Hoy se cumple el primer aniversario de la DANA que arrasó la huerta sur de Valencia, la zona justo situada al otro lado del nuevo cauce del río Turia, que no afectó para nada a la ciudad, pero sí a todos los municipios que se encuentran en la zona. Paiporta, Alfafar, Benetúser, Aldaia… una cadena de nombres de localidades, de las que yo no sabía casi nada, que no hubiera sido capaz de localizar en el mapa antes, se hicieron famosos en todo el país por una desgracia apocalíptica que les destruyo todo tipo de infraestructuras, servicios, negocios y bienes, y mató a más de doscientas personas. Ha sido el mayor desastre de las últimas décadas en España, y hay que remontarse a escenas en blanco y negro para encontrar situaciones similares.
Esa DANA fue el culmen de la necedad que se ha hecho fuerte al frente de las administraciones públicas en nuestro país, y que ha descubierto que su incompetencia puede serle útil a la hora de arrojársela al partido contrario y tratar de salvar la cara propia. Nada podía evitar que cayeran los cientos y cientos de litros de lluvia que se concentraron en la zona alta de los barrancos, especialmente el del Poyo, y probablemente los daños materiales serían, en gran parte, imposibles de revertir, pero los humanos, los cientos de víctimas que se produjeron en esa maldita tarde, sí era posible que no se produjeran. Si se hubiera advertido a la población como se ha hecho con las últimas DANAS, las de este año por ejemplo, muchos de los ciudadanos se habrían quedado en casa, no tendrían que haber viajado por la comarca por trabajo, colegios o cualquier otra causa, y cuando las aguas empezaron a anegar los municipios la alarma habría ya vaciado las calles y todos los negocios. Pero no, no se hizo nada de eso, no se actuó de manera preventiva en ningún caso, y las alertas a los móviles sonaron pasadas las 20 horas, cuando la mayor parte del destrozo ya era realidad y las victimas, en su mayor parte, ya existían. Una negligencia en la gestión preventiva y en todo el proceso de alertas que era competencia de la Comunidad Autónoma, y que se ha convertido en el perfecto ejemplo de negligencia absoluta a la hora de afrontar algo así. Al frente de la Generalitat se encontraba Carlos Mazó, que un año después sigue siendo el máximo responsable autonómico. Su negligencia durante aquel día fue palmaria, y cada paso que se va conociendo sobre lo que hizo y no hizo en esa jornada, su papel queda no sólo en entredicho, sino casi sometido a la necesidad de un juicio penal. Es imposible hacerlo peor pero, pese a ello, Mazón sigue en su cargo. No puede ser despojado de él si no dimite, eso es cierto, pero su partido no ha hecho nada para relevarle ni cesarle de una posición política que respalda su autoridad administrativa. El PP se ha encontrado con Mazón un marrón enorme que no ha sabido o querido afrontar, y ambas alternativas son graves. Una vez producido el desastre y la nulidad autonómica, alguien vio en Moncloa la oportunidad de sacar tajada de lo que sucedía, y de ahí surgió esa comparecencia indigna de Sánchez en la que dijo lo de “si la necesitan ayuda, que la pidan” con doscientos muertos en el fango y miles de millones de pérdidas. La lentitud premeditada en el envío de recursos, la movilización de militares a cuentagotas para acudir al rescate, la asistencia masiva de voluntarios que, con lo que tenían, fueron a la zona a hacer lo que las administraciones no querían… durante esos días la vergüenza absoluta cayó en las espaldas de unas administraciones, principalmente la autonómica, subsidiariamente la central, que no sólo no hicieron su trabajo, sino que trataron principalmente de arrojarse el lodo de manera mutua, con el fin de que otro fuera el que cargase con toda la culpa. Hace un año el estado fracaso en Valencia, por pura maldad, por necedad, por vileza de unos irresponsables que dicen gestionarlos. La población fue abandonada antes y después del desastre y la inmensa mayoría de los cargos públicos que tienen algo de culpa de lo sucedido siguen cobrando sustanciosos sueldos pagados por todos, también por los afectados que aún no han visto llegar la reconstrucción a sus barrios.
La sentencia social de lo que sucedió en la DANA la dictó la ira popular, barro en mano, forzando la huida de Sánchez y la ocultación de Mazón ante la figura del Rey. Felipe y Letizia se comieron el barro que estaba destinado a esos dos sujetos, y fueron las únicas autoridades que mostraron proximidad, valor y coraje. El resto, una panda de cobardes ineptos, sólo merecieron el desprecio que se han ganado con sus actos. Un año después a la mayor parte de medios y demás sólo le importa la batalla política de los sujetos basura que siguen al cargo de las administraciones. Las víctimas no le importan a casi nadie, y rehacer lo que allí se destruyó, aún menos. Este es el país que hemos construido entre todos.
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