miércoles, julio 03, 2024

Orban en Kiev

Ayer se produjo uno de los episodios más hipócritas que imaginarse uno pueda en estos tiempos falaces, y miren que hay margen para ello. En su condición de presidente del país que ostenta la presidencia semestral rotatoria de la UE, Víctor Orban acudió a Kiev a visitar a Zelesnky, en lo que ha sido su primera visita al país invadido por Putin desde que el dictador ruso comenzó su guerra. Como socio colaborador del Kremlin, Orban no se ha cortado mucho a la hora de apoyar las iniciativas rusas y mostrar desprecio por aquellos que no las comparten, ni les cuento los que pagan el precio de su vida por ello. La imagen de ambos líderes dándose la mano era un poema. El traidor y el invadido, frente a frente.

Orban encabeza un gobierno con tintes autoritarios, de convicción iliberal, término que se usa para dulcificar el odio que su ideología tiene hacia el liberalismo y el estado de derecho. Con una mezcla de religión, patria y nacionalismo desatado, Orban gobierna Hungría de manera casi absoluta desde hace varias legislaturas, encabezando mayorías absolutas en unos comicios no amañados, pero de los que surgen ejecutivos que no hacen sino recortar la división de poderes y asentar las bases de futuras nuevas mayorías en una población cada vez más sometida a una propaganda constante. ¿Qué une a Orban y Putin? No es la ideología, imperialista en el caso del ruso, ni la religión, ambos cristianos, pero de ramas distintas. Sí el ansia de poder y el bálsamo del nacionalismo desatado como cura para engañar a los suyos. Orban quiere ser como Putin, un dictador perpetuo, y recurre a su receta, y no le va mal. LA UE ha tenido desde hace tiempo a Hungría como un permanente dolor de cabeza por las políticas de Orban, pero desde que empezó la guerra Bruselas sabe que en Budapest hay un aliado de Moscú que hará todo lo posible por torpedear las decisiones que se tomen en el consejo de la Unión relativas al apoyo a Kiev. La muy famosa unión de Europa en torno a Ucrania no lo es tanto, no sólo por ella, pero sí principalmente por Hungría. Durante estos dos años largos ya de guerra cada decisión relativa a las sanciones a Rusia, el envío de armamento a Kiev o la concesión de ayudas financieras al estado invadido ha contado con el voto en contra o la abstención de Hungría, que ha actuado como una eficaz cuña rusa en cada una de las reuniones convocadas sobre el tema. Esta situación no es muy sostenible a largo plazo, pero pese a ello se mantiene y envenena las relaciones de Budapest con el resto de socios, provocando roces constantes y la suspensión de transferencias financieras al país magiar por causas relativas al incumplimiento de hitos económicos y de derecho comunitario, tal y como las justifica la Comisión, pero que también son golpes de presión que Bruselas lanza contra su socio más díscolo para que sepa que llevar una política en contra de la UE desde dentro tiene costes, económicos, y muy serios. Estas medidas han sido las únicas que han hecho aflojar a Orban de su deriva, pero no le han llegado a torcer el brazo, y mantiene un rumbo de colisión permanente. Ayer, en Kiev, su rostro era tan gris y ausente de sentimientos como el del propio Zelensky, que tuvo que pasar todo un trago al dar la mano a alguien que la desprecia. En las declaraciones posteriores al encuentro, desarrollado en torno a una mesa con un aire de frialdad cuasi soviética, Orban pidió a Zelesnky un acuerdo de paz para que la guerra concluya, que es la manera diplomática que tienen los prorrusos de exigir a Ucrania que se rinda de una vez y ceda ante el dictador. Zelensky hizo un discurso de circunstancias, frases hechas políticamente correctas, con la idea de cubrir el expediente y dar carpetazo a un encuentro sumamente incómodo. No quedará poso alguno de la visita, salvo una imagen de hipocresía absoluta.

Les decía al principio que muy difícil de superar, pero no imposible. Orban ha sido el último dirigente de la UE en visitar Kiev, pero no el último mandatario europeo. Hay uno, que reside en un pequeño estado, que es el que más y mejor ejerce la diplomacia en el mundo desde hace siglos, y que no se ha acercado a Kiev de ninguna manera. Sí, el Papa, el jefe de estado del Vaticano, ha viajado por medio mundo, pero no ha tenido un minuto para asomarse a la capital de un país europeo en el que el invasor asesina sin piedad día tras días. Si Francisco llegara a visitar Kiev se viviría un momento de bochorno absoluto, ante el que Zelensky, diplomático, no podría hacer el gesto de desprecio que, sin duda, merecería la actual servil a Moscú cabeza de la iglesia católica.

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