Qué vacíos resultan ser los deseos ante la cruda realidad, ante la testarudez de los hechos, que convierten la autoayuda barata y sus vacíos mantras en estafas. En la lucha contra la pandemia se ha visto hasta la náusea la incompetencia administrativa de distintos partidos y niveles de poder, y cada día vemos ejemplos de la misma, y también una falsa sensación de victoria tras el primer confinamiento (créanme, viene un segundo) y la llamada de esas autoridades carentes de dicho atributo en lo ejemplar al desmelene, al asalto del verano, a la huida de la realidad y al disfrute, dando por sentado que el virus había sido derrotado. Mucho acto hueco, mucho plan de reconstrucción sobre unas ruinas de una no guerra a la que le quedan aún muchas no batallas.
Ayer, forzado por la realidad implacable, el gobierno decretó nuevamente un estado de alarman a nivel nacional, a excepción de Canarias, que servirá, de momento, como soporte legal para las diversas, contradictorias y excluyentes medidas que los nefastos gobiernos autonómicos van decretando a medida que la realidad impone cifras desatadas de contagios, preludios de futuras muertes a gran escala. Este estado de alarma centra lo dispositivo en el establecimiento de un toque de queda nacional, que la factoría de frases falsas de la Moncloa no quiere denominar de esa manera, y deja a los gobiernos regionales la potestad de tomar las medidas que crean oportunas para que el virus sea controlado. Esas medidas serán más o menos restrictivas, y se agudizarán a medida que la actual situación que vivimos se descontrole del todo y acabe en un nuevo confinamiento hogareño en, estimo, unas tres semanas. Con esto, las CCAA pueden legislar sin que sea necesario que tribunal de justicia alguno ampare las medidas, lo que da algo de estabilidad a las mismas, pero dado que durante los meses precedentes ninguna de las administraciones hizo el trabajo debido de refuerzo sanitario, de contratación de rastreadores, de seguimiento de enfermos y demás obligaciones prometidas, al final nos enfrentamos a una situación extremadamente parecida a la de marzo con las mismas herramientas en la mano, la coerción, y casi las mismas limitaciones en lo que hace a dotación sanitaria y refuerzos de personal. Con el atenuante de que esta vez no nos pilla de sorpresa, y con el agravante de que, sí, esta vez no nos pilla de sorpresa. No tengo muy claro hasta qué punto una sociedad dolorida, dañada, cansada y desmoralizada, que ve como día sí y día también sus irresponsables dirigentes dan muestra de ser menos fiables que un grupo de niños de primaria va a acatar restricciones que irán incrementándose en dureza y crudeza, generando un daño económico cada vez más intenso. En el discurso vacío de Sánchez del viernes y de ayer se hizo especial hincapié en la “moral de victoria” nuevo eslogan de la fábrica de palabrería oficial que no descansa, y a buen seguro, a medida que hoy se vayan conociendo los detalles de las medidas que las administraciones autonómicas vayan tomando, ese eslogan o similares se irán repitiendo en un corta y pega carente de imaginación. Cada presidente autonómico se va a sentir como si se enfrentara él solo ante el problema y como si fuera el rey de su tribu, por lo que una de las principales diferencias entre la primera ola y esta va a ser la sobreabundancia de comparecencias de virreyes regionales henchidos de orgullo hasta reventar mientras los ciudadanos de su territorio padecen uno y mil males. Hemos multiplicado a Sánchez por diecisiete. ¿Cuál es el múltiplo que se ha conseguido alcanzar para que se aumente la dotación de médicos, rastreadores, intensivistas, personal de UCI, atención primaria, etc? Sí, sí, ninguno. Pero tranquilos, hay cogobernanza.
Un estado de alarma permanente deja de ser alarmante para convertirse en corriente. Las medidas de restricción del toque de queda sirven de muy poco si fuera de ese horario no se actúa en los lugares en los que la transmisión del virus resulta efectiva. Locales cerrados en los que se habla y comparte gotículas y aerosoles, y normalmente los virus no saben si es de día o de noche para contagiar. En unas semanas, pocas, me temo que la medida del toque de queda será superada por la realidad y las cifras de infectados y fallecidos nos abocarán a decisiones duras, de esas que se anuncian con cara de gravedad, la misma que esconde el fracaso de la dirigencia de un país y, también el comportamiento de su sociedad.
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