viernes, octubre 29, 2021

Erupción imparable

¿Y si el volcán de La Palma sigue meses y meses en funcionamiento? Es posible que la semana que viene se acabe su erupción, y también que el verano que viene lo sigamos viendo expulsar lava y cenizas sin cesar. No hay manera de saberlo, de asignar probabilidades a esos hechos, porque es imposible saber la cantidad de magma que espera bajo la superficie para salir, de las fuerzas que lo están presionando, de, en definitiva, de todo lo que sucede bajo nuestros pies en las proximidades de una brecha eruptiva que ya está formando todo un cono y que sigue creciendo, convirtiéndose cada día que pasa en una montaña más y más grande. Cuanto más dure la erupción, más inmensa será esa mole que no deja de aumentar.

Ya se ha comentado varias veces que la media de duración de las erupciones en La Palma oscila entre los veinte pocos y los setenta días, en lo que hace a los registros históricos que tenemos, que se remontan a algunos siglos atrás. De momento podemos decir que no va a ser la erupción más corta, y que cada día que pasa se acerca a la media conocida, pero eso no nos sirve de nada. El destrozo que esta está produciendo es bastante mayor que la del Teneguía, que tuvo lugar hace unos cincuenta años, tanto por el mayor volumen de magma emitido como porque ahora en la isla hay muchas más edificaciones y plantaciones que entonces, por lo que, aunque la erupción hubiera sido similar, que no lo es, sus efectos económicos también habrían sido superiores. A los vecinos de las zonas afectadas, cada vez más a medida que los destrozos se extienden, se les han prometido ayudas y opciones futuras para reconstruir viviendas y vidas, pero el hecho de que la erupción no cese dificulta todo el proceso práctico de vuelta a la normalidad. Es sencillo realizar ingresos económicos en una cuenta que, como ayudas públicas, permitan a esas personas mantener un nivel de vida, pero ¿cómo plantearse la idea de hacer una nueva casa si no se sabe cuál será finalmente el terreno útil de la isla?. Ya son más de novecientas hectáreas las que han quedado cubiertas por decenas de metros de lava y que son completamente inútiles de aquí a bastantes años, en las que no se va a poder edificar nada ni, a corto plazo, utilizar para asentar sobre ellas suelo cultivable. La incierta duración de todo este episodio está poniendo a prueba la paciencia y aguante de vecinos, personal de apoyo y, en general, de todos aquellos que tengan vínculos con la isla. Frente a una catástrofe de impacto, que en unas horas arrasa y desaparece, como puede ser una riada o, si me apuran, hasta un terremoto, asistimos a un desastre en continuo, que no cesa, que no pega un puñetazo a los ciudadanos de la isla y les deja noqueados para desaparecer, no, sino que los tiene asidos por el cuello, les deja respirar pero no para de ahogarlos, y sigue apretando día y noche, sin cesar, emitiendo y creando un ruido constante, bronco. Los terremotos asociados al fenómeno se suceden y cada vez tienen una intensidad mayor, y eso hace que sean sentidos crecientemente en toda la isla, y en las vecinas, por lo que la desgracia absoluta que viven los que residían en el flanco suroeste de La Palma se convierte en inquietud general para todos los que se encuentran en el recinto de la isla, que es un lugar acotado, con frontera, que se acaba en el agua, que ofrece posibilidades restringidas de refugio y que, frente a la masa continental, supone un límite a las posibilidades físicas y mentales de huira. La isla es el mundo para la mente de los que lo habitan, su espacio, y ahora ese espacio se enfrenta a una amenaza cierta pero de dimensión indefinida, que hace mes y medio ni era imaginada y que ahora es una certeza peligrosa. Los que habitan esas tierras saben que han hecho una especie de apuesta con la naturaleza, en la confianza de que los volcanes que han creado su lugar de residencia y trabajo se comporten y, en el tiempo de la generación vital de cada uno, permitan que la vida se desarrolle sin problemas. Ese pacto, si así queremos llamarlo, lleva en vigor varios siglos, y seguirá en el futuro, pero ahora mismo se contempla como un papel mojado, a expensas de un violento volcán impredecible.

Este próximo lunes, Todos Los Santos, festivo, los habitantes de Las Manchas tendrán en su mente, como muchos de nosotros, a sus seres queridos, que ya no están entre ellos, pero a diferencia de todos los demás, no podrán visitarlos, porque el cementerio de la localidad está rodeado de lava y es completamente inaccesible. De momento no ha sido cubierto por ella, pero el riesgo de que eso suceda es cierto. En la pandemia no pudimos acudir a los cementerios, como otra de las miles de cosas imposibles, y fue doloroso. Imagine que el lugar en el que reposan los suyos es aplastado por una lengua de lava para siempre. Esa es la tragedia que se vive en La Palma día a día.

jueves, octubre 28, 2021

El colapso global empeora

Contenedores apilados en torres que se suceden, creando un skyline cúbico y frondoso, con vistas a la bocana de un puerto que aparece repleto de barcos mercantes enormes, con idénticas montañas de contenedores desbordando sus cubiertas, cuales músculos hormonados de un culturista. Gruistas del puerto que mueven las cajas con gracilidad desde sus enormes estructuras, que manejan con tanta delicadeza como fuerza exhiben en su izado y descenso, camiones que esperan junto a esas moles elevadoras, muchos, muchísimos, pero no tantos como serán necesarios, que cargan los contenedores al máximo ritmo al que la infraestructura y el número de empleados son capaces de llevar a cabo, pero que no dan abasto ante lo que ven.

Escenas como esta se repiten cada día, desde hace meses, en todos los grandes puertos del mundo, que contemplan con preocupación cómo la logística global sigue sumida en un caos absoluto y que ellos, que son uno de los nodos fundamentales en todo ese entramado, lo sufren como los que más. El disparo de la demanda producto de la vuelta a la normalidad tras el encierro pandémico en occidente, el ahorro embalsado durante meses de vida en el hogar que no se ha podido gastar y el deseo de recuperar alegrías pasadas se ha convertido en una demanda de fuerza desatada que, en cuanto ha podido, se ha lanzado a comprar todo lo que se le había ocurrido que podría necesitar en los meses de aburrimiento. Esto ha tensionado todas las cadenas productivas y comerciales, y empezó generando incrementos de precios en los productos importados, en la energía y en los sistemas de transporte. A medida que la demanda ha ido creciendo y creciendo estos tres factores se han combinado para que los productos que llegan al consumidor lo hagan con una frecuencia cada vez menor, con unos plazos de entrega crecientes y unos precios que no dejan de subir. Ahora mismos son varios los sectores que están colapsados, que no son capaces de atender la demanda y racionan productos, y eso supone que, en un mundo de elementos complejos en el que un artículo supone la unión de numerosos productores y elementos de todo el mundo, el que uno de ellos falle puede suponer que todo el artículo sea el que se quede en espera. El caso de los coches con la escasez de semiconductores es el más obvio, comentado y de efecto más fácil de ver, más que nada porque los coches son más grandes que otras cosas, pero lo cierto es que si uno se da una vuelta por las noticias encuentra problemas similares en todos los sectores. Ayer se comentaba que puede haber restricciones en el abastecimiento de vinos y licores, no porque no haya producto destilado tras la cosecha, no, sino por la falta de botellas de vidrio. El mineral del que se extrae o recicla se ha encarecido, la demanda ha subido, y las plantas que lo funden y crean las botellas recortan producción por el disparo de la electricidad y el gas, de los que son usuarios intensivos. ¿Consecuencias? Menos botellas para todas las empresas que las demandan, restricción a la compra de las mismas y recorte de las ventas de las empresas vinícolas y del alcohol en general dado que el envase escasea. Visto así tiene tanta lógica como asombro, y nos vuelve a poner delante el problema que vimos hace unas semanas con el desabastecimiento de las gasolineras en Reino Unido. Había combustible, pero no camioneros para llevarlo de las refinerías a las gasolineras. La cadena logística es de esas cosas que no se ven, que ni usted ni yo apreciamos porque, como el aire, funciona de manera transparente, pero cuando esa cadena se rompe, como cuando falta el aire, notamos el ahogo en pocos segundos. Las cadenas con muchos eslabones son más fiables porque tienen más puntos en los que apoyarse, pero a la vez aumentan la probabilidad de que algunos de sus eslabones fallen, y si eso es así, todo el proceso de producción y suministro se puede ir al traste, y quedar atascado en el punto más insospechado. La robustez de una cadena lo es como resulta ser el más débil de sus eslabones. Dicho muy conocido, y pocas veces más puesto en evidencia que ahora.

¿Qué hacer? Como consumidor poco podemos contribuir para arreglar todo este lío. En todo caso, tirando de la opción de retrasar las compras, para conseguir un alivio de la demanda, pero a las puertas del famoso Black Friday y la Navidad, épocas de consumo masivo, la tentación de correr a comprar lo que necesito para que llegue mi producto antes que el del vecino resulta tan tentadora como absurda, contribuyendo a alimentar la bola de demanda desatada y el colapso, en lo que sería un perfecto ejemplo de profecía autocumplida. Mi consejo es que, lo que puedan, no lo demanden, pero díganselo eso a los niños ante su deseo de regalos, y verán que, sí, nada es fácil.

miércoles, octubre 27, 2021

En el aniversario de Samuel Paty

En este mes de octubre se ha cumplido el primer aniversario del asesinato del profesor francés Samuel Paty, perpetrado por islamistas de origen checheno tras lo que fue una concatenación de errores, odios y mentiras. Paty enseñaba en sus clases historia y, de paso, veía la necesidad de que la libertad y la razón fueran de la mano en el mundo moderno, y sirvieran de guía para entender el pasado. Quiso la fatalidad que fueran, precisamente, el odio y el fanatismo los que acabasen con su vida en medio de una calle de su localidad de residencia, después de haber sido espiado, controlado y seguido. El asesinato de Paty tuvo poco de impulsivo, y mucho de premeditado, de obsesivo. Fue un crimen de una ominosidad difícil de superar.

En un año 2020 lleno de momentos de dolor, debo confesar que fue el de Paty el hecho que más impacto me causó, cosa que vistos los estragos del coronavirus puede sonar hasta frívolo, pero así fue. La personalidad del asesinado y todos los hechos que llevaron a su cruel muerte suponían algo ante lo que no podía evitar sentirme interpelado, afectado, o si quieren decirlo de otra manera, atacado. Cuando se produjo el crimen la ola de solidaridad con los profesores en Francia fue instantánea, el gobierno organizó un funeral de estado con la solemnidad y “grandeur” que sólo los franceses saben coreografiar y hubo llamamientos a repetir homenajes, a nombrar colegios con su nombre y a realizar actos de todo tipo en la nación para mantener viva su figura. En el aniversario de los hechos, la realidad muestra que la crueldad del asesinato posee una alargada sombra. Las autoridades francesas sí han hecho actos de recuerdo en memoria de Samuel, algunos de ellos muy públicos, y se han pronunciado discursos rememorando lo sucedido, pero el ambiente que ha dominado los actos ha sido extraño, impropio, como si la nación no quisiera realmente dar demasiada relevancia a los hechos. ¿Por qué? Por el miedo. Miedo a que una especial significación en contra del islamismo despierte monstruos dormidos que se traduzcan en nuevos atentados y muertes. Miedo al fanático, que mostró su forma de actuar y dejó claro que si él mismo ya no podrá volver a hacerlo otro lo hará. Apenas un par de centros educativos en Francia han puesto el nombre de Samuel Paty en sus instalaciones, y en casi todos los que se ha debatido el tema la discusión ha durado poco, porque la oposición de padres y otros integrantes de la comunidad escolar ha sido manifiesta. El miedo, el miedo, el miedo. Padres que temen que el lugar en el que estudia su hijo sea objeto de ataques si el nombre de un asesinado preside la entrada del centro, profesores que sienten a Paty como uno de los suyos, porque lo era, pero que no quieren acabar de la misma manera, asesinados de una forma cruel. Directores de colegios que ven cómo su figura debiera ser la que impusiera la decisión de cambio de nombre pero que están tan asustados como todos los demás, y saben que si toman esa determinación no sólo van a tener la sensación de que su vida peligra, sino que en el día a día van a enfrentarse a todos con los que trabajan, y para los que lo hacen, y ser vistos como los culpables de “lo que pueda pasar”. El miedo que el fanatismo islamista, que ese terrorismo ha sembrado en la sociedad es profundo, de raíces poderosas, regadas con sangre de cientos de víctimas, y funciona como herramienta de presión. Había necesidad por parte de las autoridades francesas de recordar el asesinato de Paty, pero un gran deseo por parte de la sociedad de hacerlo sin mucho ruido, como si no se notase, por lo bajinis, para que la bestia no se entere y suelte un nuevo zarpazo. Los ciudadanos no somos héroes, y el asesino bien que lo sabe.

En París, un pequeño jardín sito junto a la universidad de la Sorbona, junto a la plaza Paul Painlevé, se ha bautizado con el nombre de Samuel Paty, y se ha instalado una pequeña placa, mucho menor que cualquiera de los anuncios comerciales que podrán verse en la zona, recordando quién era y cómo fue asesinado y por qué. Este pequeño espacio es el destinado a la memoria de un hombre íntegro en una ciudad llena de monumentos que deslumbran por su audacia y tamaño. El jardín, poquita cosa, está en un sitio especial, cerca de uno de los templos de la educación europea, que ante este asesinato se ha comportado con la misma frialdad con la que lo han hecho otras tantas instituciones. El homenaje que se pueda hacer a Paty será, allí, discreto, oculto, temeroso. Ese jardín, y nuestra conciencia, es el lugar en el que anida el recuerdo de Samuel, y su valiente, necesaria, figura e historia.

martes, octubre 26, 2021

Misiles hipersónicos

La noticia, de hace algunos días, publicada por el Financial times, sobre el lanzamiento de un misil hipersónico por parte del gobierno chino, que orbitó la tierra sin que fuera detectado antes de alcanzar su objetivo ha sido puesta en duda por muchos expertos en la materia, que consideran absurdo no tanto el hecho del lanzamiento o la prueba de un arma de este tipo, sino la indetectabilidad de una órbita completa por parte de los servicios de inteligencia norteamericanos. Tecnologías de lanzamiento de este tipo se supone que están en manos de EEUU y Rusia, pero son ya dos naciones, China tras esta noticia, y Corea del Norte con repetidos anuncios no verificados por hechos, quienes dicen poseer también armas así.

¿Qué es un misil hipersónico y por qué es relevante? La respuesta a la primera pregunta es mucho menos importante que la segunda. Los misiles de toda la vida, los llamados ICBM, siglas en inglés de misil balísitco intercontinental, que pueden portar una o varias cabezas nucleares, son la base del armamento disuasorio de las potencias nucleares, todas los tienen. Su funcionamiento, aunque no lo parezca, es bastante básico. Son un cohete que porta en su extremo la bomba y que lleva combustible y oxígeno para quemar, porque el misil abandona la atmósfera baja y realiza un vuelo parabólico de varios cientos de kilómetros de altura para llegar a su objetivo. Pongamos que salimos de EEUU y queremos darles a los rusos, la curva que desarrolla el misil debe abarcar medio planeta, más o menos, y eso exige un lanzamiento muy elevado para que la trayectoria pueda llegar hasta su destino. El misil apenas lleva sistemas de guiado avanzados, de tal manera que, con un escaso grado de error, es fácil saber cuál será su objetivo final y, por ello, diseñar sistemas de baterías de antimisiles que puedan interceptarlo antes de que de en el blanco. La velocidad que alcanza el misil en su trayectoria de aproximación, fabulosa, y la propia carga nuclear que lleva hacen que la interceptación sea muy difícil y que sus efectos sean discutibles, pero es posible lograrlo. No pasan demasiados minutos desde que el misil es disparado hasta que alcanza su objetivo, lo que nos indica las velocidades a las que nos movemos. Se pueden disparar tanto desde silos enclavados sobre el terreno como sobre plataformas móviles o submarinos, y la capacidad nuclear que pueden portar es variable, pero alcanza dimensiones más que suficientes como para, en caso de uso e impacto, borrar una ciudad como Madrid del mapa. Son destructores totales y el miedo que imponen está más que justificado. ¿Qué es, entonces, un misil hipersónico? En este caso estamos hablando un lanzamiento que no sigue una trayectoria parabólica, sino de un misil, con un vector asociado que funciona como una segunda fase, que se eleva poco más de la altura de un vuelo comercial trasatlántico, que impulsa el vector a una velocidad de unos 5.000 o 6.000 kilómetros por hora y que en todo momento se mantiene a esa corta distancia del suelo. El vector, o segunda fase, puede existir de manera independiente o no, pero en todo caso está dotado de maniobrabilidad, de tal manera que un misil de este tipo puede desviarse de un rumbo dado, de tal manera que alcanza su objetivo no mediante una trayectoria limpia, sino con oscilaciones, bandazos, en definitiva cambios de dirección que desorientan tanto a los radares como a los sistemas antimisiles, que no observa un objetivo con rumbo dado, sino algo que se mueve. La baja altura a la que vuelan, su alta velocidad y esa característica de poder maniobrar los permite actuar de una manera muy efectiva para el atacante, impidiendo actualmente casi en su totalidad que el defensor los intercepte. Pueden cargar armamento nuclear pero, hasta donde se sabe, de mucha menor cuantía que los ICBM. De todas maneras, la velocidad de impacto del misil y el armamento que pueda llevar son más que suficientes como para causar destrozos tan inmensos como letales para el país que los vea llegar a su territorio. Son, así, más quirúrgicos y precisos que los ICBM, pero no por ello menos peligrosos. Sus dimensiones son menores y se lanzan principalmente desde plataformas móviles, mucho más fáciles de esconder que un silo nuclear.

Bien, ¿Qué significa todo esto? Que sea cierto o no que China haya hecho una prueba de este tipo, la mera posibilidad de que eso sea real implica que el gobierno de Beijing posee una tecnología de muy primer orden en lo que a disuasión avanzada se refiere, y que las presiones para que se produzca una escalada en este tipo de armamentos, una carrera, por parte de las tres potencias militares son enormes. El proceso de disuasión nuclear que vivimos en el pasado se basaba en un peligroso empate entre fuerzas de aniquilación globales, y hubo una suerte enorme de no vivir accidentes o desgracias no queridas (a punto estuvimos de palmarla todos). Una nueva carrera con estos nuevos misiles vuelve a llevar el grado de peligrosidad global, y nos lleva otra vez a escenarios de riesgo letal

lunes, octubre 25, 2021

Otra bronca en el desgobierno

La decisión de Meritxell Batet de quitar el escaño a Alberto Rodríguez para cumplir la sentencia de inhabilitación dictada por el Supremo ha sido la última, últimísima dado que se suceden, excusa para desatar una nueva bronca entre los socios de gobierno que mantienen un ejecutivo completamente disfuncional. El sector Podemos amenazó con presentar una querella contra la propia Batet, cosa que luego se transformó en una amenaza de querella personal del propio exdiputado, y no del conjunto de la formación. Tras la decisión de Rodríguez de abandonar Podemos se ha sabido que va a recurrir ante el Constitucional para defender sus derechos, pero que no parece que, finalmente, vaya a querellarse contra Batet. Entre medias, cruces de acusaciones y tuits de los morados, algunos de ellos ministros, diciendo cosas absurdas y totalmente falsas.

En esta misma semana, de la bronca Rodríguez, se ha vivido también un nuevo episodio del gran enfrentamiento entre Yolanda Díaz y Nadia Calviño a cuenta de la reforma de la legislación laboral. Díaz, elevada a los altares por algunas encuestas y medios afines, que ya la sitúan como la nueva estrella de la izquierda, sigue empeñada en deshacer la reforma laboral que aprobó el gobierno de Rajoy en 2012, lo que es muy coherente con sus postulados políticos, pero que la enfrenta no sólo a la realidad del mercado laboral español, uno de los más ineficientes e injustos del mundo, sino sobre todo, en la coyuntura actual, a las autoridades europeas, que han condicionado la cesión de los fondos de recuperación a que el gobierno se comporte de manera seria en temas como legislación laboral, pensiones y deuda. La interlocutora con la UE es Calviño, que no hace muchas declaraciones pero que actúa, y eso solivianta a Díaz y al sector Podemos, que la apoya aunque sepa que ella ni es de Podemos y aspira a quedarse con ese electorado deshaciéndose de la marca. Esta bronca en el gobierno no es nueva, se vive desde el principio, porque parece que quedó claro tras el acuerdo entre Sánchez e Iglesias que el primero de ellos es el presidente pero que el gobierno son dos, y que cada sector tiene independencia en sus temas. Es una situación absurda, pero hechos como la remodelación de carteras efectuadas antes del verano, en la que Sánchez sólo tocó ministerios en manos de los socialistas, así parecen corroborarlo. Sánchez gobierna como el gobernante que más se ha creído en el poder de la propia figura presidencial mientras que no es capaz de meter en vereda a un sector de su gobierno que, con hechos y declaraciones, se muestra completamente fuera de la realidad social y legal de lo que corresponde a un país occidental. Hay algunos que opinan que, realmente, lo que hace Sánchez es encarnar lo más posible la acción pragmática del gobierno y dejar que Podemos se regodee en escándalos y sea percibido como el causante de la agitación que se vive en el ejecutivo. De cara a unas futuras elecciones, la táctica socialista será la de presumir de los logros conseguidos y echar en cara a Podemos los problemas, disfunciones y errores. En toda coalición hay problemas, debidos obviamente a que son más de uno los que quieren el poder y la lucha por imponerse es constante, a veces a cara descubierta, siempre de forma larvada. En la actual coalición gobernante se sigue viendo un patrón claro, con una parte, el PSOE, que es un partido de gobierno, de poder, extraño tras la llegada del césar Sánchez al mandato de las siglas, pero que comanda una estructura territorial amplia y con tentáculos en empresas y medios, mientras que el otro socio, Podemos, sigue creyendo más en el antisistemismo que en las instituciones, en la bronca que en el pacto, en el discurso populista que en los argumentos. Con una estructura desarbolada, deshecha en muchas regiones, la marca morada está débil, y lo saben ellos, empezando por la propia Yolanda Díaz, que busca como trascenderla para el beneficio de la izquierda por ella entendida y, sobre todo, para beneficio propio. Por eso Yolanda es una buena política. Y por eso es temida por Podemos y el PSOE.

¿Causarán estas broncas una ruptura de la coalición y el adelanto electoral? Sí, pero no ahora. Ambas formaciones saben que ira ahora a elecciones es un nefasto negocio, porque ellos saben lo que dicen las encuestas de verdad, no los panfletos del pobre CIS, y se arriesgan a perder el poder. Legalmente las elecciones no serían hasta noviembre del 2023 y no es previsible que nada las haga adelantare durante lo poco que nos queda de 2021 y todo 2022. La realidad, asombrosa, puede hacer que toda esta previsión se vaya a la porra, y que el comportamiento escorpión de Podemos, o cualquier otra cosa, haga naufragar al gobierno, pero lo lógico, si de algo sirve ya ese concepto, es que las broncas sigan sin llegar a las manos.

viernes, octubre 22, 2021

Disparo de positivos en Reino Unido

Vivimos tiempos de coronavirus tranquilos en España, con una incidencia acumulada a 14 días del orden de los 40 45 casos por cien mil, lo que es un valor muy manejable, y próximo a ese umbral de 25 que se considera como riesgo bajo. La alta tasa de vacunación lograda entre todos, con el sistema sanitario en cabeza ha contribuido notablemente a lograr este éxito, que lo es en todos los sentidos imaginables. Frente a esta realidad apacible, en el este de Europa las cosas van muy mal, con unos mil muertos diarios en Rusia (cifras oficiales, a saber lo que pasa en realidad) y naciones como Rumanía o Bulgaraa con datos de contagios y fallecimientos como en nuestros tiempos más amargos.

La situación más interesante, con todos los matices que quieran darle al término, se vive ahora mismo en Reino Unido. Ese país ha sido un ejemplo perfecto de malas prácticas en la gestión de la pandemia y muestra cifras globales de fallecimientos por millón de habitantes que son superiores a las nuestras, si les sirve como guía de medida. Allí, tras un inicio fulgurante de la campaña de vacunación y un estancamiento de las personas inoculadas con la pauta completa en torno al 66% (aquí estamos en el 80%) se decretó por parte del gobierno de Boris Johnson el fin de la pandemia en el entorno de mediados de junio, creo recordar, levantando prácticamente todas las restricciones. Creo que se mantiene el uso de mascarillas en interiores, pero no estoy seguro. En ese momento los casos descendían en aquel país y las consecuencias hospitalarias y mortuorias con ellos. Reino Unido iba por el buen camino. Ahora las cosas son distintas. Ayer en esa nación se volvieron a alcanzar cifras de contagio como no se veían desde hace meses, superándose la barrera de los 50.000 en una sola jornada. Los datos de mortalidad que muestra el país en su balance diario oscilan entre el muerto y medio y los dos por millón de habitantes, lo que equivaldría a que en España fallecieran al día unas setenta personas, cosa que no sucede ni de lejos. Las autoridades del país han informado que han detectado una variante evolucionada de la Delta, predominante allí, aquí y en gran parte del plantea, que resulta ser aún más contagiosa que la original, aunque como todas las conocidas, las vacunas pueden con ella. Eso sí, si el número de personas que quedan sin vacunar es alto, y la transmisibilidad del virus es mayor que la conocida, las consecuencias de tener decenas de miles de casos nos pone ante un escenario difícil. La mortalidad efectiva del virus puede ser mayor o menor pero, suponiendo que no cambia, si manda más personas a urgencias por el mero hecho de que contagia a más colapsará antes lo servicios sanitarios y será más efectivo liquidando gente por el mero hecho de la acumulación de casos. Johnson, que ha sido u buen ejemplo a lo largo de esta crisis para ver lo que no hay que hacer, empieza a recibir presiones por distintas vías para que reestablezca restricciones en el país, tanto de aforos como de distancias y mascarillas, pero es muy reticente a ello. Con las navidades casi llamando a las puertas la sensación que había en aquel país era la de haber terminado la pesadilla del Covid, y ahora todo esto puede generar aún más frustración si cabe. Visto lo visto, lo mejor que pueden hacer los británicos, además de autoprotegerse, es vacunarse. La vacuna es lo que ha cambiado las reglas del juego de la epidemia en todas las naciones donde ha llegado, haciendo caer la mortalidad mucho o muchísimo, en función del número de personas inmunizadas, y es la principal arma que tenemos ante la enfermedad. Gobierno y servicio sanitario británico debieran intensificar todos los esfuerzos posibles para lograr vacunar cuanto antes a la mayor cantidad de población que aún no ha sido pinchada. Se acerca el frío, el tiempo de interiores, gripes y catarros, y vacunar debe ser una obsesión global.

Resulta curioso, y triste, observar como el Reino Unido parece estar siendo sometido a una especie de reedición de las siete plagas, dado que la combinación entre coronavirus y Brexit le está causando todos los problemas sanitarios, económicos, logísticos y sociales que uno pudiera imaginar, llevando el lema de aquel tema de los Sex Pistols “Anarchy in UK” a convertirse en una cruda realidad. Hay un extendido sentimiento fuera de sus fronteras de “schadenfreude” esa expresión alemana que significa alegría ante la desgracia ajena, algo así como la antiempatía, pero ver que ellos lo están pasando mal, en gran parte por errores propios, debe aleccionarlos al resto para no cometer más de en los que ya incurrimos cada día. Ojalá se recuperen.

jueves, octubre 21, 2021

El gran error de Polonia

Esta semana hemos asistido, en el parlamento de Estrasburgo, al diplomático pero férreo enfrentamiento entre el primer ministro Polaco, Mateusz Morawiecki y la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Layen, a cuenta de las decisiones tomadas por el constitucional polaco, que constituyen un golpe muy serio no exactamente al proyecto de la UE, pero sí al papel de Polonia en él. La sentencia del tribunal dictamina que la primacía del derecho nacional es incuestionable frente a lo que dictan los tratados y normativas de la Unión, y esto supone una violación de los compromisos por los que Polonia, o el resto de naciones, se adhieren a la UE, o a cualquier otro tratado internacional, que exige su ratificación por parte de los que a él se agregan, asumiendo lo que dice ese tratado como propio.

Resulta duro comprobar el enorme error, el inmenso error que están cometiendo algunas de las naciones del este de Europa, cuya ampliación, costosa y controvertida, fue vista como un éxito cuando se produjo, por motivos obvios de reencuentro tras las décadas de dictadura soviética que los separaron del resto del continente, pero que con el tiempo se ha comprobado como un proceso mucho más bronco y conflictivo de lo que se esperaba. Varias de esas naciones han visto como en su seno han surgido poderosos movimientos populistas, en este caso nacionalista extremos y de ideología derechista, que han buscado, como hacen todas las formaciones populistas, cercenar las libertades e imponer una uniformidad que sólo existe en sus estrechas mentes. Los roces con las autoridades europeas empezaron al poco de que estas formaciones tocaran poder y, si el caso de Hungría ha sido el más sonado de todos, el más relevante es el de Polonia, que resulta ser una nación mucho más grande, más poblada y, económicamente, la de mayor potencial de la zona. Fronteriza con Alemania, la simbiosis entre las empresas de uno y otro lado de la raya ha crecido con fuerza a medida que la entrada de Varsovia en la UE unificó reglamentaciones y levantó barreras. Ello, junto con el enorme caudal de fondos europeos de desarrollo, ha provocado que la economía polaca haya vivido muchísimos años de crecimiento económico, paliando en parte el enorme atraso del que partía tras ser aplastada y saqueada por el régimen soviético durante décadas. Polonia es un caso de éxito de la economía social de mercado en un espacio de libertades, de la ventaja de ocupar una posición centrada en una UE que viró al este cuando se produjo la ampliación, de poseer una población formada y laboriosa. Polonia fue la primera de las naciones del bloque del este en la que se produjo una oposición social a la dictadura comunista. Allí, en Gdansk, en los antaño inmensos astilleros, surgió Solidadirad, el sindicato de Lech Walesa, que buscaba proteger a los trabajadores navales de las duras condiciones que les imponía el régimen y, también, buscaba un espacio de libertad en medio de la opresión. La historia de Solidaridad, de su crecimiento como movimiento libre, del impulso social que creo y de la fuerza que llegó a adquirir frente a la dictadura es una de las más conmovedoras y hermosas de la reciente historia europea, y puede presumir de haber culminado con éxito. Se benefició de una URSS que, aunque no lo aparentaba, ya se empezaba a desmoronar y no era capaz de volver a sacar los tanques por las calles polacas como lo hizo en Praga en 1968. Doce años después los demócratas polacos veían que su régimen se agrietaba porque, por así decirlo, en el Mordor que era la URSS el poder del mal se debilitaba, se agrietaba el faro oscuro de Moscú. En esos años, Polonia supuso un lugar de esperanza para muchos, y la clave de bóveda que, con su caída, precipitó el colapso de las dictaduras que se encontraban al otro lado del telón de acero. Algunos de esos derrumbes fueron sangrientos, como el de Rumania o, sobre todo, la antigua Yugoslavia, pero en Polonia la libertad triunfó a lo grande.

Por eso, ver ahora la actitud del gobierno polaco resulta deprimente, muy triste, y lo es mucho más si se explora la historia polaca del siglo XX en su conjunto, un tiempo en el que los ciudadanos de esa nación han sido masacrados, exterminados, tanto por alemanes como por rusos, y donde la libertad apenas ha durado años contados entre largas y opresivas dictaduras. Nunca Polonia ha tenido una oportunidad tan grande como la que le brinda la UE de ser una nación libre, próspera y acompañada, frente a los riesgos que existen en nuestro mundo de hoy. Allí Rusia está muy muy cerca, y algunos populistas ven a China como el socio protector que deja hacer frente a una UE intervencionista. Espero que el gobierno y la sociedad polaca recapaciten y sean conscientes del enorme error, histórico, que están cometiendo. 

miércoles, octubre 20, 2021

Carmen Mola eran tres

Es famoso ese dicho, ácido, que dice que los libros premiados con el Planeta son de los más vendidos y menos leídos de España. No se cumple en mi caso, dado que pocos son los ejemplares que han conseguido ese galardón que he comprado, y soy de los tontos que leen lo que compran, y compran lo que tienen pensado leer, por lo que no tengo ejemplares en casa que lleven semanas en espera. El Planeta es un premio colosal organizado por una enorme editorial como un acto de promoción comercial para estimular las ventas, y nada hay de malo en todo eso. Las editoriales viven de vender libros, igual que yo lo hago vendiendo tiempo dedicado a esfuerzo laboral. Si al editorial no vende no edita. Es así de simple.

La concesión del premio de este año, siempre en la noche de Santa Teresa, como homenaje del patriarca Jose Manuel Lara al santo de su esposa, ha sido inolvidable, por lo que ha supuesto y por las reacciones causadas, que dejan entrever la cutrez de pensamiento de muchos. Ya algunos días antes la editorial calentó el acto al anunciar que subiría el importe del premio a un millón de euros, convirtiéndolo en el galardón literario mejor dotado del mundo, más que el Nobel. En la tarde del día de la concesión los rumores sobre quién iba a ganar, otro clásico de esta ceremonia, apuntaban al nombre de una escritora famosa y muy superventas por unas novelas policiacas que son, al parecer, bastante subidas de tono en lo sangriento. A eso de las 23:30 de la noche se anunció la finalista, Paloma Sánchez Garnica, una autora de la casa, de la que poco puedo decir porque nada he leído, aunque si me suenan sus obras, y al poco se anunció que el ganador era Carmen Mola, esa escritora con toques de sadismo que sonaba en las quinielas. Revuelo entre los asistentes, tanto por la ganadora como por el hecho de que ante Mola estamos con un seudónimo. Todo el mundo sabía que Mola no existe, que era una pantalla tras la que se ocultaba el autor, autora, autores, lo que fuera, y eso daba algo de intriga añadida a las propias novelas de Mola como a ese momento en el que, concedido el premio, el autor misterioso debía salir a la luz. Y aparecieron allí tres señores que resultaron estar detrás de las obras de Mola. Jorge Días, Agustín Martínez y Antonio Mercero, con amplia trayectoria como guionistas televisivos, eran los que se escondían detrás de Carmen Mola. Con ello se acababan algunas leyendas urbanas que decían que Carmen era una ama de casa nacida en los años setenta y que escribía a escondidas, o cualquier otro tipo de rumor que se pudiera haber propagado. El golpe de efecto de la noche era tremendo, y el golpe comercial también, porque la “autora” premiada ha editado sus obras en Alfaguara, empresa que pertenece a Penguin Random House, la gran competidora de Planeta. Orta vez el sello de Barcelona hacía una jugada muy agresiva, como hace un par de años, al premiar a Manuel Vilas y Javier Cercas, que también estaban en la competencia. El cabreo entre los ejecutivos de Penguin sólo era comparable a la sorpresa de ver quiénes eran Carmen Mola. Y, ay, al poco empezaron los comentarios, cutres, sobre el tema del feminismo, de la apropiación machista del nombre de una mujer, de lo indigno que habían sido los tres escribientes, la decisión de una librería que sólo vende obras de mujeres de retirar de sus estantes las obras de Mola (censura pura y dura) y otro tipo de comportamientos y opiniones que denotan hasta qué punto el sectarismo y la pura tontería ha anidado en medio de nuestra existencia. No daba crédito a lo que leía, pero lo peor era que en esta era de falsedad e impostura no me extrañaba nada.

No he leído los libros de Carmen “seis manos” Mola porque no me da la vida para todo y con la avalancha de policiacos que hay soy selectivo (no soy un devoto del género) y espero a que salgan en bolsillo, así que no se decirles si están bien o mal. Me da igual. Si ustedes los han leído y les han gustado, perfecto. En serio, pasemos de las redes sociales y de la memez que nos invade y vayamos al mundo real. Pseudónimos en la literatura los ha habido desde tiempos inmemoriales, y el que Elena Ferrante sea ahora el más famoso y misterioso de ellos no quiere decir que estemos ante algo novedoso. Escriban lo que quieran y háganse llamar como les de la gana, compren y lean lo que les apetezca, y no dediquemos ni un segundo a criticar a otras personas por lo que escriben, leen, hacen, piensa, viven y demás.

martes, octubre 19, 2021

Diez años tras el fin de ETA

Hace diez años un par de asesinos, vestidos de manera ridícula, anunciaron que ETA cesaba en su actividad armada, eufemismo que venía a significar que, además de carecer de sentido estético (del ético ni les cuento) quienes allí comparecían eran una panda de fracasados que habían decidido dejar de asesinar antes de que fueran detenidos. La presión de la Guardia Civil y la policía, la deslegitimación internacional del terrorismo, la pérdida de apoyo de Francia en su papel de santuario y la creciente oposición social de gran parte de la sociedad vasca, creo que en este orden, fueron las causantes del fin del terrorismo etarra. Lo dejaron porque vieron que era un fracaso, porque su destino iba a ser la cárcel, sí o si, no por otra causa.

Diez años después, Arnaldo Otegi ha dicho en público que lamenta el dolor causado a las víctimas, pero sin expresar condena ni arrepentimiento. ¿Es un avance la declaración de Otegi respecto a posiciones pasadas? Sí, evidentemente. ¿Es suficiente? Ten evidente como lo anterior, no. Otegi es el jefe, portavoz y todo lo que se quiera del tinglado político que defiende el legado terrorista, que fue ETA de mientras ETA existió y sigue siendo el responsable de mantener en pie la memoria de los etarras y de lo que lograron. Sí, el odio y dolor que lograron se sigue glorificando en calles y plazas del País Vasco, a veces de manera exaltada, como esos homenajes que Otegi y los suyos organizan a los que terminan sus condenas y vuelven a sus pueblos, a veces a esos mismos lugares en los que perpetraron sus asesinatos. Otegi, en esta declaración, actúa por conveniencia política, porque sabe que su postura le abrirá las puertas a futuros pactos con un PSOE que ve a Bildu como un socio más natural que el PNV, y acomoda la postura de su formación hasta donde pueda para salvar la cara de los socialistas que pacten con él. Más allá de estos juegos de trilerismo político, ¿existe algún tipo de arrepentimiento en Otregi y los suyos sobre todas las infamias cometidas por ellos en el pasado? Esa es la cuestión de fondo que importa a quien más importa en todo este asunto, que es a las víctimas del terrorismo. Victimas que soportan con un estoicismo absoluto cómo la imagen de los suyos es vejada cada dos por tres mientras que esos “ongui etorri” que se practican a los asesinos en localidades engalanadas se repiten. El arrepentimiento, que se ha dado en más de uno de los etarras que en el pasado fueron, no es común entre el mundo batasuno, que sigue creyendo que su actitud violenta fue la consecuencia de una represión, argumento falso donde los haya, no sólo porque nada justifica la violencia terrorista, sino porque esa violencia se argumentó, en el fondo, como un proceso de limpieza étnica por parte de una ideología concreta, el supremacismo nacionalista vasco, que veía a los suyos como los puros y consideraba que todos los que no eran de los suyos podían ser, o eliminados o perseguidos o desterrados. Fue la escasa fuerza militar de ETA la que permitió que esa locura asesina “sólo” causase cerca de ochocientos asesinatos, y no miles y miles en caso de haber conseguido cuotas mayores de poder. El etnicismo que soportó la violencia etarra sigue hoy en día implantado en una pequeña, pero relevante, parte de la sociedad vasca, y los asesinatos de esa banda fueron socialmente apoyados por miles y miles de personas. No hubo un repudio de la violencia por parte de la sociedad vasca hasta muy tarde, cuando se pudo liberar de parte del miedo impuesto por los encapuchados, peor aún entonces, era importante y significativo el apoyo que muchos ciudadanos otorgaban a la violencia, como estrategia válida para lograr sus objetivos. ¿Está arrepentida esa parte de la sociedad de su respaldo a semejante horror?.

Si Otegi quiere hacer algo con sentido y valor en lo que le resta de vida, tras la desgracia que ha causado en su pasado, debiera no sólo arrepentirse, sino colaborar para esclarecer los varios cientos de asesinatos que aún están pendientes de ser aclarados. Tendría que pedir perdón a las víctimas que él directamente ha causado y a las que, con su actitud, ha humillado, y tratar de que el inmenso esfuerzo al que ha dedicado su vida, el terrorismo, acabe siendo lo que realmente es, el mayor y más cruel fracaso de la sociedad vasca en la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. ¿Lo hará? Dado que Arnaldo es muy religioso, puede recurrir al evangelio que mancillaron aquellos prelados y obispos que defendieron el terror, y aplicar eso de “por sus hechos les conoceréis”. Al menos él tiene aún la oportunidad de redimirse. Los asesinados no.

lunes, octubre 18, 2021

Enchufar a inútiles

Una de las primeras decisiones que tomó Isabel Díaz Ayuso cuando arrasó en las elecciones regionales de mayo fue la de crear una nueva Dirección General para promover el idioma español y convertir a Madrid en su capital, quizás frente a la seria competencia de Kiev y Seattle. Al frente colocó a Tony Cantó, un curioso personaje que ha cambiado más y más rápido de partido que muchos usuarios de noviazgos en Tinder. El puesto, con un sueldo de bastantes decenas de miles de euros, sólo era una excusa para pagar el último ejercicio de transfuguismo del actor y nada tenía que ver con la necesidad del cargo. Es lo que se llama montar un chiringuito para los amigos a cuenta del erario público. Todas las críticas que se le hicieron a Ayuso en aquel momento por esa decisión fueron acertadas y justas.

Si no querías caldo, toma dos tazas. Tras el ejemplo de Ayuso sobre lo que NO hay que hacer, la nueva elección de cargos de confianza del Ministerio de Igualdad de Irene Montero muestra exactamente el mismo comportamiento, o si quieren ustedes decirlo de otra manera, la misma sinvergonzonería. Como el Ministerio es más que un gobierno regional, coloco a tres en vez de a uno. En este caso los agraciados, Isa Serra, Carlos Sánchez Mato y Celia Mayer, son miembros de Podemos desde el principio de la formación, alineados con la corriente oficialista de Pablo Iglesias como los que más, y de su gestión en las distintas administraciones lo único que ha supuesto para sus currículums es una retahíla de antecedentes judiciales por prevaricación y enredos similares. Sabe tanto Cantó del puesto que le han creado como estos tres de los suyos, nada d nada. Y lo que es más importante, no necesitan saberlo, y no van a hacer nada para ocultarlo, porque sólo les han colocado por ser amigos de quién decide a quién se le coloca. Estos dos ejemplos, que se producen en dos supuestos extremos del arco ideológico, vuelven a poner de manifiesto que, en general, muchos de los que llegan al poder en España lo ven como un medio extractivo para sacar dinero, colocar a los suyos y arreglar su vida personal, al menos la parte económica. Apenas se ven compromisos en los que se muestre un apego a las necesidades de los electores, en todo caso se disimula, y sí una capacidad manifiesta de engorde de las arcas públicas para el propio beneficio. Los presupuestos, sean regionales o ministeriales, se engordan de manera artificial con cargos y sueldos de personas que no valen nada, que han sido colocados sólo por ser “amigos de” y que, como buenos parásitos, se dedican a esquilmar la caja con el beneplácito de sus superiores, que para eso les han puesto allí. Qué mejor que pillar juntos, se dirán los que en este tipo de acuerdos se llaman para colocarse, para crear un despacho, una oficina de nulo valor, de alto coste y necio significado. Algunos vistes sus decisiones de liberalismo y visión conservadora, otros de comunismo o izquierdismo extremo, pero en el fondo lo único que ven son euros, los muchos que les llegan a final de mes a cuenta de los impuestos que ellos, usted y yo, pagamos cada vez que compramos una piruleta o nos hacen una retención en la nómina (a los afortunados que la tenemos) o aumenta la cuota de autónomos a los que viven de su propio desempeño…. Es muy cómodo cobrar sin hacer nada, seguro que casi todo el mundo diría que sí a ello, pero es necesario esconderlo un poco, porque el que cobra trabajando se puede sentir, con toda la razón, engañado. Por ello quienes actúan de esta manera requieren que haya terceros que les cubran, que vendan discursos y mensajes en los que se justifiquen decisiones arbitrarias e injustas como los enchufes, para que sean digeridos por la opinión pública, usted y yo, que somos los que pagamos las nóminas. Esto se relaciona un poco con el tema del artículo del viernes, los periodistas que se venden a un partido para ver si pillan algo. En muchos casos aspiran directamente a ser ellos los enchufados (y no pocas veces así es) y claro, si hay que publicar o narrar mentiras para defender a quienes ahora están colocados y pueden acabar colocándome a mi, se hace sin ningún reparo. Da igual la presunta ideología que ampare a mis “jefes”, lo que importa es el dinero que podamos sacar de ellos.

Todo esto genera muchas frustraciones entre los que, pongamos usted, querido lector, trabajan día a día para sacar su vida, y en no pocos casos con la duda de si el mes que viene habrá nómina o el negocio facturará. Este comportamiento enchufista ha sido estudiado por la ciencia económica, y Acemoglu y Robinson consiguieron ponerle el impactante nombre de “élites extractivas” a aquellos que, gracias a su acceso al poder, logran detraer recursos de una sociedad para su propio beneficio, en detrimento de la colectividad, de la justicia y de las obligaciones de su desempeño. Así es, con una pega, que es que apodemos como “élite” a los personajillos que, en nuestro país, colocan y son colocados. Les queda muy grande esa denominación a semejante grupo de mediocres.

viernes, octubre 15, 2021

Colgados de la brocha por PP y PSOE

Ayer, a media mañana, PSOE y PP anunciaron un acuerdo para renovar varias instituciones que llevaban tiempo prorrogando más allá de lo establecido el mandato de sus componentes. Son cuatro; Tribunal de Cuentas, Agencia de Protección de Datos, Defensor del Pueblo y Tribunal Constitucional. ¿Es esta la mejor manera de renovarlas? No, porque no es sino un cambio de cromos entre dos partidos en un terreno de juego, el institucional, que lo es de todos, pero dado cómo funcionan las cosas en este país y lo difícil, imposible, que es que lleguemos a tener un certero sentido de estado creo que este acuerdo es la mejor de las opciones posibles. Vivimos en un mundo de realidades, demasiadas veces desagradables, no de deseos.

Lo más divertido del acuerdo ha sido ver cómo los pelotas de ambos partidos, especialmente periodistas que van de independientes, han quedado con las vergüenzas al aire cuando ayer se anunció este compromiso entre partidos. El día anterior, cuando saltó el ofrecimiento de Pablo casado de sentarse para negociar, afectos de ambos partidos se lanzaron a la yugular de la propuesta, tachándola de todo menos bonita. Imagino al periodista de toda la vida que es más socialista que escritor, que aspira a un cargo en el partido y, sobre todo, un sueldo público que le saque de la incertidumbre del medio para el que trabaja, acusando el jueves por la tarde a Casado de tramposo, de falso, de ofrecer un acuerdo que es imposible, de usar una pose para aparentar espíritu constructivo pero, en el fondo, ser el inmovilista reaccionario de siempre. Suelta y suelta tuits el periodista, llamémoslo así, afecto al sanchismo más profundo, imaginándose la llamada futura de alguien de Ferraz que se lo agradezca y le premie. Trabajo intenso el de ayer, en la esperanza de buena recompensa. Ayer llega la llamada de Ferraz, ilusión extrema, y el interlocutor le dice que “habemus pacto” con el PP, y que todo correcto, y que ahora le toca defender ese acuerdo. Y el afecto sanchista se queda con la cara de un perfecto gilipollas y se da cuenta que no sabe ni borrar tuits, ni tiene tiempo para ello. Una situación similar vivió, en las mismas horas, el periodista que se tacha de liberal y moderno, que defiende la economía de mercado por encima de todo y la iniciativa privada hasta el más allá, pero que trata día tras día de hacer la pelota a los cuadros dirigentes del PP para ver si le colocan con un puesto público y así obtiene unos ingresos seguros y trabajando algo menos, porque para la gran empresa de medios para la que escribe, al dictado del mercado, la nómina es escasa y quién sabe si seguirá ahí el mes que viene. Vio el anuncio de conversaciones y, acto seguido, empezó a despotricar algo contra Casado, acusándole de blandengue, pero sobre todo contra Sánchez, que otra vez va a engañar al PP y a la democracia con un paripé de encuentros que se saldará con el fracaso, orquestado desde la Moncloa por los oscuros gurús que allí residen. Venga soltar tuits ruidosos contra las terminales mediáticas del gobierno y, también, contra todos sus afectos, responsables de la interinidad institucional y de la no renovación de vitales órganos constitucionales. Qué día más intenso para el aguerrido periodista liberal, seguro que se verá recompensado en el futuro con un cargo adecuado, y su reluciente nómina. Ayer llega la llamada de Génova, ilusión extrema, y el interlocutor le dice que “habemus pacto” con el PSOE, y que todo correcto, y que ahora le toca defender ese acuerdo. Y el aguerrido propagandista propepero se siente estafado, y le toca desdecirse de todo lo que lleva escrito desde hace algo más de veinticuatro horas, y no sabe no ya eliminar tuits, sino cómo esconderse. Noche de pesadilla que habrá pasado para redactar su artículo de hoy. Y ya es mediados de mes y la gasolina sube mucho más que sus ingresos.

Cuando ayer Félix Bolaños, el ministro conseguidor de Sánchez, anunció que el pacto alcanzado se basaba en acuerdos ya perfilados en parte en febrero, a más de un afecto a cada uno de los partidos la cara de gilipollas se le debió quedar para inmortalizarla para siempre en un lienzo tamaño Las Meninas. Seguro que los dos protagonistas de nuestro relato de hoy (varios encajan en esa descripción) se han jurado a sí mismos no volver a caer en semejante trampa y, desde hoy, tratar de ser periodistas y no vulgares pelotas del partido de sus amores, pero al poco de despertarse habrán entrado en las redes sociales, habrán visto la última y artificial bronca organizad por la tontería del día, y ahí que se habrán lanzado a tuitear como posesos por los suyos. Si es que son como niños, no aprenden.

jueves, octubre 14, 2021

Un puente normal

Poca cosa significativa me ha pasado estos días de ocio para ser narrada. Lo más relevante ha sido la visita a una tía mía, FAO, que se recupera en casa de una fractura producto de una caída, y con ello volver a constatar qué frágiles nos volvemos con la edad y, parafraseando a Muñoz Molina, cómo todo lo que era sólido deviene en rotura y daño. Días tranquilos, soleados, de frío intenso por las mañanas y cielos serenos, con la sensación de que los turistas que se veían por la calle no compensaban a la cantidad de gente que se ha marchado a pasar el primer puente festivo fuera de sus casas, aprovechando el buen tiempo generalizado y el levantamiento de las restricciones sanitarias.

Y es que lo más relevante de estos días ha sido la normalidad en la que se han desarrollado, normalidad de la buena, de la conocida, de la de antes del coronavirus, no una normalidad nueva, que además de oxímoron es imposible. En el apartado que los informativos dedicaban al puente la crónica era la del llenazo en las zonas de ocio y los atascos en las operaciones salida y retorno, y a uno le daba la sensación de volver a finales de 2019, antes del que el maldito virus llegase a nuestras vidas y las trastocase, porque todo era como antes. Paseos marítimos atestados, terrazas en las que no cabía nadie, excursiones por doquier, baja entrada en los arenales de las playas, dadas las fechas a las que nos encontramos y, en general, una sensación de libertad recuperada que se intuía en el rostro de casi todos los que, fugazmente, eran captados por las cámaras de televisión. En la mayoría de las regiones han decaído ya todas las restricciones de aforo y horario, de tal manera que el funcionamiento de todos los sectores vuelve a ser como antes. Sólo la mascarilla, obligatoria en interiores, nos recuerda que estamos aún en presencia de un virus mortífero, pero apenas hay otros signos que nos indiquen lo que hemos pasado hace apenas meses. A pesar del disparo en los precios de la energía y de otros productos, que a buen seguro todos los conductores han notado al repostar su vehículo, el aire de despreocupación y disfrute de estos días ha sido generalizado y seguramente se ha notado en la cuenta de resultados de los diversos negocios, que habrán visto hacer su particular miniagosto en este puente de octubre. En las zonas de turismo intenso sigue faltando la afluencia masiva del turista extranjero, dado que los vuelos aún no son lo que son y ciertos destinos de procedencia, como los asiáticos o norteamericanos, aún no emiten prácticamente nada de viajeros. La presencia de europeos va poco a poco en aumento y es probable que ciertos destinos, como las islas, alcancen en este otoño invierno registros de llegadas muy similares a los que solían darse antes de la pesadilla, contribuyendo a que sus economías, completamente dependientes de este sector, se recuperen, tras haber sido las más afectadas por la debacle de 2020. Este puente, habrá supuesto, sin duda, el cambio de rumbo de los negocios ligados al ocio y la hostelería, que por fin han visto como todos los límites que se les habían impuesto se levantan, y nada frena sus posibilidades de facturación más allá del deseo de la demanda, como antes pasaba. Tras esta vuelta a la normalidad se abre el debate de qué hacer con las terrazas extendidas que han proliferado por muchas ciudades, como medida de alivio ante el obligado cierre de los interiores. Las protestas vecinales crecen en los entornos que se han convertido en zonas de ocio descontroladas y los usuarios de las plazas de aparcamiento eliminadas con ese motivo se desesperan cada vez más al no poder usarlas. Este debate es, otra vez, la muestra de que lo excepcional va quedando atrás.

La pregunta que uno se puede hacer ante este panorama es el por qué vivimos como si el virus no existiera, dado que aún se registran contagios y se generan problemas sanitarios. La respuesta es una y sólo una, y se llama vacunación. La eficacia enorme de las vacunas desarrolladas ante el Covid y los muy altos niveles de inmunización alcanzados en nuestro país, estamos cerca del 80% de la población con la pauta completa inyectada, han hecho que el virus pierda la batalla, sea derrotado, y los positivos, pocos, tengan una enorme probabilidad de no hospitalizar y, ni les digo, de fallecer. Cuando se junten en las terrazas y brinden, no se olviden de hacerlo por las cuatro salvadoras de nuestra vida y sociedad: Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen. A ellas se lo debemos todo.

jueves, octubre 07, 2021

El monstruo de la inflación

Es la inflación uno de los fenómenos económicos que más rápido e intensamente es percibido por la población. Las subidas y caídas del PIB suelen darse a cámara lenta y, salvo aquellos que son afectados directamente por ellas (cierres de empresas versus nuevos empleos) se acaban notando por filtración, poco a poco. Si los precios suben de un día para otro todo el mundo lo percibe, aunque también es verdad que dado que la proporción al consumo disminuye a medida que la renta aumenta el daño que provoca es mayor a las rentas bajas y medias. Es por eso que se dice que la inflación es un impuesto a los pobres, y su carácter regresivo le hace muy dañina a quienes no tienen mucho de dónde tirar. Ellos, junto con los ahorradores, son los grandes perdedores cuando los precios suben.

Me gusta ese símil que dice que la inflación es como el engrase que se aplica a la maquinaria para que funcione suave y de manera continuada. Es necesario que haya un poco, pero no mucho, y su ausencia es destructiva. La deflación, la caída de precios, es un proceso raro pero que puede darse en épocas depresivas, se retroalimenta y lleva al colapso. Nadie quiere comprar algo cuando sospecha que va a estar más barato dentro de poco tiempo y, de manera agregada, no se acaba comprando nada. Durante la crisis de 2008 – 2012 estuvimos cerca de llegar a esa situación de espiral de precios a la baja, y de hecho varios sectores, no sólo el inmobiliario, vivieron un proceso deflacionario que redujo de manera drástica su valor. Por ese, entre otros motivos, las autoridades monetarias empezaron a darse cuenta de que era necesario instaurar planes de estímulo mediante la compra de títulos en el mercado de deuda, insuflando así dinero en la economía para reactivarla, buscando sostener los precios. La inflación es un asunto muy determinado por la política monetaria, pero no sólo, y un buen ejemplo de esto lo estamos viviendo ahora. Los precios suben, y con ganas, en gran parte de occidente, y son varias las causas que los empujan. A bote pronto, pongamos tres. Una es la reactivación de la demanda que estuvo dormida en 2020 a cuenta de los confinamientos pandémicos y que, en determinados países, ha salido desbocada. Un disparo de demanda supone, en condiciones normales, subida de precios. Relacionado con esto, la segunda causa es la disrupción en las cadenas de suministro globales que han generado enormes problemas de abastecimiento de todo tipo de bienes, lo que ha aumentado su precio. Restricciones de oferta suponen, por lo general, subidas de precios. Y el tercer factor que azuza los precios son las enormes inyecciones monetarias que todos los bancos centrales del mundo han hecho para tratar de sortear la crisis provocada por el coronavirus. Dinero sin límite soltado a chorros que ha permitido a no pocos sobrevivir en medio del encierro y clausura de negocios y empresa, pero que ahora se convierte en un montón de dinero caliente en busca de destino. A igualdad de todo lo demás, cuanto más dinero hay mayores son los precios para así conservar el valor real de los objetos (excelente manera de ver la inflación como lo que también es, una devaluación del valor del dinero). Como verán, todos estos factores suman a la hora de impulsar los precios y añaden presión a la caldera inflacionaria. Los análisis que dominaban hace algunos meses veían claramente el primer y tercer efecto, y coincidían en su mayoría en que provocarían tensiones inflacionistas, pero que serían pasajeras. No se vio por parte de casi nadie el segundo factor, el del colapso en las cadenas globales de suministro, su enorme efecto sobre los precios y, sobre todo, el que sea un tema “físico” si me permiten la expresión, que lo hace mucho más difícil de arreglar en poco tiempo. Eso está haciendo pensar a muchos que la inflación que vivimos no va a ser tan transitoria como se esperaba (y deseaba).

Lo que casi nadie vio es el problema derivado de la escasez de suministros energéticos, las figuras de subida de precios desatadas que viven el gas, carbón o el mismo petróleo en un contexto, añadido a todo lo demás, de transición energética, que de por sí es complicado, costoso y lento. Esos factores de energía muy cara generan cosas inauditas, como el megavatio hora de electricidad de hoy en España a una media de 288 euros, y suponen inflación de costes metida en vena como su de un chute de sobredosis se tratase, que se expande por toda la cadena productiva y destroza previsiones, presupuestos y escenarios. ¿Ha venido la inflación para quedarse? ¿Cómo dominarla? ¿Qué efectos acabará teniendo en nuestras economías? Esas y otras muchas preguntas se agolpan a medida que el IPC se dispara y el bolsillo cada vez cunde menos.

Me cojo unos días de ocio y subo a Elorrio. Si todo va bien, nos leeremos nuevamente el próximo jueves 14

miércoles, octubre 06, 2021

Lo de Redondo

Évole es muy bueno a la hora de crear expectativas. Su equipo creativo desarrolla “promos” anticipos del programa que sirven como anuncio y que realmente logran su efecto de captar la atención. Es ya marca de la escenografía escasa, silenciosa, en espacios abundantes. Juega el presentador y su equipo al periodismo, aunque uno sepa perfectamente de que pie cojea cada una de las opiniones que Jordi y los suyos emiten en cada fragmento de sus programas. A la manera del programa de su compañera Ana Pastor, venden una presunta objetividad que, ni de lejos, existe, pero lo que hacen, que no es periodismo, es televisión, programas de gran audiencia en televisión. De eso cobran, para eso les pagan. Todo lo demás es cobertura.

Este domingo el gancho de Évole era Iván Redondo, que lo ha sido todo durante un año como jefe de gabinete de Sánchez y, sobre todo, como urdidor desde hace bastante antes de la figura del presidente como un resistente, como un luchador, como alguien que se enfrenta a los demás hasta lograr su objetivo. De la fábrica Redondo surge la sucesión de escándalos diarios y polémicas baratas que el lunes atronaban y el viernes se extinguían, y eran suplidas por otras el lunes siguiente en un proceso de desgaste de la paciencia que era insoportable para quien estuviera atento. Redondo, en su tiempo de gobierno, demostró ser un brillante táctico y un nefasto estratega. La supervivencia semanal era el objetivo, no otro. Cuando se anunció la entrevista al personaje me pareció algo tan interesante, por lo que ha sido y sabe, como extraño, por lo pronto que se producía desde que, de manera sorprendente, dejó el gobierno, sin que pasase un mínimo tiempo que permitiera asentar su figura. ¿Contará algo el “spin doctor” local? ¿Será jugosa la entrevista? ¿habrá sorpresas? El personaje era de lo más sugerente, y ahí me planté para verla. Y, a los pocos minutos de comenzar la emisión, empecé a tener una sensación extraña. Me encontraba ante mi a un supuesto gurú, a alguien con conocimientos, a alguien que, en la oposición y durante su etapa en el gobierno, se ha relacionado con todos los estamentos del poder, de los partidos políticos, de organizaciones sociales y de todo tipo, personas con cargo y carentes de él. Suponía que iba a encontrar a una persona con discurso, ideas, contenidos, cultura, capacitación, y lo que se me estaba mostrando era a un personaje que, sobre todo, estaba enamorado de sí mismo, del aura que había logrado crear, que de vez en cuando soltaba alguna frase ingeniosa con bastante poca gracia pero que daba una imagen de improvisación, de hueco, que se iba agrandando a medida que la conversación discurría. Lugares comunes, frases huecas sin contenido, me daba la impresión de estar viendo a un charlatán de feria que trata de venderte sus productos, pero sin la gracia de esos embaucadores. Como dijo una tuitera a la que sigo, la impresión que me daba era la estar viendo a uno de esos emprendedores que intentan conseguir financiación para sus empresas y que recurren a todo el aparejo de powerpoints y demás temas de imagen, pero que huelen a humo a los pocos segundos de oírles hablar. Escuchar a redondo era como pasar las páginas de un mal libro de autoayuda, valga la redundancia, lleno de mensajes sacados de la primera búsqueda de Google sobre un tema emocional y aderezado con el intento de hacerse el interesante que no cuadraba. A medida que el programa avanzaba cada vez entendía menos como Iván se había prestado a un ejercicio tan profundo de autodestrucción de su imagen. Como consultor que es, carente por completo de ideología, y necesitado de contratos para ganar dinero, que de eso vive, lo del domingo supuso un destrozo enorme en su imagen de marca personal. No le contrataría nunca.

Dijo Redondo una vez que era un enamorado de la serie de “El Ala Oeste de la Casa Blanca” que, en efecto, es genial, y enseña muchísimo la sobre política y dedicación pública. Pero viendo la entrevista y el resultado de su paso por el gobierno, donde ha mandado más que casi todos, me da la sensación de que Iván no ha aprendido nada de esa serie. Más allá de las críticas que ha tenido la figura del presidente creado por Sorkin, demasiado bueno para ser cierto, la serie configura un conjunto de profesionales volcados con su jefe, el presidente, pero que en todo momento tienen presente que su sueldo lo pagan todos los norteamericanos y que a ellos se deben por encima de todo. Redondo es un trilero que ve la política como un juego de poder no al servicio de la ciudadanía, sino al de su cliente y cuenta corriente. Sólo eso, nada más que eso.

martes, octubre 05, 2021

La caída de Facebook

Ayer, desde pasadas las cinco de la tarde hora españolas hasta casi la media noche, se produjo una interrupción completa de los servicios del emporio de Facebook, que no sólo incluye esa enorme red social, sino otras dos empresas tan universales como Whatsapp e Instagram. Al parecer se produjo un problema técnico bastante serio en las instalaciones centrales de la empresa, sitas en California, que afectaba a servicios críticos como el DNS que permite resolver los nombres de las direcciones web y otros factores críticos, que hacen que internet funcione. Los sistemas internos de la empresa, desde los equipos de los empleados a las cerraduras de las puertas, completamente digitalizados y autogestionados, dejaron de funcionar de igual manera y, por espacio de bastantes horas, ese ente ultratecnológioco se convirtió, literalmente, en nada.

Hay varias ópticas para abordar una situación así, y la obvia es la de la seguridad de los servicios en los que basamos nuestra vida diaria y el riesgo que tienen de colapsar, y mandarnos a todos a una edad media oscura, si se derrumban o son saboteados (está por ver si lo de ayer fue un grave error interno o un ataque informático). De mientras no nos pongamos en serio a analizar esta, cada vez mayor, falla en nuestra forma de vida más riesgo tenemos de caer por el precipicio, pero quería hoy centrarme en un aspecto al que, poco a poco, se le empieza a dar la importancia debida y que también tiene implicaciones profundas. Ayer, durante las horas en las que no funcionaron esas redes, twitter era un hervidero de risas y memes al respecto, pero también el reflejo de la frustración de muchos por no poder usar los servicios para los que, me atrevo a decir, viven. ¿Cuántos ayer en el mundo sufrieron algo parecido a un síndrome de abstinencia al comprobar que su móvil no les respondía? Pensemos en Instagram, ese inmenso mundo consagrado al hedonismo, al exhibicionismo de la presuntamente extrema belleza y falsa imagen personal en la que millones de sus usuarios dedican horas sin límite para crear una imagen de sí mismos que sea globalmente atractiva. A todas esas personas, y empresas, que invierten tanto tiempo y dinero en la creación de sus perfiles, la caída de la red les supone una auténtica catástrofe en lo económico, sí, pero sobre todo en lo emocional. El valor de un “me gusta” es, para ellos, como un beso real, como un abrazo, como un polvazo si me permiten el crudo símil, y por ese “me gusta” que engrosa su cuenta son capaces de hacer lo que sea. Si la red deja de funcionar su objeto de deseo, su fuente de placer, el lugar en el que encuentran sentido a gran parte de su existencia se desvanece, y de ahí a la crisis profunda de la persona apenas hay un paso. Son varios ya los estudios que demuestran que esto que les digo no es una tontería que me haya inventado, sino la descripción de un serio problema. Centrados en Instagram, su toxicidad entre ciertos grupos de personas y tramos de edad empieza a ser incuestionable, y no son pocos los que a estas redes les denominan el nuevo tabaco, para hacernos una idea de lo que fue la extensión de la epidemia de tabaquismo durante gran parte del siglo pasado, observándose durante mucho tiempo el fumar como algo beneficioso y saludable, cosa que hoy en día nos parece incomprensible, pero que generó enormes industrias y, también, un estilo y formas de vida que hoy vemos retratado en películas e imágenes de la época que nos chirrían. Como siempre pasa en estos casos, son las personas más susceptibles y necesitadas de respaldo las que caen más fácilmente en este problema, y la adolescencia es la época perfecta para acabar enganchado a todo tipo de problemas, en demasiadas ocasiones de manera involuntaria, no tanto buscados como encontrados. Como cuando las tabaqueras explotaban su negocio y lo difundían, incluso con la colaboración de los médicos, las empresas de redes sociales tienen estrategias de captación dirigidas a aquellas personas que son más proclives a engancharse, y todo ello con la puntería exacta que otorga su magistral dominio de los datos que acumulan de sus usuarios. Saben a quién y cómo dirigirse para hacerlo un enganchado de su red y, por tanto, cliente de servicios y de publicidad asociada. El negocio es tan redondo como, sí, oscuro.

Sí hay que decir que, a diferencia del tabaco, que sólo tiene propiedades negativas, las redes sociales pueden ser útiles, beneficiosas y agradables si se usan bien, pero es lo mismo que pasa con casi todo, desde los coches al azúcar, que el secreto está en la dosis, no en el bien. Hacer desconexiones de las redes, valorarlas como lo que son y no encumbrarlas, aprender, en definitiva, a usarlas y domesticarlas es una tarea que nuestra sociedad tiene que hacer, y para la que no hay manuales de instrucciones. Parte del buen uso de las redes pasa, creo, por la limitación en las prácticas de búsqueda de adicción que los algoritmos que las definen emplean con sus usuarios. Ayer, por varias horas, los influencer de Instagram volvieron a ser lo que eran antes de crearse la red, nada, personas como usted y yo. ¿Qué tal lo pasaron desconectados?

lunes, octubre 04, 2021

Maixabel

Patria, de Fernando Aramburu, supuso una revolución en la manera de tratar el terrorismo y acercarse a la cruel realidad vivida en la sociedad vasca, fruto de la existencia de la mafia etarra. Desarrolla una historia en la que un atentado ficticio, tan real como los cientos y cientos que tuvieron lugar, permite observar a distintas partes de la sociedad, personajes de todo tipo y condición, que viven bajo la presión del odio y, en no pocos casos, gracias a él. Ya en el libro de relatos Los peces de la amargura (aquí dramatizados por el equipo de Carlos Alsina) Aramburu había explorado esa visión de la realidad vasca, pero es en su novela, de mucha más dimensión en todos los sentidos, donde el trabajo de disección llega al extremo. Su lectura es obligatoria no para saber lo que pasó, sino más importante aún, cómo se vivió.

La película Maixábel supone un acercamiento visual a esta forma de afrontar la realidad, con la ventaja e inconvenientes que tienen el medio cinematográfico. La directora, Icíar Bollaín, no recurre a la ficción, sino que relata un atentado real, el asesinato del exgobernador civil de Guipúzcoa Juan María Jaúregui, y el papel que su viuda, Maixábel Lasa, tuvo en la iniciativa de encuentros con presos etarras arrepentidos para propiciar el proceso individualizado de reinserción. El hecho de centrarse en un caso real permite que la película se muestre, en ciertos momentos, como una recreación casi documental de los hechos sucedidos, aportándole verosimilitud, pero frente a Patria, y por motivos obvios, muestra una realidad más corta, con menos personajes, en los que no se pueden explorar todas las aristas del drama y de la extendida vileza etarra. Ello no es óbice para que, a lo largo de la cinta, numerosos instantes, en los que poco se dice y mucho se muestra, enseñen hasta qué punto el odio terrorista estaba (y sigue) instalado en una gran parte de la sociedad vasca, y que la víctima no deja nunca de sufrir porque la presión de la mafia le persigue mucho más allá del exterminio de su ser querido. En la película es el papel de la hija, y de su entorno, el que muestra el comportamiento mayoritario de la sociedad en esos años, el de un silencio cobarde en el mejor y más justificable de los casos, cuando no una alegría poco disimulada ante los atentados cometidos por la banda. Los dos protagonistas de la cinta, Maixábel e Ibon, uno de los terroristas del comando asesino de Jaúregui, encarnados perfectamente por Blanca Portillo y Luis Tosar, muestran a las claras lo único que el terrorismo de ETA ha creado durante todas las décadas en las que ha existido. Dolor, sufrimiento, desgarro, unas enormes dosis de odio y mierda esparcidas por doquier a lo largo y ancho de la sociedad, unas mentiras enormes que han destruido familias, asesinado personas, creado viudas y huérfanos e instrumentalizado a muchos en aras de una pesadilla falaz. El personaje de Ibon muestra un camino de arrepentimiento personal, de asunción del daño causado, pero queda muy claro que es un proceso que esa persona en concreto ha hecho porque algo en su interior se lo ha mandado, porque ha sido capaz de pensar y salir de esa pesadilla. Nada en su entorno social ni en la banda etarra y sus grupos de apoyo le ha animado a dar paso alguno, porque nada de ese entorno admite la más mínima culpa de lo sucedido, simplemente oculta hechos y se mantiene instalada en una enorme mentira que le permite a la secta a los que de ella aún viven mantenerse, social y económicamente, sobre las ruinas que han generado. Como mostraba patria en la figura de la madre del etarra, soltar lazos con ese mundo supone enfrentarse a él, y al grupo social que lo sostiene, que muchas veces son los amigos de toda la vida, los vecinos, los compañeros de clase, aquellos con los que uno ha vivido infancias y adolescencias, que marcan para siempre. El paso que da el terrorista lo hace sólo, y es el que realmente requiere valor por su parte. Asesinar es de cobardes.

La película no juega con la equidistancia, porque no es posible, porque sería una infamia, pero sí con la ecuanimidad, lo más difícil, lo que Aramburu ya logró en su libro. Hoy ETA no existe, pero una parte de la sociedad vasca sigue corrupta por su pasado y mantiene actos de homenaje y demostraciones sociales de apoyo a muchos de los asesinos que, sin mostrar arrepentimiento alguno, sembraron terror. El desprecio a las víctimas del terrorismo sigue instalado en ese sector de la sociedad, y en no pocos dirigentes del nacionalismo vasco, que siguen teniendo la fe en su “raza” y “país” por encima de la vida de aquellos que consideran prescindibles. La banda asesina ya no está, pero el mal que sembró tardará décadas, muchas, en extinguirse.

viernes, octubre 01, 2021

El coronavirus, bajo control

Estos días ya casi por goteo, pero la incidencia de coronavirus en España sigue bajando, estando ahora en un entorno de 60 casos acumulados por cada cien mil habitantes en catorce días, cifras que se aproximan a barreras de incidencia tan escasas como manejables. Los datos de otras variables asociadas a la enfermedad también caminan con buen paso hacia la reducción, y son muestra inequívoca no sólo de que lo peor de la enfermedad ya ha quedado atrás, sino que la propia pandemia en sí empieza a estar derrotada en nuestro país. Recordemos que derrotar, en este caso, no quiere decir que el virus ya no exista, eso no es posible, sino que sus efectos sean mínimos, manejables, asumibles.

El coronavirus ha mostrado ser un virus no estacional, a diferencia del de la gripe, por lo que hemos tenido olas de positividad en épocas cálidas y frías, inviernos y veranos. El invierno, siempre más propicio a los contagios por las temperaturas y los comportamientos sociales apiñados bajo techo que implican ha mostrado ondas de contagios más elevadas, sí, pero hemos tenido picos altos en pleno agosto, lo que viene a señalar que cada virus tiene características propias y se comporta como la lotería genética que lo conforma lo determina. No vamos a erradicar el coronavirus, ha venido para quedarse con nosotros para siempre, pero hemos encontrado la manera de convivir con él y minimizar sus efectos hasta convertirlo en otra cosa muy distinta a lo que era en un principio. ¿Qué es lo que ha cambiado el juego de nuestro mundo, y cuerpo, frente a la enfermedad? Lo obvio, las vacunas. La llegada de las vacunas, su inoculación y la creciente inmunidad social que han ido generando han sido las principales, me atrevería a decir que únicas, causantes de que ya esta última ola de positividad que hemos vivido, muy intensas, no haya generado fallecidos comparables a las anteriores, ni colapsos hospitalarios como se vieron, por ejemplo, en los meses de enero y febrero de este año, tras la Navidad. Las vacunas actuales no son esterilizantes, es decir, no eliminan la posibilidad de que tú puedas contagiar a otros cuando te las inoculas, pero sí son capaces de reducir la carga vírica del infectado, por lo que cada uno de ellos puede contagiar a bastantes menos que antes. Y, desde luego, son capaces de evitar la fase grave de la enfermedad y la muerte en porcentajes que, en el entorno del 90 95% resultan maravillosos, muy por encima de la efectividad de otras vacunas conocidas. Con el tiempo surgirán nuevas vacunas que tengan capacidad de esterilización, que sean más perfectas que las que tenemos, sí, pero estas ya son más que suficientes para hacer que la enfermedad muerda el polvo. En España, uno de los países del mundo con mayor tasa de población ya vacunada con la pauta completa, estamos en el 77,2% de los ciudadanos inmunizados, valor que se sitúa por encima del requerido 70% de inmunidad de grupo para la variante original del virus y por debajo de lo que se necesita para la tan famosa Delta, pero en todo caso esa cifra, muy cercana al 80%, es más que suficiente para que la capacidad dañina de la enfermedad quede reducida a un problema sanitario más de los muchos que ya teníamos, perdiendo por completo la excepcionalidad que ha tenido durante este año y medio largo que llevamos sumidos en sus destructivos efectos. En España, y las naciones donde la vacunación está siendo un éxito, el coronavirus empieza a quedar atrás como tema de salud urgente. Eso no quiere decir que problemas de gran dimensión, como todo lo relacionado con el covid persistente, se mantengan mucho tiempo y sólo con los años seamos capaces de calibrar su impacto. Pero la crisis pandémica se acaba.

Por ello, las restricciones decaen. Las órdenes de vuelta al trabajo presencial se suceden y las limitaciones de aforo se van levantando por todas partes a medida que el virus deja de ser un problema. Probablemente, después del puente del 12 de octubre, la única medida práctica que quede en nuestro país sea la de llevar mascarillas en lugares cerrados, pero creo que a esa orden le quedan pocos meses. Es factible que, tras las navidades, se levante y se convierta en algo recomendado, especialmente en el transporte público, pero pierda su carácter obligatorio, y entonces esta enfermedad se empiece a convertir, por fin, en el recuerdo de una época oscura, cruel y triste a más no poder. Y todo gracias a cuatro vacunas. Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen.