jueves, abril 20, 2006

¡¡¡¡¡74!!!!

Antes de las vacaciones de Semana Santa pensaba escribir en este querido diario un apunte titulado ¿70? ante las previsiones alarmistas que situaban el precio del petróleo en esa cifra mágica. A medida que transcurrían los días santos, y Jesús ascendía en la cruz, el barril lo hacía en los gráficos, el Brent (referencia de precios en Europa) llegaba a esos 70 y ayer cerró a 74 dólares, 74 riñones y 74 angustias, marca histórica, que se acerca mucho al valor real a precios de hoy del precio alcanzado en 1980 con la revolución iraní, cuyas consecuencias fueron infaustas. Curiosamente hoy también hay iraníes en medio de esta subida, aunque con un matiz incluso más peligroso.

La verdad es que a partir de cierto punto, ya alcanzado, es indiferente cuanto suba el barril. El destrozo ya se produce y aumentos en el precio sólo indican el grado de magnitud del mismo. Los precios se trasladan directamente a la gasolina y demás carburantes, casi a la vez al coste de los transportes y, progresivamente, a lo que estos llevan y a todo el conjunto de la economía. La inflación entra en una senda ascendente y, con objeto de moderarla, suben los tipos de interés, herramienta poco eficaz en una coyuntura como esta, pero que se hará notar en nuestras hipotecas, y de ahí al abismo sólo hay unos pocos pasos que espero no se produzcan. El problema de fondo, que es el que no se ataja porque no se sabe como o no interesa, es nuestra dependencia del petróleo, un fluido viscoso, pringoso, repulsivo y emisor de contaminantes, que sirve para todo, y que necesitamos como si fuese la dosis de un drogadicto. La película de Syriana lo refleja muy bien, y las consecuencias oscuras que se derivan de esa adicción.

Ayer por la tarde, mirando desde la atalaya de la oficina, veía el Paseo de la Castellana lleno de coches, muchos de los cuales iban a casa y otros (desafortunadamente) a trabajar, y me preguntaba qué ocurriría si la gasolina sube tanto que se empieza a dejar el coche en casa, toda esa riada diaria se detiene, los camiones dejan de subir Somosierra y no abastecen a Madrid (o la ciudad que sea) y me entró la sensación de estar viendo las arterias de un cuerpo enfermo, que se muere, agonizando al notar su pulso caído, su corazón inerte, la sangre parada en las venas, y la temperatura y el color cayendo, y la verdad es que no me gustó nada esa imagen. Imagen de un futuro que puede ser real, que sea el producto de lo que hemos creado, el fin del enfermo, el adicto, muerto por falta de sus dosis diaria de petróleo.

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