lunes, septiembre 23, 2024

La electrónica de consumo como arma de guerra

Lo sucedido la semana pasada en Líbano, esa acción militar organizada por Israel que ha herido a miles de combatientes de Hezbollah haciendo explotar sus buscas y walkie talkies, previamente manipulados, ha disparado los temores a que algo así pudiera suceder a escala masiva y mediante un complot organizado, de tal manera que muchos de los dispositivos electrónicos que nos rodean se convirtiesen, automáticamente, en armas. Titulaba Marta García Aller su último artículo como ¿Puede tu tostador convertirse en una bomba? La respuesta corta y simplista es no, pero como todo, hay una derivada más compleja que abre posibilidades de todo tipo.

Si los buscas y walkies han explotado es porque han sido manipulados, es decir, alguien ha introducido mínimas cargas de explosivos en ellos y los ha hecho detonar. Sino, es imposible que estallasen. Eso nos garantiza que un electrodoméstico casero no va ya a reventar en nuestra casa, junto con otro miles, de manera coordinada, salvo que alguien haya conseguido que todos esos equipos tengan un bomba camuflada escondida en su interior. Alguien podría pensar que no es algo tan descabellado visto lo visto, y si hace un par de semanas me lo hubiera preguntado habría sido mucho más rotundo a la hora de negar la posibilidad. Pero el que no exploten no quiere decir que no estén sujetos a riesgos. Cada vez son más los dispositivos que tenemos a nuestro alcance conectados a internet, que se actualizan en red y adquieren su sentido en esa nube virtual, y por ello las opciones de hackeo se disparan. Quizás los móviles tengan software que les permita defenderse de un ataque, pero a medida que bajamos en la escala de “inteligencia” las contramedidas de seguridad son menores, y más factible que puedan ser usados por delincuentes o estados agresivos. Un ciberataque bien pensado que bloquee sistemas vitales puede convertir cualquier nación de hoy en día en una extraña imitación del siglo XIX, pero con ciudadanos mucho más perdidos e indefensos, y muchos de esos objetos que se conocen vulgarmente como “el internet de las cosas” pueden servir de puerta a intrusiones de este tipo. ¿Se puede con software generar daños físicos a las personas? Sí, y uno puede ser retorcido imaginando cosas. Coches autónomos que pierden el control y reciben la orden de acelerar estén donde estén, ocasionando cadenas de accidentes, bloqueo de sistemas de seguridad de redes ferroviarias, que impida que los trenes reciban las señales adecuadas y se expongan a choques o descarrilamientos en cruces gestionados de manera remota, cortocircuitos en sistemas de señales o similares que consigan apagar redes de metro o aeropuertos, ataques que generen sobrecargas en puntos estratégicos y se traduzcan en apagones masivos… el hecho de que la digitalización se haya extendido de tal manera aumenta los riesgos potenciales de problemas profundos en caso no ya de fallo, sino de ataque buscando crear daños. Hace no muchos meses vivimos una situación de colapso en varios sistemas, sobre todo aeropuertos, a causa del fallo de una actualización vinculada a Windows, el sistema operativo predominante en el mundo. Miles de vuelos se tuvieron que quedar en tierra porque los sistemas de un montón de aeropuertos no funcionaban. Eso se tradujo en caos, retrasos, nerviosismo, pérdidas económicas serias para las compañías, molestias de todo tipo en usuarios y empresas, y una disrupción que, aunque fue breve, no fue nada menor. El cine ha planteado varias veces la posibilidad de que un ataque terrorista no se base tanto en bombas y fusiles como en cibercolapso, y aunque por ahora la realidad no ha ido por ahí, es un riesgo que existe y que no puede ser minusvalorado, ni mucho menos. Muchos son los profesionales que, en todo el mundo, trabajan sin descanso para evitar que los ataques, que se producen de manera constante, no lleguen a ninguna parte, pero el riesgo existe.

Los millones de smartphones que atrapan nuestra vida, y de los que no nos separamos ni un segundo, son la puerta de entrada a toda la existencia y, potencialmente ya son la pieza más delicada y relevante del mundo tal y como lo conocemos. Su inutilización nos dejaría incomunicados, aislados e incapaces de realizar trámite alguno. ¿Pueden explotar remotamente? Sus baterías cada vez son más potentes, y todas ellas tienen un riesgo de incendio por sobrecalentamiento, como bien saben los transportes públicos en el caso de los patinetes, pero la experiencia nos dice que los casos habidos son mínimos dado el ingente parque de móviles. Su riesgo es que dejen de estar operativos. Y, potencialmente, pudiera ser.

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