No es comparable a cualquier acto delictivo que se produce en el día a día, no, pero el odio que destila nuestra sociedad es, cada vez, mayor, y las expresiones de violencia que lo amparan crecen con una naturalidad que no deja de parecerme obscena. Asomarse al pozo de una red social en cualquier momento permite ver discusiones que se desmadran en apenas minutos y se convierten en cruces de acusaciones de trazo grueso que harían palidecer a rudos marineros. Amparados en el anonimato de las redes, muchos de sus usuarios se limitan a utilizarlas como altavoz de su intolerante visión de la vida. ¿Por qué? ¿Tiene esto remedio?
Una de las preguntas de fondo sería si la mera existencia de las redes sociales ha amplificado el odio que ya existía en la sociedad o lo ha fomentado. Si lo que nos asusta es que nos permitan ver algo que hasta su llegada existía, pero no percibíamos, o han alentado comportamientos de este tipo. La respuesta es difícil y, me temo, no muy esclarecedora. Cuando antes la red social era un bar y el ámbito de lo que allí pasaba no se alejaba unos pocos metros de la barra también había discusiones interminables en las que “se arreglaba el mundo” lo que daba por sentado que, fuera de ese círculo, todos eran unos inútiles que no tenían ni idea. Lo cierto es que esas discusiones podían también llegar al trazo grueso, era lo habitual, pero no pasaban del bar. Cuando el grupo se disolvía nada quedaba de lo dicho, ni siquiera ruido en el aire. Ahora, con las redes, esas discusiones tienen alcance global, se pueden escuchar desde cualquier parte, y lo dicho queda registrado para siempre. Estos cambios, profundos, podrían inducir a la gente a que fuera un poco más serena, a preocuparse de que lo que se diga esté basado en certezas y no en meros prejuicios, pero resulta que sucede todo lo contrario. Asistir a la comunicación que, vía redes sociales, ejercitan los partidos políticos, sin ir más lejos, y en gran parte de los países, es introducirse en una tabernera discusión llena de sectarismos e improperios que sonroja a cualquiera, pero que es alentada por los seguidores de cada una de las formaciones con fe ciega. En el caso que comentaba ayer, el del profesor francés vilmente asesinado, las redes escupieron bilis islamista durante varios días contra su persona, sin que nadie hiciera nada para evitar no ya un futuro atentado, sino una presente persecución y hostigamiento. Sale gratis insultar en las redes, cagarse en alguien, soltarle todo tipo de epítetos a cualquiera. Las empresas que las gestionan siguen defendiendo que son una plataforma, un tablón de anuncios, y que la responsabilidad de lo que allí se expone es de quien lo expone, no del lugar en el que lo hace. No les falta algo de razón, pero no la tienen toda, dado que su modelo de negocio, de ganar dinero, es la visibilidad que les dan los usuarios que usan de sus servicios. Y las broncas generan ruido, poder mediático, influencia y, desde luego, dinero. Que los que gestionan los millones y millones de euros que se mueven en publicidad en las redes se declaren totalmente ajenos al uso que de las mismas se hace no deja de ser algo hipócrita, más o menos como si un fabricante de coches no se hiciera responsable de accidente alguno porque, en el fondo, es el conductor el que siempre pilota y decide. Según esa filosofía, no es necesario invertir en sistemas de seguridad en los vehículos, como airbags o cinturones, porque todo accidente es producto de una negligencia del usuario, y el vehículo, el sólo, no tiene culpa de nada. Esta argumentación se nos hace completamente ajena, absurda y carente de lógica, pero se debe a que llevamos años con los coches, con su tecnología, con sus problemas e inconvenientes, y hemos aprendido a convivir con ellos, los hemos domesticado.
¿Sucederá lo mismo con las redes? ¿Acabaremos por aprender a usarlas y a penalizar su mala utilización? No lo se, quizás sea el camino. Una de las opciones es mantenerse alejadas de ellas, y más en tiempos de histeria social y crisis profunda como los que vivimos, pero hoy en día, convertidas en herramientas de comunicación de primer nivel, la presencia en ellas es obligada para millones de profesionales de muy distintos ámbitos. Como el carnet de conducir, puedes vivir sin él, pero mejor tenlo por si lo necesitas (y practica para que no se te olvide). Mi consejo, tonto, es que sean cuidadosos con el uso de las redes, cuenten hasta diez antes de escribir o difundir algo, guarden su bilis para aporrear setos, no personas y sus avatares, y cuando vean una bronca en la red, hagan como yo y huyan.
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