miércoles, septiembre 25, 2024

Problemas económicos chinos

Ayer el banco central chino anunció, sorpresa relativa, una relajación en sus medidas de política monetaria, especialmente en lo que tiene que ver con los tipos de interés. Rebajó el general, y específicamente más aún los que allí sirven de referencia al mercado hipotecario, y también disminuyó las exigencias de caja para bancos y otro tipo de entidades financieras, en lo que se intuye todo un movimiento de expansión, que se puede traducir en muchos miles de millones de yuanes, que podrían entrar en la circulación de la economía china. ¿Por qué ha hecho esto? La respuesta es sencilla y les va a sonar a conocida.

Hablamos mucho de los problemas económicos europeos, profundos y que nos golpean de lleno como ciudadanos que aquí residimos, pero en China también tienen problemas propios, fruto de varias conjunciones. La principal es que, como nos pasó en 2008, allí también se ha producido el pinchazo de una burbuja inmobiliaria. Promotoras endeudadas, gobiernos locales presuntamente sobrefinanciados por la venta de terrenos y los impuestos que se supone iban a dar las nuevas viviendas, bloques de pisos en medio de la nada a precios astronómicos… les suena, ¿verdad? La sobredimensión del sector inmobiliario residencial allí lleva ya un tiempo ajustándose, y es una de las principales causas de que, tras la reapertura por el Covid, la economía de esa nación no haya acabado de arrancar. Quiebras como las de Evergrande, enorme promotora inmobiliaria china, su Martinsa Fadesa, son el perfecto reflejo de ese problemón que, bien lo sabemos, deja daños profundos y digestiones muy pesadas. Para tratar de sortear ese bache el gobierno chino ha lanzado algunos paquetes de estímulo, pero se ha encontrado con el otro problema de fondo de su economía, que es el desajuste entre los sectores productivos. El nivel de inversión en China es altísimo, tanto en infraestructuras como en sectores productivos industriales. Está sobredimensionado para el tamaño del país y su población ya que, en la práctica, sigue pensado para una China convertida en fábrica del mundo. Una de las obsesiones de su gobierno, de todos los de todas las naciones que han logrado superar un cierto estado de desarrollo económico, es mutar de una economía de producción a una de servicios y consumo, de tal manera que sea la demanda interna la que tire de la economía y la inversión se ajuste a las necesidades reales del país. Sin embargo, el gobierno chino no está logrando conseguir este difícil objetivo. El ahorro del ciudadano de allí es altísimo, mucho más que el nuestro, porque tiene incertidumbres tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y las escasas prestaciones sociales que le otorga su gobierno, que es comunista en lo autoritario y nada social en lo asistencial. Ese ahorro estancado se deriva hacia activos seguros, y no sólo en su país, pero lo que no hace es gastarse en consumo. El peso de este factor en la economía china es mucho menor al que supone en las economías europeas, y no digamos en la norteamericana, donde puede llegar a representar hasta casi las tres cuartas partes de la demanda. Con un consumidor chino asustado la demanda interna no carbura y el crecimiento del país es menor de lo que anuncian los distintos planes gubernamentales. Sigue siendo la demanda externa el gran motor de su expansión, con la conquista de mercados como el del coche eléctrico en Europa como estandarte de la competitividad del país, pero es evidente que China tiene aún mucho trabajo para disolver las enormes deudas acumuladas durante el boom inmobiliario, y que eso le atenaza. El partido en el gobierno, la dictadura encarnada en Xi Jining, sabe que no puede permitirse un tropezón económico porque el pacto fáustico que tiene sellado con la población (ausencia de libertades a cambio de crecimiento y prosperidad) corre el riesgo de quebrarse si las perspectivas económicas entran en una época decadente. El riesgo de involución existe.

¿Serán suficientes estas medidas monetarias para salir del agujero? La experiencia reciente demuestra que no. Ayudan, pero no son capaces de movilizar capitales y ahorros que tienen grabado el miedo del desplome reciente. Sólo el tiempo, y políticas fiscales expansivas, pueden ser capaces de virar el rumbo, pero a la manera de un trasatlántico, de una forma lenta y sin brusquedades. En todo caso, el año que viene puede ser ese en el que el gobierno de Xi planifique y ponga en marcha un estímulo de ese tipo. Si funciona puede tener efectos de arrastre global. Ahora mismo la economía china, ahí, lánguida, está exportando deflación, cosa que nos viene bien. ¿Qué sucederá en 2025?

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