miércoles, diciembre 05, 2018

Macron da un paso atrás


En lo que es la primera gran rectificación de su presidencia, Macron ha decidido congelar, de momento, las medidas impopulares que han desatado la revuelta de los chalecos amarillos. El descontrol que se ha apoderado de París y de otras zonas del país, y de muchas de sus vías de comunicación, le ha llevado a tomar esta medida, en aras de lograr desmovilizar a los manifestantes y lograr unas jornadas de calma. ¿Servirá? Está por ver. Algunos de los convocantes han dicho que van a cesar, pero otros muchos no, y junto a ellos nuevos colectivos se lanzan a la protesta. Yes que este tipo de incendios, que un día dado explotan sin que esté muy claro por qué, resultan después muy difíciles de apagar, y cuestan mucho en todos los sentidos.

A año y medio de su elección, la presidencia de Macron no se tambalea, pero si muestra una grave crisis que amenaza con arruinarla. Su popularidad es muy baja y decrece sin que sea capaz de encontrar la tecla que le permita remontar. Es Francia un país necesitado de múltiples reformas, con una estructura productiva anticuada y asociada a un estatismo que ocupa enormes parcelas de poder. Mientras que la progresión económica de su vecina Alemania es imparable, Francia se enfrenta no a un estancamiento, pero sí unas bajas tasas de crecimiento que llevan años impidiéndole arreglar muchos de sus problemas. Sigue siendo un país riquísimo y poderoso, pero lo es menos de lo que lo fue y, sobre todo, mucho menos de lo que aún se cree que es. La política francesa, en cierto modo, colapsó en las últimas presidenciales, con los partidos tradicionales, socialista y republicano, arrasados por la crisis económica y sus propias debilidades internas, y el duelo presidencial se dio entre un novato con ilusión y mensaje de esperanza y la extrema derecha. La victoria de Macron fue un alivio no solo para Europa, sino para lo que antes se llamaba el mundo libre, expresión que encabezaba EEUU cuando desde su Casa Blanca se emitía una señal de democracia. Macron fue un dique de contención de esa ola populista que sigue batiendo contra nuestras costas mientras los diques no dejan de sufrir en cada embestida. Una vez investido como presidente, Macron se muestra como un gobernante contradictorio. Culto y leído, es altivo para muchos, y no logra conectar más allá de sus votantes directos. El mensaje de reforma y reconstrucción de la UE que encabeza se ha topado con las dificultades que, como hierba tras las lluvias, no dejan de crecer en Bruselas, y su idea de trabajar coco con codo con Merkel se ha ido diluyendo a medida que el poder de la Canciller decrece en el ocaso de su carrera. En el plano exterior Macron está bastante sólo, y en el interior no abundan los aliados. Ha lanzado varias reformas para modernizar la anquilosada economía francesa, pero todas ellas suponen alterar establecidos privilegios que llevan décadas en vigor y se han convertido en formas de vida para muchos. La muy sindicalizada Francia, que recuerda situaciones de principios de los años veinte del siglo pasado, poco puede hacer contra los imperios tecnológicos de hoy en día, que arrasan aquí y allá. Tensionada por los atentados terroristas de hace unos años, sometida a disturbios y alzamientos periódicos en las zonas periféricas de las grandes ciudades, especialmente en París, Lyon y Marsella, donde se encuentran barrios en los que las condiciones de vida son deplorables, y con su imagen internacional de “grandeur” lesionada cada dos por tres por la evidente pérdida de poder real que sufre, el país está en crisis existencial desde hace bastantes años, y las últimas presidencias, Sarkozy y Hollande, no han servido para enderezar esta sensación. Más bien lo contrario, ambas han sido frustrantes. Dos personajes de ideologías, talantes y sensaciones muy distintas que fueron engullidos por el cargo y acabaron casi deseando dejarlo en medio del fracaso de sus proyectos. ¿Corre Macron el riesgo de acabar igual? No lo se, pero lo visto estos días muestra un país sumido en una gran problema, y una dirigencia que no sabe muy bien cómo afrontarlo. Nada envidiable es su situación.

El diseño de la V república que instauró De Gaulle tras el fin de la Segunda Guerra Mundial otorga enormes poderes al presidente, elegido directamente por voto popular. Es más un rey versallesco que un gestor. Encarna al estado y al poder puro, y su responsabilidad es total en todos los asuntos de gobierno. Busca el sistema francés un poder fuerte y seguro que sirva de faro y guía, y por debajo una serie de estructuras administrativas que respalden la labor de la cabeza única. Eso hace que, cuando haya graves problemas, la presidencia sea también el objeto de críticas y demanda de responsabilidades, sin parapetos posibles. Francia decapitó a su rey, pero se quedó con ganas de tenerlo, y cada cinco años entroniza a uno distinto. Macron, ahora vestido con los oropeles, conoce bien el irracional amor del gabacho por la guillotina. Si cae, la alternativa es horrenda.

Mañana es fiesta, pero no me cojo puente, así que podemos leernos el viernes 7

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