lunes, agosto 17, 2009

Un Madrid que no se ve

Este pasado Sábado 15 me di uno de esos largos paseos que he cogido como costumbre para los fines de semana. Suelo acabar hecho polvo, y cada vez que llego a casa reventado me pregunto porqué lo hago, pero si antes tenía alguna respuesta, no muy lúcida, ahora ya ni eso. La cuestión es que planeé para este Sábado ir a Arganda del Rey, saliendo desde Puerta de Arganda, final de al línea 9 de metro e inicio del tren a Arganda. Son menos de 20 kilómetros y, pertrechado con unas hojas impresas de googleearth, lo veía fácil.

La idea era ir por unos caminos rurales hasta Rivas y luego atravesar todo el municipio hasta llegar al menos a La Poveda, donde hay unas lagunas que ahora estarán resecas como todo lo demás. Llegar hasta el borde de la M45 fue sencillo, y allí cogí un camino que paralelo a esa autovía, salvaba la vía del tren y me llevaba a una pista paralela a la misma, pero al llegar a ese punto me encontré con que la pista era inaccesible por estar vallada con alambradas. Ajjj, pensé. Me di media vuelta y volvía al cruce de la M45, y avancé hacia fuera de Madrid hasta llegar a otra carretera, paralela a la del primer intento, que apuntaba a otro camino de tierra, pensado a ver si esta vez iba a tener más suerte. Cogí esa carretera y paseé nuevamente las vías del TFM por encima. Al llegar al cruce del camino encontré un coche y dos putas negras desnudas de cintura para arriba que, en medio del desierto que era aquello, ofrecían sus servicios. Les dije que no, con un cierto asombro ante la escena surrealista que estaba viendo, y me desvié por el camino de tierra. A los pocos metros me encontré con otra alambrada, y ya me cabreé. Esta estaba mal unida entre sí, así que solté los cables, moví la valla y seguí avanzando, y en 500 metros me topé con una cerca de verdad, con puerta candada y llena de alambres que impedían el paso por completo. Pegué dos patadas a la valla de rabia y me di la media vuelta, alcancé la cerca que había violado antes y volvía al cruce, donde para mi sorpresa un todoterreno había parado junto a las negras y una de ellas debía estar “trabajando” en él, mientras que la otra se volvía a ofrecerme. Eran pasadas las 11 de la mañana, en medio de algo similar al desierto afgano, y con un calor de mil demonios. Me largué de allí y volvía al carretera sin saber muy bien que hacer. Mirando las hojas del googelearth decidí avanzar camino a Mejorada del Campo, hasta que en un cruce apareció una señal que marcaba hacia Rivas. Cogí esa carretera y al rato acabé, como sospechaba viendo la forma que se apreciaba en las fotos de satélite, en medio de la Cañada Real, el mayor poblado ilegal de Europa que se asienta a lo largo de una vái pecuaria entre Coslada y Rivas. Cogí la “calle” que forma el asentamiento y seguí por ella hasta que, efectivamente, llegué a Rivas. Atravesar la Cañada es una experiencia distinta, se lo aseguro. Todo es ilegal. Las casas, las tuberías, los cables de la luz... todo es robado, tomado sin permiso y sin licencia alguna. Hay allí cientos de casas, se calcula que viven en torno a las 15.000 personas, y gente sí que se veía. Niños en bañador y sin nada en los pies correteando sobre un sucio hormigón lleno de tierra, mujeres y hombres en los porches de sus viviendas, algunas meras chabolas, otras remedos de chalets, coches en mejor o peor estado tirados por ahí, montones de electrodomésticos, escombros y chatarra por allá.... nada de eso sale en la tele cuando se habla de Madrid y, contrastes de la vida, está pegado a la vía del AVE.

El resto del paseo no tiene mucha historia. Llegué a Rivas, pero agotado como estaba no pude alcanzar La Poveda, aunque atravesé todo el municipio de Rivas, una especie de macrourbanización de cientos (¿miles?) de adosados todos llenos de vallas, setos y florecitas. Frente a La Cañada el contraste no podía ser mayor. Ruinas, chabolas y niños deambulantes frente a chalets, calles urbanizadas y alguna cría paseando bajo el sol con el Ipod Shuffle enganchado en su escote. Volví a casa en el TFM, cansado sí, pero no sólo en el cuerpo. No me gustó lo que ví el Sábado, ni la miseria de unos ni la vacía y desierta ostentación de otros.

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