Anagrama ha decidido, motu proprio, suspender indefinidamente la distribución del libro que Luisge Martín ha escrito sobre José Bretón, el asesino de sus hijas, ejecutor del acto más cruel posible sobre ellas para castigar a su mujer, Ruth Ortiz, la madre. Condenado por esos hechos, al parecer en el libro confesaba por fin su culpabilidad, que no había admitido aún, ni siquiera en ninguno de los momentos del juicio. El libro ha generado una enorme polémica y las voces que han pedido cancelarlo, por respeto a Ruth, son las que prevalecen, y algunas de las medidas judiciales que se han tomado iban en ese sentido.
Este es un tema vidrioso, feo, en el que el protagonista es un criminal de dimensiones inabarcables, por la atrocidad cometida y la absoluta maldad que la rodea. Creo que debe estar encerrado en prisión hasta el último de sus días, sin remisión alguna, y que sólo cuando fallezca en la cárcel pueda salir. ¿Debe prohibirse el libro? Hay creo que la respuesta es negativa. Todos los días se publican muchos libros, algunos buenos, la mayor parte irrelevantes, no pocos malos. El autor tiene derecho a escribir lo que quiera sobre lo que quiera, y aunque el tema sea repulsivo, la decisión de prohibir su publicación abre un melón de difícil gestión. ¿Cuándo es suficientemente grave un delito para no ser lítico escribir sobre él? ¿Cuánta maldad es excesiva para determinar que sobre unas cosas sí se puede publicar y sobre otras no? La dimensión de estos hechos puede ser cuantificable en penas acumuladas en el código penal, pero no en moralidad, porque un asesinato ay es ir al más allá de la maldad, aunque luego puedan existir regodeos. Además, quién soy yo, o cualquier otra persona, para determinar lo que es lícito publicar o no, o los sentimientos que puedan ser heridos por una determinada obra. En todo caso, mi elección será la de consumir esa obra o no, considerar que el tema me atrae o no, pensar si hago bien o mal al adquirir ese libro… en definitiva, decisiones personales de cada uno ante la obra existente. Creo que son dos las barreras que deben respetarse a la hora de hacer cosas como este libro, o las series que nos inundan. Una, que el causante del mal no se beneficie económicamente de ello. Pagar a un asesino derechos de autoría por una obra que habla de su crimen es recompensarle por lo que ha hecho, y eso me parece una indignidad absoluta. En este caso Anagrama, la editorial, ha dejado claro que no se va a producir algo así, que los únicos que cobrarían dinero por la obra serían el autor y el editor. La segunda cosa que creo es obligada es que, en este caso la editorial, se ponga en contacto con la víctima, Rut Ortiz, para que sepa lo que se está pensando hacer, cuente con su opinión y tenga un acceso previo a la información. Enterarse por los medios de una polémica así no es nada agradable, y ahí al editorial ha fallado calamitosamente, mostrando una profunda insensibilidad con la víctima. ¿Es eso motivo de prohibición? Me da que no. Prohibir es una palabra muy intensa que debe ser usada con moderación, no a la ligera (ahí si me leyera alguno de mis geniales compañeros del centro de cálculo de Sarriko, de los que tanto debí aprender) y aún más en estos tiempos de redes sociales, donde el mero hecho de generarse una polémica así aumenta el interés de todo el mundo y dispara las posibles ventas y repercusión económica. Ante las series que nos invaden sin cesar sobre crímenes reales, eso que se ha dado en llamar “true crime” que no me llama mucho, la verdad, la polémica es similar, y me da que si se determinase el criterio de prohibir como norma general gran parte del catálogo de las plataformas que ahora mismo se puede escoger para ver en casa sería eliminado. No entiendo el morbo que le produce a la gente este tipo de horrores, pero existe, y a sabiendas se realizan productos para que sean consumidos, sirviendo para alimentar a la sociedad que los demanda. Se pueden tener todo tipo de objeciones morales y opiniones al respecto, y optar por consumirlos o no, pero prohibir, reitero, es una palabra que no debe ser usada a la ligera.
Hay una derivada interesante de esta historia, relacionada con lo anterior, que la expuso Sergio del Molino hace unos días en una de sus columnas, que es la relativa hipocresía de una sociedad que demanda prohibir el libor pero que ha consumido programas televisivos basura día tras día sobre el caso, con entrevistas y tertulias sin fin, con un enorme afán comercial en todo ello. Si prohibimos el libro, ¿qué hacemos con todos esos programas televisivos que hace un verano, por ejemplo, casi enseñaban a descuartizar un cuerpo y defendían a quien lo había hecho? No, creo que el libro debe editarse, y que José Bretón debe morir en la cárcel, y que nada habrá en el mundo que pueda devolver consuelo a Ruth Ortiz. Todo lo demás es ruido y desolación.
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