viernes, diciembre 21, 2018

Mi lista de libros recomendados para 2018


De entre todo lo leído en este año 2018, esto sson lso títulos que más me han gustado.

Mejor libro de ficción. H de Halcón, de Helen McDonald, editorial Ático de los libros, 384 páginas
* Un libro de mártires americanos, de Joyce Carol Oates, editorial Debolsillo, 824 páginas
* El comensal, de Gabriela Ibarra, editorial Caballo de Trota, 176 páginas
* Un andar solitario entre la gente, de Antonio Muñoz Molina, editorial Seix Barral, 496 páginas.
* El club de los mentirosos, de Mary Karr, editorial Periférica, 520 páginas
* El inocente, de Ian McEwan, editorial Anagrama, 288 páginas
* Las posesiones, de Lucia Ramis, editorial Libros del Asteroide, 240 páginas
* Derecho natural, de Ignacio Martínez de Pisón, editorial Booket, 448 páginas
* Los días iguales, de Ana Ribera García-Rubio, editorial Next Door Publishers, 240 páginas
* Sombras sobre Berlín, de Volker Kutscher, editorial B de Bolsillo, 544

Mejor libro de no ficción. El infiel y el profesor, de Demis Rasmussen, ed Arpa Editores, 384 páginas
* El café sobre el volcán, de Francisco Uzcanga, editorial Libros del KO, 224 páginas.
* Un año en la antigua Roma, de Néstor Marqués, editorial Espasa, 368 páginas
* Una lección olvidada, de Guillermo Altares, editorial Tusquets, 480 páginas
* El ojo del observador, de Laura Snyder, editorial Acantilado, 536 páginas
* Otras mentes, de Peter Godfrey-Smith, editorial Taurus, 320 páginas
* La llamada de la tribu, de Mario Vargas Llosa, editorial Alfaguara, 320 páginas.
* El jinete pálido, de Laura Spinney, editorial Crítica, 352 páginas
* The future of war, de Lawrence Freedman, editorial Penguin, 400 páginas (en inglés)
* Los Papas, de Jojn Julius Norwich, editorial Reino de Redonda, 550 páginas
* Sangre, sudor y paz, de Lorenzo Silva, Manuel Sánchez y Gonzalo Araluce, editorial Península, 520 páginas
* Los Plantagenet, de Daniel Fernández de Lis, editorial libros.com, 310 páginas.
El orden del tiempo, de Carlo Rovelli, editorial Anagrama, 184 páginas

Fin de un convulso año político en España


El consejo de Ministros que se celebra hoy en Barcelona, los incidentes que protagonizarán los de la kale borroka versión senny catalán y la reunión previa de ayer en formato masaje de Sánchez con Torra son la traca final de un año que, políticamente, ha sido incluso más intenso de lo que se esperaba, dado que venía con expectativas. Partíamos con un gobierno de Rajoy débil, que dudaba sobre cuándo presentar los presupuestos al no tener atado el necesario pacto con el PNV, un pacto en el que el tractor de Aitor empezaba a convertirse en un auténtico ejército de cosechadoras que recolectaban mies sin fin. Los casos de corrupción se iban agolpando, o más bien los procesos judiciales asociados a los mismos, y la letanía nacional se mantenía.

Todo cambió a finales de mayo. Coincidiendo con el cincuenta aniversario del mayo del 68 francés, vivimos días de vértigo en el Congreso y, por extensión, en todo el país. Rajoy consiguió atar, comprar, el apoyo del PNV a sus presupuestos, y los aprobó, y a los pocos días el PSOE presentó esa moción de censura que ya es parte de la historia política de España con motivo de una sentencia judicial en la que se acusaba al PP de ser parte integrante de un entramado corrupto. La moción, debatida a toda prisa, se presumía fallida, pero para sorpresa de casi todos, tanto de los perjudicados como de los beneficiados, resultó ser un éxito, porque el PNV cambió de bando apenas haber cerrado las arcas repletas de mies, y Sánchez llegó a la Moncloa, desalojando a Rajoy, que pasó una tarde de jueves de agonía viendo como el poder salía de su cuerpo y se alojaba en uno nuevo experimentando algo similar a una transfiguración pero en negativo. Desde entonces algunas cosas, sobre todo de marketing y propaganda, han cambiado, otras no tanto. Y tenemos a una multitud de presidentes de gobierno, dado que Pedro Sánchez se ha mostrado como el más hábil para utilizar ese dicho de “donde dije digo digo Diego” y retractarse unas veces sí, otras o y luego ya veremos, de cosas que dijo cuando no era presidente, hecho que su vicepresidenta Carmen Calvo ve como de lo más natural cuando el resto del país lo contemplamos tanto con preocupación, por el trastorno multipolar que evidencia Pedro como con sorna, porque hay que tomarse a guasa que a uno le tomen el pelo de esta manera. El PP, sonado tras la pérdida del poder, realizó unas primarias para elegir un nuevo jefe y rumbo. Soraya y Cospedal se despedazaron y Pablo Casado emergió como ganador inesperado, único tras la renuncia de la primera y la defenestración de la segunda. Seguro de sí mismo, con ganas de retornar a un pasado supuestamente glorioso que ya no existe, casado escora el PP poco a poco hacia esa “derecha sin complejos” que le irá restando votos y escaños, pero que, como pasó en las elecciones andaluzas, le puede permitir carambolas que le hagan tocar poder cuando menos capacidad tiene para ejercerlo. Los otros dos partidos, Ciudadanos y Podemos, tampoco salieron indemnes de la moción de censura. Grogui se quedó Rivera tras el resultado, pero ha ido rehaciendo el discurso, y la deriva derechosa del PP y los errores del PSOE le aben margen para crecer por el centro y servir de bisagra múltiple, aunque su techo parece claro. Podemos, que debiera haber sacado bastante rédito del resultado de la moción, no deja de caer en las encuestas, ligera pero constantemente, en gran parte por sus bandazos y el corte mesiánico que su amado líder Pablo no deja de imponer allá donde vaya, lo que hace que casi cada día algunos de los que fundaron la formación lo dejen. Las tensiones territoriales le pasan factura y su apoyo (absurdo de alguien que se dice de izquierdas) a los nacionalistas le desangra en gran parte del país. Hay una quinta formación, Vox, que ha emergido con fuerza, y que será clave para pactos en elecciones futuras. Su presencia es una mala noticia.

Las perspectivas para el año que viene son de máxima incertidumbre sobre cuándo tendrán lugar unas elecciones generales cada vez más necesarias, y de muy incierto pronóstico. Sólo es segura la cita de finales de mayo para europeas, municipales y gran parte de las autonómicas. Lo que parece también probable es que 2019 será un año en el que el ciclo económico empezará a ir a la baja con claridad, o eso apunta el derrumbe de las bolsas que estamos viviendo, y eso añadirá aún más presión si cabe a la eterna y demagógica disputa de todos contra todos que vivimos en nuestro día a día, mientras los grandes problemas de futuro siguen abandonados sin que nadie les preste la atención debida. No espero novedades al respecto en el año nuevo. ¿Y usted?

Subo a Elorrio a pasar los días navideños. Si todo va bien, nos leemos el próximo jueves 3 de enero. Sean muy felices, descansen, abríguense y no coman demasiado.

jueves, diciembre 20, 2018

Kant sería un transgresor en este 2018


Lo sucedido con la memoria de Kant en su Kaliningrado natal, entonces la Königsberg prusiana, es un buen reflejo de lo que ha sido la actualidad internacional en este 2018. Kant es una de las cumbres del pensamiento universal, una de sus figuras absolutas, creador de un mundo de reglas y lógicas tan apabullante como intrincado, que dedicó su vida al estudio y pensamiento, que a nadie hizo nunca mal, que trabajó infatigablemente por extender la razón y dio a la ilustración una de sus más altas cumbres. Pocos han llegado a la intensidad del pensamiento kantiano y su obra sigue siendo una referencia y motivo de debates, descubrimientos y pasiones, a las que su frío y metódico comportamiento le hacía ver como ajenas. Sólo pensó.

La infame campaña desatada por fuerzas nacionalistas rusas para que el aeropuerto de esa ciudad, enclave eslavo desde el final de la II Guerra Mundial, no lleve su nombre es tan cutre como zafia, pero muestra hasta un grado de caricatura el creciente enfrentamiento que en estos tiempos se da entre la irracionalidad y el pensamiento. Argumenta el zafio vicealmirante de la flota báltica Igor Mujametshin que Kant fue un sujeto que traicionó a su patria a cambio de una cátedra y que escribió unos libros incomprensibles que nadie nunca ha leído ni leerá. De ahí a ordenar quemarlos qué poco hay. Lo que ha dicho el tal Igor lo podrían suscribir personajes como Trump, Salvini, Bolsonaro, Torra, Puigdemont, Putin, Orban y toda esa caterva de secuaces de las sombras que, o se han mantenido en el poder en este año o, peor aún, han logrado alcanzarlo. La ola populista que desde hace un tiempo ha surgido como respuesta ante la indignación colectiva por las consecuencias sociales de la crisis no deja de crecer, y amenaza con alcanzar cotas de poder crecientes en cada país en el que se celebran elecciones. Esta ola de personajes e ideologías extremistas, de las que estamos bien surtidos en España, en versiones nacionales y nacionalistas, a los extremos de la izquierda y derecha, han naturalizado un discurso simplón y barriobajero que, si nos paramos un momento a pensarlo, resulta ser completamente antinatural e impropio. Hace apenas una década cualquiera de estos personajes no es que hubiera sacado apenas unos votos, no, sino que sus manifestaciones serían repudiadas en cualquier plaza pública por parte de toda la sociedad. Sin embargo hoy alcanzan el poder y sus discursos dominan la escena internacional, condicionan los debates, obligan a los partidos tradicionales a escorarse y, en definitiva, contaminan allá donde se expresan. En el ámbito de las relaciones internacionales este 2018 ha supuesto, nuevamente, la consolidación de los hombres fuertes y su visión del mundo no como un lugar cooperativo, sino una plaza en la que ejercer la fuerza y obtener el respeto mediante la misma, en busca únicamente de los intereses propios, al plazo más corto posible. El asesinato del periodista Kasogui en el consulado saudí de Estambul por parte de las autoridades del reino del desierto es un perfecto ejemplo de la consolidación de este estilo de relaciones de fuerza, de enfrentamiento, entre poderes que no encuentran frenos en la diplomacia, las reglas o el supuesto (siempre imperfecto) orden internacional que éstas amparan. El comportamiento mafioso de Rusia es ya una constante en estos tiempos, pero a ello se une la complacencia, o incluso el seguidismo, de unos EEUU que, de garantes de cierto orden internacional han pasado, bajo el mandato de Trump, a convertirse en la versión occidental del gamberro. En un contexto multipolar, el papel de China no deja de crecer y a su autoritario gobierno le da igual que no se respeten los derechos humanos en el mundo, dado que para él no son nada ni en casa. Y así, los pequeños países, como los europeos, sin ir más lejos, que no poseen fuerza ni capacidad de decisión ante gigantes como los mencionados, poco pueden hacer salvo protestar, patalear y rezar para que las luchas de intereses de los grandes y de sus auspiciados títeres no les hagan mucho daño.

La decadencia de Merkel es la imagen de la derrota, el balance de este año, de la ilustración kantiana frente al oscurantismo populista. Merkel encarna bien la figura del pensador germano. Rígida, poseedora de códigos de conducta, creyente en el progreso y en la responsabilidad, discreta, austera, amante de la seriedad y de no llamar la atención, este ejercicio ha contemplado cómo su figura se apaga, pierde el poder en su partido y dejará la cancillería en apenas un par de años, sino antes. Los bárbaros atacaron la estatua de Kant que se erige en un parque de Kaliningrado, le arrojaron pintura, tratando con ello de vejar la figura del pensador. En él se encuentra la esperanza de estos tiempo, raros tiempos, en los que alguien que piensa y que no levanta una voz más alta que otra puede ser lo más transgresor posible.

miércoles, diciembre 19, 2018

El Brexit es el caos


A lo largo de todo el año hemos asistido al desarrollo del Brexit, es especie de teleserie real en la que personajes de quita y pon se suceden en un reparto con figuras consagradas que buscan su espacio en una trama que no deja de dar giros y requiebros sin ton ni son. La ausencia de guionistas en la vida real hace que todo sea mucho más caótico que en las series televisivas, pero incluso en este caso el Brexit está alcanzando cotas de desorganización y sorpresa que no veíamos desde hace tiempo. Quizás sólo el vodevil que se representa cada día en la Casa Blanca por parte del demente Trump esté a la altura, pero en este caso la fuente del caos está bastante localizada en el poseedor del tupé naranja, mientras que es difícil encontrar a un británico sensato.

¿En qué punto estamos del proceso? Difícil decirlo, parece que en medio de un pantano de incertidumbre antes de que lleguen días intensos. Tras la anulación de la votación prevista la semana pasada y la superación de una moción de confianza de los suyos, ganada por dos tercios de los votos, May, esa primera ministra que agoniza ante el espectador día a día, se enfrentará en breve, puede que antes de fin de año, no es seguro, a una moción de censura que están organizando los laboristas, al menos algunos de ellos. Ven en esa maniobra la oportunidad para echarla del gobierno y convocar así elecciones que, creen, pueden ganar. No es un escenario descabellado, dado que la primera ministra puede caer si extrapolamos el resultado de su propia moción de censura. La votación que deberá producirse sí o sí es la del acuerdo del Brexit, la aplazada, y en estos momentos es casi seguro un rechazo al texto pactado entre May y Bruselas, que suscita rechazo en la oposición y, al menos, ese tercio díscolo de los conservadores. Un no al acuerdo es también un no a May, y aunque legalmente no haya relación causa efecto, es prácticamente imposible que ella y su gobierno sobrevivan a ese rechazo parlamentario, motivo último por el que retrasó la segura derrota la semana pasada. Trata estos días esa superviviente llamada May de lograr apoyos para el tratado, pero por lo que se sabe es casi imposible que puede alcanzar los votos necesarios. Gran parte de la oposición huele la sangre de la derrota conservadora y no quiere dejar escapar esa pieza de caza mayor por nada del mundo, y no es menor el ansia de derribarla entre muchos de los suyos. Los dos problemas serios que abriría este rechazo al acuerdo son, en primer lugar, que como pasó en la moción de censura contra Rajoy, parece haber un consenso en Westminster para rechazar el tratado del Brexit, pero tras ello el desacuerdo es completo. Todos los partidos, especialmente conservadores y laboristas están fracturados por completo sobre este problema, y en su seno viven al menos tres corrientes. Los partidarios del brexit duro, los de un acuerdo negociado (distinto al existente), y los del “remain” o volver al seno de la UE echando para atrás todo este desquiciado proceso. ¿Qué hay, entonces, de la alternativa de un segundo referéndum? Posee sus partidarios, sí, pero ¿cuál sería la pregunta a someter a votación? ¿la que ratifique un tratado negociado de salida? ¿la del “remain” y el retracto? Si uno escucha a n políticos británicos se encontrará con n+3 respuestas posibles, y la sensación de que el desorden se ha hecho fuerte al otro lado del canal y que no hay manera de lograr una posición común entre todas las partes enfrentadas. Lo más serio de todo es que esta fractura es transversal a toda la sociedad, parte izquierdas y derechas, ciudad y campo, rentas altas y bajas, y en este desorden es imposible saber no sólo qué es lo que va a suceder, sino cuáles serán los daños que la sociedad británica va a tener que sufrir a cuenta del deliro al que le llevaron Cameron y los estafadores que amañaron el resultado del referéndum de hace dos veranos.

El otro problema serio que se abre ese rechazo al acuerdo es que deja a las puertas la alternativa del brexit duro, desordenado, que ya ven que es el deseado por parte de la sociedad británica, especialmente la más proclive a la salida. La noticia de ayer de que el gobierno de May empieza a prepararse ante esa salida dura y moviliza a reservistas para tratar de contener fronteras y otras coyunturas no deja de ser alarmista, pero revela la gravedad de la situación que vivimos. Algunos malician que alarmismo es precisamente lo que May quiere sembrar entre los tibios para que acaben apoyando el tratado como un mal menor. ¿Le funcionará? No lo se. Lo cierto es que en esta aventura todos vamos a perder, nosotros algo, ellos más, y está por ver a cuánto ascenderán esas pérdidas. Mal negocio para todos, y sobre todo para un Reino Unido que muestra un rumbo decadente tras un año para olvidar.

martes, diciembre 18, 2018

Para Laura Luelmo y los suyos


Era Laura Luelmo una chica muy joven, veintiséis años, dos más que mi sobrino mayor, con el tópico hecho realidad de toda una vida por delante. Residente en un pequeño pueblo zamorano, de esos miles y olvidados en los que nunca pasa nada y donde las oportunidades no abundan, había estudiado, tenía novio y sacado las oposiciones para profesora de instituto. Le surgió una plaza vacante en El Campillo, Huelva, a medio millar de kilómetros de su casa, en el medio de otra nada interior en la que nada sucede, y allí se fue, a dar clases, ganar algunos euros por su trabajo y hacer currículum, que nunca es lo suficientemente extenso cuando tu familia o amigos no tiene los contactos debidos.

Hablar de Laura en pasado es una manera directa, sin ambages, de dejar claro que ya no está en este mundo de vivos, porque todo apunta a que algún indeseable ha acabado con su vida. Empezó su desaparición como caso apenas hace una semana, y fue a partir del sábado cuando los informativos televisivos empezaron a mostrar imágenes del pueblo del interior de Huelva desde el que se organizaban batidas de búsqueda por parte de unos ciudadanos angustiados, sorprendidos y asustados la ver como su localidad, en la que nunca pasa nada, era presa de medios de comunicación y fuerzas policiales por lo que parecía otro caso más de chica desaparecida, de esos que cuando empiezan pintan mal y, casi siempre, muy mal acaban. Los primeros días de búsqueda no ofrecieron resultado y la noche del domingo, tras cinco días de desaparición, la sensación de quien veía esa noticia era tan desalentadora como inquietante. Ayer al mediodía un breve de esos que se marcan en rojo en la parte superior de las webs indicando urgencia anunciaba que se había localizado un cadáver en las cercanías de la localidad onubense, en una zona que ya fue registrada días antes, y eso transformaba el caso de Laura de desaparición a presunto homicidio. La confirmación oficial llegó por la noche, en un tuit de la delegación del gobierno, y tras ella el rosario de sensaciones, condenas, ira, incomprensión y rabia que surge ante todas estas noticias para las que no se ustedes, pero yo no se ni que opinar, porque no las entiendo. Empieza ahora el trabajo de las fuerzas de seguridad, y es probable que en breve tengamos la identidad del autor o autores de este crimen, sus motivaciones, si es que había tal cosa, y el historial de los malhechores, que quizás sea un conjunto de lugares comunes en los que la delincuencia, el abuso a mujeres y cosas por el estilo se mezclen sin orden ni concierto. O quizás estemos ante una autoría distinta, que no se acerque a un perfil conocido, o vaya usted a saber. Es hora de que los profesionales trabajen, encuentren las pistas que a buen seguro el culpable de los hechos haya dejado en el cadáver de la víctima y se proceda a su detención. Pero lo importante, Laura, ya no está. Su vida, su meteórica y valiente vida, llena de esfuerzo propio, se ha cortado de raíz, y como dijo el personaje encarnado por Clint Eastwood en “Sin perdón” su asesino le ha quitado todo lo que tenía y todo lo que hubiera podido llegar a tener. Ilustradora, profesora que al parecer disfrutaba con su profesión, querida en ese pueblo zamorano que ahora no logro recordar pero que ya nunca olvidará estos días, Laura es la viva imagen de la juventud abriéndose camino en la vida, del esfuerzo que trata de labrarse un porvenir y que no renuncia a él aunque el destino le mande al quinto pino de lo que para ella era su entorno y comodidad. Guapa hasta hartar por las fotos que se han publicado, su imagen era la del triunfo profundo y desconocido, no el de los rutilantes famosos que se pavonean y suscitan la inmerecida aprobación de tantos, sino el logro callado de los que día a día trabajan sin descanso para lograr sus sueños, sacrificando lo que sea, sobre todo su comodidad, para ello. Un asesino ha destruido el porvenir que Laura se estaba labrando, y la crueldad que ha cometido es tan inmensa como el valor de lo que ha destruido. Ninguna condena podrá reparar este destrozo.

En un país como el nuestro, con unas tasas de violencia y asesinato bajísimas, que son de las menores del mundo, hechos como el de Laura conmueven a toda la sociedad, quizá precisamente más por lo poco que suceden, aunque pueda parecernos o contrario. En los sucesos este año comenzó con la resolución del asesinato de Diana Quer, tuvo un momento de crueldad extrema con el asesinato de Gabriel Cruz y acaba con el cadáver de Laura Luengo, como testimonio de otras víctimas, de violencia de género y otras causas, que se han repartido a lo largo de estos meses. Detrás, siempre, el instinto animal de unos desgraciados que mataron poseídos por celos, envidias, amor, o cualquier otro término que no logra enmascarar la vileza profunda, irracional, de sus hechos. Su culpabilidad es absoluta. Descansa en paz, Laura. Un abrazo muy fuerte a todos los suyos, que ahora lloran en medio de la nada. Lo siento mucho.

lunes, diciembre 17, 2018

¿Estamos repitiendo los errores de los años treinta?


Cada vez son más los artículos y trabajos de estudiosos que trazan paralelismos inquietantes entre la época que vivimos y los años treinta del siglo pasado. Hechos como el ascenso de Trump y otra horda de dirigentes populistas, junto con el ascenso de ideologías extremistas que caracterizaron aquellos años y que se creían superadas han hecho a muchos temer que volvemos a repetir el ciclo que ya vimos en su momento, y cuyas consecuencias conocemos, desgraciadamente. Ayer, Guillermo Altares resumía en este artículo algunas de las voces que defienden esta teoría. Él, que se ha mostrado claramente en contra de ella, admite que últimamente le surgen dudas ante lo que lee y lo que los profesionales de la historia realizan en sus estudios comparados. Por lo tanto, el tema es serio y merece nuestra reflexión.

Decía Mark Twain que la historia no se repite, pero rima, por lo que a lo largo de los siglos podemos encontrar hechos que se producen en un aparente paralelo unos de otros, separados por distancias temporales a veces abrumadoras, otras escasas. Hay secuencias, como la del ascenso al poder de los hombres y su derrumbe que pueden ser contadas infinidad de veces cambiando los nombres de los personajes y los pueblos dominados, pero en todas ellas veremos el mismo líder carismático, su ascenso entre la población admirada, su endiosamiento, su soberbia infinita y su caída tras una lucha sin cuartel. Los ciclos económicos, que siempre existen, están presentes a lo largo de los siglos y sus subidas y bajadas ofrecen coyunturas similares ante las que surgen problemas parecidos y respuestas, normalmente, erróneas. Puestos a jugar con el pasado cercano, sí hay concordancias entre nuestra época y los años treinta, tanto por ser ambas situaciones en las que se venía de una enorme crisis económica como por ese ascenso de los populismos que observamos por doquier, pero también hay enormes, e inquietantes, similitudes con el inicio del propio siglo XX, marcado por una primera gran globalización, más intensa aún de la que vivimos ahora y unas sociedades completamente alteradas por esa expansión de los flujos comerciales y de la apertura de fronteras. De ambas situaciones se derivó una guerra, la más cruel e intensa conocida hasta el momento por sus generaciones y por todo el mundo, por lo que podríamos concluir que si vivimos un tiempo que parece mezcla de ambos tenemos los ingredientes para que se de un conflicto de uno u otro tipo, o incluso una mezcla de los dos. ¿Es esto así? No necesariamente, ni mucho menos. Las diferencias entre ambas épocas y la nuestra son también enormes. La falta de grandes ideologías transversales opuestas y mortalmente enfrentadas, como eran el comunismo y el fascismo, fue el aliento de fondo que dio lugar a muchas de las guerras europeas, y todo ello con un grado de violencia social en las épocas de paz que nos parecería insoportable si volviéramos la vista atrás. El nivel de bienestar alcanzado hoy en día en nuestras sociedades es tan elevado que cualquiera de nosotros vive con unas comodidades que no podían ni ser soñadas por los más potentados de hace un siglo o algo más, empezando por unas esperanzad de vida que casi duplican las de aquellos tiempos, y esa opulencia supone un freno para la violencia masiva. Steven Pinker defiende desde hace tiempo, que el nivel de violencia de nuestras sociedades cae sin remedio a medida que progresamos, y en su último trabajo hace un alegato a favor de la ilustración, la ciencia y el humanismo como corrientes que cogen fuerza con el paso de los años para ser las causantes de los cada vez más extensos tiempos de paz que vivimos. Se acusa a Pinker de ingenuo, pero los datos y la experiencia le dan la razón Nuestro mundo es cada vez más pacífico y seguro. Es esa seguridad la que vivimos la que, por contraste, magnifica nuestros enfrentamientos diarios y los hace parecer mucho más graves de lo que realmente son.

¿Quién tiene razón en todo este debate? Probablemente unos y otros, porque toda época tiene sus dificultades y, sobre todo, posee un futuro desconocido para los que en ella viven. Es relativamente fácil hablar del pasado una vez que ha sucedido y así poder analizarlo, pero resulta aventurado escudriñar el futuro, porque aún no existe y está en nuestra mano su realización, que no viene determinada por nada. Lo que si es seguro es que el progreso, la libertad y la democracia siempre tendrán enemigos, antaño de un tipo, hoy de otro, y esa libertad cae si los que en ella creemos no la defendemos. Esa es otra de las eternas luchas que no cesan en el devenir histórico. Dentro de unas décadas, esperemos estar aquí, analizaremos estos tiempos y podremos juzgar qué es lo que pasó en ellos y por qué. De momento, vivamos, defendamos la democracia y hagamos lo posible para que la ilustración perviva. Los que se oponen no dejan de trabajar.

viernes, diciembre 14, 2018

Cada vez nacen menos, pero somos más


Acostumbra el INE a publicar con regularidad las cifras demográficas, que engloban una serie de variables que actúan a la vez y que, con signos, causas e inercias distintas, nos dan la imagen de la población en la que vivimos; cuántos somos, éramos, y en cierto modo seremos, y cómo somos y puede que seamos. Los datos de crecimiento vegetativo, diferencia entre nacimientos y muertes, para el primer semestre de este 2018 son asombrosos, dado que baten récords, por el mínimo del primero y máximo del segundo, arrojando un saldo negativo de 46.590 personas. Siete veces y media mi pueblo ha desaparecido de España en el último año, en el balance entre nacidos y muertos. Es espectacular, y grave.

Los responsables de la web de El Confidencial han elaborado este artículo y, en su parte inferior, puede usted consultar el saldo vegetativo de cada uno de los municipios de España, obteniendo un gráfico que representa los datos desde el año 1996. Si miro por ejemplo en Elorrio veré que sólo tres años de esa serie, 2002, 2008 y 2001, ofrecen saldo positivo, y en todos los demás se pierde población. El saldo provisional de 2018 es de -7, lo que es un uno por mil de la población. Busquen su municipio, o el que deseen, y observen. En la mayor parte de los casos se verán más barras rojas que verdes oscuro (o eso me parece ese color, difícil de definir) lo que muestra la intensidad del fenómeno. Hay zonas donde la decadencia de población es constante desde hace años y se acelera, como el noroeste peninsular y el interior, con la excepción de Madrid y su entorno, que no dejan de crecer. Así, el concepto de “España vacía” que alumbró Sergio del molino con su excelente ensayo se agiganta, generando la imagen de un país que se mantiene poblado en las costas pero se vacía en el interior, con un centro que no deja de crecer y agrandarse, generando así la imagen de un donuts inverso. Es obvio que estas zonas que se vacían lo van a hacer, si nada cambia, cada vez a mayor velocidad, porque en ellas la edad media de la población no deja de crecer. La esperanza de vida es altísima en nuestro país, de las mayores del mundo, pero no es infinita, y esas zonas que se despueblan y envejecen caminan hacia el desierto demográfico de una manera casi imparable. Amplias zonas de las dos Castillas, Aragón, Asturias, Galicia y Extremadura pueden quedar deshabitadas en no muchos años si se mantiene el proceso actual. ¿Por qué nacen menos niños? Son muchas las causas, económicas, sociales de todo tipo. Es caro tener hijos, pocas son las ayudas que se otorgan, los horarios de trabajo y estudios están diseñados para que sea imposible realizar ambas tareas si los dos progenitores trabajan, ser padres es una responsabilidad dura y no tiene por qué apetecer (de hecho, es y debe ser una elección, no una imposición),m al extrema salud en la que vivimos garantiza la casi segura supervivencia de todos los hijos , por tanto, no es necesario tener mucho para garantizar que alguno pueda sobrevivir, toda sociedad que aumenta su renta ve caer las tasas de natalidad, etc Dada la fuerte inercia que tienen las variables demográficas, la reducción de nacimientos irá a más, porque a todas estos factores anteriores se debe sumar que las generaciones a partir de finales de los setenta ya son menores que las pasadas, por lo que el número de mujeres fértiles de cada una de ellas es menor. Manteniendo las tasas actuales, del entorno de 1,3 niños por pareja, cada generación futura se reducirá simplemente por la caída de mujeres potencialmente madres, en una espiral descendente que no podría ser corregida ni con aumentos sustanciales del número de nacimientos per cápita, que desde luego no se esperan, así que es más que probable que esa cifra de menos 46.950 no sea sino un valor que se vea empequeñecido por futuras y mucho mayores caídas. El país, atendiendo a esta variable, se despuebla y envejece de manera irreversible.

Sin embargo, la población española aumenta, y es que dos son los saldos que otorgan el valor global de la población, la diferencia entre nacimientos y muertes (negativo como hemos visto) y la diferencia entre emigrantes e inmigrantes, que sigue siendo positiva y compensa el bajón vegetativo. Para este primer semestre de 2018 el saldo migratorio positivo fue de 121.564 personas, que sumados al menos 46.2373 anterior nos indican que la población del país ha aumentado en 74.591 personas. Es la inmigración la que está permitiendo compensar la pérdida de población que, de manera natural, se extingue. Este factor debiera estar muy presente en las discusiones que tenemos todos los días sobre fronteras, pensiones, mercado de trabajo y futuro, que son las más importantes, y que tan poca atención y tanta demagogia reciben.

jueves, diciembre 13, 2018

Las siete vidas de Theresa May


Una de las virtudes, o vicios, que adornan a todo político es la obcecación por el poder, el deseo absoluto de llegar y, una vez alcanzado, mantenerse en él cueste lo que cueste. Por eso algunas constituciones, sabias, establecen límites a los mandatos, pero el caso es que una vez que se alcanza la silla del jefe, todo esfuerzo se centra en conservarla. Sánchez en nuestro país es un buen ejemplo de ello, dada su absoluta minoría en número de escaños, pero todos los políticos son así. Quién está demostrando tener una madera de especial resistencia es Theresa May, que al frente de un gobierno caótico, y en medio de la tormenta política más intensa que vive el Reino Unido desde hace bastantes décadas, sobrevive en el puente de mando de su nave mientras esta queda cada vez más desarbolada y va pareciendo un vulgar y cutre cascarón.

Ayer May superó una moción de confianza que le fue planteada por parte de los diputados de su grupo. El resultado, 200 votos a favor de la primera ministra, 117 en contra, demuestra que conserva una mayoría absoluta en su grupo pero que el grupo de los oponentes es grande, ligeramente superior a un tercio, y desde luego más que suficiente para que, unidos a la oposición laborista, puedan echar abajo la propuesta de acuerdo para el brexit firmada entre May y Bruselas. Esta cuestión de confianza se venía larvando desde hace meses y fue el martes cuanto se lograron los apoyos necesarios, creo que eran ligeramente superior a la cuarentena, para proponer esta votación. Los extremistas entre los conservadores, encabezados por el exministro de Exteriores Boris Johnson y el diputado Jacob Rees-Mog (ambos son unos personajes de cuidado) han lanzado todos los días que han podido duros ataques contra May y sus iniciativas que dejaban las críticas laboristas en ejercicios constructivos. Ayer, tras perder el principal pulso que podían ejecutar desde su propio partido, Rees-Mog admitía la derrota de su iniciativa pero, incansable, volvía a pedir la irrevocable dimisión de May, por considerar que no tiene el debido poder parlamentario para sacar ninguna de sus propuestas. Se comenta en algunos medios que el voto favorable que ha obtenido May ha sido fruto de un pacto en el que ella ha prometido no ser candidata en las próximas elecciones, que tocarían en el año 2020, y que esa renuncia la ofrecería a cambio de obtener manos libres en lo que queda de mandato para terminar las negociaciones con Bruselas y comenzar a implantar el proceso de salida de la UE. Os ofrezco mi cabeza, sí, pero a plazo fijo, por decirlo de una manera. Si eso es así la posición de May es, efectivamente, muy débil, pero quizás sea lo suficientemente segura como para que durante unas semanas siga al frente de la iniciativa británica en todo este embrollo. Tras haber logrado salvarse, viaja hoy a Bruselas para tratar de conseguir algunos documentos que le permitan presentarse ante el parlamento, esta vez al completo, y poder aprobar el acuerdo del Brexit. Recordemos que la votación parlamentaria en Londres es ineludible y que a día de hoy el gobierno de May la tiene más que perdida, motivo por el que se ha atrasado sin fecha. Los socios comunitarios ya han dicho que no quieren renegociar el acuerdo, pero tampoco les interesa que naufrague al otro lado del canal, por lo que no es descartable que de la cumbre de estos días en Bruselas surja un compromiso anexo al tratado, sin formar parte de él, que ofrezca algunas salvaguardias a Londres en lo que hace a la gestión de la frontera con Irlanda, el gran escollo de las negociaciones. Estaríamos hablando de una documentación similar a la lograda por España respecto a Gibraltar, que no es parte del acuerdo, y no posee por tanto el valor y peso de lo allí contenido, pero que puede ser esgrimida ante tribunales en caso de contenciosos y permitiría respaldar la posición, sea española o británica, en los dos espinosos temas. Un anexo que no viene mal, aunque no es lo que ninguno de los dos países quisiera.

¿Bastará eso para que Westminster cambie de idea? No lo se, y es que en el cada vez más turbio y complejo asunto del Brexit ya nadie sabe nada de lo que puede llegar a suceder. Asistimos entre perplejos y asustados a una especie de vodevil que no deja de degenerar, en el que los serios británicos parecen haberse vueltos todos locos y la cordura, que no sobra, parece residir en el territorio continental. Todos los escenarios imaginables, quizás incluso algunos más, son posibles en este momento, desde un acuerdo ratificado hasta un Brexit duro y caótico, y el reloj corre sin descanso hacia ese 29 de marzo de 2019 en el que se ejecutará formalmente la salida, sea cual sea la forma que ésta adopte. No hay serie televisiva que supere a este intrigante folletín.

miércoles, diciembre 12, 2018

Atentado en Estrasburgo


El otro día pensaba para mis adentros que mucho tiempo llevábamos sin la desgracia de un atentado terrorista, sin un ataque. Me surgió la idea el viernes por la tarde noche mientras miraba libros para comprar tras haber pasado unos minutos de agobio en el centro de Madrid en medio de la marabunta de gente que llena las calles en Navidad. “No es necesario que pase casi nada para que se desencadene un desastre” pensaba tratando de avanzar entre masas de gente parcialmente ordenadas y bien aprisionadas que a duras penas lograban moverse, alcanzando por momentos la densidad de un fluido viscoso estilo miel. En esos instantes un accidente o una acción mal interpretada bastarían para desencadenar cualquier tipo de desastre, ni les cuento un ataque coordinado.

Ayer por la noche se produjo en Estrasburgo un incidente que, aun en medio de la confusión que aún reina, tiene todos los boletos para ser calificado como ataque terrorista. No he estado nunca en aquella ciudad, pero muchos le adjudican el papel de capital de la Navidad en Francia, por su decoración, su imponente arquitectura medieval y los mercadillos que la llenan de color y gente dispuesta a pasar una tarde deambulando entre sus puestos. Fue en las inmediaciones de uno de esos mercadillos, a eso de las 20 horas, noche cerrada ya pero con las calles llenas de gente, cuando un individuo comenzó a disparar, al parecer con una pistola automática, no con un rifle de asalto, y comenzó el balance de la noche. A estas horas ese balance se sitúa en tres muertos y once heridos, varios ellos de levada gravedad. Al parecer se produjo posteriormente un tiroteo en un barrio cercano, en el que cuerpos de seguridad pudieron herir al atacante, pero no detenerle, y a esta hora lo único que parece seguro es que, en efecto, el sujeto autor de los disparos iniciales sigue sin ser detenido. También parece, según fuentes policiales, que el presunto autor de los disparos estaría identificado, e inmerso en la lista que recoge potenciales autores de atentados, o al menos sujetos peligrosos a seguir. El personaje parece tener veintinueve años y un amplio expediente delictivo tanto en Francia como Alemania, y algunas fuentes señalan que ha podido experimentar un proceso de radicalización en los últimos tiempos, lo que apuntaría a la inspiración yihadista de lo que sería un atentado clásico de este estilo de terroristas. Sin embargo, la habitual lentitud con la que la policía francesa suministra los datos, tratando así de ofrecer información corroborada en todo caso y las dudas e informaciones contradictorias que siempre acompañan a estos sucesos cuando se producen obligan a ser cautos, a informar con tiempo y a no precipitarse. Si estuviéramos ante un atentado, que en este momento parece la hipótesis más probable, sería el primero en Francia tras unos cuantos meses de tranquilidad en ese frente y añadiría nueva presión, aún más, a una sociedad cuyos frentes se multiplican, y a un gobierno que apenas da abasto para contenerlos. El impacto económico de un ataque de este tipo tampoco es despreciable, ni mucho menos, y debe ser añadido a las nefastas consecuencias de las revueltas que están arruinando la economía parisina en la temporada navideña, y que pese a las medidas anunciadas por Macron, pueden volver a repetirse este fin de semana, aumentando así las cancelaciones en una ciudad que vive algunas de sus peores semanas en tiempo. Todo ello puede acabar creando unos daños que minen incluso alguna décima el PIB del país, en un final de ejercicio tan decepcionante como inquietante. La alerta antiterrorista se mantenía alta en Francia pero, para qué negarlo, había una cierta sensación de relax en Europa ante bastantes meses sin ataques, y seguro que no era yo el único que me asombraba, triste que esto sea sorprendente, por el tiempo de tranquilidad en el que llevábamos inmersos. Parece que, tristemente, esa calma se ha roto, y nuevamente ha sido en la castigada Francia el lugar en el que lo ha hecho.

Ayer por la noche Estrasburgo era una ciudad de confusión, miedo e incertidumbre. Al ambientillo navideño se juntaba el que había sesión plenaria en el parlamento europeo, del que la ciudad francesa es sede compartida junto con Bruselas, y las medidas de seguridad que se desataron tras el ataque supusieron la cancelación de los trabajos parlamentarios y el cierre de las instalaciones, reteniendo a los que en ellos estaban para tratar de garantizar su seguridad. Testimonios de parlamentarios, ciudadanos que se encontraban fuera de las instalaciones, políticos que paseaban por la ciudad, o de cualquier otra persona eran relatos de miedo, de no saber, de encontrarse en refugios improvisados junto con desconocidos, compartiendo un temor a lo sucedido sin tener muy claro ni que era ni si los hechos seguían produciéndose. El miedo que siembra el terrorismo apagó la luz navideña de Estrasburgo. Ese ese su maligno poder

martes, diciembre 11, 2018

Huawei nació en Shenzhen


El caso de Huawei que comentaba ayer tiene mucha más miga de lo que parece, y no sólo por la profunda derivada del conflicto a la que me refería, sino porque muestra hasta qué punto el mundo que conocíamos, en el que todavía creemos que vivimos, hace ya algunos años que dejó de existir, y no somos conscientes de las transformaciones que ha sufrido. Por ello, no es que estemos haciendo los cambios necesarios para sobrevivir en él, no, sino que ni siquiera detectamos esa necesidad, y fruto de esa paradoja, de esa inadecuación, surgen protestas y revueltas, como la de los chalecos amarillos en Francia, cuyas causas profunda vuelven a ser más importantes e intensas de lo que parecen ser las reivindicaciones de estos movimientos. Ni los manifestantes ni los gobernantes parecen ser conscientes de ello.

Huawei nación en Shenzhen, una ciudad china de la que muy probablemente muchos no hayan oído hablar nunca. Es una ciudad que se sitúa cerca de Hong Kong, en la zona limítrofe, en lo que en su momento era el límite del territorio chino antes de comenzar la península que formaba parte de la concesión colonial británica. Durante muchos años Shenzhen era poco más que un pueblo de pescadores y arrozales, con la rica colonia al sur creciendo pausada pero sin descanso. El contraste entre las dos ciudades era tan enorme como absurdo. En 1979, el año que viene la cuarentena, se funda la moderna ciudad de Shenzhen y en ella se desarrolla uno de los experimentos económicos puestos en marcha por el gobierno chino en la búsqueda del crecimiento, y con vistas a la futura reincorporación de la colonia británica, hecho que tuvo lugar a finales de los noventa. Hoy en día Shenzhen es una urbe de unos doce millones de habitantes, mayor que cualquiera de las grandes ciudades europeas (sólo Moscú y Londres se le acercan) poblada de rascacielos y centros comerciales, y con miles de empresas tecnológicas en desarrollo en lo que se ha llamado el Silicon Valley chino. Verlo en GoogleEarth asusta. Junto con la cercana Hong Kong forma una conunrbación que deja en mantillas a cualquier agrupación urbana europea, y tenemos que irnos a grandes polos de población en EEUU para encontrar algo similar. Reitero, en cuarenta años Shenzhen ha pasado de la nada a ser ese monstruo, y en él hay empresas como la citada Huawei, que poseen dimensión suficiente como para condicionar el mercado global del aquel negocio al que se dediquen. Cualquiera de las empresas europeas operadoras de telecomunicaciones no es nada frente a Huawei y su capacidad financiera, y la inversión que semejante emporio realiza en I+D+i deja a los esfuerzos europeos, públicos y privados, convertidos en poco más que una anécdota. No he estado nunca en China, pero al igual que Shenzhen, son muchas la ciudades que en apena décadas se han convertido en megalópolis de más de una decena de millón de habitantes, creando mercados, empresas y ecosistemas económicos que, sinceramente, son difíciles de asimilar vistos desde nuestra perspectiva. El que China haya crecido a tasas superiores al 6% – 7% durante tantos años quiere decir que su potencia económica ha pasado a ser global en todo aquello que seamos capaces de medir o pensar, y ese crecimiento, en un mundo que globalmente ha crecido, pero menos, quiere decir que China ha ocupado parte del papel que antes representaban otras naciones. ¿Cuáles? Sí, querido lector, principalmente las europeas, aunque no sólo. En el reparto de la tarta global EEUU ha ido menguando su peso a medida que China crecía, pero sobre todo hemos sido los europeos y los japoneses los que hemos ido empequeñeciendo, de manera relativa, ante el auge chino. De la riqueza global creada a lo largo de estas últimas décadas, la porción que ha recalado en Europa ha ido menguando sin cesar.

Esto quiere decir que los crecimientos de renta que hemos experimentado los europeos durante las décadas buenas (desde luego no los años de crisis) han sido cada vez menores, y de ahí surgen sin cesar chirridos, desacoples y desajustes en nuestras economías y sistemas sociales. Acostumbrados a ser los dueños del mundo, a detentar el poder económico y, por tanto, disfrutar de sus ventajas, Europa ve poco a poco reducida su porción de la tarta global y sus finanzas empequeñecidas. Este es el mar de fondo en el que se mece la baja productividad de nuestras economías, la bajada relativa de ingresos de nuestros ciudadanos, los crecientes déficits públicos nacionales y la sensación general de insatisfacción ante una vida laboral que no es como muchos creían que iba a ser. Quizás pensábamos que el futuro Shenzhen, o como lo llamásemos, iba a estar en Europa. Pero no está aquí, y no nos hacemos a la idea de lo que eso significa.

lunes, diciembre 10, 2018

Huawei y la guerra fría entre EEUU y China


La detención la semana pasada en Canadá de Meng Wanzhou supuso un duro golpe para las bolsas por la sensación de que la guerra comercial entre EEUU y China se reavivaba, aplacada días antes tras la reunión de los mandatarios de ambos países en el encuentro del G20 en Argentina. El que el nombre de Wanzhou no nos suene de nada, así, dicho de golpe, frente a lo que sucedería si nos nombrasen a Jobs, Zuckerberg, Gates o Musk, demuestra que parte del enorme cambio global que ha sucedido en el mundo, y que lo ha alterado del todo, es ajeno a nuestra percepción, con el peligro que ello supone. Meng es la vicepresidenta de Huawei, hija del dueño y probable heredero del cargo cuando él lo deje. Huawei es ya el segundo fabricante de móviles de mundo tras Samsung, y es todo un imperio industrial y tecnológico. Y es chino.

La excusa para la detención de Meng ha partido de una orden de arresto dictada por EEUU que se basa en las vinculaciones que Huawei ha tenido con el régimen iraní. Se acusa a esa empresa de haberse saltado el embargo internacional que pesaba sobre el país persa hasta hace algunos años, en proceso de ser puesto nuevamente en marcha por EEUU, y de realizar acuerdos comerciales encubiertos a espaldas de organismos internacionales. Esto puede ser verdad o no, no sería la primera empresa acusada de este tipo de prácticas ni será la última, pero en muchos de esos casos se ha recurrido a sanciones comerciales, o directamente multas, a las firmas privadas, sin recurrir a aparatosas detenciones en un tercer país, en este caso el vecino Canadá. Tiene toda la pinta de que irán, como señala este artículo de Alicia González, es una excusa, una justificación razonable y fácil de entender por la opinión pública, especialmente la norteamericana, pero que esconde un asunto mucho más profundo. Es la guerra comercial que se libra entre los dos países lo que está de fondo, y si quieren penetrar más en el fondo del asunto, es la lucha por el liderazgo tecnológico lo que subyace a todo esto. Trump, obsesionado por el déficit comercial, levanta barreras, aduanas y aranceles sin cesar que no sirven de nada, para frenar un déficit que no deja de crecer en los EEUU, pero en el fondo lo que quieren sus asesores (no se si él sabe lo suficiente para comprender esto) es debilitar tanto el desarrollo tecnológico chino como su capacidad de hacerse con mercados que le permitan expandir su tecnología y área de influencia. Si algo ha aprendido EEUU en estos años de dominio imperial es que no basta con el ejército y los misiles para ser el líder global. En un mundo hiperconectado el dominio de la tecnología y de los contenidos es lo que otorga supremacía global y acceso al poder efectivo, el de compra de los consumidores, el de sentimiento de los países, el del cariño de las masas. En nuestro día a día usamos tecnologías desarrolladas en su inmensa mayoría en EEUU y producidas y vendidas por empresas norteamericanas. Internet  mismo, que fue un invento del CERN, en Suiza, es un complejo en el que los EEUU se encuentran en su desarrollo, definición y funcionamiento desde el primer hasta el último punto en el que nos queramos situar. Esa primacía tecnológica supone una ventaja en ingresos financieros y en poder efectivo como no somos capaces de imaginar. Nosotros no, pero los chinos sí, y se han lanzado a la guerra virtual para desarrollar tecnologías que compitan y logren vencer al gigante norteamericano. Líder en el desarrollo y extensión de la 5G, segundo fabricante mundial de dispositivos móviles y con enormes contactos, podríamos decir que simbiosis, con el gobierno chino, Huawei es una de esas empresa, como lo son Microsoft o Cisco en EEUU, que posee casi más de estratégico que de comercial. Es ya uno de los gigantes, dominadores y, ojo, definidores de su mercado, y hace algo más que sombra a otros fabricantes y desarrolladores occidentales. Si la rivalidad entre las FAANG (Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google) y las BAT (BAidu, Ali Baba y Tencent) es más o menos conocida, Huawei juega a un nivel más profundo, el desarrollo de las tecnologías sobre las que las otras crean plataformas de negocio.

Así, golpear a Huawei es una manera de frenar su expansión y debilitar uno de los más poderosos brazos del gobierno e intereses chinos en el mundo. Quizás por eso la detención de Ming sea algo mucho más importantes, y como diría Qui-Gon Jim en el episodio I de Star Wars, hay mucho más que una mera disputa comercial en todo este asunto. China ya ha respondido oficialmente, protestando ante organismos internacionales y amenazando a Canadá (¿el Naboo de turno?) de serias consecuencias si se mantiene el arresto de Meng, que no es una mera ejecutiva de cuentas, sino alguien muchísimo más importante de lo que ninguno de nosotros seríamos capaces de imaginar. Esta saga va a tener muchos más episodios, no lo duden.

viernes, diciembre 07, 2018

Cuarenta años de Constitución y libertad


Todos tenemos un complejo adanista escondido en nuestro interior. Creemos que el mundo comienza con nuestra existencia y acaba con ella, cuando realmente es al revés y poco le importa al mundo que existamos o no. Nuestras decepciones amorosas son las más profundas que ser humano ha vivido, los éxitos son gloria eterna y las ideas que surgen en nuestra cabeza son descubrimientos luminosos que, hasta el momento en el que fueron alumbrados por nosotros, existían en el fondo de la oscuridad de esa caverna platónica que, pensamos, un don nadie imaginó en tiempos en los que nada había y por tanto nada se podía crear o imaginar. Nos deprime asumir que vivimos en el error adanista, muchos no logran recuperarse de la evidencia.

Ayer, cuarenta años de la Constitución, se volvió a repetir el sincero homenaje y recuerdo a quienes hicieron posible aquel inmenso logro, se reiteraron las gracias a su labor, y como siempre no faltaron los que, sintiéndose más allá del bien y del mal, denunciaban aquellos acuerdos de aquellas duras épocas, tachándolos de todo y volviendo a dar lecciones a todo el mundo desde la preclara, absoluta, luminosa y superior posición ideológica e intelectual que mora en sus privilegiadas mentes. Sería algo cómico si no fuera porque quienes así opinan se creen realmente su posición de superioridad, y al dar lecciones a los demás lo hacen autoconvencidos de que la suya es la verdad, y el resto simplezas, cuando es justo lo contrario. La Constitución de 1978 es el fruto querido por casi todos, pero esperado por casi ninguno, de una época convulsa, peligrosa, difícil, en la que España se jugaba mucho y, sin que sirva de precedente, logró hacer las cosas como es debido. Tras años eternos de gris dictadura, la democracia llegó a una sociedad que jamás había conocido algo similar, y la ciudadanía supo usarla de manera correcta y sensata. Y los que entonces eran líderes, desde sus posiciones y capacidades, que de todo había, supieron estar a la altura del momento. Muchas cosas pudieron salir mal, mucho peor, y ahora, con la tranquilidad de observar los sucesos pasados tal y como se produjeron, damos por sentada la naturalidad de aquellos hechos cuando todo pudo ser muy distinto. Eran intensas las fuerzas que luchaban para que no se produjera una llegada de la democracia, fuerzas de ambos extremos del espectro ideológico, fuerzas que recurrían a la violencia y el asesinato sin mucho pudor, dejando cadáveres en las calles que ahora contemplamos como pinturas negras de Goya, estéticamente curiosas y temporalmente ajenas, pero que pudieron ser la puntilla a un proceso de reformas que avanzaba con enormes dificultades. Sólo tuvimos un viento a favor, que era la coyuntura política internacional, tranquila y sosegada, pero todo lo demás estuvo en contra. La economía del país se descosía por completo, con unas tasas de paro que empezaban a subir y una variables macro cuyos guarismos hoy nos dejarían helados. La inflación bajó a lo largo de 1978 y terminó el año en el entorno del 16%, sí, sí, diez veces superior a la que tenemos hoy. La sensación de marasmo era completa fuera cual fuese el aspecto de la sociedad que se pulsase, y nadie tenía claro lo que iba a suceder. En ninguna parte estaba escrito que aquel proceso pudiera acabar bien, y lo único seguro era que había fuerzas y personas que trabajaban con ahínco y determinación para que la democracia llegase, al igual que no pocos luchaban contra aquel objetivo. Finalmente se produjo el milagro, la cordura prevaleció, y la historia de España, jalonada de tristes momentos y de quijotescos episodios que siempre han acabado con muchas personas ensartadas en aspas de molino, se redimió a sí misma y nos dio un motivo de orgullo colectivo. Quienes en esos años se dejaron la piel para que la democracia llegase son los causantes, los benefactores, a los que usted, yo o el ínclito Rufián podamos escribir o decir lo que pensamos…. bueno, si eso que hace Rufián es pensar. El Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda son la tríada de héroes de aquel momento, pero junto a ellos son muchos los nombres de políticos, profesionales, periodistas, intelectuales y demás que, desde ideologías extremas y opuestas, supieron hacer un esfuerzo de entendimiento.

Por eso, todos los homenajes que se hagan a aquella época son pocos, y todo el valor que se les reconozca, escaso. Porque en tiempos muy difíciles fueron capaces de lograr lago aún más extraordinario, y nos dieron muestra de hasta qué punto, la unión, la generosidad y algo de suerte pueden ser capaces de lograr triunfos frente a la adversidad. Con sus dificultades y problemas, que los hay, la época actual es mucho más sencilla que la de los años setenta, y la incapacidad de la política para gestionarla, ser capaz de pensar a largo plazo y tener al menos alguna referencia en el bien común de la sociedad parece tan inmensa como la distancia temporal que nos separa de aquellos años convulsos y peligrosos. Larga vida a la Constitución, a la democracia y a la libertad.

miércoles, diciembre 05, 2018

Macron da un paso atrás


En lo que es la primera gran rectificación de su presidencia, Macron ha decidido congelar, de momento, las medidas impopulares que han desatado la revuelta de los chalecos amarillos. El descontrol que se ha apoderado de París y de otras zonas del país, y de muchas de sus vías de comunicación, le ha llevado a tomar esta medida, en aras de lograr desmovilizar a los manifestantes y lograr unas jornadas de calma. ¿Servirá? Está por ver. Algunos de los convocantes han dicho que van a cesar, pero otros muchos no, y junto a ellos nuevos colectivos se lanzan a la protesta. Yes que este tipo de incendios, que un día dado explotan sin que esté muy claro por qué, resultan después muy difíciles de apagar, y cuestan mucho en todos los sentidos.

A año y medio de su elección, la presidencia de Macron no se tambalea, pero si muestra una grave crisis que amenaza con arruinarla. Su popularidad es muy baja y decrece sin que sea capaz de encontrar la tecla que le permita remontar. Es Francia un país necesitado de múltiples reformas, con una estructura productiva anticuada y asociada a un estatismo que ocupa enormes parcelas de poder. Mientras que la progresión económica de su vecina Alemania es imparable, Francia se enfrenta no a un estancamiento, pero sí unas bajas tasas de crecimiento que llevan años impidiéndole arreglar muchos de sus problemas. Sigue siendo un país riquísimo y poderoso, pero lo es menos de lo que lo fue y, sobre todo, mucho menos de lo que aún se cree que es. La política francesa, en cierto modo, colapsó en las últimas presidenciales, con los partidos tradicionales, socialista y republicano, arrasados por la crisis económica y sus propias debilidades internas, y el duelo presidencial se dio entre un novato con ilusión y mensaje de esperanza y la extrema derecha. La victoria de Macron fue un alivio no solo para Europa, sino para lo que antes se llamaba el mundo libre, expresión que encabezaba EEUU cuando desde su Casa Blanca se emitía una señal de democracia. Macron fue un dique de contención de esa ola populista que sigue batiendo contra nuestras costas mientras los diques no dejan de sufrir en cada embestida. Una vez investido como presidente, Macron se muestra como un gobernante contradictorio. Culto y leído, es altivo para muchos, y no logra conectar más allá de sus votantes directos. El mensaje de reforma y reconstrucción de la UE que encabeza se ha topado con las dificultades que, como hierba tras las lluvias, no dejan de crecer en Bruselas, y su idea de trabajar coco con codo con Merkel se ha ido diluyendo a medida que el poder de la Canciller decrece en el ocaso de su carrera. En el plano exterior Macron está bastante sólo, y en el interior no abundan los aliados. Ha lanzado varias reformas para modernizar la anquilosada economía francesa, pero todas ellas suponen alterar establecidos privilegios que llevan décadas en vigor y se han convertido en formas de vida para muchos. La muy sindicalizada Francia, que recuerda situaciones de principios de los años veinte del siglo pasado, poco puede hacer contra los imperios tecnológicos de hoy en día, que arrasan aquí y allá. Tensionada por los atentados terroristas de hace unos años, sometida a disturbios y alzamientos periódicos en las zonas periféricas de las grandes ciudades, especialmente en París, Lyon y Marsella, donde se encuentran barrios en los que las condiciones de vida son deplorables, y con su imagen internacional de “grandeur” lesionada cada dos por tres por la evidente pérdida de poder real que sufre, el país está en crisis existencial desde hace bastantes años, y las últimas presidencias, Sarkozy y Hollande, no han servido para enderezar esta sensación. Más bien lo contrario, ambas han sido frustrantes. Dos personajes de ideologías, talantes y sensaciones muy distintas que fueron engullidos por el cargo y acabaron casi deseando dejarlo en medio del fracaso de sus proyectos. ¿Corre Macron el riesgo de acabar igual? No lo se, pero lo visto estos días muestra un país sumido en una gran problema, y una dirigencia que no sabe muy bien cómo afrontarlo. Nada envidiable es su situación.

El diseño de la V república que instauró De Gaulle tras el fin de la Segunda Guerra Mundial otorga enormes poderes al presidente, elegido directamente por voto popular. Es más un rey versallesco que un gestor. Encarna al estado y al poder puro, y su responsabilidad es total en todos los asuntos de gobierno. Busca el sistema francés un poder fuerte y seguro que sirva de faro y guía, y por debajo una serie de estructuras administrativas que respalden la labor de la cabeza única. Eso hace que, cuando haya graves problemas, la presidencia sea también el objeto de críticas y demanda de responsabilidades, sin parapetos posibles. Francia decapitó a su rey, pero se quedó con ganas de tenerlo, y cada cinco años entroniza a uno distinto. Macron, ahora vestido con los oropeles, conoce bien el irracional amor del gabacho por la guillotina. Si cae, la alternativa es horrenda.

Mañana es fiesta, pero no me cojo puente, así que podemos leernos el viernes 7

martes, diciembre 04, 2018

Arde París (y no es una metáfora)


Las elecciones andaluzas y la patada en la mesa que han supuesto sus resultados han enmascarado lo que creo que es la noticia del fin de semana, que no es sino la reiteración y el agravamiento de las protestas en Francia, centradas especialmente en París, en la movilización de los chalecos amarillos, que se ha convertido ya en todo un alzamiento contra el gobierno de Macron, sus medidas y, en general, la política francesa. Se repiten las escenas de guerrilla urbana que dejan un París convertido en escenario de intifada palestina con lujosos escaparates rotos de fondo. Son ya varias las semanas de protesta que no tienen pinta de cesar sino, más bien, agudizarse con la suma de nuevos colectivos. Y las pérdidas económicas van a más y más.

¿Qué está pasando en Francia? No le tengo muy claro y, a la vez, me suena a una versión local de las tensiones que atraviesan todas nuestras sociedades, con las particularidades, curiosamente muy violentas, que acostumbrar a tener cuando suceden en el país gabacho. La Luna de miel de Macron con su país se acabó hace ya unos meses, pasado el primer año de su mandato (en mayo hará el segundo) y su agenda reformista se topa con cada vez más problemas, y grupos de interés que se ven afectados por ella. Huelgas clásicas como las de ferroviarios empezaron un proceso de desgaste desde la calle a un gobierno que posee la mayoría en la cámara legislativa y que, por definición constitucional, ejerce un poder enorme desde el trono del Elíseo. Se asoció a Macron con un Júpiter todopoderoso que tenía la clarividencia de saber a dónde quería llegar, y el Olimpo ahora está en llamas. La mecha de los disturbios ha sido el alza de los impuestos a los carburantes, con un fin ecologista de fondo y con el afán recaudatorio del estado en su más profundo seno, y las protestas, obviamente, empezaron en la parte del país que necesita el coche para trabajar y vivir. Como sucede también en España, el urbanita de la gran ciudad vice una realidad que no es la que se da en el resto del país, y puede ir a trabajar en metro, patinete o andando, pero en muchos pueblos y ciudades sólo el coche permite llegar a donde se debe ir, y ese impuesto penaliza a esas gentes que no tienen alternativas. Gentes en su mayoría de clases medias, que soportan todo tipo de impuestos, viven en un estado de angustia desde que la crisis de 2008 alteró, quizás para siempre, las condiciones del mercado laboral, y se sienten como los grandes paganos, o estafados, o pringados, del sistema actual. La revuelta de esos chalecos amarillos empezó en las carreteras y autopistas de la Francia central, y cuando llegó a París no la ha abandonado. Carece de líderes conocidos y de organización clara, más allá de la coordinación de sus acciones vía redes sociales, algo que hoy es omnipresente, y parece obvio que en su seno anidan grupúsculos radicales, probablemente de tanto de extrema derecha como de izquierda, que han visto en estas movilizaciones su oportunidad para organizar algaradas y romper cosas, hecho que a muchos les pone. Esta violencia, injustificable, deslegitima en parte las protestas, y logra enmascarar el problema de fondo, volviendo a poner sobre la mesa el pernicioso efecto que las actitudes violentas ejercen sobre todo aquello a lo que se acercan. El gobierno, por su parte, incapaz de atender en un principio la protesta civil, se ve ahora completamente desbordado por la actitud violenta que parece haber cobrado vida propia. Este pasado sábado, con el asalto al Arco del Triunfo, se produjo una escalada que para muchos como yo es peligrosa, y supongo que para los franceses será vejatoria, por lo que representa ese monumento. Pero el apoyo social a las reivindicaciones de fondo de la protesta permanece, y Macron se encuentra en una situación peligrosa, con su poder asediado, y de momento sin ofrecer respuestas que permitan, más allá de salvar su posición, volver a una calma necesaria.

No deja de tener su ironía que en el cincuenta aniversario del mayo del 68 se produzca un nuevo levantamiento violento en las calles de París. Si aquel entonces eran los estudiantes que buscaban la playa debajo de los adoquines, y como privilegiados burgueses que eran demandaban aún más poder, ahora parecen ser los miembros de la Francia olvidada, la rural, la desconectada, la que se vacía y envejece, la que no es moderna, la que recurre a la pataleta no tanto para defender los privilegios que ha tenido durante décadas como para rebelarse ante su cada vez más agónica situación. Lo que está sucediendo en Francia es un reflejo violento de la tensión que existe en muchas de las naciones europeas, también la nuestra, y de cómo evolucionen los acontecimientos allí podremos extraer lecciones para aplicarlas aquí.

lunes, diciembre 03, 2018

Terremoto político en Andalucía


Lo resumió ayer de una manera muy acertada Rubén Amón en el programa nocturno de Carlos Alsina con motivo de las elecciones andaluzas. El que ha quedado primero ha perdido y el que ha quedado último, ganado. El resultado ha estado en línea con varios de los últimos pronósticos electorales (los de verdad, no las cosas que hace Tezanos en el CIS con nuestro dinero) pero exagerando mucho las colas, por así decirlo, llevando la debacle del PSOE a donde pocos la esperaban y la irrupción de Vox hasta los 12 escaños, lo que es un resultado tan fabuloso como inesperado e inquietante, y vuelve a mostrar que en épocas turbulentas los extremistas saben muy bien buscar, y conseguir, los votos que se escapan de las opciones moderadas.

Tres son los grandes perdedores de estas elecciones, con un PSOE a la cabeza que ni en la más oscura de sus pesadillas hubiera imaginado un resultado similar. Cae en votos y escaños sea cual sea el criterio que usemos para recontarlos y pierde el control de una Junta, que ha creído suya, y así la ha utilizado, desde su creación estatutaria. Susana Díaz encarna un fracaso total, y ayer no dimitió como debiera haber hecho tras esos resultados. También el PSOE nacional cosecha un gran fracaso. Andalucía, la comunidad más poblada de España, es su granero de votos, y extrapolar u resultado similar a unas generales le haría obtener unos malos resultados globales. La imagen del ejecutivo de Sánchez queda vapuleada y su continuidad también, aunque es sabido que cuando uno se empeña en resistir puede llegar hasta el extremo, aunque eso suponga la liquidación en la práctica del partido. Adelante Andalucía, la marca de Podemos, también sale derrotada, herida. Venía de un acumulado de veinte escaños (quince suyos y cinco de Izquierda Unida) y se ha quedado en diecisiete, mostrando otra vez que en política las sumas pueden restar. Es también un resultado que deja tocado el liderazgo mesiánico que sigue encarnando un enloquecido Pablo Iglesias, que está destrozando lo que en su día fue el incontestable éxito de un Podemos que creció con la crisis y sus consecuencias y se diluye no entre necesidades sociales, sino en la causa independentista catalana. El otro derrotado es el PP, que consigue uno de sus peores resultados en votos y escaños. El cambio de alternativa política en la Junta permite a casado y los suyos salir optimistas de estas elecciones y con la sensación de que tienen el poder al alcance de la mano, pero si se sientan y estudian las cifras en detalle verán que la pérdida de votos y escaños es muy grande y que, como el PSOE, la lectura nacional supone una pérdida futura de representación en el Congreso que puede ser determinante. Salió ayer Casado eufórico desde la sede de Génova, intentando que los mimbres de un posible futuro poder construyeran el cesto que permita eludir la poca cosecha de votos registrados. Dos son los ganadores de la noche. Ciudadanos más que duplica su representación, pasa de nueve a veintiún escaños, y se convierte en la llave para la gobernabilidad, pudiendo incluso optar a presidir la Junta si se lo propone, forzando a PP y PSOE a mostrarle su apoyo para frenar a Vox. Ha ganado a Podemos y se lleva un premio extra en el reparto de escaños, y piensa ya que en unas generales la composición de fuerzas en el Congreso puede ser muy diferente a la que ahora se muestra. El otro ganador, obviamente, es Vox. De la nada pasa a doce escaños, aupado por la propaganda que ha disfrutado desde medios de comunicación y rivales políticos, especialmente el PSOE, que lo han utilizado como un ariete para fragmentar la derecha (como ya lo hizo el socialismo francés en su momento) y ha creado un monstruito que ya es peligroso y está por ver hasta dónde puede llegar. La euforia de sus dirigentes es comprensible, el temor de los demás ante ello, también.

Los resultados reflejan, sobre todo, el efecto del terremoto catalán, del golpe de hace un año y lo sucedido desde entonces. El pactismo de PSOE y Podemos con los independentistas de Torra y Cía destruye sus bases en el resto de España, y el PP, sumido en su propio marasmo, no logra recuperar votos. Ciudadanos mantiene el pulso y crece, pero es el extremismo, en este caso Vox, el que capitaliza parte del descontento, como hace pocos años lo capitalizó Podemos. Estos extremistas, unos y otros, vuelven a ser la fiebre de la enfermedad, el síntoma de una dolencia política y social que muestra el daño que sufren las clases medias tras la crisis, y que sólo los populistas parecen haber sido capaces de traducir en votos (que no en soluciones, desde luego). España deja de ser excepción europea y la extrema derecha ya tiene representación entre nosotros. Ahora toca negociar y pactar en un escenario muy complicado.