lunes, junio 24, 2013

Mucho mucho mucho Beethoven


Este sábado, un grupo de locos, organizados en torno al Centro Nacional de Difusión Cultural, y encabezados por la figura de Jesús López Cobos, tomaron al asalto el Auditorio Nacional y, al grito de guerra de Mucho Beeethoven, programaron una jornada de actuaciones de una intensidad brutal, en la que, en las distintas salas del Auditorio, se iban a escuchar una gran selección de las obras de cámara del maestro, todas sus sonatas de piano y las nueve sinfonías enteras, una tras otra, en bloques de dos, con una hora descanso de intermedio entre ellas aproximadamente, y con la novena como broche final. Una locura.

Como suele ser habitual me pillé los dedos con el tiempo y, pese a que sabía de la existencia del acto, no cogí entradas para el mismo, así que entre una cosa y otra me pase oyendo las sinfonías y alguna de las sonatas a través del programa especial de Radio Clásica que, desde las diez de la mañana, se encargó de seguir el evento de la manera más completa posible, sabiendo en todo momento que la magnitud y simultaneidad de los conciertos impedían la audición de todos ellos. A las 12 del mediodía López Cobos subió al atril del Auditorio, o así al menos imaginaba la escena desde el sofá de mi casa, y la primera sinfonía empezó a brotar de los altavoces de mi salón con fuerza y ritmo vivo. Frente a las versiones a las que estoy acostumbrado, López Cobos realizó unas interpretaciones más rápidas, veloces y nerviosas, pero llenas de fuerza, ímpetu podría decirse. El primero de los platos fuertes llegó a las dos de la tarde, que es cuando el doble golpe de inicio de la tercera sinfonía tuvo lugar. Esa tercera, junto con la tocata y fuga de Bach, fue mi iniciación al mundo de la música clásica. La oí un día en casa en una cinta cutre, y ese primer movimiento me pareció tan fascinante como me lo sigue resultando hoy en día. Era total. Y no podía seguir oyéndolo en un formato tan cutre, así que un día en Bilbao encontré un vinilo de la Deutsche Gramophon que anunciaba una grabación digitalizada de esa tercera, y lo compré sin dudarlo, e hice la vida de mis padres mucho más dura y ruidosa a base de ponerlo cuando ellos me lo permitían, o cuando no había nadie en casa. Poco a poco me compré los vinilos de esa misma edición que contenían el resto de sinfonías del genio de Bonn, pero esa tercera fue la primera, y eso mismo volvía a sentir cuando los acordes de la orquesta se desataron a primera hora de la tarde, y sospecho que mis vecinos, imposible que no oyesen nada, tendrían la misma expresión de hartazgo que mis padres al oír de manera tan estruendosa ese movimiento marcial, impetuosos, arrebatador, que en sí mismo es una nueva forma de música para orquesta, que deja todo lo que se escribió antes de él convertido en pasado y alumbra un futuro que llega hasta nuestros días. La “heroica” quiso ser el homenaje de Beethoven a un héroe militar, un Napoleón libertador e ilustrado, pero acabó siendo la expresión de la decepción del compositor ante un emperador soberbio, dictatorial y absolutista. Nada en la música anteriormente compuesta servía a Beethoven para canalizar su enojo, su frustración, y para ello tuvo que inventar un nuevo lenguaje musical, y gracias a él la orquesta se elevó al olimpo de la música. Y a medida que los compases avanzan la maestría del genio se desata y ya no conocerá fin hasta su muerte. A las cuatro de la tarde llegó la quinta y luego la sexta, monumentos absolutos del genio humano, que todo el mundo ha tarareado alguna vez, le guste la música o no, y cuando se acabó la emisión de la octava salí de casa rumbo al Auditorio, en frente al cual, en la explanada sita junto a su puerta principal, en las gradas pequeñas que allí existen, se habían instalado multitud de sillas para que los que quisieran se acercasen y, a través de una pantalla gigantes, siguieran la interpretación de la novena sinfonía, que iba a tener lugar a las diez de la noche.

Y algo antes de esa hora el graderío, las sillas y todos los huecos estaban ocupados por cientos de personas que habíamos acudido a la llamada de Beethoven, y a la de los locos que por él se habían sacrificado. La interpretación de la novena fue excelente, el ambiente en el exterior acompañaba con recogimiento y emoción a las notas que no dejaban de romper el silencio de la noche de verano y los aplausos que atronaron tras el final del cuatro movimiento expresaban la alegría del público, que ya había sido glosada por el texto del coral de Schiller, y que, me atrevo a decir, se entona con la melodía más famosa de la historia. Unas piezas del coro de RTVE y un espectáculo de fuegos artificiales pusieron el broche de oro a una noche preciosa, colofón de un día maravilloso, lleno de mucha mucha mucha mucha… música.

2 comentarios:

peich dijo...

Música que emociona dos veces. Al escucharla y al relatarla ¿no?.
Gracias por hablar también y tan bien de estos genios...

David Azcárate dijo...

Bueno, a ti te toca disfrutar esta semana de otro genio, no???? Pásalo en grande y regálate una jornada inolvidable