miércoles, octubre 28, 2020

¡Viva Francia!, ¡Viva Macron!

Resulta inquietante hasta qué punto el fanatismo religioso puede llegar a someter a poblaciones enteras y desatar iras por doquier. Hemos visto en estos pasados días lo sucedido con el obre profesor francés Samuel Paty, asesinado vilmente por un chaval de dieciocho años, que estaba imbuido en el odio islamista, pero resulta que la respuesta cívica desarrollada en Francia contra esa salvajada, frente a un atentado que va contra los principios básicos de la República francesa, ha desatado una ola de ira en gran parte de la comunidad musulmana de todo el mundo, poniendo en el ojo de la tormenta, y quizás en el punto de mira de alguno, a su presidente, Emanuel Macron, que pronunció un valiente discurso en el funeral de estado de Samuel.

Y no crean que esto es sólo un asunto de algunas mezquitas descarriadas que van por libre y están contaminadas por el odio, no, es mucho más profundo. El gobierno autoritario de Turquía, encabezado por Erdogan, otro hombre fuerte en un mundo creciente de ellos, ha visto que aquí hay carnaza para encabezar su particular movimiento de lucha pro islámica, que viene muy bien a un régimen que atraviesa por graves problemas económicos derivados del maldito coronavirus. Los improperios contra Macron por parte de algunos miembros intermedios del gobierno turco han ido subiendo de intensidad y han llegado a insultos proferidos por ministros, en lo que es una escalada verbal muy grave. De momento la diplomacia trata de frenar las cosas mediante la llamada a consultas de los embajadores respectivos y la congelación de relaciones, pero es evidente que, más allá del oportunismo del gobierno turco para sacar pecho ante la comunidad musulmana y convertirse en un referente político de la misma, aquí hay un problema de fondo muy serio sobre la libertad de expresión, el respeto a las ideas y el sagrado, absoluto, respeto a las personas. Nada de lo que ha dicho Macron, y otros líderes franceses de ideologías diversas, resulta ofensivo para un creyente musulmán, y sí lo es para el fanático islamista, porque en ningún caso se trata de prohibir una creencia, sino que esta se encauce dentro de la ley del país en el que se desarrolle. Este debate me recuerda mucho al viciado asunto del independentismo catalán, en el que los victimistas de Puigdemont y cía pregonan a todos los vientos que en España se prohíben las ideas, cuando lo que está prohibido, como en todas partes, es cometer delitos, sea cual sea la idea, o la ausencia de ella, que lo ampare. No hay ideologías prohibidas en España, como no hay religiones prohibidas en Francia, pero en ambos países es delito que alguien robe o mate a otra persona, lo justifique porque se lo ha dicho Maoma, el Papa o el independentista Abad de Monserrat. Esta separación entre creencias privadas y comportamientos públicos es uno de los pilares en los que se funda el sistema de libertades que se ha construido en occidente tras varios siglos de disputas y muertes, en las que han sido principalmente facciones del cristianismo las que han ensangrentado naciones como las europeas. Con el tiempo la religión cristiana ha sido “domesticada” y, pese a que hay diferencias profundas entre católicos, protestantes y ortodoxos, por poner tres comunidades que viven en nuestro continente, sería absurdo que un grupo de, pongamos, católicos fanáticos, se pusiera a atentar contra otra rama de la iglesia de Cristo por lo que fuera. Y si algo de eso sucediera las autoridades los debieran perseguir con el mismo ímpetu con el que se combate al islamismo, porque estaríamos ante el mismo fenómeno, el radicalismo de una ideología, en este caso de una religión, que considera a las personas como meros instrumentos para alcanzar sus fines y que, como tales, se pueden utilizar, sacrificar, eliminar o lo que se desee. Es libre creer en lo que se quiera, pero la ley hay que cumplirla más allá de las creencias.

Francia impuso el laicismo a partir de su revolución y es el sistema educativo republicano una de las herramientas fundamentales para que los ciudadanos de aquel país sean formados en los valores que inspiró aquel movimiento. Por eso, además de por su sádica crueldad e injusticia, el asesinato de Samuel Paty ha sido visto al otro lado de los Pirineos como un atentado contra lo más profundo del corpus que sustenta la Francia republicana. De ahí la defensa cerrada de Macron y del resto de dirigentes e intelectuales de aquel país de sus instituciones, de la libertad que en ellas se encarna y de la necesidad de defenderlas. No está Francia sola en su empeño. Mucho le apoyamos. Muchos nos sentimos gabachos ante situaciones como estas.

Subo hoy a Elorrio en medio de la incertidumbre y, si todo va normal, el martes por la tarde volveré a Madrid. A saber cómo estará la pandemia para entonces, y si el nuevo confinamiento hogareño será ya, como preveo, una realidad a las puertas. Cuídense mucho

martes, octubre 27, 2020

No deben subirnos el sueldo

Cada día compruebo, con más asombro, la absoluta irrealidad que, en general, impera en nuestra sociedad sobre lo que estamos viviendo, la negación del desastre sanitario y económico que enfrentamos y el profundo egoísmo que subyace al comportamiento de cada uno de nosotros. Si uno tiene trabajo le da absolutamente igual que millones de personas lo pierdan o no ingresen a cuenta de esta mastodóntica crisis. Si uno está bien de salud entonces tiene derecho a divertirse y el contagiar a otros no va con él, no supone molestia alguna, y así todo. Es desquiciante como este infantilismo, un comportamiento tan reprobable como suicida, nos agrava todos los problemas derivados de la pandemia. Visto lo visto a lo mejor nos los merecemos.

Ayer se supo que en el proyecto de presupuestos para el año 2021 que se hace público hoy se incluye una propuesta de subida del sueldo a los empleados públicos del 0,9%. Un estado completamente quebrado, que quema deuda como un yonqui papelinas y que va a acabar el año con un volumen de deuda sobre el PIB superior al 120% decide incrementar el sueldo de sus empleados cuando millones y millones de trabajadores no es que lo hayan dejado de ser, sino que directamente se ven abocados a la pobreza por la destrucción de su sector productivo. Empresas de todo tipo se tambalean en medio de la mayor debacle de la demanda agregada vista en muchas décadas y el empleador público no tiene una mejor idea que la de aumentar una partida de salarios que es de las más gruesas del presupuesto. Me parece absolutamente irracional desde el punto de vista económico y profundamente injusta desde lo social. Antes de que algunos me aplaudan y otros me critiquen por mi postura, debo aclarar que trabajo para la Administración General del Estado en un puesto que no es el de funcionario, pero se le acerca mucho, al menos en lo de la estabilidad, por lo que lo que decida el gobierno con esos sueldos es lo que decide con el mío, y cuando digo que no se le deben subir a estos empleados me incluyo. De hecho, es inevitable de todo punto que llegue una bajada, bien sea mediante la supresión de alguna nómina, como se hizo en la crisis financiera, o algo similar, y es lo que le digo a todo el mundo que me pregunta algo al respecto, y le añado la coletilla de que “cuanto más tarden en bajarnos más tendrán que hacerlo”. Normalmente decir esto en mi lugar de trabajo no es recibido con grandes alegrías ni buenas respuestas, pero no les voy a engañar, me preocupa bien poco. En algunos de estos debates que surgen al respecto he propuesto alguna otra alternativa. Por ejemplo, no subir la masa salarial de los empleados públicos, pero alterar su reparto, de tal manera que se baje el sueldo a los trabajadores que realizamos labores administrativas o de gestión (es mi caso) y ese sobrante se reparta entre los sanitarios, docentes y cuerpos de seguridad, que durante esta pesadilla están trabajando con una intensidad, tesón y angustia de la que ni somos conscientes ni, por lo visto, queremos ser. De esta manera la partida de gasto agregada se mantendría constante pero, al menos, a los que más se han sacrificado se les recompensaría de alguna manera, menor de la que les es debida, pero algo. Sin embargo esa propuesta también suscita críticas, de primeras porque supone bajar el sueldo de todos los trabajadores de mi entorno, y eso no lo ve bien nadie que se pueda ver afectado, y de segundas, que eso es “complicado”, “es mucho trabajo”, “es un lío”. En efecto, es mucho más sencillo congelar los sueldos, o subirlos o bajarlos linealmente, tratar todos los esfuerzos de la misma manera y no buscar cómo sacar eficiencia a la partida de salarios públicos de manera que esté más ajustada a la realidad del desempeño, la productividad y lo trabajado. Eso, desde luego, requiere trabajo y esfuerzo, y para qué, si se puede evitar. Lo mismo que la contrata de rastreadores o de sanitarios ante la segunda ola. Filosofía de vida procastinadora, que nos domina, llevada al extremo.

En los informativos de ayer por la noche, junto a este anuncio de subida salarial, salían acto seguido sindicatos de funcionarios, generalistas y corporativos, indignados por esa propuesta de subida, que entendían a todas luces injusta, y que pensaban combatir con todas sus fuerzas. Y en ese momento me levanté del sofá y, durante unos minutos, dejé de ver la tele y contemplé por la ventana una noche fría y oscura, en un mundo en el que no entendía nada, y que sólo me ofrecía constantes muestras de egoísmo a través de los medios. Abrí la ventana, se oía el rumor de la ciudad. En algunos de los pisos que veía desde el mío este mes se habrá cobrado, en otros no. Y no entendía nada. Y cada vez entiendo menos.

lunes, octubre 26, 2020

Alarma permanente

Qué vacíos resultan ser los deseos ante la cruda realidad, ante la testarudez de los hechos, que convierten la autoayuda barata y sus vacíos mantras en estafas. En la lucha contra la pandemia se ha visto hasta la náusea la incompetencia administrativa de distintos partidos y niveles de poder, y cada día vemos ejemplos de la misma, y también una falsa sensación de victoria tras el primer confinamiento (créanme, viene un segundo) y la llamada de esas autoridades carentes de dicho atributo en lo ejemplar al desmelene, al asalto del verano, a la huida de la realidad y al disfrute, dando por sentado que el virus había sido derrotado. Mucho acto hueco, mucho plan de reconstrucción sobre unas ruinas de una no guerra a la que le quedan aún muchas no batallas.

Ayer, forzado por la realidad implacable, el gobierno decretó nuevamente un estado de alarman a nivel nacional, a excepción de Canarias, que servirá, de momento, como soporte legal para las diversas, contradictorias y excluyentes medidas que los nefastos gobiernos autonómicos van decretando a medida que la realidad impone cifras desatadas de contagios, preludios de futuras muertes a gran escala. Este estado de alarma centra lo dispositivo en el establecimiento de un toque de queda nacional, que la factoría de frases falsas de la Moncloa no quiere denominar de esa manera, y deja a los gobiernos regionales la potestad de tomar las medidas que crean oportunas para que el virus sea controlado. Esas medidas serán más o menos restrictivas, y se agudizarán a medida que la actual situación que vivimos se descontrole del todo y acabe en un nuevo confinamiento hogareño en, estimo, unas tres semanas. Con esto, las CCAA pueden legislar sin que sea necesario que tribunal de justicia alguno ampare las medidas, lo que da algo de estabilidad a las mismas, pero dado que durante los meses precedentes ninguna de las administraciones hizo el trabajo debido de refuerzo sanitario, de contratación de rastreadores, de seguimiento de enfermos y demás obligaciones prometidas, al final nos enfrentamos a una situación extremadamente parecida a la de marzo con las mismas herramientas en la mano, la coerción, y casi las mismas limitaciones en lo que hace a dotación sanitaria y refuerzos de personal. Con el atenuante de que esta vez no nos pilla de sorpresa, y con el agravante de que, sí, esta vez no nos pilla de sorpresa. No tengo muy claro hasta qué punto una sociedad dolorida, dañada, cansada y desmoralizada, que ve como día sí y día también sus irresponsables dirigentes dan muestra de ser menos fiables que un grupo de niños de primaria va a acatar restricciones que irán incrementándose en dureza y crudeza, generando un daño económico cada vez más intenso. En el discurso vacío de Sánchez del viernes y de ayer se hizo especial hincapié en la “moral de victoria” nuevo eslogan de la fábrica de palabrería oficial que no descansa, y a buen seguro, a medida que hoy se vayan conociendo los detalles de las medidas que las administraciones autonómicas vayan tomando, ese eslogan o similares se irán repitiendo en un corta y pega carente de imaginación. Cada presidente autonómico se va a sentir como si se enfrentara él solo ante el problema y como si fuera el rey de su tribu, por lo que una de las principales diferencias entre la primera ola y esta va a ser la sobreabundancia de comparecencias de virreyes regionales henchidos de orgullo hasta reventar mientras los ciudadanos de su territorio padecen uno y mil males. Hemos multiplicado a Sánchez por diecisiete. ¿Cuál es el múltiplo que se ha conseguido alcanzar para que se aumente la dotación de médicos, rastreadores, intensivistas, personal de UCI, atención primaria, etc? Sí, sí, ninguno. Pero tranquilos, hay cogobernanza.

Un estado de alarma permanente deja de ser alarmante para convertirse en corriente. Las medidas de restricción del toque de queda sirven de muy poco si fuera de ese horario no se actúa en los lugares en los que la transmisión del virus resulta efectiva. Locales cerrados en los que se habla y comparte gotículas y aerosoles, y normalmente los virus no saben si es de día o de noche para contagiar. En unas semanas, pocas, me temo que la medida del toque de queda será superada por la realidad y las cifras de infectados y fallecidos nos abocarán a decisiones duras, de esas que se anuncian con cara de gravedad, la misma que esconde el fracaso de la dirigencia de un país y, también el comportamiento de su sociedad.

viernes, octubre 23, 2020

El discurso de Pablo Casado

En el fondo, y por lo visto era consciente, Pablo Casado era la pieza de caza mayor de la moción de censura planteada por Vox en el Congreso esta semana. Los de Abascal sueñan con el sorpasso al PP, como lo hizo desde otro punto ideológico Rivera, o como todavía fantasea Iglesias respecto al PSOE en los ágapes que se da en su finca. Y esta estrategia de usurpación a los populares es magníficamente vista por parte del gobierno y el PSOE, que saben que no tendrá lugar, pero que produciría una falla aún mayor entre el electorado conservador, lo que sería la salvaguardia de que el PSOE ganaría las elecciones y, en el reparto de escaños, saldría más beneficiado que lo que pudiera indicar el margen de votos obtenido.

Y ayer les decía que Casado, que no era líder ni tenía muchas luces, no podía hacer otra cosa, si quería sobrevivir como dirigente y mantener a su partido en pie, que plantarse ante el discurso de Vox, un discurso tóxico en todos los sentidos, pero que en la exposición que hizo Abascal el miércoles sólo puede ser considerado como propio de iluminados. Por momentos, en su diatriba, Santiago era una encarnación de Trump en pequeño, a una escala como la de la propia España respecto a los EEUU. Mismos conceptos, mismas mentiras, mismas paranoias. De esa palabrería que se desgranó en la Tribuna sólo se podría salvar la crítica inicial a un gobierno, el presente, incompetente hasta el extremo, pero el resto era simpe y sencillamente intolerable, desde todos los puntos de vista. Nadie con algo de raciocinio puede compartir ese discurso, lo que no quiere decir que millones de personas puedan votarlo, eso es otra cosa. Si un partido aspira en occidente, en una democracia y economía liberal, en la sociedad de la información, en el mundo de economías y males globalizados, a gobernar, no puede subirá a desgranar un discurso que sería de manual a principios del pasado siglo XX o, si me apuran, la Edad Media. El resultado de un gobierno con esas directrices sería Venezuela, un país arruinado por una megalómana visión que lo destruye todo, vestido de ropajes izquierdistas, pero igualmente tóxico. Muchos estrategas de todos los partidos esperaban el discurso de Casado de ayer, mantenido en secreto para todos, con la sensación de que una posición blanda del líder del PP ante lo desgranado por Vox sería buena para Abascal e ideal para el gobierno. Y lo cierto es que ayer Casado sorprendió a propios y extraños. Hizo lo que tenía que hacer y lo que el que aquí escribe le recomendó como única opción posible, y para una vez en la vida que acierto, lo subrayo. En su discurso Casado fue durísimo con Abascal, en todos los planos imaginables. Separó a su partido en lo ideológico de una formación ultramontana que utiliza el verde para esconder negras ideas, pero también atacó a Abascal en lo personal, recordándole que su vida y carrera han sido posibles gracias al PP al que ahora ataca, mencionándole lo que ganó y cómo vivió mientras a la sombra del PP se desarrolló, y considerándole como un desagradecido que paga con la traición a los que durante media vida le acogieron y le dieron de todo. A medida que avanzaba en su discurso, el semblante de Abascal iba mudando de la seriedad a la irritación, y algo similar pasaba en la bancada del resto de grupos. Los partidos del gobierno, que llevaban preparadas intervenciones en las que Casado sería el gran atacado con la excusa de Vox, por su complacencia con los de Abascal, tuvieron que rehacer sus textos ante unas palabras del líder del PP que les dejaron sin argumentos. El que todo partido opuesto al PP se quedase ayer sorprendido por lo visto es una muestra de que la estrategia de Casado ayer sí fue la correcta. Descolocar a tus adversarios es un primer paso para ganarlos, y quien entró el miércoles como gran damnificado y señalado como perdedor general de todo lo que pasase salió ayer como triunfador moral. Iván Redondo sufrió ayer un duro revés en sus planes. Y lo sabe.

¿Quiere decir todo esto que el PP no tiene problemas serios con la presencia de Vox? Ni mucho menos. El PP es un partido de gobierno, de poder, y sin él se marchita como la hierba en verano. Sabe que no habrá elecciones generales hasta que Sánchez no tenga más remedio que convocarlas, y para eso aún queda mucho, y que va a seguir recibiendo palos políticos desde todas partes, y judiciales fruto de las causas pendientes. El liderazgo de Casado es débil, inestable, y no soportará mucho tiempo al frente del partido si no logra triunfos y cotas de poder. Tiene críticos en el partido y Abascal y los suyos seguirán tratando de destruirle. Pero justo es reconocer que ayer Casado sí aprobó un examen de máster político, en el que un suspenso le hubiera supuesto, casi, el ocaso de su carrera política.

jueves, octubre 22, 2020

Censura de moción

Ruido, ruido, ruido hasta hartar es lo único que surge del Congreso desde hace demasiado tiempo, un hemiciclo diseñado para el debate y la defensa de posturas que se ha convertido en una mera cámara de resonancia del griterío, de lo chabacano, de las intervenciones crudas, sectarias y en demasiadas ocasiones soeces. En el lugar en el que el subido a la tribuna sólo habla para los suyos y desprecia a los demás. Hay excepciones, sí, pero es la tónica general. Este clima y este grupo de irresponsables que lo crean han conseguido que deje de seguir la actualidad parlamentaria, y compadezca a los periodistas y demás profesionales que se dedican a ello. Y este es, desde luego, el menor de los males que causa tanta irresponsabilidad.

Con un millón de contagios, cerca de las dos centenas de muertos diarios por el coronavirus y la economía del país destruida, el Congreso se dedica en pleno, ayer y hoy, a debatir una inútil moción de censura presentada por uno de los dos grandes partidos populistas de la cámara, en este caso Vox, (no siempre va a ser Podemos el que de tristes espectáculos) cuyo único fin es encumbrar mediáticamente a su líder, Santiago Abascal, una persona que no ha trabajado nunca, que ha vivido de la política en otros partidos hasta que se dio cuenta de que podía sacar más dinero si era él mismo el jefe del partido. Vox es una formación que presenta una ideología populista radical en la que el marxismo podemita ha sido sustituido por el falangismo, lo que hace que ambos partidos vivan encantados en los años treinta del siglo pasado. Abascal presenta un discurso equiparable al que dicta Le Pen en Francia, o Alternativa por Alemania, basado en el culto sagrado a la bandera y la patria, en este caso la española, el poder mágico que ese culto tendrá a la hora de solucionar los problemas y el rechazo a todo lo que, desde su punto de vista, no pertenezca a lo que el líder, en este caso Abascal, dicte que es “lo nuestro”. Si se fijan esta descripción casa perfectamente para describir al separatismo catalán o al abertzlismo batasuno, porque son exactamente lo mismo, expresiones sectarias de un nacionalismo en el que cambia la bandera que ondea y el terreno que delimita su influencia, pero no la visión sectaria, retrógrada, etnicista, supremacista, que todo lo impregna. Soñaba Puigdemont con una Cataluña libre, pura, en la que los malos catalanes no pintasen nada y se fueran. Empezó a llevar a la práctica ese sueño el nacionalismo vasco, asesinando a los que consideraba malos vascos y a todos aquellos que no comulgasen con su paranoia, y ese mismo discurso de la exclusión es el que Abascal pregona en sus mítines, impregnado de un cóctel sucio en el que se mezcla el antisemitismo, las conspiraciones internacionales, la búsqueda de la autarquía y otra serie de ideas que parecen los despojos acumulados por un chatarrero en uno de los puestos más cutres que, de vez en cuando, se veían en el rastro madrileño, antes de la pandemia. Si alguien piensa que el discurso de Vox va a arreglar algún problema, sinceramente, está muy equivocado, o lo que es peor, engañado. Vox es, como Podemos, fruto de un hartazgo, de un enfado, de una frustración de la sociedad ante los problemas que ve que no encuentran solución en los partidos tradicionales. Son formaciones surgidas tras la crisis de 2008 - 2012, que destrozó parte del tejido social y dejó heridas que aún antes de la pandemia estaban sin cicatrizar. Una de ellas es el descrédito de la política tradicional, que ni vio la llegada de esa crisis ni pudo hacer mucho para evitarla ni, gracias a la corrupción, mostró ninguna empatía con lo que el país estaba viviendo. En ese disparate de años, como un castillo de fuegos artificiales, la política estalló en todas direcciones, una hacia la izquierda trasnochada de corte soviético y otra hacia la extrema derecha con reminiscencias franquistas. En el fondo, lo mismo, rabia pura y vuelta a un pasado fracasado que es visto por ambos como idílico.

Para lo único que sirve Vox, en la práctica, es para impedir que el PP pueda volver al gobierno. El discurso sicótico de Abascal y los suyos refuerza el miedo del electorado de izquierda, sea cual sea su intensidad, ante la llegada de los bárbaros, y los cohesiona, y sobre todo, fragmenta el voto de derecha, que siempre había sido más disciplinado. Eso hace que en el reparto de escaños en las elecciones el PP se vea penalizado y consiga siempre menos. Si Casado fuera un líder (no lo es) y tuviera luces (que no lo parece) tendría esto muy claro, y tanto por higiene democrática como por puro interés centraría muchos de sus esfuerzos en combatir a una marca verde que es tóxica. Hoy la sesión parlamentaria seguirá, consumiendo tiempo y esfuerzos. Y la vida real, crudísima, coronavírica, no cesará pese a los aspavientos que se vean en la tribuna.

miércoles, octubre 21, 2020

Las dudosas cifras chinas

Siempre ha habido dudas sobre las cifras estadísticas que vienen de China. Incrementos de PIB de tamaño desorbitado y constante han hecho sospechar a más de uno que las fuentes oficiales de aquel país inflan los datos buenos, y opacan los malos, para que en el recuento la foto salga mucho más luminosa de lo debido. ¿Es China un adolescente adicto a los filtros que no deja de manipular su imagen? Algo de eso habrá, seguro. Sabido es que algunos de los grandes dirigentes del país desconfían de sus propias estadísticas oficiales y miden la evolución económica de la nación con indicadores indirectos, como el consumo de electricidad o el volumen de mercancías transportado por los ferrocarriles entre otras.

La actual pandemia ha agudizado la desconfianza por los datos chinos. Por muy buena que haya sido la gestión de aquel país frente al coronavirus, y lo ha sido, no entra en cabeza alguna que el número de infectados allí, hoy, sea de poco más de 91.000 con unos 4.700 fallecidos, más o menos los que mueren en EEUU en poco menos de una semana. ¿Cuáles han sido los verdaderos registros de esta pandemia en China? ¿Cinco veces más? ¿Diez? ¿tres? La menor idea, y el que no sepamos realmente qué múltiplo añadir nos pone en la tesitura de reconocer que no sabemos cuál es el dato local. Nos tenemos que creer el que nos dan, y poco más. Quizás con los años sepamos realmente el alcance de la epidemia allí, pero eso tampoco es seguro, dado que aún hoy desconocemos cuánta gente murió asesinada en la plaza de Tiananmén durante las revueltas de 1989. Reconozco que contar es difícil en un país de dimensiones continentales como el chino y, sobre todo, con un volumen de población tan elevado que hace que los errores de decimal en cualquier estadística demográfica impliquen restos del tamaño de países no pequeños, pero la duda siempre estará ahí. En los últimos días China ha publicado nuevos datos, en este caso económico, y creo que las dudas que ofrecen se deben más a la pura envidia que a la realidad de las cifras. El dato de incremento interanual del PIB del tercer trimestre ha sido allí del 4,9%, una barbaridad. Ya es asombroso que en estos tiempos de desolación cualquier dato de PIB esté asociado a algo positivo, cuando los demás países estamos sumidos en una especie de competición sobre quién presenta mayores pérdidas (y en esto, tristemente, España es muy competitiva). El rápido control de la enfermedad en China, sumado a la inmensa demanda de producción que el resto de los países le siguen demandando, no sólo en productos sanitarios, explican este incremento, que puede ser difícil de saber si realmente es ese 4,9 o algo menos, pero no hay dudad sobre el signo. Estas cifras suponen, la verdad, algo más que un espaldarazo a la preminencia de China en el mundo, sino simplemente la consolidación del poder del aquel país y su aparente camino al liderazgo global, asentado tanto en sus fortalezas propias como en la debacle que vivimos el resto de las naciones. Si ellos crecen y el resto decrecemos la distancia que pueda haber entre ambos se reducirá a toda velocidad, y eso no hará sino acelerar una tendencia de fondo que viene desde muchos años atrás. El poder y presencia de la economía china no hace sino aumentar año a año, usemos las estadísticas oficiales de aquel país o la sensación que nos da la omnipresencia de sus productos y las imágenes de las urbes que cubren su territorio. No hay dato económico internacional en el que Chin no haya despuntado con fuerza en los últimos años y la duda no es qué área de negocio liderará en el futuro o qué mercado dominará, sino cuándo se producirá esa llegada al número uno. La pandemia, que tiene sumido a occidente en el marasmo social y la depresión económica, puede que no sea un accidente geoestratégico que cambie el mundo, aún está por ver, pero desde luego sí parece que está actuando como un catalizador, un acelerante en ese proceso de ascenso de China al trono económico global. Y eso, en un mundo regido por instituciones y conceptos diseñados desde el occidente dominador es, como mínimo, algo que genera tensiones de todo tipo.

Datos oscuros como los pandémicos y luminosos como los del PIB alientan las teorías conspiratorias de una gran parte de la población, que ve reforzada en ellos su convicción de que este desastre que vivimos ha sido provocado desde Beijing para dominar el mundo. Esa idea es una majadería, la diga quien la diga. El virus es natural, no ha sido creado, y ha surgido donde era más probable, en un lugar muy habitado en el que las interacciones de humanos con animales son abundantes y las normas de higiene escasas. No, el coronavirus no lo han creado los chinos, pero es indudable que pueden ser de los que más partido le saquen a esta situación. Nosotros, por el contrario, parece evidente que estaremos entre los grandes perjudicaos, sea cual sea el dato que consultemos y su fiabilidad.

martes, octubre 20, 2020

Cada vez cuesta más gestionar el odio en la red

No es comparable a cualquier acto delictivo que se produce en el día a día, no, pero el odio que destila nuestra sociedad es, cada vez, mayor, y las expresiones de violencia que lo amparan crecen con una naturalidad que no deja de parecerme obscena. Asomarse al pozo de una red social en cualquier momento permite ver discusiones que se desmadran en apenas minutos y se convierten en cruces de acusaciones de trazo grueso que harían palidecer a rudos marineros. Amparados en el anonimato de las redes, muchos de sus usuarios se limitan a utilizarlas como altavoz de su intolerante visión de la vida. ¿Por qué? ¿Tiene esto remedio?

Una de las preguntas de fondo sería si la mera existencia de las redes sociales ha amplificado el odio que ya existía en la sociedad o lo ha fomentado. Si lo que nos asusta es que nos permitan ver algo que hasta su llegada existía, pero no percibíamos, o han alentado comportamientos de este tipo. La respuesta es difícil y, me temo, no muy esclarecedora. Cuando antes la red social era un bar y el ámbito de lo que allí pasaba no se alejaba unos pocos metros de la barra también había discusiones interminables en las que “se arreglaba el mundo” lo que daba por sentado que, fuera de ese círculo, todos eran unos inútiles que no tenían ni idea. Lo cierto es que esas discusiones podían también llegar al trazo grueso, era lo habitual, pero no pasaban del bar. Cuando el grupo se disolvía nada quedaba de lo dicho, ni siquiera ruido en el aire. Ahora, con las redes, esas discusiones tienen alcance global, se pueden escuchar desde cualquier parte, y lo dicho queda registrado para siempre. Estos cambios, profundos, podrían inducir a la gente a que fuera un poco más serena, a preocuparse de que lo que se diga esté basado en certezas y no en meros prejuicios, pero resulta que sucede todo lo contrario. Asistir a la comunicación que, vía redes sociales, ejercitan los partidos políticos, sin ir más lejos, y en gran parte de los países, es introducirse en una tabernera discusión llena de sectarismos e improperios que sonroja a cualquiera, pero que es alentada por los seguidores de cada una de las formaciones con fe ciega. En el caso que comentaba ayer, el del profesor francés vilmente asesinado, las redes escupieron bilis islamista durante varios días contra su persona, sin que nadie hiciera nada para evitar no ya un futuro atentado, sino una presente persecución y hostigamiento. Sale gratis insultar en las redes, cagarse en alguien, soltarle todo tipo de epítetos a cualquiera. Las empresas que las gestionan siguen defendiendo que son una plataforma, un tablón de anuncios, y que la responsabilidad de lo que allí se expone es de quien lo expone, no del lugar en el que lo hace. No les falta algo de razón, pero no la tienen toda, dado que su modelo de negocio, de ganar dinero, es la visibilidad que les dan los usuarios que usan de sus servicios. Y las broncas generan ruido, poder mediático, influencia y, desde luego, dinero. Que los que gestionan los millones y millones de euros que se mueven en publicidad en las redes se declaren totalmente ajenos al uso que de las mismas se hace no deja de ser algo hipócrita, más o menos como si un fabricante de coches no se hiciera responsable de accidente alguno porque, en el fondo, es el conductor el que siempre pilota y decide. Según esa filosofía, no es necesario invertir en sistemas de seguridad en los vehículos, como airbags o cinturones, porque todo accidente es producto de una negligencia del usuario, y el vehículo, el sólo, no tiene culpa de nada. Esta argumentación se nos hace completamente ajena, absurda y carente de lógica, pero se debe a que llevamos años con los coches, con su tecnología, con sus problemas e inconvenientes, y hemos aprendido a convivir con ellos, los hemos domesticado.

¿Sucederá lo mismo con las redes? ¿Acabaremos por aprender a usarlas y a penalizar su mala utilización? No lo se, quizás sea el camino. Una de las opciones es mantenerse alejadas de ellas, y más en tiempos de histeria social y crisis profunda como los que vivimos, pero hoy en día, convertidas en herramientas de comunicación de primer nivel, la presencia en ellas es obligada para millones de profesionales de muy distintos ámbitos. Como el carnet de conducir, puedes vivir sin él, pero mejor tenlo por si lo necesitas (y practica para que no se te olvide). Mi consejo, tonto, es que sean cuidadosos con el uso de las redes, cuenten hasta diez antes de escribir o difundir algo, guarden su bilis para aporrear setos, no personas y sus avatares, y cuando vean una bronca en la red, hagan como yo y huyan.

lunes, octubre 19, 2020

Samuel Paty, profesor

Samuel Paty era profesor de geografía e historia de un centro educativo sito a unos treinta kilómetros al norte de París, en el extrarradio de la ciudad. Tenía 47 años, prácticamente mi generación. Enseñaba a los críos materias puras como las citadas pero también suscitaba en ellos debates y charlas sobre temas de actualidad. Dicen los que le conocían que le gustaba mucho que sus alumnos no sólo aprendieran el temario debido, sino que, siendo aún muy jóvenes, empezaran a hacerse preguntas sobre lo que les rodea, a cuestionarse cosas, a aprender de cómo funciona la vida y qué papel desean tener en ella. Paty les trataba como adultos.

Hace un par de semanas, más o menos, Paty organizó un debate en clase sobre la libertad de expresión y sus límites, al calor de la actualidad francesa, dominada como todas por el coronavirus, pero que entre sus temas de agenda local tiene el juicio de los atentados de Charlie Hebdo como uno de los ejes principales. Samuel avisó a sus alumnos de que tratarían este asunto y que les iba a mostrar las caricaturas que publicó el semanario satírico para que supieran de qué estaban hablando. Con alumnos y padres que profesan la religión musulmana, y a buen seguro sin creer en esa acción, Paty indicó a los que seguían esa religión de su clase que eran libres de abandonar el aula si no querían ver esas viñetas, que podían considerar ofensivas para su Dios, su profeta, su ley. Algunos al parecer lo hicieron, otros no. La clase tuvo lugar sin que haya trascendido noticia alguna sobre incidentes durante su transcurso. Pero a partir de ahí algo cambió. Alumnos que salieron del aula siguiendo el consejo del profesor contaron en casa a lo que habían dedicado la hora escolar, y algunos padres empezaron a mostrar enojo por lo que consideraban una repetición de la infamia que en su día perpetró, según ellos, el semanario parisino atacado. Se ha sabido con posterioridad que a partir de ese momento empezaron a llegar amenazas al centro educativo en el que trabajaba Samuel y que las redes, esos ríos de internet que pueden ser remansos de paz o pestilentes cataratas, se empezaron a llenar de insultos, de odio y amenazas ante lo que había hecho un infiel. Es difícil saber si Samuel supo durante esos días y los siguientes la dimensión del problema que se había creado, o el riesgo que corría. Seguramente, como casi todo el mundo en su entorno, no fue consciente de ello, y mientras una nube negra se cernía sobre él nada alteraba su vida, rutinas y empeños. El pasado viernes, por la tarde, un chico de apenas dieciocho años, de origen checheno, residente en Francia junto con el resto de su familia con el estatus de refugiado, encontró a Samuel en la calle, cerca del colegio. Al parecer había preguntado a algunos alumnos de allí para saber quién era concretamente el profesor, porque ese chaval, cuyo nombre no quiero reproducir, no estudiaba en ese centro. Cuando estuvo seguro de quién era el profesor, se acercó a él, sacó un cuchillo de poco menos de medio metro de largo y, sin mediar palabra, degolló a Paty, que probablemente en ningún momento fue consciente de lo que pasaba ni supo que ese era el final de su vida. El tajo certero dejó sin opciones al maestro, pero no contento con ello, el asesino terminó el proceso de corte, decapitó la cabeza y la dejó sobre el cuerpo, desmadejado, de su víctima, sobre los restos de la sumaria ejecución que había perpetrado. Al parecer sacó alguna foto y la colgó en otra de esas redes sociales, mostrando el absoluto orgullo de la acción realizada. Gritos, histeria de quienes veían una escena de horror absoluto, llamadas a la policía… la tarde noche del viernes es un caos en Conflans Sainte-Honore, que termina con las fuerzas de seguridad rodeando al atacante, a ese chaval, que opone resistencia movido por un ciego fanatismo, y finalmente es abatido a tiros por la policía, que no es capaz de reducirlo. Su cadáver acaba en el suelo, el mismo suelo que, hace pocas horas, fue mancillado por su repugnante acción. Sólo la sangre que gotea de ambos cuerpos y empapa la misma tierra es la única similitud entre ambas muertes.

La profesión de Paty, profesor, maestro, como quieran llamarla, es la vía más lenta pero efectiva para crear generaciones de ciudadanos en libertad, adultos, conscientes de que la vida a la que se enfrentan es complicada, pero que poseen armas para vencerla, como son el conocimiento, la razón, la inteligencia y la duda. Frente a la escuela, frente al saber, el fanatismo islamista volvió a demostrar el viernes pasado que es sólo rabia, sólo terror, sólo oscuridad. Paty, ejecutado, se ha convertido en un mártir laico de la educación en Francia, y en todo el mundo. Un ejemplo de la amenaza a la que se ven enfrentados los maestros allí, y en todas las partes del mundo, cuando el fanático desea acallarlos, para que su discurso totalitario sea el único. Samuel Paty es un ejemplo para todos, alguien que fue valiente y que, con orgullo, hizo una de las cosas más importantes que en la vida existen. Enseñar

viernes, octubre 16, 2020

En Corea del Norte no hay coronavirus

No parece que en Corea del Norte el coronavirus sea un problema. De hecho, en aquella nación está prohibidos los problemas que el régimen considera que lo sean, y la población muestra entusiasmo desbordante cada vez que las cámaras de la neutral y objetiva televisión estatal, única, les filma en actos de ensalzamiento al líder. Imagino a Iglesias, Abascal y a tantos dictadorzuelos que tenemos en nuestro país salivando cada vez que contemplan esos espectáculos de masas. Ellos, que han dedicado esfuerzos y recursos a crear medios de comunicación que sean mera propaganda de sus megalomanías (ni los voy a enlazar) son unos pringaos de cuidado ante lo que organiza la dinastía Kim en el mayor gulag del mundo. Cómo les gustaría estar en esa tribuna de Pyongyang.

El último espectáculo coreografiado por la dictadura norcoreana ha sido el desfile militar conmemorando el 75 aniversario de la fundación del partido de los trabajadores, que como buen ejemplo de la neolengua ni es un partido ni defiende a los trabajadores. Allí Kim y los suyos han mostrado el armamento que poseen, en una parada militar de esas que asombran por la cantidad de gente que participa y la exactitud con la que desarrollan sus naturales movimientos. En ese desfile se ha presentado el último modelo de misil intercontinental desarrollado por la industria armamentística local, probablemente la única industria del país, excepción hecha de la de exterminio. Es difícil saber con lo que hemos visto si el misil es de verdad o no deja de ser un aparatoso tubo metálico que no va más allá de la amenazante carcasa, pero lo que sí es cierto es que ruedas, lo que se dice ruedas, el vehículo que lo porta sí que tiene, por lo que al menos los norcoreanos han logrado fabricar un buen puñado de ellas. Son feas, gordas, y con un color de plástico negro muy intenso. Suponiendo que todo el desfile no sea un brillante montaje de Photoshop, los neumáticos parecen tan cargados de goma como las ruedas de los antiguos Tente, que eran sólidas y así de oscuras. Realmente estos desfiles norcoreanos dan mucha risa por su estética casposa y por la sensación de estar asistiendo a un cutre teatro, pero dos son los motivos profundos por lo que estas exhibiciones, y todo lo que viene de aquel país, no tiene nada de gracioso. Uno es que se sabe que la vida en aquella nación no vale nada, y nada es nada, como diría “no es no Sánchez. Purgas en los altos cargos, eliminación de disidentes, reeducación de las masas… Corea del Norte es la mayor cárcel del mundo y nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente muere o es asesinada allí, pero sospecho que más que las ya muy abultadas cifras de fallecidos nuestros por el coronavirus. Realmente Kim no necesita una epidemia para exterminar a su población, se basta con sus propios medios. La otra causa de fondo que hiela la risa es que, tras haberlo probado en repetidas ocasiones, la duda es cuántas bombas atómicas tiene el régimen (se estima que unas veinte o treinta) pero es un hecho que las posee, y eso ha cambiado su estatus global, de apestado a peligroso apestado, adquiriendo una respetabilidad que sólo el miedo logra infundir. Puede que gran parte de lo exhibido en el desfile de Pyongyang sea falso, cartón piedra, pero es cierto que tienen la bomba, y se supone que algo real sobre lo que poder cargarla y dispararla. Nadie se atreve a decir si ese misil hormonado lleno de ruedas es cierto, y posee capacidad efectiva para ser lanzado y llegar, pongamos, a EEUU, pero que el régimen tiene intenciones de construir algo así y que, sobre todo, posee la bomba que sea insertada en la cabeza nuclear son hechos probados, y cambian la perspectiva. Esta respetabilidad vía miedo es lo que animó a que Trump, otro envidioso de los dictadores (qué engorro son las elecciones, ¿verdad, Donal? Cuanto mejor mandar y que el resto callen) se reunió con Kim a lo largo del año pasado en tres encuentros que fueron desde lo más amistoso hasta la frialdad del fracaso. Poco, más bien nada, se ha sabido desde entonces de las relaciones entre ambos líderes, y de la evolución del régimen. Vamos, lo habitual de un estado totalitario y paranoico hasta el extremo.

Lo único que ha trascendido de aquellos encuentros son algunas declaraciones que Trump le ha hecho a Bob Woodward y que éste recoge en su último libro. Allí habla el presidente norteamericano de los tiras y aflojas en sus relaciones con Kim, al que no deja de presentar como alguien que le interesa (la citada envidia) y que no duda a la hora de eliminar opositores. Parece que es cierto que realiza purgas sangrientas en su entorno cuando se le discute, o le viene en gana, y que, imitando escenas del Padrino, a veces deja el cadáver de sus defenestrados, decapitado, con la cabeza sobre la barriga, a la entrada de los edificios oficiales en los que detentaban el poder antes de perder la testa, como señal de advertencia para los siguientes. Como vacuna ante el coronavirus, reconozcámoslo, es efectivo para evitar contagios.

jueves, octubre 15, 2020

Bares y restaurantes

Este pasado puente de confinamiento perimetral, de Sol y temperaturas cálidas al principio, frías al final, el ocio madrileño diurno estaba atestado. Bares y terrazas exhibían unos niveles de ocupación asombrosos, con colas para conseguir sitio en numerosos locales. Esta situación no se daba sólo en el centro de la ciudad, sino en zonas alejadas, bien que transitadas. En mi barrio, que no es el más denso y concurrido, no se veía ese jolgorio, pero los locales estaban abiertos y había gente. Se estima que la facturación ha subido en torno al 25% respecto al puente del año pasado, dado que el éxodo de locales es mayor que la afluencia de visitantes. Para otros negocios no, pero para el del bar estos han sido días de mucho movimiento y caja.

¿Preludio del desastre? Pudiera ser. Ayer Macron anunció que desde mañana viernes se implanta en París y otras ciudades de importancia un toque de queda de 21 a 6 horas para tratar de frenar la escalada de contagios, que ya es allí mayor que en España. Francia supera los 20.000 positivos diarios y en muchas zonas los hospitales empiezan a sentir alta presión. Medidas similares se plantean en Cataluña, más centradas en el mundo de la hostelería, con la propuesta de cierre total de este tipo de locales durante dos semanas para frenar los contagios. Al instante los trabajadores y representantes de estos negocios han salido a la calle a protestar por lo que consideran medidas injustas, estigmatizadoras, que les culpabilizan, colocan en la diana, y otro tipo de quejas que se ven soportadas por la ruina económica a la que se enfrentan sus negocios si estas medidas se llevan a cabo. Lo siento mucho por los que trabajan en el gremio afectado, pero estos cierres tienen toda la lógica sanitaria y son algo que se debe efectuar, duela o no. En una situación en la que todo son malas alternativas, daños y costes, se debe escoger la estrategia menos desastrosa. Es cruel decirlo, pero es así. Dadas las características de transmisión de este virus, el reunirse con gente en espacios cerrados y sin protección es la más segura vía de contagio posible. Las terrazas al aire libre son menos peligrosas de lo que parece, pero lo son. El interior de los bares es muy peligroso y los restaurantes, lo que más. En esos locales interactuamos con otros, hablamos, respiramos aire compartido, estamos sin mascarilla y pasamos mucho tiempo, lo que aumenta las probabilidades de riesgo. Ha querido la naturaleza que esa, y no otra, sea la vía de transmisión del virus, y por eso se actúa en ese frente. Este virus no se transmite por relaciones sexuales o transfusiones de sangre, como el SIDA, o mediante el contacto físico con otras personas, sino por el air, por las gotículas y aerosoles que expulsamos al hablar y respirar. En cada caso la forma de transmisión condiciona lo que consideramos como comportamientos de riesgo y los sectores en los que debemos actuar. Ante una enfermedad venérea no hay que cerrar locales de ocio, pero sí pedir el uso de protección en las relaciones sexuales. Ante una enfermedad de transmisión aérea, debemos preocuparnos de los espacios en los que se comparte aire y no se lleva mascarilla. Los transportes públicos, sin protección, son muy peligrosos, y por eso, tarde y mal, se obligó a llevar mascarillas en ellos. En la calle, cuando la densidad de gente es baja, no sería necesario llevar mascarilla, pero se ha optado por hacerla obligatoria para que no haya dudas sobre cuándo y cómo usarla. Pero, ¿qué vemos habitualmente entre nosotros? Personas que llevan mascarilla, entran a un bar y se la quitan para tomar algo y charlar. Algo que, desde el puno de vista del virus, es un auténtico regalo y, desde la óptica de la salud, completamente ilógico. Con contagios disparados, presión sanitaria creciente y ruina económica generalizada, la alternativa de un confinamiento estricto se presenta como el remedio de último recurso si nos volvemos a encontrar con datos de mortalidad de cientos y cientos de fallecidos al día (estamos más cerca de eso que de la nada) y debemos ser estrictos en ciertas medidas, aunque sean dolorosas.

Las protestas de la hostelería, por tanto, carecen de razón en lo que denuncian de estigmatización, de ser culpables, porque sí es verdad que en sus negocios los contagios se disparan, pero es por cómo funciona el virus y nos comportamos en ellos. En lo que sí llevan razón en sus protestas es en el desamparo económico que les espera si los cierres se practican y extienden. Urge medidas de apoyo a los trabajadores y empresarios del sector para que puedan aguantar el tiempo en el que los negocios estén cerrados, que con la perspectiva del invierno por delante puede ser bastante más de un par de semanas. Esta desgracia de virus funciona como funciona, no de otra manera, y eso condiciona las medidas que se deben tomar. Y no gustan. Obviamente.

miércoles, octubre 14, 2020

Fiestas irresponsables

Nada de lo que suceda con la evolución de la pandemia descargará de responsabilidad al necio grupo de dirigente que, con poder central y autonómico, desgobiernan el país y buscan en muertos e infectados las herramientas perfectas para alimentar sus egos, atizar al contrario y elevar su poder en medio del erial. Sí, es nauseabundo, y merecen nuestro total desprecio, pero lo más grave, lo peor, es que estos políticos son los nuestros, son los que han surgido de nuestra sociedad. No han llegado en na nave espacial de un planeta lejano, no, sino que han nacido aquí, como nosotros, entre nosotros. Son, como todos, fruto de la misma sociedad. Su fracaso ejemplifica al máximo el fracaso del colectivo del que formamos parte.

Nos negamos a admitir esto, nos repele, y usamos a estos políticos basura como muñecos de vudú para descargar sobre ellos la culpa de lo que pasa, y no poca es suya, pero tampoco poca es del resto de nosotros. Durante esto días se han conocido noticias de irresponsabilidad manifiesta en ciudades como Valencia, Barcelona, Salamanca o Granada. En todas ellas el caso era muy similar. Fiestas universitarias celebradas en recintos alquilados o colegios mayores que acaban con un alto número de contagiados, en las que a buen seguro el virus es una de las muchas cosas, y de las menos arriesgadas, que se comparten. Esas fiestas han acabado con brotes intensos que han obligado a cerrar campus, como el de la politécnica de Valencia, han conllevado expulsiones de alumnos de los centros, como la treintena larga que han sido expedientados en Salamanca y, en general, han provocado disparos en las tasas de contagio de las ciudades en las que se han desarrollado los hechos. En este caso no hay políticos o administraciones implicadas, ni adolescentes hormonados, pero sí un buen montón de jóvenes en edad universitaria, que saben lo que sucede, pero que les importa bien poco, se sienten inmunizados, superiores, y lo único que les importa es la juerga, su propia diversión. Es imposible no calificar de irresponsables a estos sujetos, que con su actitud han provocado la expansión de la enfermedad y un enorme coste económico y social a las instituciones universitarias y al resto del alumnado, que se van a ver perjudicados por su actitud. De hecho se hace realmente difícil en no pensar en epítetos que hacen referencia a sus madres y a la relación de parentesco que existe entre ellas y los alumnos juerguistas, como inicio de una serie de descalificativos escritos en gruesas letras mayúsculas, pero si uno escarba un poco en la noticia y la estudia en detalle se encuentra con que estas fiestas son el reflejo de nuestra sociedad, o de una parte muy significativa de la misma, que no entiende a los demás como parte conviviente de la vida sino como estorbo o mero objeto de utilización. Una de las reflexiones que deja en su obra el filósofo Javier Gomá, autor de la tetralogía de la ejemplaridad, es que uno de los grandes retos de nuestro mundo, superpoblado y urbanizado, es el de aprender a vivir juntos unos con otros, a saber que los espacios son comunes por necesidad, porque somos muchos en poco de ello, y que las reglas con las que nos comportemos deben estar siempre supeditadas al impacto que nuestros actos van a tener en personas que, conozcamos o no, se van a ver directamente influenciadas por ello. Y pocos ejemplos más crueles y efectivos para entender esto que el de una pandemia en la que cada uno somos potenciales vectores de transmisión de un virus que no vemos, que no percibimos en el ambiente, y que nos la puede jugar directa o indirectamente. Los que llevan a cabo esas juergas no conocen el concepto de responsabilidad social, y si lo conocen, lo desprecian, lo que es aún peor. Su burbuja de deleite infantil es ajena al mundo real en el que viven, y eso puede causar desgracias. Y en las ciudades que he mencionado ya las ha originado.

Legalmente, ¿cómo se pueden perseguir actitudes de este tipo? ¿es licito denunciar a los juerguistas y hacerles pasar por la cárcel y / o pedir que carguen con los costes de un cierre universitario provocado por ellos? No soy experto en derecho, así que no se si se puede actuar con la ley vigente sobre ellos, pero si algo se pudiera hacer, se debiera, porque una reprimenda y un aislamiento no son castigo para lo que han hecho. ¿Y saben lo peor de todo? Que puede que en el futuro alguno de estos chavales sea político o haga carrera en ese ámbito. Con la irresponsabilidad demostrada les auguro un prometedor futuro en los partidos que pueblan nuestro país, y quizás con el tiempo, aunque está difícil, su futura gestión no deje en muy mal lugar a los irresponsables que ahora nos desvelan desde sus tribunas y atriles.

martes, octubre 13, 2020

Miguel Delibes en la Biblioteca Nacional

La cultura está siendo uno de los sectores más golpeados por la pandemia. Industria que en nuestro país es más voluntariosa que organizada, sus ingresos dependen notablemente de que sus eventos se puedan llevar a cabo, viven del ambiente social, y eso está más que marchito. Exposiciones, conciertos, conmemoraciones.. todo lo previsto en este condenado año 2020 ha quedado aplazado o suspendido. Uno de los aniversarios que celebramos este año es el del centenario del nacimiento de Miguel Delibes, uno de los mejores escritores de la lengua castellana. Con ese motivo la Biblioteca Nacional diseño una exposición homenaje al autor que, tras varios aplazamientos, ya se puede visitar.

Ayer tuve la oportunidad de acercarme, y les recomiendo encarecidamente a todos ustedes que lo hagan, porque es una maravilla en fondo y forma. La muestra repasa la vida y obra del escritor, ambas completamente unidas, indisociables, más que en muchas otras ocasiones, porque en su amor a la vida sencilla y rural que desarrolló durante toda su existencia Delibes encontró en ese ambiente la inspiración para sus textos, que son también una descripción costumbrista de una Castilla que otoñea, pero que sirven para enfrentarnos a dilemas y problemas eternos, que no tiene por qué darse en el decorado que sirvió al maestro como musa e inspiración. Cuando Delibes muestra personajes que sufren, que aman, que son explotados, que hacen frente a la miseria y la opresión, que luchan por la libertad y que ansían una vida mejor los coloca en la llanura castellana, con el secarral, con los escasos árboles y la inmensidad de ese mar de tierra que se extiende hasta el horizonte, pero uno puede encontrar a sus creaciones en cada uno de los paisajes del mundo, porque son humanos, porque respiran, sienten, sufren y viven como cada uno de los que en este mundo han sido, somos y serán. Crea Delibes, desde el localismo de su vida, un mundo universal. Esa es una de sus grandezas. Otra, muy difícil de alcanzar, es lograrlo con un lenguaje abierto, llano, limpio, sencillo, que es plenamente accesible por cualquiera. Delibes era un hombre sencillo y llevaba su sencillez a la escritura. En sus obras los personajes no padecen tramas complejas ni llevan vidas soñadas, y así es también su escritura. Fluida, libre, sincera y con un castellano rico. A todos nos gustaría escribir como lo hacía Delibes, y es evidente que muy pocos lo logran. Cierto es que algunos pasajes se hacen cuesta arriba vistos desde nuestra época porque en ellos abundan palabras de un mundo rural que él trató de salvar del abandono, y que hoy en día nos parece tan lejano como los bisontes de Altamira, pero es un prodigio sumergirse en sus textos y dejarse llevar por una narrativa tan limpia y clara como lo serían los ríos en los que pasaba horas practicando la pesca, o abierta como los campos de jaras en los que cazaba, una de sus principales aficiones. La exposición incluye algunos originales de muchas de sus obras, escritas a pluma estilográfica o a rotulador azul, en cuartillas de papel prensa, en las que se muestran tachones y correcciones. Delibes escribía y corregía, a veces mucho, otras muy poco, pero sus originales no son un vertido de palabras sin manchón alguno. No. Se pega el autor con el texto, rocoso él. Como las labores de campo, que tan bien conocía, sabe que no sale el fruto con el mero esparcir la simiente y esperar, sino que día tras día hay que dedicar horas y esfuerzo para lograr una futura cosecha, que como todo lo que aún no existe es imprecisas y de difícil medida. El escritor sabe que su obra es juzgada siempre por el último de sus textos, y que cuando no es más que un borrador en sus manos ese futuro libro corre el peligro de no acabar de serlo. Y ante el reto enorme, la modestia de Delibes es guía de maestro.

En su vida y obra Delibes llegó a ser referente moral para muchos, y su pérdida lo fue para todos. Padre de una familia extensa y prolija, marido amante hasta el extremo de su Ángeles, que tan pronto se le fue y tan grande hueco le dejo, concienciado antes que nadie de los problemas de la ecología, el medio ambiente y la relación del hombre con su entorno, periodista, poseedor de opinión propia, insobornable ante la tontería y el dinero fácil, hubiera cumplido el centenario el sábado que viene, 17 de octubre. Leer su obra es el regalo que nos dejó, y su figura no deja de agrandarse año tras año, no como la de alguien que ensombrece a los demás, sino como la de la extensión de un gran bosque, que permite respirar, que emana vida, que es fecundo. Así era Miguel para los suyos y para los que lo leemos.

viernes, octubre 09, 2020

Alarma de estado fallido

La conclusión más profunda que estoy sacando de todos estos meses de necia gestión de la pandemia es que, definitivamente, nos hemos convertido en un estado fallido, un país regido por una administración que no gestiona, que no rige, que no soluciona problemas, que no arregla nada a sus ciudadanos. Un país en el que las estructuras de gobierno, nacional y autonómicas, sólo trabajan, luchan y se esfuerzan por su propio interés de supervivencia, por acaparar recursos de los ciudadanos y destinar la mayor parte de los mismos a esas mismas estructuras y a quienes viven de ellas. No somos una república africana de esas en la que la población vive en el caos y la violencia, pero el alcance de nuestro fallo crece día a día. Y la vergüenza e indignación que eso produce también.

Hoy viviremos en enésimo capítulo del esperpento, sangrante, mortal, infame, que se da en este país a cuenta del coronavirus, y que tiene a Madrid como exponente máximo. Ayer, el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad echó para atrás las medidas de restricción de movilidad (no el resto) que el gobierno central había impuesto tras el desencuentro de hace una semana y la reunión del Consejo Interterritorial de Salud. En una sentencia, que si fuera examen supondría un cero absoluto para los que pusieron en marcha esa norma, considera el tribunal que no es una orden ministerial la que puede restringir derechos y libertades tan básicos como el de movimiento, y que o se determina algo así con una norma de rango adecuado o no puede ser. Recordemos que el Ministerio dictó esa instrucción tras el desencuentro con el gobierno de Madrid, gobierno regional que durante semanas no hizo nada y que, tarde y a desgana, empezó a aplicar medidas restrictivas cuando el número de contagios y fallecidos ya estaba desatado. Mientras el inútil gobierno de Ayuso dejaba que la situación sanitaria se pudriera en Madrid el inútil gobierno central miraba desde el tendido esperando a que la imagen de su oponente político regional se achicharrara. ¿Le importa a Ayuso y a los suyos la salud de los madrileños? Absolutamente nada. Sólo quiere de ellos sus votos e impuestos. ¿Le importa a Sánchez y a los suyos la salud de los madrileños? Absolutamente nada. Sólo quiere de ellos sus votos e impuestos. Y así, en una batalla política de ruindad extrema, aderezada con muertos diarios que resultan ideales para estos sujetos que nos rigen como armas arrojadizas, hemos llegado a la víspera del puente del 12 de octubre, el lunes es fiesta, con la amenaza por parte del gobierno central de decretar un estado de alarma que permita restringir la movilidad en Madrid y el tira y afloja de gobiernos para acordar eso, o algo similar, pero que tenga soporte jurídico. De paso los contagios siguen y las muertes también, y el agobio de los sanitarios, y la falta de médicos y de recursos, y la descoordinación entre hospitales y residencias de ancianos, y la falta de datos fiables, y los anuncios de actuaciones que se quedan en nada, y la compra de reservas de material, y…. y todo esto se puede extender a muchas otras regiones españolas, que no están en el foco mediático porque no rentan, pero que presentan situaciones epidemiológicas lamentables y la misma necedad institucional. Cataluña, La Rioja, Navarra o las dos Castillas tienen cifras de infectados desatadas, más bajas que en Madrid, sí, pero que serían consideradas como apestadas vistas desde cualquier Lander alemán, uno de esos lugares en el que los ciudadanos importan a sus administraciones. ¿Qué tiene que pasar para que Sánchez y su banda, del PSOE, dimitan del gobierno de la Comunidad de Madrid, sean juzgados y, espero, sentenciados a muchos años de cárcel por su actuación en esta crisis? ¿Qué tiene que pasar para que Ayuso y su banda, del PP, dimitan del gobierno de la Comunidad de Madrid, sean juzgados y, espero, sentenciados a muchos años de cárcel por su actuación en esta crisis? Replicaría esta frase para cada uno de los gobiernos autonómicos que, desgraciadamente, tenemos que soportar, y pagar. A algunos no les gustará esto que escribo, no pocos lo suscribirán para los gobiernos de la sigla contraria a la suya. Así nos va.

No atisbo esperanza alguna. Si logramos contener el virus será por el sacrificio individual de los ciudadanos y por el trabajo, denodado, mal pagado, despreciado por sus gobernantes, de los que forman el sistema sanitario español, “uno de los mejores del mundo” infradotado y sostenido por profesionales maltratados hasta el extremo. El ciudadano de a pie, sólo, está abandonado. Ayer, esos gobiernos irresponsables pedían “responsabilidad” a los ciudadanos para que el comportamiento de cada uno supla sus propias carencias. No se con qué vergüenza se atrevieron ayer a salir a hablar después del último de sus episodios de necedad. ¿Consejo para padres que tengan hijos? A parte de mucha paciencia, que les obliguen a aprender idiomas de verdad y que, si les quieren, y les importa su futuro, les larguen de este país. Que se busquen la vida en otro que les proporcione algo a cambio de su sacrificio.

jueves, octubre 08, 2020

Poder y trompetas

Al poder le gusta exhibirse, le pone, dicho en términos bastos. Sabe que mostrar signos de grandeza es algo que se le asocia y le confiere así mismo una grandeza mayor, en un bucle que se retroalimenta a veces hasta el absurdo. No hay poder que no haya desarrollado una liturgia propia, y en esto la iglesia católica ha sido maestra, poseyendo ceremoniales que ahora nos pueden parecer arcaicos o poco llamativos, pero que durante muchos siglos han embaucado a la población sin apenas competencia posible. Las exhibiciones de los reyes son mucho más tardías y burdas, y las de las presidencias de los países apenas unas recién llegadas en el tiempo que, eso sí, han sabido aprender de los maestros antiguos.

El último ejemplo de propaganda efectiva, casi al borde del ridículo, pero que no lo ha alcanzado, ha sido la vuelta a la Casa Blanca de Trump, orquestada como una superproducción de Hollywood. La imagen del helicóptero acercándose a los jardines de la mansión tomada como la llegada de una nave espacial en la que viene el líder supremo, escenas del propio Trump, tras haber despegado, tomadas en un plano muy contrapicado en el que se le hace equivalente en grandeza a las columnas que sostienen los pórticos de la villa, el gesto, estudiado, de cómo quitarse la mascarilla con un fondo solemne en el que apenas falta el coro de trompetas típicas de los péplum de romanos…. gestos sin fin, estudiados y producidos con esmero, con música emotiva y de esas que buscan levantar al auditorio. Por momentos bordea la caricatura, pero es una manera de transmitir un mensaje de autoridad, de poder, de vuelta a la normalidad, y todo ello en medio de la campaña electoral, donde no hay mensaje lanzado sin objetivo de captar votantes. En esto de la pompa y escena los americanos son los mejores, tanto por el gusto que poseen para la producción televisiva como por el hecho de que su país y presidencia cuentan con poder de verdad, que rellena de contenido a las escenas planificadas. Cuando las dos cosas fallan el riesgo de caer en la propaganda vacía es muy elevado, y es tan fina la línea entre la ostentación y el ridículo que se puede traspasar sin apenas esfuerzo. En su comparecencia de ayer para presentar el plan de recuperación de una pandemia de la que aún queda mucho (se supone que uno se recupera cuando pasa el mal, no en medio del mismo) Sánchez trató, como siempre, de crear una imagen de presidencialismo absoluto, en lo que es una de las constantes inmutables en su volátil e impredecible carrera. Es el presidente que más a gusto se siente con ese cargo y el que más ostentación hace del mismo. Más incluso que Aznar, que se lo creía tanto, pero que llegó a tener una mayoría absoluta que respaldaba sus decisiones y ego. Y sí, aquello salió mal. Sánchez ama la escenografía, los medios, la pose, la puesta en escena. Tiene planta para ello, es indudable, aunque sus discursos son plúmbeos, reiterativos y mareantes. Pero se muere de gusto cuando realiza esas interpretaciones de líder global. Se quiere, se le nota. Da igual el motivo que sea, sus asesores, con Redondo a la cabeza, le montan una parafernalia en la que, a falta de columnatas como las del palacio de la Avenida de Pensilvania, se utilizan pantallas, cortinajes, público entregado o lo que se tenga a mano. La presidencia española y el país en su conjunto carecen del poder y simbolismo que tienen el imperio, y por eso estas interpretaciones quedan muchas veces tan artificiales. Soñar con ser un Rey sol a la francesa o norteamericana no es lo mismo cuando se preside, por los pelos, un país mediano y que pesa poco. Sin embargo este amor por el oropel se pega a todo quisqui, aunque no se sea nadie, y entonces el ridículo está garantizado. La escena de las banderas que se vio hace unas semanas entre el propio Sánchez y Ayuso en la puerta del Sol era tan ridícula como nefasta, y a buen seguro se estudiará en el futuro como compendio de todos los errores posibles en comunicación política. Redondo y MAR, jefes de gabinete de ambos, no pudieron dejar más claro su admiración por la Casa Blanca y su necedad al tratar de imitarla.

Todos estos asesores copian a la Iglesia, como antes les he comentado, se inspiran en la simbología del imperio romano, y en lo que creemos que eran sus desfiles y ceremonias, pero saben, todos ellos, que no pueden pronunciar el nombre de la maestra que, en secreto, admiran como la mejor de todas. Leni Riefenstahl, que así se llama, creo para el partido nazi dos producciones absolutas, perfectas, que son la mejor propaganda jamás filmada de la historia. “El triunfo de la voluntad” sobre el Congreso de Núremberg de 1932 y “Olympia” sobre los Juegos de 1936. Si uno las ve cae rendido ante el despliegue estético que muestran y, como decía Allen que le sucedía al oír a Wagner, te entran ganas de invadir Polonia y no parar hasta Stalingrado. A su lado, todos los demás propagandistas de nuestro tiempo son cutres hasta decir basta.

miércoles, octubre 07, 2020

Gasto sin techo

Parece que esta vez el bigobierno sí se va a lanzar a la presentación de un proyecto de presupuestos. A la fuerza, claro, dado que es condición necesaria para que Bruselas pueda realizar algunos de los desembolsos prometidos. Sobre si ese proyecto concluirá en una aprobación parlamentaria, tengo mis sospechas de que así será, pero hasta que eso se produzca no lancen las campanas al vuelo ni destronen a Montoro, el hacedor del eterno presupuesto, que se prorroga sine die desde hace años y bien pudiera servir para financiar la flota estelar que, quizás, se pueda construir dentro de un par de siglos, apenas cambiando algunas de las rúbricas que, como runas míticas, dejo grabadas Cristóbal en sus tablas de la Ley.

El primer paso en público para la elaboración presupuestaria es la presentación del techo de gasto, como envolvente del gasto que van a realizar las administraciones públicas, y que ya indica el carácter expansivo o contractivo de las cuentas que se están elaborando. Este acto se produjo ayer, y da un titular jugoso, como es el disparo de ese techo, desde los aproximadamente 127.000 millones del proyecto pasado a los 196.000 del presente, un crecimiento sin parangón, justificado por la situación que vivimos, que ciertamente carece de comparaciones disponibles en el pasado. Semejante volumen de gasto debe estar sustentado siempre en tres pilares: ingresos, deuda y déficit (o superávit). No me he leído el proyecto y las cuentas, pero es lógico suponer que los ingresos van a caer mucho como consecuencia del desplome de la actividad económica, la deuda pública se va a desmelenar como casi nunca se ha visto para hacer frente a gastos extraordinarios y el déficit se aleja de toda senda de estabilidad y alcanzará cifras de doble dígito. Resumidamente, arruinados como estamos, nos vamos a endeudar hasta las trancas para ver si podemos salir de esta. Esta vez, hecho excepcional, va a haber una cuarta fuente de aportación al presupuesto que sumar a las tres mencionadas, que son los fondos de la UE que le corresponden a España dentro del paquete de recuperación que fue aprobado en junio. Recordemos que, a groso modo, nos correspondían unos 140.000 millones de euros, la mitad de ellos en forma de transferencias sin contrapartidas y la otra mitad como créditos con condiciones ventajosas. Poco, por no decir nada, se ha avanzado desde entonces sobre la manera en la que realmente va a fluir ese chorro de dinero a nuestro país y de qué manera se va a gestionar y organizar, pero en el techo de gasto ya se colocan algunos miles de millones de esos fondos como ingresos disponibles. Es sabida la condicionalidad que Bruselas quiere imponer a los receptores de estos fondos en forma de proyectos, que se le deban presentar, que busquen una modernización de las economías, haciendo frente a los retos medioambientales y digitales, principalmente, pero la situación actual de economías como la española, semihundidas y con una segunda ola que amenaza todas las perspectivas económicas de final de año, son muy distintas a las de un proyecto futuro de inversiones. El gasto es descomunal en urgencias de corto plazo como la financiación de los ERTEs y todo tipo de prestaciones que sostienen las cifras de desempleo, abultada de por sí, pero que serían una hecatombe si estos instrumentos no se estuvieran aplicando. El tejido productivo nacional se desangra tras el desastre total de la primavera, un verano que ha sido mucho peor de lo que nadie suponía por nuestra necedad a la hora de retrasar la segunda ola, que ya a medidos de agosto logó espantar a todo el turismo extranjero de nuestras costas, y una temporada otoño invierno que se mide en millones de personas semiconfinadas y en negocios cerrados. El proyecto final de presupuestos que se presente, al que se adjunta el cuadro de previsión macroeconómica publicado ayer, probablemente nazca desfasado dada la velocidad a la que el virus y el derrumbe económico avanzan. Y eso si llega a nacer, porque la maldita aritmética parlamentaria que tenemos obliga a que, si es aprobado, lo sea a costa de cesiones, económicas y políticas, tan costosas como humillantes, en todos los sentidos posibles de ambos calificativos.

El gobierno de Sánchez, muy amante de las propagandas, tiene hoy un acto de esos que le encantan, en el que se presenta en Moncloa el plan de recuperación económica, algo que quizás tuviera sentido en un momento en el que el virus hubiera quedado definitivamente atrás, no ahora, que no hay más que infectados y se supera con amplitud la centena diaria de muertos con una facilidad tan pasmosa como escalofriante. Mucha foto, sonrisas, no apretones de mano dada la coyuntura y mensaje verde como envoltorio de un más que probable vacío de contenidos. Realmente la situación es tal que hacer previsiones económicas es como jugar a la lotería, y sigue muy ausente de este gobierno la adopción de un paquete de reformas estructurales serio y consensuado, como demandaba ayer el Gobernador del Banco de España. Así estamos.

martes, octubre 06, 2020

Para Sonia Sainz-Maza

Esta maldita pandemia de coronavirus está dejando destrozos irreparables en miles de familias que ven como, por centenas, pierden a sus seres queridos a diario víctima de una enfermedad a la que la ciencia combate como puede y la política espolea con su necedad. Dentro de unos años alcanzaremos a ver el destrozo que ha supuesto tanta vida arrebatada, tanto dolor sufrido en soledad y abandono, forzado para minimizar los contagios y los riesgos, y la sensación de fracaso, de que nuestra sociedad, orgullosa, casi tan vanidosa como las necedades que dicen gobernarnos, fue puesta de rodillas por un virus que nos mostró que la mortalidad es, en última instancia, lo que define a los seres vivos.

Pero junto a los muertos causados por el coronavirus hay muchos más que han fallecido en el colapso del sistema sanitario. Personas que recibían tratamientos crónicos que tuvieron que ser suspendidos y eso les debilitó en extremo, pacientes que tenían programadas intervenciones vitales que, o se celebraron tarde o no llegaron a producirse en el marasmo en el que se convirtieron los hospitales, enfermedades degenerativas que eran paliadas con gran esfuerzo y mimo y que, desatendidas entre el mido, se han cebado con sus sufridores…. El reguero de casos en los que la pandemia ha generado víctimas colaterales es extenso, difícil de precisar y tan doloroso como absurdo. El caso de Sonia Sainz-Maza, que estos días ha trascendido a los medios, ejemplifica de manera perfecta cómo el sistema de salud de un país desarrollado puede fracasar cuando es arrollado por una enfermedad para la que no estaba preparado, ni técnica ni conceptualmente. Sonia era una burgalesa de 48 años que empezó a sufrir dolores intensos allá por abril, en plena oscuridad de la primera ola. Se encontró con que los centros de salud de toda España adoptaron un protocolo de consultas telefónicas y de no presencialidad, que es válido para dar apoyos morales a muchos pacientes, pero que no puede suplir una observación por parte del profesional médico del enfermo, de su cuerpo y síntomas. A medida que pasan los días Sonia empeora, pero no logra que la medicina se convierta en otra cosa que una voz al otro lado del teléfono. Llamadas de ida y vuelta en las que cuenta su caso, su situación, que empeora, pero nadie la ve, nadie la recibe, no es citada en ninguna parte. Sonia empeora, cada vez le duele más lo que sea que tiene, que no sabe lo que es, porque nadie le ha diagnosticado. Sus dolores y angustias crecen día a día, como sin duda lo hacen en su entorno cercano. Logra que, finalmente, sea atendida en el Hospital Universitario de Burgos y en el bilbaíno de Cruces, donde es despachada sin que se le realicen pruebas dignas de tal nombre. Sonia se retuerce de dolor, y sospecho que de miedo, mientras la enfermedad, el cáncer, que es lo que tiene, le devora. A finales de julio es ingresada en el centro hospitalario de Bilbao, pero ya es tarde, nada se puede hacer contra un tumor que empezó en el colon y que ha crecido sin freno en el cuerpo de Sonia mientras el miedo al coronavirus paralizaba a toda la sociedad y sus recursos. Sonia muere en agosto. No se en que estado, ni en qué grado de consciencia pasó sus últimos días, ni quiero saberlo. Es probable que ya no fuera consciente de nada y que los últimos meses de su corta vida, 48 años, como los míos, se evaporasen en las semanas finales, pero su familia y allegados sí que están conscientes esos días, sí que se levantan por las mañanas y se acuestan por las noches. No duermen, a buen seguro, y lloran lo que Sonia ya no puede llorar, preguntándose por qué les ha pasado lo que les ha tocado, por qué todo lo que podía fallar en el servicio de salud les tocó a ellos, y con la eterna duda de hasta qué punto el tumor de Sonia hubiera sido operable y controlable de, en una situación normal, haber sido detectado a tiempo y con los sistemas de triaje convencionales. Nada podrán cubrir la sensación de abandono que Sonia y su familia han vivido durante estos meses de pesadilla, que no soy capaz de ni de imaginar. Sinceramente, no quiero ni intentarlo.

¿Cuántas Sonias habrá en España? ¿Y en el resto del mundo? El coronavirus mata directa e indirectamente. Miles de profesionales de la salud en nuestro país se desviven, en muchos casos con salarios ridículos, y sostienen un sistema que hace aguas fruto de la fragmentación territorial, la falta de inversión y la desidia social, que sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. No hay indemnización que cubra el dolor de la familia de Sonia, ni probablemente negligencia individua en muchos de los profesionales que pudieron verla, y que sobrepasados, desbordados, sometidos a protocolos de seguridad, no lo hicieron, pero Sonia encarna el fracaso de nuestra sociedad ante la gestión de esta enfermedad, la muestra de que, como dijo Antonio Muñoz Molina en otro contexto, todo lo que creíamos que era sólido se derrumba ante nuestros ojos. DEP

lunes, octubre 05, 2020

El positivo de Trump

Se suele hablar de las “sorpresas de octubre” para referirse a todo tipo de sucesos no previstos que pueden acaecer en el mes previo a las elecciones norteamericanas. Resulta asombroso, desde la perspectiva nuestra, de un país que lleva poco más de cuatro décadas de democracia, que una nación celebre elecciones de manera ininterrumpida, cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre desde hace más de dos siglos. Por lo tanto, cuidado y modestia antes de dar lecciones a aquella nación. Este enorme periodo de constantes elecciones ha creado mitos y tradiciones propias, y una de ellas es la de esas sorpresas, que se suelen dar y, en muchos casos, pueden condicionar el resultado.

Para muchos la sorpresa fue la de hace un par de semanas, con el fallecimiento de la magistrada demócrata Ruth Bader Ginsburg, y las prisas de Trump por aprovechar ese suceso para nombrar a otra jueza en el Supremo que sea afín a sus tesis. Son nueve miembros los que componen la institución, nombrados por el presidente y refrendados por el senado, y ocupan el cargo de manera vitalicia. Sin embargo un hecho ha dejado el tema del Supremo convertido en anécdota, y, paradójicamente, una de las ceremonias relacionadas con la renovación de ese cargo se ha convertido en un evento de máxima importancia para el futuro de la nación. Hace no muchos días, en la rosaleda de la Casa Blanca, sin mascarillas y sin distancia de seguridad, Trump y la plana mayor de sus asesores y un buen grupo de personas influyentes del gobierno y el republicanismo se juntaron para aplaudir a la candidata elegida por Trump para ocupar esa vacante del Supremo, la joven juez Amy Coney Barrett. Acto social en el que las medidas de precaución ante el coronavirus eran las habituales en todo lo que ejecuta Trump, prácticamente ninguna. Al poco, martes por la noche, tuvo lugar el primer debate electoral entre los dos candidatos presidenciales, y el viernes por la mañana, hora europea en todo momento, se supo que Trump había dado positivo en la prueba de coronavirus, lo que supuso un terremoto en todos los sentidos. También era positiva su mujer, Melania, y luego se ha ido conociendo a una ristra de positivos entre las altas filas del poder norteamericano, y el acto en el que todos ellos coincidieron fue el de la presentación en el jardín de la candidata al Supremo. Así, no hace falta ser un avizado rastreador para deducir que, de manera muy indirecta, la muerte de Ginsburg provocó el acto en el que Trump se contagió de la COVID, lo que vuelve a demostrar tanto el aleatorio comportamiento del virus como la certeza de que las casualidades gobiernan nuestras vidas mucho más de lo que imaginamos y de lo que somos capaces de entender y soportar. Desde que la noticia del positivo saltó la política norteamericana ha dado un vuelco, empezando por la práctica suspensión de la campaña electoral, y el estado de salud de Trump se ha convertido en La noticia a seguir en aquel país y en gran parte del mundo. A un mes de las elecciones la posible baja del presidente durante un tiempo indeterminado es, como mínimo, un hecho extraordinario, y la actualidad se divide tanto entre el seguimiento del estado del paciente en sí como en el posible impacto que todo esto puede tener en el resultado electoral final, que todo el mundo estima ajustado. Sobre lo primero, es de destacar la confusión, marca de la casa Trump, con la que se ha gestionado este tema por parte de los portavoces oficiales. El positivo fue seguido de noticias sobre un estado de salud normal y, en pocas horas, se pasó a una hospitalización preventiva que ha sido confusamente explicada. No ha quedado claro ni cuándo fue el momento exacto en el que Trump pudo contagiarse ni los síntomas reales que ha tenido, ni si como se ha llegado a afirmar, tuvo problemas respiratorios. Sí se ha informado de la dosis de esteroides y compuestos experimentales con los que se le ha tratado, pero en torno a lo que ha sucedido desde el viernes hasta el domingo con su salud han sido mucho más los rumores que las certezas.

Sobre el efecto electoral de algo tan importante como esto, vaya usted a saber. Suponiendo que todo transcurre como es lo previsible y Trump se recupera en pocos días, puede explotar lo sucedido como una prueba de su fortaleza y de que ha vuelto de la enfermedad, lo que siempre estimula el alma compasiva del votante. Sus oponentes, por el contrario, pueden usar lo sucedido como argumento para denunciar que la gestión de la pandemia en el país ha sido tan irresponsable que el presidente que nunca le dio importancia al virus ha acabado enfermando víctima de sus propias imprudencias. Como en este año nada es lo que parece y todo se revuelve, habrá que esperar hasta después del recuento para ponderarlo todo, pero ya ven. Más emoción no es posible.

viernes, octubre 02, 2020

Bombazos en Nagorno Karabaj

Las relaciones entre la Comunidad de Madrid y el gobierno nacional se describen en los medios de comunicación con un lenguaje bélico, de enfrentamiento sin cuartel entre ambas administraciones, en el que cada cabecera apuesta claramente por un bando y oculta por completo la realidad del problema, la pandemia, que nos asola a todos. Cutres asesores y dirigentes que sólo piensan en sus sillones y desprecian a la población. En eso sí se parecen a los que rigen países enfrentados en guerras. Desde hace una semana, en lo que sin duda sería el sueño húmedo de los Sánchez, Ayuso y demás desalmados que nos desgobiernan, entre Armenia y Azerbayán se están lanzando bombazos en una nueva reedición de su eterna guerra.

El Cáucaso, que antaño perteneció a la URSS, es un caos de nacionalidades y etnias que siempre han estado enfrentadas de una u otra manera. La dominación soviética apaciguó la zona, sobre todo porque, aplastados por la bota rusa, nada se podía mover ni allí ni en cualquier otra zona de aquel imperio. La caída de la URSS fue celebrada allí, como en casi todo el resto del mundo, pero al día siguiente de los festejos se desataron los demonios que estaban larvados en aquella parte del mundo. Chechenia o Nagorno Karabaj son regiones de esa zona en la que se han desatado guerras cruentas, con la participación directa o disimulada de las tropas rusas, y que han implicado hostilidades entre los tres países que ocupan aquella región; Georgia, al este, con salida al Mar negro, Armenia en medio, sin salida al mar, y Azarbayán al oeste, con salida al Mar Caspio. Al norte de todos ellos, Rusia, al sur, Turquía e Irán, y bajo sus pies, yacimientos de petróleo y gas, y tendidos de oleoductos que cruzan algunos de los territorios en disputa y otros que son muy próximos. Una zona caliente, mucho, que tiene un papel estratégico en el mundo de la energía bastante importante y que a Europa, a la que le pilla algo lejana, pero que le importa como zona de paso de algunos de esos hidrocarburos de los que somos tan sedientos como dependientes. Súmenle a todo esto que el paisaje de toda la zona es agreste, montañoso, ideal para emboscadas y guerras de guerrillas, con duros inviernos y grandes dificultades para realizar operaciones militares de envergadura. La región de Nagorno Karabaj ha estado en disputa entre armenios y azerbayanos desde hace bastante tiempo. Enclavada dentro de las fronteras políticas de la cristiana Armenia, es un territorio de mayoría azarbayana, musulmano como el resto de aquel país, y que el gobierno de Bakú siempre ha considerado como propio. Fruto de una guerra pasada gran parte de ese territorio se logró emancipar de Armenia y convertirse en una república independiente, reconocida por pocas naciones, y que en la práctica no es sino un satélite dependiente de Azerbayán que funciona como región autónoma de ese país. Esta situación es difícilmente sostenible y genera roces entre ambas naciones de manera constante, y hace una semana esos roces pasaron a ser enfrentamientos militares de los de verdad, con el uso de artillería pesada y carros de combate. Los vecinos de esas dos naciones ya se han posicionado. Oficialmente llaman a la calma, el alto el fuego y la necesidad de que ambas partes negocien. En la práctica Turquía ve a los azerbayanos como hermanos en la fe y les apoya, mientras que Rusia ve con buenos ojos la posición de la cristiana armenia y está dispuesta a prestarle ayuda si fuera necesario. No es este el primer conflicto en el que chocan Rusia y Turquía, dos grandes potencias regionales que aspiran a ocupar un papel global, pero que carecen de fuerza para ello. Como remedio, han encontrado el “macarrismo” como forma práctica de actuación, metiéndose en conflictos locales en su esfera de influencia y actuando como potencias de parte, convirtiéndose en actores necesarios para la resolución de conflictos, los que les da papel y relevancia en ellos. En este caso, el Cáucaso puede ser un nuevo lugar de enfrentamiento a cara de perro entre Ankara y Moscú, con actores (y vidas) interpuestas.

Es difícil saber cómo van a evolucionar las cosas en esta guerra, si se quedará en una gran escaramuza que, como otras del pasado, no suponga cambios en el complicado mapa local, o irá a más. De momento las espadas, y baterías de artillería, están en alto y la propaganda de ambas naciones elabora vídeos en los que la música militar ensalza la destrucción del material de guerra del vecino, con el uso de drones tanto en su papel de arma de ataque como de ideales herramientas para la realización de propaganda patriótica. En todo caso, sea esta una guerra breve o degenere en algo más serio y prolongado, la estabilidad en la zona está muy lejos de alcanzarse en el futuro. Y si no es esta costura, otra saltará.

jueves, octubre 01, 2020

¿Y si no hay resultado el 3 de noviembre?

Voy a hacer todos los esfuerzos posibles por no escribir sobre el desastre político que agrava, y mucho, la catástrofe de la pandemia que vivimos. No quiero porque si lo hago me van a empezar a salir improperios gruesos, de esos que en los tebeos se simulaban con cerditos, asteriscos, y otros símbolos dentro de un bocadillo grueso y entintado. Me saldría una retahíla estilo Pérez Reverte en sus mejores tiempos que escandalizaría a la madre del escritor, y ni les cuento a la mía propia, y sería excusa barata para que si alguno de los muchos aludidos se enterase me impusiera querellas o similares, que no tendría manera de evitar. Ante ellas, como en infame Torra, reiteraría el agravio cometido y con el mismo orgullo. Inevitable condena me esperaría.

Así que vamos con otra cosa, derivada del debate electoral norteamericano de ayer, que ha sido calificado por casi todo el mundo como uno de los peores de la historia, y ejemplo de la degradación política que vive el país. Uno de los temas que salió era si Trump, en caso de perder, lo aceptaría deportivamente o si, por el contrario, mantendría su teoría de que un gran fraude se está orquestando en estas elecciones. En sus respuestas, faltonas y elusivas como siempre, Trump se mantuvo en la teoría del fraude, el riesgo de que el voto por correo genere un resultado amañado y no reveló si concedería la victoria de su rival si esta llega a darse. Como mínimo la sombra de algo tan grave revolotea en la política norteamericana, y esto obliga a que, más nos vale, los resultados del próximo 3 de noviembre sean claros, porque si nos enfrentamos a un recuento disputado y polémico como el que se vivió en el año 2000 la situación puede ser explosiva. Recordemos un poco cómo funciona la elección de dentro de un mes. A nivel nacional (por estado se votan muchas otras cosas) los estadounidenses renuevan la totalidad de la Cámara de representantes, un tercio del Senado y la presidencia del país. La primera elección escoge más de quinientos representantes en una cámara proporcional a la población de cada estado, con un representante electo por cada uno de los más de quinientas agrupaciones de voto decididas, cada una de ellas por sufragio mayoritario. El que queda primero en el territorio se queda con el representante. La Cámara entera se renueva cada dos años. El senado se compone de cien senadores, dos por cada uno de los estados, independientemente de su población, y se escoge por sistema proporcional. La cámara se renueva por tercios, 35 senadores cada vez, cada dos años. La elección presidencial posee un sistema propio. Es indirecta. Se crea el llamado colegio electoral, en el que cada estado tiene un número asignado de votos en función de su población. En el recuento de votos presidenciales, el partido que gana en el estado se queda con la totalidad de los votos electorales de ese estado, y esos votos respaldarán al candidato del partido que los ha ganado. Sumando votos electorales a medida que los resultados se van conociendo en cada estado, llega un momento de la noche, madrugada en España, en el que uno de los candidatos alcanza mayoría en el colegio electoral y es, por tanto, el ganador. Las cadenas de noticias nacionales lo proclaman como tal y, tradición muy americana, el perdedor comparece ante los medios para “conceder” la victoria a su oponente, reconociendo su derrota. Este acto de concesión es un ritual casi obligado que se exige al candidato que no ha logrado el triunfo. El último en comparecer en esa noche es el ganador, el que será nuevo presidente. El colegio electoral se reunirá algunos días después y votará, algo que es un trámite, eligiendo así el presidente, que jurará como tal un día de febrero del año siguiendo, inicio oficial de su mandato. Este guion se lleva siguiendo desde hace siglos, lo que tiene mucho mérito. En épocas recientes la mayor incidencia habida fue la citada del año 2000, y el patético episodio de las papeletas de Florida que no había manera de contar. Finalmente, el Supremo dictaminó que el estado lo había ganado Bush hijo, lo que supuso la derrota oficial de Al Gore. Todo el proceso de proclamación y concesión se enmarañó de una manera peligrosa. Tras todo aquello, Bush fue el presidente.

Pocas dudas hay sobre lo que pueda pasar si Trump gana, pero ¿qué ocurriría ante una victoria muy ajustada de Bien? ¿concedería Trump su derrota esa noche si hay dudas sobre el resultado? Vean que el sistema de elección puede determinar que el voto popular mayoritario, en el conjunto del país, se decante por un candidato que no es el elegido finalmente como presidente. A Hillary le pasó eso. ¿Qué haría Trump si Biden gana el colegio electoral pero, en voto, él es el que más papeletas tiene? Este supuesto es muy improbable, dado el derroche de votos que consiguen los demócratas en California, pero nada es descartable. La mera idea de que este proceso pueda enfrentarse a problemas como los planteados es escalofriante, pero todo puede esperarse de alguien como Trump.