martes, diciembre 11, 2018

Huawei nació en Shenzhen


El caso de Huawei que comentaba ayer tiene mucha más miga de lo que parece, y no sólo por la profunda derivada del conflicto a la que me refería, sino porque muestra hasta qué punto el mundo que conocíamos, en el que todavía creemos que vivimos, hace ya algunos años que dejó de existir, y no somos conscientes de las transformaciones que ha sufrido. Por ello, no es que estemos haciendo los cambios necesarios para sobrevivir en él, no, sino que ni siquiera detectamos esa necesidad, y fruto de esa paradoja, de esa inadecuación, surgen protestas y revueltas, como la de los chalecos amarillos en Francia, cuyas causas profunda vuelven a ser más importantes e intensas de lo que parecen ser las reivindicaciones de estos movimientos. Ni los manifestantes ni los gobernantes parecen ser conscientes de ello.

Huawei nación en Shenzhen, una ciudad china de la que muy probablemente muchos no hayan oído hablar nunca. Es una ciudad que se sitúa cerca de Hong Kong, en la zona limítrofe, en lo que en su momento era el límite del territorio chino antes de comenzar la península que formaba parte de la concesión colonial británica. Durante muchos años Shenzhen era poco más que un pueblo de pescadores y arrozales, con la rica colonia al sur creciendo pausada pero sin descanso. El contraste entre las dos ciudades era tan enorme como absurdo. En 1979, el año que viene la cuarentena, se funda la moderna ciudad de Shenzhen y en ella se desarrolla uno de los experimentos económicos puestos en marcha por el gobierno chino en la búsqueda del crecimiento, y con vistas a la futura reincorporación de la colonia británica, hecho que tuvo lugar a finales de los noventa. Hoy en día Shenzhen es una urbe de unos doce millones de habitantes, mayor que cualquiera de las grandes ciudades europeas (sólo Moscú y Londres se le acercan) poblada de rascacielos y centros comerciales, y con miles de empresas tecnológicas en desarrollo en lo que se ha llamado el Silicon Valley chino. Verlo en GoogleEarth asusta. Junto con la cercana Hong Kong forma una conunrbación que deja en mantillas a cualquier agrupación urbana europea, y tenemos que irnos a grandes polos de población en EEUU para encontrar algo similar. Reitero, en cuarenta años Shenzhen ha pasado de la nada a ser ese monstruo, y en él hay empresas como la citada Huawei, que poseen dimensión suficiente como para condicionar el mercado global del aquel negocio al que se dediquen. Cualquiera de las empresas europeas operadoras de telecomunicaciones no es nada frente a Huawei y su capacidad financiera, y la inversión que semejante emporio realiza en I+D+i deja a los esfuerzos europeos, públicos y privados, convertidos en poco más que una anécdota. No he estado nunca en China, pero al igual que Shenzhen, son muchas la ciudades que en apena décadas se han convertido en megalópolis de más de una decena de millón de habitantes, creando mercados, empresas y ecosistemas económicos que, sinceramente, son difíciles de asimilar vistos desde nuestra perspectiva. El que China haya crecido a tasas superiores al 6% – 7% durante tantos años quiere decir que su potencia económica ha pasado a ser global en todo aquello que seamos capaces de medir o pensar, y ese crecimiento, en un mundo que globalmente ha crecido, pero menos, quiere decir que China ha ocupado parte del papel que antes representaban otras naciones. ¿Cuáles? Sí, querido lector, principalmente las europeas, aunque no sólo. En el reparto de la tarta global EEUU ha ido menguando su peso a medida que China crecía, pero sobre todo hemos sido los europeos y los japoneses los que hemos ido empequeñeciendo, de manera relativa, ante el auge chino. De la riqueza global creada a lo largo de estas últimas décadas, la porción que ha recalado en Europa ha ido menguando sin cesar.

Esto quiere decir que los crecimientos de renta que hemos experimentado los europeos durante las décadas buenas (desde luego no los años de crisis) han sido cada vez menores, y de ahí surgen sin cesar chirridos, desacoples y desajustes en nuestras economías y sistemas sociales. Acostumbrados a ser los dueños del mundo, a detentar el poder económico y, por tanto, disfrutar de sus ventajas, Europa ve poco a poco reducida su porción de la tarta global y sus finanzas empequeñecidas. Este es el mar de fondo en el que se mece la baja productividad de nuestras economías, la bajada relativa de ingresos de nuestros ciudadanos, los crecientes déficits públicos nacionales y la sensación general de insatisfacción ante una vida laboral que no es como muchos creían que iba a ser. Quizás pensábamos que el futuro Shenzhen, o como lo llamásemos, iba a estar en Europa. Pero no está aquí, y no nos hacemos a la idea de lo que eso significa.

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