jueves, septiembre 26, 2024

Desorden global

Septiembre suele ser el mes de la Asamblea General de la ONU, el encuentro de dignatarios de todo el mundo que acuden a Nueva York para disfrutar de la Gran Manzana y que se suben a la tribuna de organización para soltar un breve discurso laureado por los medios de la nación regida por el hablante y, en general, olvidado por casi todos los demás presentes en el hemiciclo. El papel dela organización lleva siendo descendente desde hace bastantes años y, ahora mismo, se encuentra sumida en una gran irrelevancia, olvidada por muchos e ignorada por aquellas naciones que tienen poder para decidir qué pasa en el mundo.

Coincide este declive de la multilateralidad con la retirada parcial de EEUU del foco. La pasada presidencia de Trump fue la del portazo de Washington a muchos de sus aliados y compromisos globales, la que dejó claro a casi todos que lo que se suponía era la potencia dominante y fiable pasaba a ser otra cosa. La llegada de Biden prometía revertir algo las cosas, pero la creciente senilidad de su persona y los hechos han demostrado que si antaño lo que decía EEUU se cumplía ahora ya no sucede. Lo que está pasando en el desastre de oriente próximo es una buena muestra de hasta qué punto el aliado más fiel de Washington en la zona, Israel, actúa por su cuenta y riesgo, sin atender a peticiones que vienen de la capital del poder, deseosa como la que más de una tregua en la zona que le permita sacar esa guerra del foco de la campaña electoral. Los muy frecuentes viajes y propuestas de acuerdo del secretario de estado Blinken a Israel se han saldado con el mismo resultado. Fotos amables, discursos comprometidos y ausencia total de novedades. Las conversaciones desarrolladas en Egipto o Qatar han tenido, según se nos ha contado, más de un momento en el que el acuerdo de tregua estaba ya al alcance de la mano, pero nunca ha llegado a concretarse. Si ampliamos el foco resulta evidente que en el mundo de hoy hay ciertas potencias llamadas revisionistas, encabezadas por China y Rusia, que discuten la manera en la que se ha gobernado el mundo las últimas décadas, y creen que ha llegado el momento no tanto de imponer nuevas reglas, pero sí de no acatar las que surgen de occidente. Y es que desde que se acabó la IIGM, tanto en el capítulo de la guerra fría como todo lo sucedido tras la caída de la URSS, el atentado del 11S y las guerras de oriente medio, la gobernanza global ha sido regida por instituciones multilaterales en las que las naciones occidentales han tenido un peso predominante, mientras que el resto de países existían y formaban parte de ellas, pero carecían de poder real para ejercer un control. Cierto es que el consejo de seguridad de la ONU da derecho de veto a las cuatro naciones que ganaron la IIGM, EEUU, Rusia, Francia y Reino Unido, a las que se une China, pero durante décadas, el poder de verdad, el militar y el económico, ha estado en EEUU y en lo que llamamos occidente. Ya no. Desde hace años China ha emergido como una enorme potencia económica, la segunda del mundo, dejando atrás a Europa occidental en su conjunto, y rivalizando con EEUU en muchas estadísticas relevantes. Recordemos que en la época de la guerra fría la URSS era un enorme poder militar e ideológico, pero en cuestiones económicas su PIB era ridículo. China no es así, y el crecimiento de China, o de India, se está traduciendo desde hace tiempo en movimientos que cuestionan ese orden que, bien o mal, ha funcionado durante décadas. Instituciones como la Organización Mundial del Comercio viven totalmente bloqueadas y sin hacer ninguna de las funciones que se les encomendaron, dado que las potencias han empezado una escalada de aranceles mutuos en busca del proteccionismo que dañan a la economía global. La ONU y sus organizaciones asociadas (UNESCO, FAO, etc) van camino de ser más un símbolo que una realidad operativa, porque dependen de que haya una voluntad por parte de los países que las forman de respetarlas y hacer acatar lo que indican, y esa voluntad se está deshaciendo a marchas forzadas. No es probable que acaben rotas, pero si se convierten en cáscaras vacías su sentido será similar al de la no existencia, y ese riesgo está ahí.

De las próximas elecciones norteamericanas surgirán dos posibles gobiernos. El segundo de Trump, que sería más violento, hostil y proteccionista que el primero, y el de Kamala, candidata de la que apenas sabemos nada, cuyo prestigio internacional es escaso y sus posiciones en casi todos los aspectos no pasan del manual de lo políticamente correcto. Es decir, no está nada claro que EEUU quiera, o pueda, liderar nada globalmente. Y eso abrirá aún más la puerta a los aventureros, a lo Netanyahu, que quieran aprovechar su oportunidad para cobrarse venganzas, revanchas y otras acciones en las múltiples disputas que hay abiertas en el mundo. Sí, el desorden no es sólo una sensación, sino una cruda y desagradable realidad. En eso estamos.

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