En su comparecencia de ayer Carlos Mazón no pronunció la palabra dimisión ni una sola vez, aunque todo el mundo entendió que ese era el único propósito del acto y su mensaje relevante. En un discurso largo, serio, enfadado, leído de una manera mal entonada, Mazón dedicó casi todo su tiempo a reivindicarse y a resaltar los fallos de otros en durante el día de la DANA y los posteriores. Apenas hizo referencia a sus errores, aunque aseguró que cargará siempre con ellos, y dejó poco espacio en el texto a la presencia de más de doscientos fallecidos como irreparables consecuencias del desastre, imposibles de reconstruir de ninguna manera.
Parte de lo que dijo ayer Mazón es cierto, y la incompetencia, buscada, por parte del gobierno central de Sánchez, fue un hecho objetivo pero, por así decirlo, la necedad ajena no elimina la necedad propia. Durante el día de la DANA Mazón estuvo ausente, mucho más preocupado por el control de la televisión autonómica, como haría Sánchez al día siguiente con RTVE, que por lo que sucedía en la comunidad que presidía. Las diferentes versiones que ha ido dando a lo largo del tiempo sobre qué hizo esta tarde, con quién estuvo, cuánto tiempo, en qué lugares, sólo sirven para esconder unos hechos de los que se avergüenza, porque sabe que fueron erróneos. Da igual que una predicción se diera o no en la hora y punto exacto en el que se produjo, desde el día anterior había avisos de que algo podía suceder en la región, y era necesario que todos los servicios de emergencia y sus autoridades estuvieran preparados para actuar, con el lógico deseo por parte de todos de que, finalmente, nada pasase. Ocurrió, de una manera brutal y extraña, y el desastre fue total. Inevitable en sus dimensiones físicas, pero paliable en su balance de víctimas. Alguna se hubiera podido evitar si los mensajes de alerta se hubieran lanzado unas horas antes, con tiempo, con prevención. Nada de eso se hizo, y mientras el Poyo y un montón de localidades situadas en su curso bajo se iban convirtiendo en un lodazal desenfrenado Mazón estaba comiendo, de sobremesa, de paseo hacia un aparcamiento, pasando un rato en él, de vuelta, con una parsimonia asombrosa. Y el centro de emergencias, desbordado, con una consejera al frente que desconocía protocolos y se encontraba tan desbordada como la huerta sur de la provincia, no era capaz de hacer nada. El desastre de ese día en la gestión por parte de la Generalitat, encabezada por Mazón, fue absoluto, total, injustificable. Ante la dimensión de unos hechos que no dejaban de agravarse el máximo responsable de la institución directamente no estaba, no respondía, y se personó en el centro de emergencia cuando ya era muy muy tarde. El aviso a los móviles, que horas antes alguna vida hubiera podido salvar, a saber si muchas o pocas, pero probablemente alguna, se lanzó cuando ya la tragedia se había producido, y sus efectos fueron nulos. Para los más de doscientos fallecidos esa señal de alarma se produjo en unos terminales que se encontrarían junto a sus cuerpos, pero que sus dueños ya no podían ni escuchar ni sentir. Desde ese momento la obsesión de Mazón fue la de tratar de buscar excusas para cubrir lo que había sido una negligencia absoluta por su parte, todo ello solapado con las malas artes de un gobierno nacional que, viendo el desastre ya consumado, nunca pensó en las víctimas, sino en el rédito político que podía sacar de una actuación calamitosa por parte de un dirigente regional del partido contrario. El resto ya lo saben. Abandono, bronca, retraso en las ayudas, indolencia, voluntarismo supliendo la desidia política y el fracaso institucional de un país que sigue en manos de necios.
Mazón dimite con un año y casi una semana de retraso. No debió seguir un solo día después del amanecer tras la tragedia, al ser obvio su fracaso. Pero se empecinó en mantenerse contra viento y marea, sin que la dirigencia de su partido, el PP, le haya cesado como era debido de su militancia, que no de su cargo, que por ser personal no está en manos de Génova hacerlo. Mazón es el perfecto ejemplo de la mediocridad que se ha hecho fuerte en las instituciones, comandadas en su mayoría por arribistas cuya única obsesión es mantenerse en ellas, cobrar sin límites y eludir todo tipo de responsabilidad. Encabezados por Sánchez, Mazón es un producto de esa nueva estripe de políticos que nos hemos dado, que son fruto de nuestra sociedad, que nos definen. Que nos avergüencen es un paso, pero claramente insuficiente.