Estos días ya casi por goteo, pero la incidencia de coronavirus en España sigue bajando, estando ahora en un entorno de 60 casos acumulados por cada cien mil habitantes en catorce días, cifras que se aproximan a barreras de incidencia tan escasas como manejables. Los datos de otras variables asociadas a la enfermedad también caminan con buen paso hacia la reducción, y son muestra inequívoca no sólo de que lo peor de la enfermedad ya ha quedado atrás, sino que la propia pandemia en sí empieza a estar derrotada en nuestro país. Recordemos que derrotar, en este caso, no quiere decir que el virus ya no exista, eso no es posible, sino que sus efectos sean mínimos, manejables, asumibles.
El coronavirus ha mostrado ser un virus no estacional, a diferencia del de la gripe, por lo que hemos tenido olas de positividad en épocas cálidas y frías, inviernos y veranos. El invierno, siempre más propicio a los contagios por las temperaturas y los comportamientos sociales apiñados bajo techo que implican ha mostrado ondas de contagios más elevadas, sí, pero hemos tenido picos altos en pleno agosto, lo que viene a señalar que cada virus tiene características propias y se comporta como la lotería genética que lo conforma lo determina. No vamos a erradicar el coronavirus, ha venido para quedarse con nosotros para siempre, pero hemos encontrado la manera de convivir con él y minimizar sus efectos hasta convertirlo en otra cosa muy distinta a lo que era en un principio. ¿Qué es lo que ha cambiado el juego de nuestro mundo, y cuerpo, frente a la enfermedad? Lo obvio, las vacunas. La llegada de las vacunas, su inoculación y la creciente inmunidad social que han ido generando han sido las principales, me atrevería a decir que únicas, causantes de que ya esta última ola de positividad que hemos vivido, muy intensas, no haya generado fallecidos comparables a las anteriores, ni colapsos hospitalarios como se vieron, por ejemplo, en los meses de enero y febrero de este año, tras la Navidad. Las vacunas actuales no son esterilizantes, es decir, no eliminan la posibilidad de que tú puedas contagiar a otros cuando te las inoculas, pero sí son capaces de reducir la carga vírica del infectado, por lo que cada uno de ellos puede contagiar a bastantes menos que antes. Y, desde luego, son capaces de evitar la fase grave de la enfermedad y la muerte en porcentajes que, en el entorno del 90 95% resultan maravillosos, muy por encima de la efectividad de otras vacunas conocidas. Con el tiempo surgirán nuevas vacunas que tengan capacidad de esterilización, que sean más perfectas que las que tenemos, sí, pero estas ya son más que suficientes para hacer que la enfermedad muerda el polvo. En España, uno de los países del mundo con mayor tasa de población ya vacunada con la pauta completa, estamos en el 77,2% de los ciudadanos inmunizados, valor que se sitúa por encima del requerido 70% de inmunidad de grupo para la variante original del virus y por debajo de lo que se necesita para la tan famosa Delta, pero en todo caso esa cifra, muy cercana al 80%, es más que suficiente para que la capacidad dañina de la enfermedad quede reducida a un problema sanitario más de los muchos que ya teníamos, perdiendo por completo la excepcionalidad que ha tenido durante este año y medio largo que llevamos sumidos en sus destructivos efectos. En España, y las naciones donde la vacunación está siendo un éxito, el coronavirus empieza a quedar atrás como tema de salud urgente. Eso no quiere decir que problemas de gran dimensión, como todo lo relacionado con el covid persistente, se mantengan mucho tiempo y sólo con los años seamos capaces de calibrar su impacto. Pero la crisis pandémica se acaba.
Por ello, las restricciones decaen. Las órdenes de vuelta al trabajo presencial se suceden y las limitaciones de aforo se van levantando por todas partes a medida que el virus deja de ser un problema. Probablemente, después del puente del 12 de octubre, la única medida práctica que quede en nuestro país sea la de llevar mascarillas en lugares cerrados, pero creo que a esa orden le quedan pocos meses. Es factible que, tras las navidades, se levante y se convierta en algo recomendado, especialmente en el transporte público, pero pierda su carácter obligatorio, y entonces esta enfermedad se empiece a convertir, por fin, en el recuerdo de una época oscura, cruel y triste a más no poder. Y todo gracias a cuatro vacunas. Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen.
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