viernes, julio 26, 2024

Noches absurdas de calor

A veces empiezan pronto. Otras, como ha sido este año, se hacen de rogar y no llegan hasta bien avanzado el verano, pero uno sabe que, viviendo en Madrid, va a pasar noches de calor absurdo en las que la sensación de agobio es casi tan absorbente como la de imposibilidad. La negrura se mantiene como si fuera la noche cerrada que es, pero tirado en la cama, la sensación es que estamos en pleno día, de que no ha pasado nada en las horas transcurridas de Sol y que, aunque ya no luce, debe seguir siendo el momento de la tarde, o algo así, porque las temperaturas se sostienen como si la estrella que nos domina siguiera ahí, luciendo.

No hay mucho que hacer en esas noches. La quietud y paciencia son las mejores consejeras, y un abanico la compañía soñada. Estar inmóvil es el mejor consejo. Ahí, tirado, encima de la cama, sin sábanas ni nada por encima, esperando que pasen los minutos, y que algo de sueño entre, aún a sabiendas de que eso no pueda ser posible. Si uno tiene suerte y puede dejar abiertas las ventanas, con las persianas entornadas, puede llegar a sentir trazas de corriente sobre su piel, pero eso no garantiza que el aire que circula sea fresco, ni mucho menos. Se mueve, sí, se percibe, sí, pero de ahí a que alivie hay un mundo. En una noche estática la mínima se alcanza en torno al momento de la salida del Sol, mínima que no tiene por qué ser soportable, por lo que nos vamos a la cama con temperaturas mucho más altas, y eso garantiza que sean insoportables. La táctica de abrir las ventanas para generar corriente cuando uno va a la cama no es la mejor si a esa hora de la noche los treinta siguen rondando por el barrio. Cuando estaba en el piso antiguo no había otra que resignarse a jugar con las ventanas y a ver qué pasaba. En el nuevo tengo aire acondicionado en dos de las habitaciones y el salón, por lo que puedo recurrir a él, y a veces lo hago, pero sin abusar. No me gusta la idea de que el aire reseco y enfriado me domine. La maquinaria no es muy ruidosa, pero se oye, dado que uno está despierto. Como táctica, estoy adoptando la de ponerlo unos minutos cuando voy a la cama, para que el primer impulso de estar en ella se acompañe de un cierto frescor, pero al rato, no más de un cuarto de hora, lo apago, y dejo que ese aire menos cálido sea el que domine la estancia durante el resto de la noche. El efecto será menor y se amortigua a medida que pasa el tiempo, las capas de aire se mezclan y la temperatura general sube respecto a lo que ha exhalado la maquinaria refrigerante, pero me parece lo mejor. La idea de dormirme con el aire puesto me genera inquietud, porque las historias de catarros y gargantas resecas gracias a él son numerosas. Sí lo empleo un poco más en el salón si estoy por la tarde en casa, como por ejemplo ayer, cuando en el exterior el Sol pegaba de pleno, afortunadamente ya no a mi fachada a partir de las tres de la tarde, y las paredes y ventanas, recalentadas, transmiten calor al hogar. Estar tumbado en el sofá viendo el telediario o similares requiere algo de aire cuando en el exterior el infierno se desata. Se consuela el sufrido tumbado pensando que peor sería el aire húmedo, los treinta y muchos de un levante mediterráneo o del norte de procedencia, donde el porcentaje de humedad obliga a sudar con temperaturas mucho menos extremas, y el hacerlo no refrigera casi nada. Esos consuelos teóricos están bien, y ayudan, pero no alivian la sensación de calor sofocante. La táctica, nuevamente, vuelve a ser la quietud, el inmovilismo, el tratar de no hacer nada y, si llega el caso, de una manera lenta, sin forzar para nada el cuerpo, y que así no se vea impelido a refrigerarse. Beber ayuda, pero no se puede estar todo el tiempo dándole al grifo y recipiente, así que la forma de momia, el rigor no mortis, es lo más socorrido.

En las noches en vela por calor lo que más me llega, les reitero, es lo absurdo del momento. Imagino las habitaciones de mi bloque, las de los bloques cercanos, las de miles y miles en la ciudad, sometidas a esa tanda de calor nocturno. Algunas con ventiladores y aire, otras no. Muchas con un solo inquilino, muchas más en pareja o con niños cerca. Pasar calor en soledad es menos calor, al contrario que pasar frío, donde la compañía ayuda a sobrellevarlo. La escena de las películas en las que el ventilador gira despacio en un entorno tropical se me repite una y otra vez, pero no hay nada parecido a una selva fuera, sólo la jungla de asfalto, casi derretido

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