jueves, mayo 09, 2024

Tercer día de Europa en guerra

Hoy es 9 de mayo, día de Europa, festividad oficiosa de la UE en conmemoración de la llamada declaración Schumann, que es la que puso los cimientos de lo que llegaron a ser las Comunidades Europeas, surgidas de las ruinas de la IIGM. Es una fiesta extraña, que conmemora algo importante, pero que no es festivo como tal en ninguna ciudad ni país de la UE, que sólo supone un día feriado para los que trabajan en las instituciones europeas, y que es celebrado de manera institucional por varios organismos públicos a lo largo del continente, pero desde luego sin la relevancia que la fecha tiene, y merece, para todos nosotros.

Surgida para evitar guerras que nos destruyeran nuevamente, la UE celebra su tercer día de Europa con la guerra de Ucrania activa, y con sensaciones encontradas. Si la primera celebración en guerra, la de 2022, estuvo marcada por el shock de la invasión, el horror de las matanzas rusas y la supervivencia de Ucrania, y el segundo festivo, el de 2023, lo estuvo por la esperanza en una anunciada contraofensiva ucraniana que consolidara los avances logrados en el otoño anterior, la sensación que se palpa en esta primavera de 2024 es más deprimente. La famosa contraofensiva del año pasado se estrelló en la línea defensiva construida por el ejército ruso y, desde entonces, y gracias también a la desidia occidental a la hora de entregar armamento a Kiev, se producen pequeños pero constantes avances de las tropas del kremlin en toda la línea del frente. Son pocos kilómetros cuadrados cada mes, pero constantes, y la imagen que ofrecen los combates es la de un ejército ucraniano que cubre con dificultad sus bajas y anda muy escaso de armamento y un ejército ruso que ha aprendido de sus errores pasados y lucha de una manera más efectiva, con suministros militares abundantes tanto de fabricación propia como entregados por sus aliados iraníes y norcoreanos. Las nuevas levas anunciadas en Kiev se han encontrado con protestas entre su población y escasez de efectivos, mientras que en Moscú se ha decretado una nueva movilización contra la que no consta que haya habido grandes protestas, más que nada porque todo el que se oponga sería detenido sin muchos miramientos. Los bombardeos rusos y las oleadas de misiles y drones siguen golpeando puntos más allá del frente, especialmente en las zonas de Jarkov y Odesa, y la escasez de armamento antiaéreo ucraniano está haciendo que, aunque aún son bastantes los proyectiles interceptados, cada vez sean más los que, en cada oleada, llegan a su objetivo, aumentando día a día los daños en infraestructuras vitales como las energéticas o las logísticas. El aprovisionamiento en el frente por parte de Ucrania se debilita y, pese a sus audaces ataques con drones a instalaciones rusas situadas muy al interior del país, como ha sucedido con varias refinerías, los golpes que propicia al enemigo están siendo contados y sin capacidad para desbaratarlo, como sucedía antaño. Desde hace unos meses, en definitiva, Rusia está ganando la guerra y Ucrania perdiéndola. El reciente desbloqueo de la ayuda militar norteamericana, retenida de manera irresponsable por los republicanos en el Congreso, puede aliviar algo la penuria de Kiev, pero está por ver cómo responderá ante la previsible ofensiva rusa de verano, que debiera empezar en breve, a medida que las llanuras del este dejan de ser el barrizal de primavera y se convierten en polvorientas pistas en las que desplazarse a alta velocidad es posible. Cada kilómetro que avanza Rusia nos acerca a su mandíbula, y el temor entre las naciones de la UE que se encuentran al este crece y crece, por motivos más que obvios. Sí, en Ucrania no hay mucho que festejar este 9 de mayo.

Rusia, por su parte, usa este día para conmemorar la victoria de las tropas soviéticas sobre los nazis en la IIGM, con un alarde militar que llena la plaza roja de Moscú de tropas y vehículos, a mayor gloria del caudillo Putin, que esta semana ha jurado la constitución, que manipula a su antojo, para un nuevo mandato de seis años, sin oposición alguna. Convertido en un apéndice económico de China, subido a una economía de guerra a la que destina recursos ingentes, el caudillo de Moscú se relame la sangre que cada día se cobra en el frente y mira con odio a una atribulada y postmoderna Europa, que no sabe muy bien cómo hacer frente a lo que puede venir si, de una manera u otra, la guerra acaba siendo favorable a los intereses rusos.

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