martes, mayo 21, 2024

Milei, broncas y redes

Javier Milei, el presidente de Argentina, es un broncas, un tipo de personaje que antes habitaba en la esquina de la barra de casi todos los bares del país y ahora se ha trasladado al mundo virtual y expandido con toda la fuerza del mundo. El mandatario argentino, que presume de una ideología que no practica, como otros tantos, insulta sin cesar a todos los que no le siguen la corriente, como otros muchos, y ahora estamos embarcados en un conflicto diplomático entre nuestra nación y Argentina por lo que dijo de Sánchez y su mujer, donde, sin entrar en el fondo del asunto, estuvo faltón, maleducado y soez. Vamos, lo que ahora triunfa en el mundo.

Sí, lo expresó muy claro el ministro de Fomento, Óscar Puente, sujeto patibulario donde los haya y poseedor de un lenguaje osco y chulesco que apenas llega a igualarse en las películas de quinquis que estaban de moda hace unas décadas. “Juego duro en las redes porque es como se logra triunfar ahí” vino a decir en una frase que resume muy bien en lo que se han convertido, en gran parte, las redes sociales en estos tiempos, y más X, la antigua Twitter, donde el componente de falso hedonismo impostado que domina en Instagram y otros entornos está bastante ausente. El matón se ha crecido en un mundo en el que el ruido se hace el dominante, en el que explicar, argumentar, debatir con las antiguas formas de la conversación ha sido relegado al ostracismo por el éxito del intercambio de “zascas” apelativo cómico a lo que no son sino cortes, zancadillas verbales y demás tipologías de agresión literaria que pueden llegar hasta el insulto descarnado o la amenaza. A Óscar Puente, a Milei y a toda esa gente que va por la vida pegando codazos, verbales y, si pudieran, reales, no les interesa la realidad de las cosas, menos aún la gestión que se deriva del cargo que ocupan, donde lo único que les importa es la cantidad de dinero que pueden sacar y la notoriedad que les proporciona. Se comportan igual que si estuvieran, como antaño, en el bar, chuleando, despreciando a los que pasaban a su lado mirándolos por encima y haciéndose los gallitos entre los suyos. Las grandes diferencias que había en el pasado respecto a la actualidad es que bastaba por no pasar por el bar para librarse de la influencia de esos sujetos y, si acaso, no frecuentar otros lugares por donde iban expandiendo su pestilencia. El mal que generaban quedaba físicamente acotado. Además, existía un cierto consenso social sobre su bajeza, esos personajes se ganaban el respeto por el temor que infundían en el entorno en el que se movían, como si fueran mafiosillos de pacotilla, pero eran unos mierdecillas, una nada fuera de ahí, y el resto de la gente los consideraba como tales. Ahora no. Resulta que a todos esos sujetos patéticos la tecnología les ha regalado un altavoz universal, de tal manera que todas las bobadas que sueltan sin cesar ya no quedan circunscritas a ese ámbito restringido de barra de bar en la que los desvaríos no cesaban, no. Ahora todo el universo conocido puede acceder a sus exabruptos, disponen de la misma capacidad de comunicación que todos los demás, y ellos la emplean para lo mismo de siempre; para insultar, para malmeter, para ensuciar. Además, los algoritmos que gestionan las redes, en su empeño de aumentar el tráfico en las mismas y la relevancia de la propia red, hace tiempo descubrieron que no hay nada como una buena bronca para generar tráfico, conversación, reacciones y, en definitiva, flujos que pueden llegar a monetizarse de una manera o de otra. Por ello, los perfiles violentos y descarnados consiguen una mayor audiencia, y son recompensados con más relevancia. Como a todo miembro de una red social le encanta no estar aislado y unirse a grupos, comprueba que esto funciona y que es la vía más rápida para ascender del anonimato a la fama virtual, y el mal comportamiento deja de verse como una tara social para, justo lo contrario, fomentarse, por ser el abono perfecto. El consenso social que antes existía sobre lo que representaban estos sujetos se derrumba, y empiezan a convertirse en líderes a imitar. Lo peor de lo peor se retroalimenta. Sumen a eso la capacidad de actuar de manera anónima en la red y tendrán el cóctel perfecto para que la mayor cantidad de mierda posible sea la que lo enfangue todo, en medio del aplauso atronador de la masa.

Se llama ahora “política sin complejos” a lo que siempre fue, y es, pura mala educación, mera soberbia, apestosa chulería. Hay partidos especializados en esos comportamientos, que viven de ellos, en España destacan Vox, Pablemos y algunos indepes catalanes, y el resto de formaciones han incorporado a perfiles similares, atraídos por el éxito que suscitan entre su exacerbada militancia, carente ya de escrúpulos. Esto se da en España y el resto de naciones., y no se circunscribe a la política, no, sino que otras profesiones aledañas se han contaminado por completo de esta nauseabunda forma de comportamiento, destacando especialmente el periodismo, sector profesional herido de muerte en estos momentos. Así está el panorama de enmierdado, dominado por sujetos basura.

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