jueves, julio 04, 2024

Elecciones en Reino Unido

4 de julio, fiesta en EEUU y en Elorrio, lugares emblemáticos de occidente. Como los ingleses tienen sus rarezas hasta en esto de las elecciones hoy es el día en el que están citados a las urnas para renovar su parlamento y conformar un nuevo gobierno. Sunak, el actual primer ministro, adelantó la convocatoria en una comparecencia ante el 10 de Downing Street que empezó nubosa y acabó con un buen chubasco, que le cayó de pleno porque nada le protegía. Su imagen, empapada, chorreante, era una buena metáfora del final de ciclo conservador que se espera tras los comicios de hoy. Catorce años que bien poco han conservado al país.

Todo lo que no sea una arrolladora victoria laborista hoy será sorprendente. Sobre los algo más de seiscientos escaños de la cámara de los comunes las encuestas auguran que los laboristas no obtendrán menos de cuatrocientos, lo que les otorgará una mayoría absoluta indiscutible. La dimensión de la debacle conservadora está por ver, entre otras cosas por la presencia de Reform UK, el partido del ultra Nigel Farage, que le va a restar votos y puede que escaños, pero es fácil que se queden por debajo del listón de los cien parlamentarios. De hecho se estima como bastante probable que la mayor parte de los componentes del actual gabinete, incluido el primer ministro Sunak, no revaliden su escaño. Sunak ha cogido los restos del desgobierno conservador que ha ido degenerando a lo largo de una serie de mandatos en los que la incompetencia se ha ido superando de una manera difícil de entender. Cameron, May, Johnson, Trust y el propio Sunak han sido la lista de primeros ministros “torys” que han liderado el país, por decirlo de una manera. Entre medias de todos ellos se han ido sucediendo acontecimientos relevantes, especialmente uno, el Brexit, fruto de la incompetencia absoluta de David Cameron, que pasará a la historia como uno de los más necios políticos de entre los habidos en aquel país. A partir de ahí todo ha sido un camino de descenso hacia la dura realidad de la separación de la UE y la reducción del país a una nación menor, de segunda fila, como cualquiera de las otras que estamos en Europa, pero carente de algunos de los lazos y coberturas de seguridad que ofrece la UE. El proceso de negociación del divorcio, la división social fruto del resultado y la fractura que se ha extendido en el interior de los partidos sobre el tema, la pérdida de acuerdos comerciales consolidados, el aumento de las trabas a la necesaria inmigración laboral que demanda su mercado de trabajo, la imposibilidad de ser “el Singapur” de occidente como soñaban algunos iluminados…. El Brexit ha supuesto un bofetón de realidad a una sociedad que no es ni tan rica ni poderosa como lo fue, pero que aún no es consciente de ello, y que va a tardar en asimilarlo. En paralelo a este terremoto, se dio la pandemia de Covid, y el comportamiento desquiciado de Boris Johnson, un personaje más propio de un cómic que de la realidad, que alcanzó una gran mayoría absoluta en las generales de 2019 y que la dilapido en apenas unos meses en medio de escándalos variados, necedad sanitaria, desastrosa gestión y fiestas imparables. De ahí en adelante el proceso de hundimiento del conservadurismo británico como estructura de gobierno ha sido imparable, y hasta cierto punto digno de ser visto como una telecomedia, porque la baja calidad de los intérpretes de la trama no le permitía acceder a un grado de calidad “shakespiriano”. La marcha de Johnson, en medio de la vergüenza general de propios y ajenos, fue suplida, tras un proceso interno entre los conservadores, por la figura de Liz Trust, que, literalmente, no aguantó más tiempo en su cargo que una lechuga de supermercado fresca fuera de la cámara refrigeradora. Sunak tomó las riendas de un partido y gobierno deshecho y ha estado poco más de un año dirigiendo una nave hundida que hoy, por fin, se estrella contra los arrecifes, pongamos que de Dover, para que el impacto tenga algo de pompa y circunstancia británica.

Ante el suicidio del oponente, el laborismo, encarnado en la figura moderada de Stamer, va a conseguir un poder como no tenía desde los primeros mandatos de Tony Blair, pero los retos que va a afrontar son enormes, tanto los derivados del eterno Brexit como los propios de una economía endeudada, con altas tasas de inflación y baja productividad, y todo ello en un entorno global volátil y hostil. A corto plazo, lo que más necesita el Reino Unido es estabilidad y un cierto sosiego, para así pensar cómo afrontar sus retos. El laborismo va a tener la mayoría necesaria de gobierno para poder sentarse tranquilamente y pensar, con cuidado, qué hacer. Los conservadores, ya veremos, estarán centrados en su propia supervivencia como formación política.

miércoles, julio 03, 2024

Orban en Kiev

Ayer se produjo uno de los episodios más hipócritas que imaginarse uno pueda en estos tiempos falaces, y miren que hay margen para ello. En su condición de presidente del país que ostenta la presidencia semestral rotatoria de la UE, Víctor Orban acudió a Kiev a visitar a Zelesnky, en lo que ha sido su primera visita al país invadido por Putin desde que el dictador ruso comenzó su guerra. Como socio colaborador del Kremlin, Orban no se ha cortado mucho a la hora de apoyar las iniciativas rusas y mostrar desprecio por aquellos que no las comparten, ni les cuento los que pagan el precio de su vida por ello. La imagen de ambos líderes dándose la mano era un poema. El traidor y el invadido, frente a frente.

Orban encabeza un gobierno con tintes autoritarios, de convicción iliberal, término que se usa para dulcificar el odio que su ideología tiene hacia el liberalismo y el estado de derecho. Con una mezcla de religión, patria y nacionalismo desatado, Orban gobierna Hungría de manera casi absoluta desde hace varias legislaturas, encabezando mayorías absolutas en unos comicios no amañados, pero de los que surgen ejecutivos que no hacen sino recortar la división de poderes y asentar las bases de futuras nuevas mayorías en una población cada vez más sometida a una propaganda constante. ¿Qué une a Orban y Putin? No es la ideología, imperialista en el caso del ruso, ni la religión, ambos cristianos, pero de ramas distintas. Sí el ansia de poder y el bálsamo del nacionalismo desatado como cura para engañar a los suyos. Orban quiere ser como Putin, un dictador perpetuo, y recurre a su receta, y no le va mal. LA UE ha tenido desde hace tiempo a Hungría como un permanente dolor de cabeza por las políticas de Orban, pero desde que empezó la guerra Bruselas sabe que en Budapest hay un aliado de Moscú que hará todo lo posible por torpedear las decisiones que se tomen en el consejo de la Unión relativas al apoyo a Kiev. La muy famosa unión de Europa en torno a Ucrania no lo es tanto, no sólo por ella, pero sí principalmente por Hungría. Durante estos dos años largos ya de guerra cada decisión relativa a las sanciones a Rusia, el envío de armamento a Kiev o la concesión de ayudas financieras al estado invadido ha contado con el voto en contra o la abstención de Hungría, que ha actuado como una eficaz cuña rusa en cada una de las reuniones convocadas sobre el tema. Esta situación no es muy sostenible a largo plazo, pero pese a ello se mantiene y envenena las relaciones de Budapest con el resto de socios, provocando roces constantes y la suspensión de transferencias financieras al país magiar por causas relativas al incumplimiento de hitos económicos y de derecho comunitario, tal y como las justifica la Comisión, pero que también son golpes de presión que Bruselas lanza contra su socio más díscolo para que sepa que llevar una política en contra de la UE desde dentro tiene costes, económicos, y muy serios. Estas medidas han sido las únicas que han hecho aflojar a Orban de su deriva, pero no le han llegado a torcer el brazo, y mantiene un rumbo de colisión permanente. Ayer, en Kiev, su rostro era tan gris y ausente de sentimientos como el del propio Zelensky, que tuvo que pasar todo un trago al dar la mano a alguien que la desprecia. En las declaraciones posteriores al encuentro, desarrollado en torno a una mesa con un aire de frialdad cuasi soviética, Orban pidió a Zelesnky un acuerdo de paz para que la guerra concluya, que es la manera diplomática que tienen los prorrusos de exigir a Ucrania que se rinda de una vez y ceda ante el dictador. Zelensky hizo un discurso de circunstancias, frases hechas políticamente correctas, con la idea de cubrir el expediente y dar carpetazo a un encuentro sumamente incómodo. No quedará poso alguno de la visita, salvo una imagen de hipocresía absoluta.

Les decía al principio que muy difícil de superar, pero no imposible. Orban ha sido el último dirigente de la UE en visitar Kiev, pero no el último mandatario europeo. Hay uno, que reside en un pequeño estado, que es el que más y mejor ejerce la diplomacia en el mundo desde hace siglos, y que no se ha acercado a Kiev de ninguna manera. Sí, el Papa, el jefe de estado del Vaticano, ha viajado por medio mundo, pero no ha tenido un minuto para asomarse a la capital de un país europeo en el que el invasor asesina sin piedad día tras días. Si Francisco llegara a visitar Kiev se viviría un momento de bochorno absoluto, ante el que Zelensky, diplomático, no podría hacer el gesto de desprecio que, sin duda, merecería la actual servil a Moscú cabeza de la iglesia católica.

martes, julio 02, 2024

El emperador está desnudo

Cada vez hay una mayor distancia entre la realidad que observamos y lo que los estrategas de la política quieren vendernos, y eso genera graves consecuencias, obvias, pero que son vistas con perplejidad por los que, dependiendo del poder, viven a cuenta de sus rentas. Se ha puesto de moda vender falsedades a pesar de que sea obvia la mentira en la que se basan, y el aforismo “dato mata relato” se viola incesantemente por parte de propagandistas bien remunerados. Al final la realidad se suele imponer, porque llevarle la contraria es como tratar de parar las olas del mar en un temporal, pero día tras día, se vende que el lago está quieto cuando la marejada es brava.

El viernes por la tarde me puse a ver algunos fragmentos del debate entre Biden y Trump. Mi intención era dedicarle un tiempo, pero lo dejé a los pocos minutos, no por estar enfermo de la ansiedad “tiktokera” que impide centrarse, no, sino por pura tristeza. Lo que veía era patético. Ante mi un señor mayor completamente superado ofrecía una imagen de decrepitud enorme, y lo único que hubiera tenido sentido en ese encuentro era que se suspendiera y que las asistencias médicas se llevasen al presidente a un lugar a descansar y olvidarse (aún más) de todo. El fracaso de Biden era total, y nadie podía negar lo que se estaba viendo. Tras varios días de encierro y preparación con su equipo, la imagen era la de la decrepitud, la de la imperiosa necesidad del relevo. A su lado un Trump chulesco parecía hasta sorprendido de la suerte que estaba teniendo al ver cómo su rival se derrumbaba sin ni siquiera él empujarle. Al terminar el debate empezó a levantarse el velo que, durante mucho tiempo, ha cubierto al bando demócrata, donde decir lo obvio, que Biden no está en condiciones de presentarse, era un tabú. Algunos comentaristas de ese bando empezaron a sacar columnas de opinión reiterando lo obvio, que se no debía haber llegado a ese debate, a ese desastre, y que Joe, que bastante ha hecho por ellos, ya debe retirarse. El goteo de opiniones de ese tipo empezó a ser creciente, y llegó un momento en el que, desde el aparato de la Casa Blanca y de las figuras relevantes del partido demócrata, se empezó a vender otro argumentario, el de la mala noche ocasional, el que lo que acabábamos de ver no era más que una anécdota, que no debía juzgarse los años de presidencia por unos malos momentos. En fin, una retahíla de consignas fabricadas por empleados cuyo sueldo depende de Biden y su equipo para tratar de cubrir el desastre de Biden y de su equipo. Lo de siempre, la hipoteca manda, pero esta vez el contraste entre lo que se pretendía vender y la realidad era tan obsceno que no ha colado como en otras ocasiones. La presión para que Biden se retire se mantiene, y ahora mismo hay una lucha entre los que, aterrados, ven que Biden es una derrota segura frente a Trump y el círculo del presidente, que hasta noviembre cobrará mucho y de manera segura, que tratan de mantener a su jefe en la carrera presidencial. Como en la fábula del traje nuevo del emperador, el debate ha mostrado la desnudez del actual presidente, su estado de relativa incapacidad, y ha dejado a las claras al electorado que, si ahora mismo no es seguro que sea él el que realmente gobierna el país, es una certeza que, de presentarse y ganar, no lo hará por no poder. El deterioro físico y cognitivo de Biden se va a ir acrecentando a cada mes que pase, es lo que tiene la edad, y en los albores de noviembre estará peor que ahora, no mejor. Si los demócratas quieren ganar las elecciones, que para eso se supone que trabajan, tienen que empezar a hacer cosas para no perderlas, y eso, que es tan obvio, pasa por la sustitución de un candidato ya incapacitado para el puesto y para la competición electoral. Parece simple, pero claro, no lo es, porque la caída de Biden antes de tiempo arrastrará, antes de tiempo, a muchos que viven gracias a que él está ahí.

En todas partes, criticar al poder establecido, decirle incluso la verdad, está vetado cuando esa verdad está reñida con la opinión del poder. En nuestras sociedades y tiempos, afortunadamente, esas discrepancias no se pagan con la vida, como sucedió en el pasado frecuentemente y aún hoy se estila en naciones dictatoriales, pero sí supone la pérdida de cargos, prestigio, privilegios, rentas, propiedades, contactos y todo eso que nos hace creernos ser algo más que apenas la nada que somos. Decir que el emperador está desnudo es algo que, en la fábula, sólo el niño osa, porque el niño no miente y nada tiene, por lo que nada el poder le puede arrebatar. Sólo su vida. En EEUU, aquí y en todas partes, el volumen de mentirosos que viven a cuenta de vender trajes inexistentes no deja de aumentar, pero la realidad suele ser tozuda.

lunes, julio 01, 2024

Legislativas francesas. Primera vuelta

Lo más noticioso del resultado de la primera vuelta de las legislativas francesas es que todo ha transcurrido como se esperaba. La victoria ha correspondido a RN, la marca de extrema derecha de Marine Le Pen, que ha sacado un tercio de los votos, con el nuevo Frente popular de izquierdas como segunda opción, a unos cinco puntos de ventaja, y el partido de Macron en tercer lugar con un 20% de los sufragios. Los republicanos tradicionales, la derecha de toda la vida, ha sido cuarta, en el entorno del 10% de los votos, un resultado desastroso pero que se convierte en valioso de cara a la segunda vuelta, que tendrá lugar el domingo que viene.

El sistema electoral francés es lioso, pero se basa en asignar de manera mayoritaria el escaño en cada circunscripción. Si en esta primera vuelta alguno ha sacado más de la mitad de los votos, la silla es suya y se acabó. En caso contrario, pasan a segunda vuelta los candidatos que hayan superado el 12,5% de los votos, y el que quede primero de entre todos ellos es al que se le asignará el escaño. Por eso, en la segunda ronda, suele haber partidos que, en determinadas circunscripciones, deciden retirarse para concentrar el voto de los suyos en otra marca, buscando que gane alguien en concreto o, mucho más habitual, que sea otro el que no lo haga. Por eso, en la elección de ayer es probable que fueran muy pocos los asientos del legislativo francés los que quedaron escogidos, y todo queda a expensas de lo que suceda en siete días. Los mensajes que han transmitido ya los candidatos del frente Popular se basan en pedir que los que hayan quedado terceros se retiren para que no sean los de Le Pen los que consigan los escaños, y la declaración del, por ahora, primer ministro, el delfín de Macron, sin pedir la renuncia de sus candidatos, sí ha llamado al voto para impedir la victoria de la extrema derecha. Por eso les comentaba que el resultado de la derecha convencional, esa cuarta fuerza, puede ser relevante. Sus dirigentes han decretado libertad de voto y no van a pedirlo para ninguna otra fuerza, por lo que es probable que de ahí salga muy poco para la coalición de izquierdas y algo más para Le Pen. Con estos resultados, es muy difícil que, tras la elección del próximo domingo, San Fermín, RN no sea la primera fuerza en la cámara legislativa, y en función de sus resultados estará la posibilidad de que pueda acceder al gobierno o no. La agrupación de izquierdas genera aún más rechazo entre muchos de los franceses que la extrema derecha, porque la presencia de Francia Insumisa, el partido de Melenchon, es tóxica para muchos. Esa formación es algo parecido a nuestro Pablemos, con la misma delicadeza en sus formas y profundidad de pensamiento en el fondo. Socialistas y otras fuerzas moderadas se han unido a ellos con una pinza bien gorda en la nariz, buscando únicamente la derrota de Le Pen, pero sin tener nada claro como colaborar entre ellos en el engendro que han organizado, Frente a ellos, los de Le Pen se muestran sólidos, optimistas y, por primera vez, en condiciones reales de alcanzar la mayoría que les permitiría obtener el gobierno, lo que llevaría a tres años de cohabitación con el presidente Macron, Otro posible resultado del próximo domingo es una victoria de Le Pen, sí, pero insuficiente, lo que nos puede llevar a un escenario de parlamento colgado, en el que no haya una mayoría clara ni estable, y la posibilidad de elegir primer ministro sea remota. Y de hacerlo, su cargo esté al albur de cada votación, lo que llevaría al país al bloqueo. Como pueden ver, las alternativas políticas francesas pasan por lo desconocido, siendo malos o peores los escenarios en función de dónde nos coloquemos. Lo que parece segura es la debacle de la actual mayoría centrista y la posibilidad de que, en los próximos años, Francia sea un referente de estabilidad en la UE. Sabido es que, sin Francia ni Alemania nada sucede en la UE, por lo que el resultado galo nos afecta a todos, mucho más de lo que nos podamos creer.

La vedad, tristemente, es que Francia ofrece un espectáculo en el que dos extremos, retroalimentados, se disputan el poder desde una visión antagónica, existencial y populista de la vida. Dos formas completamente opuestas de entender la sociedad y la economía, llenas de sesgos, prejuicios y errores, que pueden llevar a las cuentas públicas francesas al colapso, disparando deuda y gasto, y debilitar al euro y al mercado común. De un gobierno centrista y moderado pasaremos a uno extremista, si es que llega a haberlo, por lo que la sensación de derrota para los que somos moderados, buscamos aburrimiento en la política y abominamos de los populismos, sea cual sea el traje con el que se vistan, es grande. Malos tiempos para la razón.