martes, diciembre 02, 2025

Notificaciones

Desde hace un tiempo, no mucho, cuando iniciamos el viaje en bus a Bilbao, el conductor suele añadir a su aviso habitual de la obligatoriedad del uso de los cinturones de seguridad la recomendación de silenciar los móviles y de mantener las conversaciones en tono bajo. Esto viene de esa manía que tienen muchos de usar sus móviles sin auriculares y estar escuchando vídeos o cualquier cosa con la sensación de estar en el salón de su casa cuando ocupan un espacio público y al resto no nos interesa para nada lo que puedan estar escuchando. En el metro siempre hay más de uno en esta actitud, y pedirles silencio es, normalmente, inútil.

Ayer el chófer no dijo nada, lo que fue un inicio de viaje que me preocupó porque, abierta la veda, el descontrol podía ser intenso. Siempre con la espada de Damocles de un vídeo petardo o un tema reguetonero de fondo, el viaje trascurría sin incidentes (al final fue aburrido, ya se lo adelanto) pero con señales de notificación abundantes. Hubo un par de personas que recibieron varias llamadas a lo largo del recorrido y hablaron no poco, afortunadamente sin estridencias, una en castellano y otra en un idioma que no reconocía diría que de aire eslavo, pero no podría asegurárselo. Por fortuna tenían un tono de voz suave y aunque contestaron unas cuatro o cinco llamadas cada uno no causaron problema. Lo que era insistente eran los avisos de notificación que mensajes, whatsapps, actualizaciones o lo que sea que entraban en los terminales de muchos compañeros de viaje. No pasaba ni un minuto sin que sonase alguna campanilla, un “pop”, ping, u otra onomatopeya por el estilo que señalaba una entrada en el teléfono de alguien. Especialmente en la segunda parte del viaje el goteo de señales era casi como un contador de kilómetros, algo incesante. No eran avisos a un gran volumen, pero sí sonidos persistentes. Una de las principales causantes de ellos era una chica que estaba dos asientos delante y a mi derecha, que se pasó la mayor parte del tiempo trabajando con el ordenador portátil, y que simultaneaba dos teléfonos móviles con los que cruzaba mensajes y archivos. Había momentos en los que la pobre me daba pena, porque se le veía realmente agobiada con tanto cacharro y comunicación, y claro, todos los dispositivos emitían sus señales de recepción de mensajes cruzados con una insistencia intensa. De vez en cuando le llamaban y ella hablaba por teléfono, nuevamente con un tono suave y apenas perceptible, pero su conversación era interrumpida por sus propios avisos de entrada de nueva información en el resto de aparatos a los que se mantenía unida. Su compañera de asiento, que asistía en posición de palco de lujo al desfile de comunicaciones y señales, le lanzaba de vez en cuando miradas que, a mi entender, mezclaban hartazgo y conmiseración, pero no le dijo nada en ningún momento. A esa fuente constante de “pips” le acompañaban “pops” intercalados de manera irregular, así que, como les comentó, el viaje transcurría en medio de una noche cerrada y gélida, que en diciembre es lo normal, y con una actividad intensa entre los asientos. Se escuchaban bastantes menos ronquidos que cualquier otro tipo de señal tecnológica, como si en ese entorno también quedara claro cuáles son los elementos que dominan el mundo de hoy, y quiénes son los usuarios, o alguno diría esclavos, que los mantienen todo el tiempo en marcha y requieren saber lo que sucede. Supongo que nada nuevo bajo el sol, en el caso de ayer semi luna, en estos tiempos.

En el trabajo, por las tardes, cuando hay poca gente, me pongo los auriculares y de mientras hago cosas escucho un poco de música para aligerar las largas tardes de números que me suelen tocar, y es entonces cuando aprecio las notificaciones de mi propio ordenador, normalmente mudo dado que siempre están conectados los auriculares a la salida y, así, el sonido ambiente nunca se produce cuando trabajo. Y sí, ahí también los correos, actualizaciones, avisos y otro tipo de mensajes emergentes se suceden sin freno y perturban no poco, en este caso sólo a mi. Lo de captar la atención del usuario se convierte en imposible en medio del constante bombardeo de señales. Y de lo de la concentración, olvídense.

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