martes, marzo 11, 2014

Diez años del 11 de Marzo


Luce en el amanecer del día de hoy un sol radiante sobre Madrid, sin nube alguna que obstaculice su poder. Una mañana fresca, algo fría, pero muy luminosa y serena. Muy distinta a la de hace diez años, mañana de niebla espesa, más fría, oscura, que impedía contemplar el horizonte y envolvió como si fuera un sudario a todos y a todo lo que sucedió en ese aciago día. Si la mañana hubiera estado despejada desde la ventana de mi oficina hubiera distinguido las columnas de humo que se elevarían de las estaciones que, como cuentas de un rosario, marcaron los dolores de una jornada que ojalá nunca hubiera sucedido, un día que no debió amanecer.

Hoy, como entonces, como ayer y mañana, miles, millones de personas nos hemos montado en el transporte público en el camino de nuestras casas a los centros de trabajo, de vuelta de los mismos o para hacer lo que cada uno deba hacer a esta hora de la mañana. Millones de historias, de angustias, de recuerdos, sufrimientos, ilusiones, aburrimientos… en cada vagón del metro o del tren se esconde una muestra aleatoria, casual, fruto del puro azar, de lo mejor y lo peor de lo que es capaz nuestra especie, de los sueños y miserias por los que nos desvivimos. Sobre esos raíles, sobre el asfalto de las carreteras por las que transitan autobuses y coches, esos sueños viajan, algunos de manera literal, recreándose en las mentes de sus dueños, que echan el último sueño antes de trabajar, o de manera figurada en la mirada de los que no pueden dejar de pensar en ellos. Las vías, esos raíles inertes, brillantes y fríos, llevan cada día millones de sueños a sus destinos, y algunos se truncan y otros se hacen realidad, pero nunca deben quedarse en el camino. Vemos el transporte como algo necesario, vital, asociado a algunos riesgos, porque de vez en cuando hay accidentes, autobuses que se salen o vagones que descarrilan, pero son contadas ocasiones, y sabemos que miles de personas trabajan para que nada de eso ocurra, pero no nos entra en la cabeza que el transporte que nos lleva a nuestras obligaciones, disfrutes y querencias sea la fuente del mal, el lugar en el que nuestras vidas puedan acabarse porque, precisamente, varias personas también así lo han planificado. Hoy en los trenes impera un silencio frío no tanto por el luto, sino por la tecnología, que nos absorbe a través de múltiples pantallas que reclaman permanente atención, y se la quitamos de los rostros de quienes nos acompañan, pero hace diez años los vagones de tren tenían un grado de algarabía mayor, los smartphones no existían ni en la imaginación de quienes los crearon y supongo que varias conversaciones se desarrollaban entre estudiantes, trabajadores, viajeros que habían madrugado mucho, algunos como todos los días, otros de manera extraordinaria, y que veían como la línea que venía del corredor del Henares se acercaba poco a poco a ese monstruo que llamamos Madrid, y que el perfil de sus edificios, altivos y apelotonados, se hacía cada vez más presente ante sus ojos. Puede que fuera ese perfil lo último que vieron muchos ojos esa mañana, pero prefiero pensar que su última visión fueron los ojos de otras personas, los rostros de viajeros que, como ellos, estaban en el lugar inadecuado a la hora maldita, que como toda víctima del terrorismo, encarnaban la inocencia más absoluta. Esas miradas cruzadas, cómplices, aburridas, sorprendidas… a veces quiero pensar que, como pasa muchas veces, también en esos vagones se cruzaron miradas amorosas, vistas rápidas de chicos y chicas que, tímidamente, se atreven a girar su cabeza y posar sus ojos en los de aquella persona que, ayer, siempre, les atrae. Ojalá para muchos su última visión de este mundo fuera la de un deseo, la de un sueño, la de un posible…..

A veces, nunca el día del aniversario, visito la estación de Atocha, pero no me encamino a los monumentos o memoriales. Bajo a la playa de vías de cercanías, y camino hasta el final de los andenes que se adentran en el balasto y dejan la protección de la cubierta, y veo las decenas de vías que se cruzan, y los trenes que entran y salen. No conocía a nadie de los muertos o heridos del 11M, a nadie perdí allí, pero en ese día todos perdimos algo en nuestro interior. Mirando esas vías, maldigo a los terroristas que perpetraron esa matanza, a la maldad humana, la única capaz de cometer un acto así. Y el silencio que me devuelven los fríos y brillantes raíles me dice, sin parar, que algunos de aquellos sueños frustrados siguen vivos en las mentes de los que aquí estamos para poder contarlo.

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