martes, septiembre 03, 2024

Canarias no puede gestionar la inmigración

Se quejan las Islas Canarias y Ceuta de abandono ante el gobierno central y el resto de administraciones autonómicas, de haberlas dejado solas ante oleadas de inmigración ilegal marítima que desborda sus centros de acogida y todo tipo de instalaciones. Y tienen razón. Por su ubicación, estas regiones están en primera línea de la llegada de embarcaciones ilegales, de los inmigrantes que más sufren y que llegan en peores condiciones, y el resto de la nación se aprovecha de ellas. No son, ni mucho menos, la mayor fuente de entrada de inmigrantes, puesto que le corresponde a Barajas y el Prat, pero sí la cara más visible y cruel del fenómeno.

Cientos de inmigrantes están llegando todas las semanas a unas Islas canarias que, hace tiempo, dejaron de ser capaces de gestionarlos. Ante la avalancha, la prioridad se centra en los menores no acompañados, léase niños, y mujeres, dejando a los adultos varones en una segunda línea, buscando que se apañen como puedan. No hay instalaciones allí para simplemente guarecer a toda esa cantidad de gente que llega día tras día, aprovechando las corrientes favorables y la bonanza meteorológica. En las costas africanas son centenares las embarcaciones que esperan y miles y miles los que buscan huir de sus naciones, bien porque la guerra les amenaza o porque la pobreza les impide ser lo que quieren. El sueño es Europa, pero Canarias es la primera etapa, y ahí se despliega toda la enorme hipocresía con la que nosotros tratamos este asunto. No podemos acoger a millones de inmigrantes de golpe sin que nuestras estructuras sociales colapsen, en lo económico y en lo meramente conceptual, pero sabemos que necesitamos a la inmigración para hacer el trabajo que muchos de los nacidos aquí no quieren efectuar. También sabemos que, de estar en su pellejo, muchos de nosotros haríamos lo mismo, dejar nuestra casa a la búsqueda de un nuevo destino, de un futuro en otro lugar, dado que en el que estamos no nos ofrece nada, sólo miseria y miedo. Cada uno de nosotros, fríamente, entiende perfectamente a todas esas personas que, día a día, aparecen exhaustas y son desembarcadas en los muelles canarios, pero, en conjunto, no queremos que lleguen a nuestras ciudades, pueblos, colegios, centros de salud, residencias, barrios, etc. Los hay que mantienen un discurso buenista de fronteras abiertas sin límite, muchos de los cuales residen en zonas muy acomodadas, donde la inmigración ya les hace muchas de las labores de casa y cuentan con servicios privados de educación y sanidad que les permite escapar de la masificación de lo público. En muchos casos esos discursos son el colmo de la hipocresía, de la mentira dicha para sentirse uno muy a gusto y moralmente superior al resto. En el otro presunto extremo ideológico se encuentran los que, disfrutando de comodidades similares y de igual acceso a servicios sociales privados, utilizan a la inmigración como el chivo expiatorio de todos los males, propagan discursos de odio y gritan, en la realidad y las redes, denunciando invasiones, conspiraciones y demás tonterías. Muchos de ellos mantienen sin regularizar a las asistentas de sus casas y a las cuidadoras de sus familiares mayores, la inmensa mayoría mujeres inmigrantes, que son las que les permiten dedicarse a sus trabajos y labores de propaganda. En medio, el conjunto de la sociedad, que no sabe cómo afrontar el tema más allá del hecho de que no quiere ver oleadas en su casa. Por eso Canarias está abandonada, y se queja con razón. Se ha convertido en la primera de las vallas del paraíso europeo en ser saltadas y el resto de España, y del continente, destino deseado por la mayoría de los que han arribado a las costas del Hierro y demás islas, miran hacia otro lado aliviadas por el hecho de que ese territorio insular tan alejado sea el lugar del que no puedan seguir viaje los inmigrantes. Tarde o temprano va a suceder algo muy desagradable en Canarias, porque el nivel de hacinamiento que se está alcanzando no puede sostenerse muchos más. Entonces muchos, con letras de hipocresía absoluta lo lamentarán, pero, en el fondo, lo harán aliviados, porque ha sucedido allí, no en su barrio.

Sólo hay una vía más o menos rápida para que estas oleadas de cayucos se frenen en su llegada a las islas, y es pagar dinero, mucho dinero, muchísimo dinero, a los pseudogobiernos que controlan los países de donde parten esas barcazas para que lo impidan, para que hagan de gendarmes, para que no se corten a la hora de detener, golpear, maltratar y acosar. Así de simple y cruel. Es lo que en la UE hacemos con Turquía y, supongo, es lo que ha ido a ofrecer Sánchez en su gira por Senegal y otras naciones. Comprar el freno del flujo, con un coste que esos gobiernos suelen ir subiendo, según sus apetencias, abriendo o cerrando el paso a los que desean huir. Es así de perverso y cínico. Pagando el problema ya no se ve, y entonces es como si no existiera.

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