, pervirtiendo por completo su profesionalidad en aras de prebendas, ingresos a cuenta o, quizás, un simple canapé más que el resto. La destrucción financiera de las empresas periodísticas que ha provocado la llegada de internet y las redes sociales ha hecho que muchos vean en el partido de turno la manera de garantizarse unos euros que les permitan vivir por encima de los salarios rácanos que ahora mismo se pagan en precarias redacciones donde la eventualidad es una de las únicas cosas no sujeta a cambios. El periódico con medios, profesionales bien pagados y equipos robustos hace tiempo que desapareció, y ahora las cabeceras subsisten dentro de estructuras empresariales carcomidas, con deudas, algunas de ellas cotizadas en bolsa a valores de derribo, con una relevancia social menor que la de cualquier influyente de esos que se creen la monda y arrastran multitudes. Convertirse en empleados a sueldo de unas siglas es caer lo más bajo posible, pero es algo que vemos y leemos a diario, sin que haya mucho pudor en quienes actúan así. Siempre ha habido pelotas del poder, nunca faltarán, pero es verdad que en los tiempos en los que Raúl del Pozo creció, no en los jóvenes, donde ir en contra del poder era meterse en un lío bastante feo, el periodista podía jugar a arrimarse a todas las bandas posibles y mantener siempre una distancia prudencial. Compadrear con el poderoso es algo que, al final, sólo acarreará ventajas al que mantiene el poder, no al que se ha utilizado como portavoz. Y si el poder se pierde, ambos acaban dando vueltas en el Linkedin, suplicando oportunidades y blanqueando un perfil que, hasta entonces, era de una militancia exacerbada. Recuerdo la película “los papeles del Pentágono” de Spielberg, muy recomendable, adorada por los periodistas, en la que en más de una escena se observa una camaradería absoluta de los protagonistas, periodistas y ejecutiva del Washington Post, con los políticos demócratas, la oposición en aquel momento, y cómo hay voces que les recuerdan que la principal diferencia entre el Nixon presidente y el demócrata opositor es que uno es el que manda ahora y otro el que lo hizo y desea volver. No es el tema fundamental de la película, pero se nota que, por momentos, alguno de los protagonistas se ve como un elemento con el que los que detentan el poder juegan, y “los suyos” también lo hacen, y eso le repele.
Supongo que desde la posición y edad de Raúl del Pozo es más fácil resistirse a estas presiones que desde un contrato precario y unos años en los que es casi imposible conseguir una hipoteca, y pactar con el diablo político puede ser la vía para acceder al salón con Netflix con el que sueñan tantos y tantos. Cada época es distinta, y las oportunidades y sueños también, pero lo que no cambiará nunca es el hecho de que, como dijo Lord Palmerston refiriéndose a Inglaterra, el poder no tiene amigos ni enemigos permanentes, sólo sus intereses son permanentes. Recuérdenlo todos los que se dedican a ese noble y necesario oficio del periodista.
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