miércoles, diciembre 23, 2020

El final del maldito 2020

Si todo es normal, expresión esta carente por completo de sentido en este año, este será el último artículo que esté fechado en 2020. El siguiente debiera ser el lunes 11 de enero de 2021. Normalmente uso los últimos artículos de cada año para hacer un resumen de lo que ha pasado desde el plano nacional al internacional, de economía a política, buscando encontrar un balance a lo que ha sucedido, rescatando algunas cosas y, siempre, dejando muchas otras importantes olvidadas. Esta vez ese ejercicio no tiene sentido, porque sólo ha habido una noticia en el mundo, una sola, que lo ha cambiado todo. Una referida a un virus.

Yo fui de los que en enero, siguiendo la evolución de lo que pasaba en Wuhan, estaba algo preocupado pero ni mucho menos alarmado. Fui de los que pensaba que esto era poco más que una gripe y cuando llegó a Europa no le di la importancia debida. Fui de los que no consideraba trascendentales las noticias que empezaban a surgir en Bérgamo, Lombardía y otras zonas del norte de la hermana nación italiana, pensando que aunque los rumores que llegaban eran sombríos, probablemente estaban exagerados. No fue hasta pasada la mitad de febrero, cuando vi el interior de un hospital italiano atestado de camas de ingresados en un estado agónico, que empecé a cambiar de idea, y en unos pocos días me asusté al darme cuenta de que algo grave, serio y muy gordo estaba a punto de golpearnos. El resto ya lo conocemos todos, y no hace falta resumirlo mucho. Eran aquellos días en los que, como relató el maestro Carlos Alsina en su programa, estuvimos ciegos ante lo que se nos venía. Luego, tras el primer embate y el recuento de víctimas, muchos han optado por no querer ver, por hacerse los suecos, ellos que, precisamente, han sido de los que han gestionado mal este asunto. Los países asiáticos, con poblaciones disciplinadas, gobiernos responsables y, en no pocos casos, carencia de derechos y libertades, han gestionado la pandemia de una forma modélica, tanto en lo que hace al reducido número de víctimas como al impacto económico. Las sociedades occidentales lo hemos hecho de pena, con algunos casos exitosos como Grecia o Alemania, otros desastrosos como el conjunto anglosajón de Reino Unido y EEUU. España, como figura en el guion de este tipo de asuntos, no ha dado la sorpresa y ha fracasado, hemos fracasado, registrando de los peores registros mundiales en lo que hace a víctimas y a impacto económico. La gestión política de la pandemia ha sido una calamidad desde todos los puntos de vista y administraciones posibles. Se ha comprobado la fragmentación en la que vivimos, la profunda insolidaridad entre reyezuelos regionales y territorios en disputa, la falacia de poderes públicos centrales y autonómicos que no saben ni contar muertos ni les interesa hacerlo, que prometen recursos y medios para rastreo y asistencia sanitaria pero que luego no hacen nada. Hemos asistido a un fracaso colectivo, en el que también es de destacar la irresponsabilidad individual de muchos ciudadanos que no hacen caso a las normas, que siguen como si no pasara nada, que ven en la juerga lo único importante, que ni se cuidan ni cuidan a los demás. El componente anárquico que anida en gran parte de la ciudadanía española se ha manifestado con toda su crudeza en muchas ocasiones. También hemos visto miles, millones de ejemplos, de conductas maravillosas, de un sacrificio desmedido por parte de profesionales de distintos sectores que nunca verán recompensado en la manera, económica y profesional, que es debida, pero que han dado muestra de entrega hasta un punto inimaginable. Ellos, y el silencio callado de la mayoría sufriente, ha sido lo mejor. El resto, es todo para llorar, literal y metafóricamente.

Solos. Así estamos los ciudadanos en este país frente a gobiernos y administraciones de todo presunto color político, que no dudan a la hora de cobrar impuestos, pero no hacen su trabajo ni son ejemplares. Y solos estamos ante unas fiestas navideñas que, por responsabilidad, no debieran celebrarse. En nuestras manos, en las de cada uno de nosotros, está la seguridad de los que nos rodean. No se junten estos días, no hagan celebraciones, aplácenlas, ya vendrán tiempos mejores. Cuando la mayoría estemos vacunados volveremos a juntarnos todos y, probablemente, las fiestas sean espectaculares, como no se han visto en décadas. Pero esta Navidad e invierno son muy peligrosas. El mejor regalo para todos es que todos sigamos aquí

Muy felices fiestas, las más raras de nuestras vidas. Qué fácil lo tiene el nuevo año para ser mejor que este maldito que ya se acaba. ¡¡VIVAN LAS VACUNAS!!

martes, diciembre 22, 2020

Lista de libros favoritos de 2020

Durante la primera ola de la pandemia, algunos voluntarios crearon, en el hospital provisional de IFEMA, la biblioteca “Resistiré” creada mediante donaciones de libros. Esas lecturas ayudaron a pacientes y personal sanitario a atenuar sus penas en medio del desastre. La lectura no es medicina, ni vacuna, pero sí alivio para el dolor y penar, tanto físico como del alma. Esos libros ayudaron a quienes más lo necesitaban mientras otros permanecíamos en casa, trabajando, esperando, viendo al virus progresar y remitir.

Recuerden que no tienen por qué ser libros editados en este año sino los que más me han gustado de entre los que he leído. Salvo los ganadores de cada categoría, el orden del resto de libros reseñados no indica una mayor o mejor calidad, sólo que son los que más destaco.

Mejor libro de ficción. Algo en lo que creer, de Nickolas Butler, editorial Libros del Asteroide, 352 páginas. Me encanta este escritor norteamericano, escribe con una naturalidad aplastante, lo hace todo tan sencillo que la profundidad de las historias que cuenta discurren ante nosotros con total naturalidad. En este caso plantea el tema de la fe, y de cómo una familia puede verse desgarrada cuando quienes la propagan ponen las creencias por encima de las personas, obligándolas a elegir y llevando sus vidas al límite. Personajes llenos de vida, intensidad dramática y mucho sentimiento en un texto del que es imposible dejar de releer.

•  Oona y Salinger, de Frederic Beigbeder, editorial Anagrama, 296 páginas. Novela de novelistas, narra el romance que vivieron en el inicio de su veintena un desgarbado y desconocido JD Salinger y Oona O’Neill, hija del dramaturgo Eugene O’Neill. La relación se acabará, pero no el amor, y en los años futuros sus vidas ya no se cruzarán, pero ambos no podrán olvidar lo que vivieron antes de que la Guerra Mundial se interpusiera en sus vidas. Beigbeder escribe un texto maravilloso para contar una historia de amor intemporal

•  Cáscara de nuez, de Ian McEwan, editorial Anagrama, 224 páginas. McEwan es tan virtuoso que es capaz de montar una novela de intriga y adulterio en la que el personaje que relata la trama es el bebé que crece en la barriga de la protagonista. Los hechos se precipitan y el asesinato aparece como solución de los infieles para hacer plena su relación, pero el testigo “interior” lo ve todo. El planteamiento literario es muy arriesgado, pero logra el autor unir la tensión de la novela negra con la asombrosa perspectiva de un narrador absurdo. Tan extraña como brillante 

•  Ordesa, de Manuel Vilas, editorial Debolsillo, 392 páginas. Esta novela fue una de las grandes ganadoras de la temporada pasada, y convirtió en muy famoso a un escritor ya consagrado pero que no era superventas. Mezcla de recuerdos, reflexiones y lirismo, Vilas relata gran parte de su vida con la omnipresente figura de su padre, y el papel que él mismo ejerce como tal. Es un relato extraño, que juega con tiempos y que a veces desgarra por la crudeza de cómo el autor se desnuda, pero está escrito con enorme belleza y estilo. 

•  Gente que se fue, de David Gistau, editorial Círculo de Tiza, 216 páginas. En febrero murió David Gistau, tras semanas hospitalizado. No fue por el coronavirus, pero su muerte ya preludió un año aciago sin que fuéramos aún conscientes de ello. Este libro recoge relatos de un autor que era periodista, que vivía para la crónica y columna, pero que era muy capaz de trenzar historias en las que sus personajes, sombríos, canallas, amantes de la vida, daban tumbos buscando paliar sus ansias de beberse el futuro a tragos. Qué gran perdida la suya.

•  Stoner, de John Williams, editorial Baile del Sol, 276 páginas. Una novela que no va de nada pero que cuenta una vida de una forma perfecta, de tal manera que cada uno nos podemos sentir identificados en ella. Llegue a este texto a través de una reseña que hizo Antonio Muñoz Molina, donde la ponía de maravilla, y así es. El protagonista sale de su granja para estudiar en una universidad del medio oeste y allí encontrará trabajo, vida y futuro. Conocerá el amor, la desdicha, la serenidad con el paso del tiempo y el final de su destino.

•  El final del affaire, de Grahamm Green, editorial Libros del Asteoride, 320 páginas. En el año de la muerte de John Le Carré, una excelente novela que no va de espías de uno de los autores clásicos del género. Los personajes esconden facetas oscuras, sí, y estamos en el Londres posterior a la II Guerra Mundial, pero más que la faceta detectivesca de la historia es la descripción de los sentimientos y dilemas morales de los personajes lo que destaca y hace del conjunto del relato algo tan delicioso como estimulante.

•  El gigante enterrado, de Kaizo Ishiguro, editorial Anagrama, 368 páginas. Ishiguro no se prodiga mucho. Premio Nobel, se encuadra en la generación de McEwan, Barnes o Amis. En esta novela vuelve a cambiar de registro y nos lleva a una especie de Inglaterra medieval en la que la magia aún existe y una pareja de ancianos abandona su aldea buscando a su hijo, que marchó hace mucho. Aventura, fantasía y una profunda reflexión sobre la memoria y los males que deben permanecer ocultos para que no nos destruyan se esconden en un texto original y lleno de atractivos.

•  El mal de Corcira, de Lorenzo Silva, editorial Destino, 544 páginas. En este último capítulo, por ahora, de la exitosa serie de Vila y Chamorro, nos lleva el bueno de Silva a la juventud de Bevilacqua y su estancia en el infierno del País Vasco en la época del asesinato etarra y del odio social desmedido. Cruzando una trama de ese pasado con un caso policiaco presente que están relacionados, el autor desgrana reflexiones sobre la inutilidad de la violencia y el papel del fanático a la hora de propagarla y servirse de ella. Tan buena en lo novelesco como en lo que hace pensar sobre tanto dolor pasado y presente, tanto injusto olvido, tanta miseria moral.

•  Puro fuego, de Joyce Carol Oates, editorial Debolsillo, 464 páginas. Parece que no hay año sin obra de Carol Oates, pero es que es tan prolífica como brillante. En este caso nos trasladamos a los años cincuenta, y a una banda de chicas adolescentes que buscan meter el miedo a aquellos que osan enfrentarse a ellas. No es tanto una novela feminista como una tremenda descripción de la adolescencia desmadrada, con mucha mala leche y toques siniestros marca de la casa.

• Trilogía Falco, de Arturo Pérez Reverte, editorial Debolsillo. No son uno, sino tres los volúmenes que forman esta serie, que este año han salido en Bolsillo. El héroe revertiano lo encarna esta vez un crápula sin escrúpulos, un espía al servicio del bando franquista en la época de la guerra civil, que podía estar también a sueldo de los republicanos o de cualquier otro. Amoral, mujeriego, listo, las tres novelas relatan aventuras y tramas de espionaje con gran emoción e interés. Entretienen mucho y en ellas el cinismo, la traición, y algo de amor, están por todas partes.

•  La noche de los monstruos, de Mary Shelley, Lord Byron y John Polidori, editorial Edhasa, 440 páginas. Recopilación de tres relatos clásicos de terror, entre ellos el Frankenstein original de Shelley y el vampiro de Polidori, surgidos en la estancia que los románticos escritores pasaron en la suiza villa Dorati en el no verano de 1816. Revolucionaron el género y crearon figuras que ya son parte de nuestro acervo cultural, versioneados miles de veces en todo tipo de formato.


Mejor libro de no ficción. No soy nada original, me uno al coro que, a modo del antiguo teatro griego, lo alaba sin cesar. El infinito en un junco, de Irene Vallejo, editorial Siruela, 404 páginasHa creado Irene una obra atemporal, que puede ser leía ahora o dentro de décadas con el mismo asombro y gusto. Es su libro una historia de los libros, de cómo los relatos que se extendían de manera oral por las distintas culturas de la antigüedad acaban cristalizando en obras escritas, en soportes basados en la tecnología de la época, de cómo esos soportes empiezan a viajar, copiarse, sirviendo de nexo entre pueblos, culturas y vidas. Escrito con aires de cuento, mediante una prosa hipnótica, Valllejo divulga y enseña, sí, mucho y bien, sí, pero sobre todo enamora con su forma de relatar. Éxito absoluto de ventas y crítica, se merece todos los elogios posibles.

•  Ya sentarás cabeza, de Ignacio Peyró, editorial Libros del asteroide, 576 páginas. No se si, como diario que es, entra en la categoría de novela o ensayo, porque Peyró novela sus andanzas como si de un relato se tratase. Reunión de aforismos y vivencias, comprende lo sucedido entre los años 2007 a 2011. El autor alcanza en esos años la treintena de edad, pero se expresa con sus actuales cuarenta a un nivel cultural propio de vidas de muchas más décadas de experiencia. Alcohol, prensa, poder, miserias, amoríos y el papel de los medios con sus filias y fobias políticas. Es un gustazo de libro.

• Los europeos, de Orlando Figes, editorial Penguin 576 páginas (en castellano lo edita Taurus). Ensayo de amplio espectro, al que tenía ganas desde que salió, y con el que me he atrevido a asaltarlo en inglés, por lo que me he perdido gran parte de sus virtudes. A través del triángulo amoroso que viven la soprano de origen española Pauline Viardot, su francés marido y el escritor ruso Iván Turgénev, viajamos a lo largo del siglo XIX y de Europa asistiendo a la creación de las redes culturales, comerciales, económicas, de infraestructuras y pensamiento que configuran, sí, nuestro presente. Si te gustan los trenes, los costes de las cosas, los derechos de propiedad, el arte, la moda, la música, y mil cosas culturetas más, sin duda, este es tu libro.

•  Los griegos antiguos, de Edith Hall, editorial Anagrama, 400 páginas. Un nuevo estudio sobre la Grecia clásica, que abarca desde los tiempos arcaicos hasta el final del dominio romano sobre el territorio y la implantación del cristianismo frente a los dioses de antaño. Diez capítulos que, avanzando cronológicamente, nos van detallando diez facetas del pueblo helénico que les permitió progresar y crear como pocos. Su amor por la navegación, la eterna curiosidad, la competencia permanente entre ellos, su afán comercial…. Claro, con sólidas referencias, escritura clara y sugerente.

•  El mapa fantasma, de Steven Johnson, editorial Capitán Swing, 270 páginas. Dos libros reseñaré relacionados con el tema pandémico. En este ensayo se estudia el pionero trabajo del anestesista John Snow, que ante el brote de cólera desatado en Londres en 1854 adopta una postura científica, logra medirlo y acotarlo mediante el uso de mapas y datos y vence a las falsas teorías de la época (los miasmas y demás patrañas) mediante el estudio, la investigación y la experimentación. Historia de la ciencia muy bien contada: Nota curiosa, junto a la fuente donde comenzó el brote y se contuvo ahora está el pub John Snow, en el 39 Broadwick Street Soho, Londres.

•  Las reglas del contagio, de Adam Kucharski, editorial Capitán Swing, 352 páginas. Si el anterior libro contaba la historia de un brote epidémico concreto, este enseña cómo funciona el concepto de viralidad, no sólo en el aspecto sanitario, sino en otros planos tan variados como el de la información, las modas y otros sectores en los que el “contagio” es la vía para la “difusión”. Lleno de ejemplos claramente explicados, es una perfecta introducción a este mundo, sus reglas y las opciones que hay para frenar el crecimiento de los brotes, sean de lo que sean. Muy útil.

•  1927: un verano que cambió el mundo, de Bill Bryson, editorial RBA 624 páginas. Bryson es un consagrado genio de la divulgación, un todoterreno que toca todos los palos y lo hace muy bien. En este caso nos lleva al verano de 1927. Con el surgimiento de la aviación y las gestas de sus primeros pioneros como hilo conductor, el libro nos relata cómo los inventos y la sociedad de ese final de los años veinte prefigura lo que será el mundo de hoy. La creación de los grandes cines, la extensión de la radio como medio de comunicación de masas, el morbo de los medios ante los asesinos y otros muchos aspectos de una sociedad vibrante. Divertido, ameno, lleno de información llamativa, entretiene una barbaridad.

•  El síndrome de Woody Allen, de Eduardo Galán, editorial DEBATE, 336 páginas. Edu Galán es el cofundador de Mongolia y miles de cosas más. Este libro son dos, realmente, porque por un lado se hace un relato pormenorizado del caso de abusos sexuales por el que Mia Farrow denunció a Woody Allen y por otro se nos habla de la cultura de la cancelación instalada en nuestras sociedades, de cómo la presión de la masa de las redes coarta la libertad de expresión, de la autocensura impuesta para sobrevivir al infantilismo que nos rodea y de otros temas similares. Ensayo tan interesante como valiente. Y por momentos muy divertido.

•  A propósito de nada, de Woody Allen, editorial Alianza, 440 páginas. Muy relacionado con el anterior, libro de memorias del propio Allen, en el que cuenta sus andanzas vitales, desmitifica completamente su imagen de intelectual y defiende su posición en todo lo que hace a las acusaciones de Mia Farrow y su relación con su esposa. Es un libro divertido, aunque se nota que escrito desde la tristeza. El hecho de que su publicación fuera cancelada en EEUU y saliera antes en España demuestra hasta qué punto lo que denuncia Galán en el ensayo anterior es un peligro que nos amenaza.

•  Scale, de Geoffrey West, editorial Orion Publishing, 496 páginas (creo que no hay edición en castellano) ¿Hay leyes en la naturaleza que lo condicionan todo? Encontré un ejemplar de este libro, del que no sabía nada, en una estantería a principios de año, y con mi mal inglés lo terminé asombrado. El autor encuentra propiedades físicas en el rendimiento del consumo energético y de la información que, según muestra, determinan el tamaño de los organismos vivos, de sus sistemas biológicos, de las empresas, de las ciudades, de todos los organismos caracterizados por la complejidad que surge de la auto organización. Da mucho que pensar y, por el idioma, se que necesito leer su traducción.

•  Programados para crear, de Marcus du Satoy, editorial Acantilado, 408 páginas ¿Es la inteligencia artificial (IA) una moda o algo que cambiará nuestras vidas? El matemático du Satoy se introduce en ese mundo con el miedo de que las máquinas acaben con su trabajo, y nos muestra de lo que son capaces hoy en día los algoritmos a la hora de suplantar labores intelectuales humanas y, también, creativas. Ensayo sugerente que plantea preguntas y deja abiertas las puertas hacia un mundo que, sin que tengamos muy claro hacia dónde, no deja de avanzar.

•  El pasillo estrecho, de Daron Acemoglu, editorial Deusto, 688 páginas. En cierto modo, una segunda parte de su gran obra “Por qué fracasan los países” (excelente). Si en aquel caso se trataba de probar como las instituciones y su solidez frente a las élites extractivas son las que garantizar la prosperidad de las sociedades, en éste se busca la manera de contener al leviatán estatal en una estrecha franja que impida tanto el totalitarismo como la anarquía. El estilo es similar, con numerosas historias y ejemplos sobre el desarrollo del estado en diferentes sociedades y momentos y los éxitos, y fracasos, a la hora de “domesticarlo”. Se aprende mucho

Ataque de hackers a EEUU

A nuestro pesar, este año hemos aprendido mucho de virología, pero de la humana, no de la informática. La pesadilla de muchos distópicos, un ataque masivo que nos dejase sin la moderna tecnología en la que nos basamos para todo ha resultado ser, de momento, incierta, pero resulta, paradojas de la vida, que un virus biológico ha dejado al mundo humano real sumido en el ostracismo y esa tecnología es la que nos ha permitido ir tirando, de tal manera que el consumo de red y la adicción a las pantallas han sido en este año el pan nuestro de cada día. Si uno lo piensa fríamente y, pongamos, esta pandemia se da en los años noventa, antes de la llegada de internet, no habría muchas diferencias entre la vida de encierro equivalente y la medieval. El desastre sería absoluto.

Pero también ha habido ataques informáticos relevantes. Muchos de ellos se han aprovechado de la omnipresencia de internet en nuestras vidas a partir de marzo, y de las puertas abiertas que eso ha generado, pero otros han sido de más amplio espectro. A finales de este mes se ha conocido un cibertataque masivo sufrido por EEUU, que ha afectado a sistemas civiles y militares de un montón de áreas del gobierno. Defensa, interior, seguridad, comercio… la lista de departamentos afectados es tan grande como duradero ha sido el asalto, se habla de meses, como profundo en lo que hace a la información a la que se ha llegado. Como es obvio, en este tipo de noticias no se sabe toda la verdad, de primeras porque estamos ante acciones de espionaje profundo y eso siempre implica información fala, de segundas porque las dimensiones este tipo de ataque no son tan obvias, ni mucho menos, como las de un atentado físico, que genera un destrozo visible y mucho más fácil de calibrar, y en tercer lugar porque, obviamente, el atacado siempre va a intentar minimizar los supuestos efectos conseguidos mientras que el atacante se regodea de su éxito en las sombras. Todo está envuelto en brumas, como el no amanecer de hoy en Madrid, pero por las informaciones que están surgiendo parece que sí que estamos ante un asalto informático realmente serio, que ha logrado penetrar brechas de seguridad de la Superpotencia y cuyas implicaciones son imposibles de determinar. ¿Quién ha sido el causante? Casi todos los que de esto saben apuntan sobre todo a Rusia, a hackers que trabajan para Putin y sus amigos, pertenezcan o no al gobierno, y que son expertos en este tipo de acciones. Trump, en recientes tuits, ha minimizado las consecuencias de lo sucedido (por lo tanto, lo que ha pasado es muy grave) ha desviado la posible culpa de Rusia a China (por lo tanto, el amigo Vladimiro aparece aún con más fuerza como sospechoso) y ha relacionado lo sucedido con el infinito y vergonzoso fraude electoral que no deja de denunciar día sí y día también en medio de su creciente soledad. Tanto ruido de Trump para desviar la atención sólo puede indicar que, haciendo un paralelismo con la pandemia que no iba a ser nada, lo que ha pasado es muy gordo. Algunas fuentes hablan de auténtico acto de guerra, de ataque hostil con objetivo de desestabilizar y causar el mayor daño posible. Se habla de un “Pearl Harbour digital” en referencia al golpe militar sorpresivo que los japoneses protagonizaron en 1942, justo ahora que, por la pandemia, muere en la nación norteamericana cada día algo más de todas las víctimas que causó aquel ataque. Como es muy difícil saber qué es lo que ha pasado resulta imposible afirmar hasta qué punto la seguridad de aquella nación se ha puesto en entredicho y cuántos y cuáles de sus secretos o informes han sido violentados. En todo caso es evidente que el ciberespacio es, desde hace tiempo, un lugar de batalla entre naciones, servicios de inteligencia, empresas y personas anónimas, y la capacidad de generar daño en el mundo real mediante ataques informáticos es cada vez mayor. EEUU lo ha demostrado con acciones dirigidas a países hostiles, como Irán, por lo que puede que estemos ante algo similar. El tiempo, y mucha suerte en forma de confidencias reveladas, nos dirán lo que realmente ha sucedido.

Y será la nueva administración Biden la que se haga responsable de los problemas y daños que este ataque haya podido causar y, también, de las represalias que se merezca, a juicio de EEUU. Es probable que, ante un ataque de hackers, se responda de igual manera, de tal manera que la cruenta guerra cibernética que se disputa en la red siga siendo algo invisible para la mayoría de nosotros. Si lo piensa es curioso, resulta un enfrentamiento de una asimetría devastadora, ya que apenas unos ordenadores manejados maliciosamente pueden dejar fuera de servicio infraestructuras, armamento y otros dispositivos de un coste astronómico y enormes capacidades. La ciberdistopia ha sido aplazada por la pandemia, pero cuando las vacunas venzan al virus, las batallas de hackers y gobiernos seguirán en la red. Y no dejarán de ir a más.

lunes, diciembre 21, 2020

Mutaciones

Las mutaciones son de lo más común en la naturaleza. Este término, plagado de contenido tenebroso por obra y gracia de la ciencia ficción, sólo hace referencia a la existencia de errores en el copiado de un código genético, de secuencias que se alteran cuando se replica la cadena de ADN de un ser vivo. Estos errores pueden ser nimios y no causar consecuencias futuras, o ser muy serios, o medio pensionistas, y pueden ser positivos o negativos para el ser vivo en función de lo que signifiquen. Muchas veces son aleatorios y no causan trascendencia, y es obvio que cuanto más se replica el ser mayor es la probabilidad de que se produzcan errores en el copiado. Eso hace que virus y bacterias, de elevadísima tasa de reproducción, acumulen mutaciones con alta frecuencia.

Del coronavirus se conocen hasta ahora varios cientos de ellas, creo recordar, y ninguna ha alterado sustancialmente sus características ni su letalidad. La noticia conocida este fin de semana de que se ha encontrado una nueva cepa en Reino Unido no es, en sí misma, muy importante, e indica lo mucho que se le está siguiendo la traza al maldito virus. La importancia de esta cepa vendrá determinada por qué es lo que la distingue de otras y qué consecuencias tiene eso. En verano vimos la aparición de una variante en los campos de fruta aragoneses que luego se convirtió en mayoritaria, y hace unas semanas saltó la noticia de que en granas de visones danesas se había encontrado otra cepa capaz de saltar de los animales a los humanos, lo que hizo necesario acabar con la cabaña de esos animales en aquel país. En todos los casos la letalidad del virus no ha cambiado sustancialmente, porque estas nuevas cepas tienen mutaciones en otros aspectos, pero no en los principales que definen al virus en sí ni en la capacidad de generar la famosa espícula S, que es la proteína que crea en su superficie y le permite acceder a las células humanas. Por lo que se sabe de la nueva cepa británica, la principal variación encontrada hasta el momento respecto a lo ya conocido es que aumenta la capacidad de contagio del virus, por lo que es probable que, en condiciones normales, esta cepa más exitosa en reproducirse acabe dominando a las variantes que se reproducen menos. En todas partes los que tienen más hijos son capaces de influir en el futuro que quienes no los tienen. Si ese es el único cambio relevante que presenta la cepa estaremos ante una mala noticia, porque todo lo que signifique acelerar los contagios lo es, pero no de una gravedad extrema, porque si la letalidad se mantiene el porcentaje de fallecidos es conocido (en torno al 2% de los positivos detectados) y las vacunas desarrolladas en base al ARN, como las de Pfizer o Moderna, pueden seguir funcionando perfectamente. No estaríamos, por tanto, ante un cambio de escenario sustancial respecto a lo ya sufrido, pero en todo caso conviene ser prudentes y esperar a que los análisis científicos acaben por determinar cuáles son exactamente las variaciones que presenta el código genético de esta nueva cepa y qué es lo que implican. Y para eso se necesita tiempo. Como andamos escasos de él la histeria surge antes que cualquier otra cosa, y por ello es normal que se ha ya procedido a la suspensión de los vuelos entre Reino Unido y gran parte de los países de Europa, no con España, que siempre actúa tarde ante todo lo que sucede, y que las conexiones ferroviarias del Eurotúnel estén cerradas desde la pasada medianoche, pero es también casi seguro que estas medidas serán bastante inútiles, porque esta cepa estará ya presente en todos los países de la UE, dada la velocidad a la que el virus actúa, velocidad a la que los occidentales aún no somos capaces de prever ni asimilar. En todo caso, y con una cierta sincronía con lo previsto en apenas días, el Reino Unido ha comenzado un simulacro de Brexit a diez días del final del año, un Brexit sumamente duro, que agudizará el colapso que se vive desde hace semanas en puertos y aduanas británicas ante la incertidumbre sobre la futura relación comercial y el acopio de enseres que en ellos se está produciendo.

Como vemos, otra vez, el virus va por delante de las medidas que, ingenuamente, creamos para evitar su expansión. El caso español, con su absoluto caos autonómico de medidas de cara a una Navidad que empieza esta semana pero que no debiera suceder es el ejemplo perfecto de la mala gestión occidental de esta crisis, donde es cierto que nosotros destacamos como de los peores alumnos de la clase, pero en general los europeos y norteamericanos no estamos para dar muchas lecciones. El virus, que no conoce fronteras ni competencias entre CCAA, qué desvergonzado virus, que no sabe qué es nacionalidad histórica o una Comunidad a la que se le puede despreciar como si no existiera, nos vuelve a poner contra las cuerdas, y cierra el año con otra victoria sobre nuestra moral. Cada vacunado lo derrota un poco, pero aun así es muchísimo lo que nos queda para poder cantar victoria, o al menos empezar a susurrarla.

viernes, diciembre 18, 2020

Exitazo chino en la Luna

Hace unos días les comentaba el lanzamiento de la misión china a la Luna con el objetivo de aterrizar, extraer muestras y traerlas de vuelta a la Tierra. Una misión completamente robotizada, con cuatro módulos finales destinados cada uno de ellos a las fases más cruciales de la operación y un botín, por así llamarlo, que se cuantificaba en unos dos kilos de rocas y regolito, ese polvo fino y algo abrasivo que cubra gran parte del satélite. Cada uno de los pasos de la misión se ha ido produciendo de manera precisa y conforme a los plazos previstos, y en la tarde noche del miércoles 16, hora española, la cápsula que contenía esos fragmentos aterrizo en suelo del gigante asiático, por lo que el éxito de la misión ha sido total.

Además de exitosa, la proeza técnica que ha mostrado el conjunto del programa espacial chino es enorme. Se trataba de una misión muy difícil, en la que había varios acoplamientos que debían efectuarse sin posibilidad de error para poder seguir el resto de pasos, y así ha sido. Que se sepa no se han vivido momentos de riesgo o incertidumbre que hayan puesto todo el proceso a punto de irse a la porra, y la llegada de la carga esperada es la culminación de una misión que, por su dimensión y ambición, supone la consagración del programa espacial chino, que en cuestiones robóticas ya es, con diferencia, el segundo del mundo, tras el de EEUU, pero recortando distancias de manera apresurada. Ha superado plenamente los desarrollos que tiene la ESA europea y a partir de ahora los límites se los pondrán ellos mismos. China se ha convertido en la tercera nación en la historia en conseguir muestras lunares, tras los EEUU y al antigua URSS, pero en volumen supera por mucho a lo que consiguió extraer la sonda soviética que lo logró. China es la segunda nación que planta su bandera fuera de la Tierra, y que ahora está allí, no ondeando porque no hay viento, pero haciendo “sombra” a las norteamericanas, que hasta ahora eran las veían en solitario la infinita quietud lunar. Como mensaje al mundo del progreso de la ingeniería y la ciencia, la carrera espacial siempre ha sido uno de los altavoces que más alto suenan y mejor proclaman los avances logrados, y resulta evidente que China ha lanzado un mensaje contundente al mundo. Ya tenemos tecnología propia para intentar hacer con y sobre la luna lo que deseemos. A lo largo de misiones pasadas, y de la presente, China ha conseguido tocar suelo lunar con pequeños rovers, de un tamaño y capacidad limitados, pero que logran moverse y comunicarse, ha puesto en órbita satélites, que le han permitido mantener el contacto con todas sus misiones, esta última incluida, independientemente de las alineaciones Tierra Luna, y finalmente han conseguido el más difícil todavía, el aterrizaje y el regreso. Por lo que puede leer, China confiaba en el éxito de su misión, pero, consciente de los riesgos y problemas que podían surgir, fabricó dos misiones gemelas, de tal manera que si algo fallaba en la primera que se lanzaba, y se perdía, se podía volver a intentar en un plazo muy breve. Como muestra de la capacidad de gasto del programa chino y su ambición pocos ejemplos son más clarividentes. Finalmente, esa misión de reserva no será necesario utilizarla si lo que se buscaba era el éxito de la prueba, dado que se ha conseguido. A buen seguro le darán algún uso, pero desde luego estos días todos los que han trabajado en el desarrollo del programa espacial de aquel país y en las industrias auxiliares que lo han construido tienen grandes motivos para sentirse orgullosos y satisfechos, y a buen seguro lo celebrarán. Quizás manteniendo las distancias de seguridad, o no, dada la aparente nula incidencia del coronavirus en aquella nación, pero es seguro que los jerarcas de la dictadura estarán más que satisfechos y, la verdad, no les voy a engañar, pueden estarlo. Lo que han logrado es una proeza.

La pregunta obvia que mucha gente se hace es ¿para cuándo una misión tripulada a la Luna? Por coste, dimensión del lanzamiento, necesidad de soporte vital y riesgo, el viaje humano a la luna está en una dimensión mucho más allá de lo que hemos visto estos días, pero no tengo duda alguna de que todo esto son ensayos muy grandes de cara a una primera misión tripulada china al satélite, quizás primero con intenciones de orbitación, previas al alunizaje, replicando nuevamente la arquitectura de las misiones Apollo, o de alguna otra forma, pero es seguro que Beijing intentará algo así, y creo que será en esta década, y quizás más cerca de su inicio que de su final. Y no será política e históricamente lo mismo si, tras Eugene Cernan, el último humano que pisó la Luna en 1972, el siguiente que lo haya hay nacido en, pongamos, Wuhan ¿verdad?

jueves, diciembre 17, 2020

Ser padre en pandemia

En la época del confinamiento me acordaba mucho de los amigos que son padres, y tenían que vivir los días de encierro con sus hijos en casa. A todo el caos derivado del trabajo a distancia y los problemas que genera se unía el tener que hacer de padres y madres a jornada completa sin descanso, en un esfuerzo extenuante que se repetía día tras día rememorando la condena de Sísifo. Les comentaba, no sin exagerar, que un día de encierro de ellos equivalía, en sufrimientos, aun mes mío. No me gustan los niños, y la posibilidad de tener que quedarme encerrado con ellos me produce escalofríos. Supongo que cada vez que se lo decía pensarían, en su fuero interno, lo imbécil que soy, pero es así como lo siento. Mi admiración hacia ellos es plena.

En medio de ese desastre total ha habido parejas que se han animado a tener hijos, y a complicarse la vida de esa manera tan absoluta. Salió ayer en el telediario de TVE una pieza sobre embarazos y partos en tiempos de coronavirus, y todo lo que se describía era un homenaje al valor y sacrificio de parejas que, en medio de lo más oscuro de los tiempos recientes, habían decidido ir adelante con su proyecto de familia. Los partos que se están produciendo en estos días son de niños concebidos al inicio del primer estado de alarma, en las semanas duras de encierro y de muertes desatadas. Cuando la mayoría aún estábamos en estado de shock, incapaces muchos de asumir lo que pasaba, menos de entenderlo, esas parejas tenían un plan de vida que, supongo, desde hacía meses contemplaba el tener hijos. ¿Cuántas parejas cambiaron de idea cuando empezó el encierro? ¿Cuántas sintieron miedo ante el futuro y la angustia les pudo? Imposible saberlo con certeza, pero seguro que fueron varias las que cancelaron sus ideas de familia, de crear una nueva o de ampliar la existente, en medio del vendaval. Otras no. Convencidas de lo que hacían, asumiendo riesgos, y teniendo presente que ser padres es algo para lo que no hay guía alguna se pusieron el mundo por montera y se lanzaron. El primer momento, o noche, es alegre, a partir de ahí todo se complica. El seguimiento del embarazo por parte de los centros de salud ha cambiado radicalmente, como el resto de las prácticas sanitarias, y ha sido el teléfono el acompañante de las embarazadas en estos meses de gestación, teléfono que, por infinito cariño que ponga el profesional que se encuentra al otro lado, no puede suplir el contacto físico y la compañía que necesita una madre a medida que su cuerpo cambia y una nueva vida nace en él. Todos los pacientes se han sentido desatendidos desde que empezó este desastre, sea cual sea su patología. En el caso de las embarazadas, acostumbradas a ver estos meses como un hecho social en el que familia y amigos les colman de atenciones, su experiencia habrá sido radicalmente distinta a la que han vivido, sin ir más lejos, las amigas que hayan tenido niños hasta los mismos inicios de este año. La complicidad de la pareja ha debido de ser básica, a veces el único soporte al que se han podido asir cuando se vivían noches de vómitos, de mareos, de buen estado físico pero de nervios y tensión al ver la actualidad y comprobar cómo la sociedad estable y segura en la que nos desenvolvíamos se deshilachaba a golpe de positivo y fallecido. Quiero pensar que ninguna se ha arrepentido, a lo largo de los meses en los que su barriga crecía, de lo que había hecho, pero no descarto que a alguna pareja le haya surgido la sombra del arrepentimiento a medida que la crisis sanitaria se perpetuaba y cronificaba. ¿Cómo afrontar estos meses con esa incertidumbre? No soy capaz de imaginarlo. A veces me ahogo en vasos de agua con poco contenido, no quiero ni pensar en cómo afrontar escenarios como estos, en los que la responsabilidad de ser adultos, que es estrictamente necesaria cuando uno se hace padre, resulta tan imprescindible como una roca a la que asirse en medio del temporal.

Dar a luz en pandemia es, como se mencionaba en la pieza de ayer, un acto mucho más solitario y frío de lo que lo era hasta hace apenas meses. Antaño un trámite, ahora es una práctica de riesgo en la que s la pareja y nadie más la que allí se encuentra, en la que el lloro del recién nacido no es contemplado por nadie aparte de sus futuros padres y el personal sanitario que le ha traído a la vida. Pasillos vacíos, ausencia de abrazos, visitas, carreras, acompañamiento. Los niños nacidos en la pandemia no recordarán nunca lo que es esto, sus padres nunca podrán olvidar lo extraño que fue su embarazo y llega al mundo, y cuando las cosas vuelvan a ser normales, ¿Quién les devolverá la alegría de ver, pongamos, ¿cómo los abuelos cogen por primera vez al recién nacido en el paritorio? Héroes en forma de padre y madre son.

miércoles, diciembre 16, 2020

El silencio de Beethoven

Lleno de injusticias esta este año 2020, de planes frustrados, de desgracias sin fin, de cancelaciones de actos valiosos, públicos y privados. En el mundo de la cultura la pandemia lo ha arrasado casi todo, porque es obvio que es un sector en el que el público representa algo más que, también, una fuente de ingresos. Sin público, los conciertos, teatros y cines son sitios huecos. Hoy se cumplen los 250 años del nacimiento de Beethoven en Bonn, y con tal motivo, desde su inicio, este se planteó como el año Beethoven, para homenajear al gran maestro. Como supondrán gran parte de todos los actos, musicales y divulgativos, han sido cancelados y no se han celebrado. El silencio, la antítesis de la música, se ha impuesto.

Todos conocemos alguna pieza de Beethoven, es un compositor que ha creado obras eternas, y junto con Mozart y Bach, se le considera la cumbre del arte musical (yo incluyo a Desprez para crear el cuarteto perfecto) pero quizás Beethoven ha trascendido más a la opinión pública que los anteriores por saberse bastante más de su vida que de otros y porque resulta ser un personaje con el que es fácil intimar. Pese a su trato personal, que era caracterizado por muchos como arisco y difícil, Beethoven se presenta como un genio musical torturado en una vida de sacrificios, fracasos personales y búsqueda de la independencia económica. Quizás no sea el primero, pero sí es el más relevante de los que empiezan a rebelarse contra sus patronos económicos, príncipes alemanes sobre todo, exigiendo una relación profesional entre contratista y autor como ahora la conocemos, escapando del modo servil con el que la nobleza trataba a los músicos, que no eran nada distintos en consideración a otros siervos de las cortes. No es el primero, probablemente, pero sí aquel que rompe con el formalismo del clasicismo y deja que sus sentimientos se desborden y recorran la partitura. Crea, con su música, un nuevo movimiento artístico, el romanticismo, y si bien sus primeras obras ya indican que es algo más que un continuador de Haydn o Mozart, basta el arranque y todo el desarrollo de la tercera sinfonía para que lo anterior se considere pasado y lo que ya suena sea el futuro. En su carrera tuvo éxitos y fracasos, pero una creciente admiración del público, que empezó a adorarlo como una estrella, concepto que por aquel entonces no existía y que él empezó a desarrollar, quizás un poco en contra de su voluntad. Sus constantes fracasos amorosos y la creciente sordera, que le incapacita para escuchar lo que crea, lo vuelven cada vez más sombrío, mientras que, por el contrario, su obra se ilumina y crece a cada momento, con piezas como los conciertos para piano y cuartetos de cuerda que se enredan en belleza y complejidad. Beethoven no deja de experimentar nunca, crea música programática por primera vez, en esa joya que es la sexta sinfonía, la pastoral, y no deja de ampliar la dimensión de formas musicales, como la propia sinfonía, o los conciertos para piano y orquesta, hasta llevarlos al punto de ser las claves de toda obra de futuros compositores. Su magisterio se extiende por una Europa que lo adora y recibe con alborozo sus obras, aunque a veces no las entienda. Rasga vestiduras con una novena sinfonía gigantesca, en la que introduce un coro por primera vez, hecho que es considerado sacrílego por mucho, y en sus últimos años sigue componiendo cuartetos y variaciones de una complejidad y abstracción cada vez mayor. Completamente sordo, sólo puede escuchar música en su imaginación, no siente los aplausos del público, ese concepto de asistentes a un concierto que empieza a crearse a medida que su obra crece, y muere en 1827 en la cima de su fama. La pena por su muerte es extensa y la influencia de su obra en sus seguidores, hasta cierto punto, aplastante. Hoy sigue estando entre los compositores más interpretados en todas las salas del mundo y, cierto, su obra está más viva que nunca.

Encarna Beethoven, no sólo con su obra, el ideal romántico del genio torturado por la vida, del creador que maldice y sufre. Frente al músico cuya vida no es sino una excusa para componer y que no supone apenas nada en su biografía, lo que sufre, padece, disfruta y le acontece al genio de Bonn se refleja en su creación, como quizás nunca se había visto antes en compositor alguno. El que el llamado “sordo genial” haya sido silenciado por la pandemia en este su aniversario es una crueldad insuperable, que sin duda, de saberlo, le hubiera generado uno de sus famosos berrinches, que asustaban a quienes lo contemplaban. Quizás hubiera compuesto algo en tiempos como estos, iracundo ante lo que ve, esperanzado por lo que pueda pasar. Quién sabe. Él no sigue hablando con sus partituras, y quiere que seamos más libres, fraternos y mejores.

martes, diciembre 15, 2020

Navidad solitaria

Hoy en una semana tendrá lugar el sorteo de la lotería y en nueve días la cena de Nochebuena de la más extraña Navidad de nuestras vidas. Habitualmente para los epidemiólogos estas fechas son muy complicadas. Se juntan todos los factores para que las enfermedades infecciosas, especialmente la gripe común, se expandan, y generen todo tipo de problemas en la cuesta de enero. Este año no hace falta decir a qué se le tiene miedo y qué puede suceder en caso de que se descontrolen las celebraciones. Es probable que a lo largo de esta semana veamos consolidar el descenso de los casos y un nuevo repunte, fruto del puente y de la relajación navideña. O nos cuidamos o lo pagaremos.

Y en este caso cuidarse supone, sobre todo, responsabilidad personal. Más allá de hacerse teste lo más cerca posible de las celebraciones, cosa que tiene su cierta lógica, pero que no da seguridad plena dada la forma de contagio de la enfermedad, el autoconfinamiento es la medida más segura que tenemos a nuestro alcance, el limitar nuestra vida social al mínimo, el darle un cierto toque eremita a nuestra forma de ser y convertirnos en ermitaños en nuestro día a día. Eso no implica estar encerrados todo el día en casa, pero sí evitar reuniones con desconocidos y mantener contactos sociales, especialmente en lugares cerrados en los que la probabilidad de contagio crece notablemente. Llevar esto a la práctica es más o menos fácil en función de nuestro trabajo, forma de ser y necesidades. Es evidente que, por ejemplo, el personal sanitario no puede hacer este ejercicio, porque debe seguir acudiendo todo el día a los hospitales, en los que no se puede teletrabajar con enfermos, de Covid y de otras patologías, y que luego vuelven a casa tras una jornada de trabajo más o menos frustrante, pero sin duda agotadora. ¿Cómo pueden ellos ¡garantizarse esa burbuja personal para evitar ser contagiadores? Como ellos hay muchas profesiones de cara al público y de interacción que deben darse sí o también, y el dilema es el mismo. Pensemos en el socorrido personal de las cajas de los supermercados, al que tanto se alabó con razón en primavera pero que, sospecho, vuelve a estar entre los olvidados de la vida por parte de los que acuden a comprar y no piensan más allá de su carro. Muchos de estos trabajadores tienen un gran dilema estas fiestas delante suyo, y de difícil solución. No son pocos los que han optado por autorestringirse y no acudir a los encuentros familiares, desempeñen empleos de este tipo o no. Sabiéndose que pueden ser un riesgo, o que como mínimo portan mayores probabilidades que otros que pueden estar en la misma mesa, renuncian a ella, se quedan solos en casa, y así garantizan que los que se reúnan, pocos en todo caso, minimicen riesgos. La preocupación por los suyos supera a la propia, y esto es algo que hay que remarcar mucho en estos tiempos de onanismo egoísta, de “yoísmo” extremo. Miles de personas van a pasar la Nochebuena solos en casa porque así lo han elegido, para dar seguridad a los suyos y para minimizar las oportunidades de expansión del virus. Probablemente lo que veamos en los medios sea la otra cara de la historia, la de los incumplidores, la de los irresponsables que se saltan confinamientos, restricciones y límites, que montan fiestas, que hacen lo que les da la gana y contribuyen a que la enfermedad se propague. Veremos esas imágenes, nos acordaremos de sus familias, en especial del parentesco con su madre, y moveremos la cabeza en un gesto de resignación y cabreo.

Pero a la vez, en muchos hogares, sin televisión que los muestre ni medios que les hagan caso, miles de personas, trabajadores de sectores esenciales y no, pasarán algunas de las noches más especiales del año solos, quizá en muchos casos justo en el año en el que más necesitan la compañía y aliento de los suyos tras vivir la pesadilla que han contemplado en primera línea. Ojalá los que, en principio, sí nos vamos a juntar con nuestros familiares, siempre con las medidas de seguridad en mente, tengamos un momento de recuerdo hacia esas personas que van a convertir estos días, habitualmente entregados al altar del hedonismo absoluto, en tiempo de sacrificio, por ellos, por los suyos pero, también, por nosotros. Qué poco se les reconoce su entrega

lunes, diciembre 14, 2020

En una carretera iraní, para John Le Carré

Siguen sin estar nada claros los detalles sobre cómo fue asesinado, hace no muchos días, el científico iraní Mohsen Fakhrizadeh, el de nombre imposible de escribir si no se copia. La participación de servicios secretos, especialmente israelíes, es algo que todo el mundo da por supuesto en el atentado, pero como suele suceder en estos casos, no hay pruebas claras ni tarjetas de visita que dejen evidencias. Sin embargo, algunas de las noticias que han salido estos días dan un toque muy futurista al atentado en sí y a lo que pasó en esa carretera por la que viajaba el coche del científico, que fue tiroteado desde otro vehículo apostado en la zona. Era sabido que en el coche atacante no viajaba nadie.

La información que ha hecho circular el régimen de Teherán, tras analizar la escena del crimen y los medios utilizados para ello, es sombrosa. Según esas fuentes oficiales, el científico murió asesinado por una ametralladora conectada a un dispositivo de inteligencia artificial, IA, dotado de un sistema de reconocimiento de rostros, controlado todo ello desde un satélite. La cosa sería más o menos así. Los que planificaron el atentado conocían la ruta que, o bien de manera regular, o en concreto ese día, iba a realizar el científico, y apostaron un coche en el arcén de la carretera para esperarle. El arma homicida sería una ametralladora de gran calibre, ante la que poco puede hacer un coche sin mucho blindaje y nada un cuerpo humano, y el sistema de IA se encargaría de “ver” los rostros de las personas que circulaban por la carretera, determinando si encajaban o no con el buscado. En el momento en el que el algoritmo detectó la faz del objetivo puso en marcha el dispositivo, que en este caso no era precisamente una impresora, y el atentado tuvo lugar. Las fuentes iraníes hablan de una precisión extrema en los disparos que dieron con el objetivo deseado y que no impactaron en otros viajantes del vehículo. No fue, por lo que afirman, un ataque indiscriminado con una ráfaga salvaje, o un disparo descontrolado desde un puesto de observación, sino unos disparos de una exactitud tan elevada como asombrosa, dado que se trataba de un blanco en movimiento. Según los iraníes sólo se puede producir algo así por parte de un sistema automatizado, una máquina dotada de controles y sensores tan sensibles que sean capaces de acertar en su blanco de forma exacta, sin duda alguna. De las trece balas que fueron disparadas cuatro impactaron en la cabeza del científico, y ninguna en el cuerpo de su mujer, que lo acompañaba. ¿Es esta historia creíble? Algunos de los expertos a los que he leído consideran que roza lo imaginable, pero que la tecnología actual permite, en teoría, poder hacer algo así, y desde luego ejecutarlo si se dedica a ello y se le despoja de todo tipo de control ético, vamos a llamarlo así, para permitir que estas armas automatizadas puedan ejecutar sus acciones. El desarrollo de las aplicaciones de IA enfocadas, en el caso concreto, al reconocimiento de imágenes y rostros existen y funcionan, y es sabido que muchas empresas las utilizan, y no digamos gobiernos a la hora de detectar enemigos hostiles. El famoso sistema de crédito social chino las utiliza para grabar en las calles y determinar quiénes van por ellas en cada momento y así ponerles puntos positivos si saludan con reverencias marciales o penalizaciones si, digamos, escupen al suelo o ponen zancadillas a las viejecitas en los pasos de cebra. El trasladar tecnologías de este tipo al desarrollo de armas autónomas no exige tanto un salto tecnológico como de concepto y de, sobre todo, la referida ética, porque pone la muerte en manos de algoritmos a los que, si no se les requiere una confirmación, serán imposibles de detener. Esto, que es un enorme problema, no lo es tanto para países dictatoriales, pongamos China como ejemplo, o estructuras como las de espionaje internacional, en las que la eliminación de objetivos es algo que se decide y lo que varía es la forma de llevarlos a cabo. Que lo haga un elemento de IA o un agente sobre el terreno es lo de menos si la operación se lleva adelante.

John Le Carré, el gran escritor británico, ya no verá resuelto el misterio de lo que pasó hace días en Irán. Perteneció al servicio secreto británico y escribió varias y excelentes novelas sobre el mundo del espionaje, centradas en la guerra fría, pero no sólo, en las que el boato y glamour del estilo Bond da paso a la frialdad, la miseria y la mezquindad de personas humanas obligadas a desempeñar trabajos sucios en pos de una jefatura burocrática que no está claro qué intereses defiende. Geoge Smiley y el Oxford Circus son creaciones brillantes de una mente que vio el reverso oscuro del poder, y de cómo es capaz de usar todos los medios a su alcance para mantenerse en él. Por qué no, también la IA. Descanse en paz el maestro le Carré

viernes, diciembre 11, 2020

El Sáhara occidental

El Sáhara occidental es uno de esos territorios internacionales de conflicto que viven en el olvido más absoluto, ausentes por completo de la actualidad informativa. En ellos se dan disputas territoriales, enfrentamientos larvados que, de vez en cuando, como volcanes dormidos, despiertan para apagarse nuevamente al poco. Excolonia española arrebatada de facto por Marruecos tras la marcha verde y la caída del franquismo, su estatus jurídico es confuso. Marruecos la considera propia mientras que la comunidad internacional lleva tiempo pidiendo que se haga un referéndum de descolonización para que los saharauis decidan qué futuro quieren. Mientras tanto, pasan las décadas y nada se mueve.

La decisión tomada ayer por Trump es un movimiento de calado en la región y altera las putrefactas aguas del pantano saharaui como si a ellas se hubiera arrojado un gran pedrusco, aunque dado lo desierto de la zona quizás la metáfora no sea la más adecuada. Siguiendo con su política de “yo te concedo lo que quieres si tú reconoces a Israel” la Casa Blanca emitió ayer un comunicado en el que reconoce la soberanía marroquí sobre el territorio saharaui, que fue respondido al poco por un comunicado desde Rabat en el que se agradece el gesto y, en efecto, se decide el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel en el más breve plazo posible. Se une así Marruecos a otras naciones, especialmente del golfo pérsico, que a lo largo de este año han reconocido y entablado relaciones con el hasta hace nada odiado Israel, en un movimiento que ha reconfigurado el mapa de alianzas de la zona, que busca sobre todo el aislamiento de Irán. Para España el movimiento diplomático de ayer es de enorme relevancia, no sólo por la sentimental relación de nuestro país por la que fue colonia y los que viven allí en los campamentos de refugiados, objeto de frecuente atención por parte de ONGs y otros movimientos voluntarios nacionales, sino también, y sobre todo, por la importancia que para nosotros tienen las relaciones con Marruecos, nuestro vecino más complicado, por usar un término de embajada. Normalmente, con este gobierno nada lo es, el primer viaje de un presidente del gobierno español a otro país era a Rabat. Nos unen a ellos muchas cosas, más allá de los vínculos comerciales. La seguridad de Ceuta, Melilla y toda la zona del estrecho, el control de la inmigración ilegal, que pasa por aquel país antes de intentar el salto a la península o Canarias, las cuestiones de seguridad relativa a la presencia de islamistas en territorio marroquí y su posible conexión con células en nuestro país, la competencia por ser base estratégica comercial en el Mediterráneo entre el núcleo de Algeciras y los futuros desarrollos alauíes en Tánger… son muchos los frentes abiertos, y todos ellos muy complicados, potencialmente peligrosos. Se ve claramente en el caso de las oleadas de inmigrantes, tanto en el estrecho como en cayucos a Canarias, que permitir su mera existencia es una cosa que Marruecos regula en función de lo que desee negociar con España, y a veces con la UE, en otras materias de su interés, y que si el acuerdo no llega o no le gusta, “casualmente” el flujo de los que intentan el salto de la valla en Ceuta o cruzan el estrecho se dispara o cesa. A cambio de que Marruecos realice las labores de vigilancia y control de fronteras, con unos medios que en la civilizada Europa no están socialmente bien vistos, España y el resto de la UE miran para otro lado ante la vulneración de derechos humanos en aquel país, o el latrocinio que la casa real marroquí realiza de los recursos de la nación o, también, del sentimental apoyo, pero nada operativo en la práctica a la causa saharaui. Hacemos como que apoyamos a los refugiados en la zona pero no movemos un dedo en la práctica, y todos contentos y felices a cambio de una seguridad nacional mutua.

Este equilibro de facto quedó roto ayer por la decisión de Trump, y deja a la posición tradicional española, defensa de boquilla del referéndum, tocada. No es casualidad que, aludiendo al comodín de la pandemia, ayer se decidiera aplazar el encuentro bilateral entre ambos gobiernos previsto para la semana que viene, una cumbre de las importantes con el tema migratorio de fondo con la que ya había mucha polémica por las declaraciones de Iglesias, apartado a última hora del encuentro por presiones marroquís. ¿Cuál será la postura de España, y la UE, ante el movimiento de Trump? ¿Mantendrá Biden esa misma posición? ¿Qué efectos va a tener esto en la zona y en nuestras relaciones de vecindad? Ahora mismo esas, y otras muchas preguntas, carecen de respuesta.

jueves, diciembre 10, 2020

Hacienda y el Rey Juan Carlos

Pasa algo similar en España con la relación con Hacienda como con el saber inglés. En público todos conocemos la lengua de Shakespeare, el dramaturgo y el vacunado, y somos bilingües de nacimiento, y nos reímos de quien intenta hablar inglés como puede, pero lo hace mal, y a la hora de la verdad nuestro nivel real de inglés es malo tirando a nefasto. El mío es de esos que no llegan, que me permite chapurrerar unas palabras, leer y entender algo, pero que es tan endeble que un par de minutos con alguien que bien lo sepa bastan para desarbolarme. Nunca me reiré de quien no lo sabe y de quien trata de hablarlo, sufre y lo logra a medias.

El que el Rey Juan Carlos haya presentado una regularización fiscal para cubrir los adeudos de lo no declarado desde que dejó de ser inviolable es un reconocimiento, implícito, de que no los declaró en su momento, y que ahora se acoge a la tabla de salvación que la ley ofrece justo antes de que se pueda empezar a hablar de delito fiscal. Es una manera de admitir que no hizo lo debido, y por tanto que actuó mal. Se une Juan Carlos a una amplia nómina de personas, muchas de ellas famosas, acogidas a esta figura, que buscan así saldar sus cuentas con una Hacienda a la que ocultaron ingresos para evadir pagos, y por ello todos actuaron al margen de la ley. En el caso del Rey existe una pena adicional al intento, malogrado, de evasión fiscal, que es el de la imagen personal. Curiosamente a este grupo de personas que no contribuyen como es debido a las arcas públicas se les juzga moralmente de manera muy distinta en función de su actividad. En general, los deportistas, una de las fuentes de delincuencia fiscal más importantes de nuestro tiempo, siguen siendo alabados por la sociedad hayan defraudado mucho o muchísimo, y se les mantiene un aplauso que se esquiva con los políticos y se otorga con división de opiniones a artistas de todo tipo, que son asaetados o perdonados en función de filias y fobias personales y, también, ideológicas. Todo eso me da igual. Todos tenemos varios planos vitales, y es inevitable que la imagen que generamos sea la superposición de todos ellos, pero es conveniente distinguirlos. Uno puede ser un excelente escritor y un gran evasor fiscal, y una cosa no quita la otra, sus novelas serán tan buenas como intensa debe ser la pena económica, o de otro tipo, que pueda caerle por haber eludido el pago de impuestos. Pero en figuras como el Rey, cuyo poder es nulo más allá de su representatividad como institución y de la ejemplaridad con la que asuma su vida pública, un delito fiscal mancha más que en otros casos. Es como, digamos, la pena moral añadida que a un pederasta se le acumula si hizo además votos de pobreza, obediencia y castidad. El Rey debe ser ejemplar y parecerlo, y Juan Carlos, al menos en los últimos años de su vida, se dejó llevar por una corriente en la que el dinero fácil y las amistades peligrosas, y atractivas, le han acabado sumiendo en un descrédito personal. Que lleve desde hace cerca de medio año en el extranjero es una forma de calibrar hasta qué punto el ocaso de su trayectoria se ha visto empañado por acciones que pudo, debió, pero no quiso evitar. Supongo que la tentación era muy fuerte, irresistible, y que cuando estás en la cumbre y todos te adulan relajarte es lo más natural, y conseguir que sea tuyo lo que deseas debe volver loco a cualquiera, como vemos día a día en cada una de las tramas judiciales que investigan casos de corrupción. Ese mal, la corrupción, es uno de los cánceres de las democracias, de los sistemas que se basan en la legitimidad de quienes los representan y ejercen, no así en las dictaduras, muchísimo más corruptas, pero donde el poder es autoritario y no necesita legitimidad más allá de la que le otorga el miedo. Juan Carlos, presuntamente, cometió prácticas corruptas, y la declaración de ayer viene a ser una admisión de las mismas. Es un gran baldón en su figura, que siempre estará ahí.

Los servicios que el rey Juan Carlos ha prestado a la democracia española, a su propio surgimiento, son enormes, y la historia así los reconoce y lo hará, pero una cosa no quita la otra. Tampoco que muchos de los que ahora le denuncian por corrupto escondan sus propias corruptelas fiscales o de otro tipo. Eso da igual. Juan Carlos obró mal, y debe ajustar sus cuentas y situación legal con la justicia del país al que pertenece y se debe. Y cada uno de nosotros, muchos arrojadores tuiteros de grandes piedras, debiéramos pensar cómo actuar en esos encuentros con amigos en los que, a la segunda copa, alguno siempre presume de no haber pagado lo debido, y muchos le observan con envidia. Y yo, como pringado, pago y pongo en el currículum que tengo inglés “nivel medio”.

miércoles, diciembre 09, 2020

El principio del final

Margaret Keenan pasa de los noventa años y, una vez que uno sabe que es británica, le encuentra rasgos que le asemejan a Isabel II, aunque el tono pelirrojo de su cabellera le distancia del porte de la eterna reina Windsor. Mira a la cámara tranquila sentada en una silla de lo que parece un ambulatorio, y quizás sea consciente de que va a pasar a la historia, o quizás no. En todo caso está rodeada por un montón de gente que no se ve a primera vista, que observa la escena desde el punto en el que el que la graba nos la enseña a nosotros. Una enfermera se acerca a Margaret, le da un pinchazo en el hombro izquierdo y ay está. Simple, sencillo, carente de todo boato. Intrascendente. Y a la vez, la imagen más deseada en este maldito año 2020.

No es Margaret, pese a lo que se ha dicho, la primera persona en el mundo a la que se suministra la vacuna del coronavirus, ya que han sido miles los ya inoculados para poder llevar a cabo los experimentos que permitan conocer la efectividad y seguridad de las vacunas, pero sí es Margaret la primera persona en el mundo que es vacunada por un gobierno una vez que las autoridades sanitarias, en este caso las británicas, han determinado que esa vacuna es segura. Margaret ha recibido la primera dosis de la desarrollada por Pfizer en colaboración con el laboratorio alemán Biontech, y dentro de veintiún días exactos recibirá la segunda dosis, y tras una semana, quedará inmunizada frente al COVID con una probabilidad del 95%, lo que es un resultado tan brillante como deseado. Con ella empieza el proceso de vacunación a la población en el primer país occidental que se ha lanzado a por ello y se abre la primera esperanza cierta de acabar con la pesadilla que, en este año, nos ha puesto contra las cuerdas. No tiren las campanas al vuelo, lo que viene ahora es un proceso lento, complicado, difícil, en el que la logística de los países se va a poner a prueba, en el que la ansiedad por conseguir ser vacunados por parte de unos va a competir con los recelos de otros y las paranoias de no pocos, y donde laboratorios, gobiernos y demás estructuras vana a verse forzadas hasta el extremo para poder realizar una de las labores logísticas y sanitarias más complejas de las últimas décadas. De momento tenemos sólo esa vacuna aprobada en Reino Unido, con vistas de que esta semana también lo sea en EEUU y que para finales de mes reciba el visto bueno de la UE. La siguiente vacuna aprobada, en la UE se espera que, para principios de enero, será la desarrollada por el laboratorio norteamericano Moderna, que es de una tecnología similar a la de Pfizer, ambas revolucionarias, pero que requiere menos frío para su conservación (-70 grados frente a -20) y, tras la publicación de los resultados en The Lancet, se espera que la desarrollada por Oxford y el laboratorio Astra Zeneca también sea comercializada en un plazo de no demasiadas semanas en los países occidentales. Esta vacuna posee una tecnología más convencional que las anteriores y requiere mucho menos frío en su conservación, por lo que su logística de distribución es más sencilla. A medida que estas y otras vacunas lleguen al mercado los países dispondrán de más y mejores instrumentos para poder desarrollar sus campañas de vacunación, y amoldarlas a las condiciones de su población, su dispersión y otras variables. Parece intuitivo pensar que entornos densamente poblados pueden ser abastecidos con las vacunas tipo Pfizer o Moderna, mientras que en zonas rurales la vacuna de Oxford ofrece ventajas para su dispensación dada la dispersión en la que se encuentra allí la gente y la carencia, muchas veces, de infraestructura sanitaria de alta capacidad. En todo caso, con más y mejores instrumentos es como se vencen a los problemas.

La maravilla de la vacuna es que funciona, su efecto resulta ser como el de una pócima o brebaje que otorga superpoderes a quien le es suministrado. Si consultan este documento, que es el resumen técnico del estudio elaborado por la agencia norteamericana encargada de la valoración y aprobación de los medicamentos, y se van a la página 30, verán una gráfica maravillosa en la que se compara el comportamiento de la incidencia acumulada de la infección en la población que ha sido sometida a un placebo, línea roja, frente a la que ha recibido la vacuna, línea azul. La roja crece y crece, al azul permanece prácticamente plana. El comportamiento se mantiene durante los cien días que muestra la gráfica. Esa línea azul plana es nuestra victoria frente a la enfermedad.

viernes, diciembre 04, 2020

Los allegados

El coronavirus va a propiciar que podamos vivir estas próximas fiestas navideñas ajenos a dos de las peores costumbres de estas fiestas, que son fuente de constantes discusiones y evidencian falsedad a espuertas. Una de ellas son las cenas de empresa, que este año no se celebrarán. Espero que a ninguna se le ocurra juntar a sus empleados vía zoom o similar, porque el patetismo del acto ya sería absoluto. En esas cenas, de obligada presencia, como si se tratase de una extensión forzada de la jornada laboral (es lo que son) los empleados por lo general ingieren más alcohol de lo debido para pasar el trago, reír las gracias del jefe al que muchos no soportan y, quizás, intentar ligar con la del otro departamento, aprovechando las entrañables fechas.

La otra costumbre, aún más arraigada, es la de las cenas familiares. Jocosos encuentros entre primos, cuñados, suegros y demás que no pocas veces acaban en simulacro de batalla armada, cuando no se transforman en eso precisamente. La obligación formal de juntar en la mesa a gente unida por lazos de sangre o legales que no se soportan es la excusa perfecta para que, con las copas de más de rigor, salgan a la luz trapos sucios de todo tipo y broncas que pueden degenerar a medida que avanza la noche y el alcohol pasa de la botella a los estómagos. El que en muchas familias se pacte de qué no se va a hablar en Nochebuena ya es un indicativo de cómo está el patio. Es precisamente en ese núcleo familiar en el que se encuentra el mayor número de allegados, que es el término que se ha puesto de moda esta semana para definir las personas con las que podemos pasar estas fiestas, mejor dicho, el número de ellas. Son allegados los que conviven con uno, en proximidad emocional, en compañía sentimental, a saber. Hay tantas formas de definirlos que, la verdad, el uso de este término es la vía indirecta que han escogido las autoridades para decir “hacer lo que os dé la gana, pero no juntaros muchos” trasladando la responsabilidad plena de lo que pase después de estas fiestas (y de este puente que empieza hoy) a las familias, de tal manera que nuestros amados gobernantes se sientan muy poco allegados a ser los causantes de lo que suceda y puedan echarnos la bronca. No hay sistema de control que pueda determinar que en navidades uno viaja del lugar A al B con una excusa que no sea la de visitar a los allegados, que me llegan tan al fondo, señor agente que mantiene el control de la carretera, que me siento uña y carne con ellos. Imponer una medida de este tipo es imponer la nada, por lo que los controles que se establezcan tendrán un mero efecto decorativo y poco más. Servirán para que no poca parte de la población cumpla los límites de la gente que puede reunirse, porque hay porcentajes elevados de la población que sí respetan unas indicaciones, aunque no sea posible convertirlas en ejecutivas, pero tenga por seguro que habrá cenas multitudinarias, encuentros de tantos allegados por metro cuadrado que la decena impuesta como límite arbitrario será superada en no pocas ocasiones. También habrá muchas familias que no encontrarán allegados suficientes como para alcanzar esa cifra, que se sentirán solos y que para ellos la distancia social es algo con lo que conviven desde antes de esta pandemia y que no les es ajena. Miles serán las familias que mantenga un hueco en su mesa no para guardar distancia, sino luto y recuerdo por ese familiar, ese allegado, que este año no está con ellos porque el virus se lo llevó, y así, caso a caso, las reuniones familiares se irán conformando en una extraña navidad de restricciones y distancias. Quizás la gente descubra este año que, como las cenas de empresa, los grandes encuentros familiares son ocasiones propicias para el caos y la saña, y es mejor evitarlas de cara a futuro. Y puede que, entre las cosas que cambien tras el paso de esta pesadilla (no creo que sean muchas ni tan profundas como se dice) una sea la de acotar estos dos eventos, y que quieren que les diga, me parecería un gran avance social. Sospecho que en esto también me encuentro en franca minoría, pero quizás no tan exigua como en otras cosas.

El debate de esta semana tiene una derivada sentimental interesante. Más allá de las obligaciones familiares y sociales, ¿quiénes son realmente nuestros allegados? ¿qué personas, en nuestro fuero más íntimo, consideramos como tales? ¿es diez un número exageradamente alto para contabilizarlas? ¿esa chica tan guapa que pasa de uno, es allegada mía, aunque no lo sepa? Y así un conjunto de preguntas que, si somos sinceros al contestarlas, probablemente nos de la imagen de una vida más solitaria de lo que nos creemos y, sobre todo, hacemos creer a los demás. Sienten a su mesa a sus allegados reales, y veremos a ver qué reunión nos sale.

El lunes y martes es fiesta en Madrid y en casi toda España. Nos leemos, tras esos días fríos, el miércoles 9.

jueves, diciembre 03, 2020

Orgías belgas de las buenas, oiga

Tiene Bruselas fama de ciudad aburrida, gris, sosa. El tiempo que en ella predomina le otorga habitualmente un marco nuboso y lo elevado de su latitud hace que el Sol nunca incida con saña y que los otoños e inviernos sean de noches extremadamente largas. La existencia en la ciudad de dos sedes internacionales de tanto poder como la OTAN y la Comisión Europea le dan una fuente de ingresos enorme y una cantidad de funcionarios bien pagados por metro cuadrado que es difícil de observar en otros lugares del mundo. En mi trabajo, que depende de la Comisión, doy fe que lo que viene de Bruselas es gris, monetario, muy administrativo y nada que pueda asemejarse a cachondeo, de ningún tipo.

Pero parece que bajo esa bruma relucen los focos, y hay un animado y competitivo mercado de orgías en la capital belga. Has coincidido esta semana dos hechos no relacionados entre sí. Uno de ellos, la marcha a esa ciudad de un amigo mío, JLRC, destinado como experto nacional ante la Comisión en representación del Ministerio de Industria, y la desarticulación de una orgía que reunía a unos veinticinco miembros, en todos los sentidos del término ya que era de carácter gay, y en la que no se respectaban las medidas sanitarias en vigor, presumiblemente ninguna otra tampoco. El entretenido encuentro tenía de todo entre sus participantes, y dada la composición laboral de la ciudad que antes les comentaba era más probable que entre los agraciados se encontrase a un cargo europeo que a un, pongamos, emprendedor de internet. Lo que ha causado diversión absoluta es que incluso había un europarlamentario metido en el asunto (lo de metido en este caso sí puede ir con segundas) y con la composición actual de la cámara uno esperaría que un escaño ocupado por un gay se orientaría a cierta posición ideológica concreta. ¿Cuál? Pues el tamaño (ejem) de la muestra seleccionada nos hace mirar a la extrema derecha. József Szájer, que así se llama el eurodiputado, pertenece a la muy católica, muy recta, muy conservadora y muy tradicionalista derecha húngara, encabezada por Victor Orbán, presidente del país cuyas ínfulas autoritarias y homófobas puede que escondan un cálido corazón de juerguista adicto al sado. Szájer, junto al resto, fue pillado por la policía con las manos en la masa, bueno, quizás no literalmente, o quizás sí, y trató de huir para evitar ser detenido, saliendo por la ventana del piso en el que se encontraban y descolgándose por la tubería de bajada del agua del tejado, en una escena de una comicidad sólo reservada a las mejores comedias de enredo y que, sin duda, la policía belga recordará durante mucho tiempo. Parece que Szájer es más habilidoso en otras tareas manuales y deportivas, porque su intento de huida no tuvo éxito y acabó en manos de la policía, junto con el resto de miembros, algunas buenas cantidades de droga y unas explicaciones pendientes. No ha tardado mucho el eurodiputado, azote de la perversión moral que impera en la Europa moderna y votante recalcitrante en el Parlamento europeo en contra de toda disposición a favor de la extensión de derechos civiles, en presentar una dimisión que abre algunos interrogantes. Los profundos se relacionan con la impresentable hipocresía de este sujeto, pero los interesantes se cuestionan sobre cuántos homófobos, en Hungría, Bruselas y en otras partes, poseen un reverso tenebroso que, por así decirlo, les hace pasarse el día al Dios de la ortodoxia rogando y con el manubrio al de enfrente dando, en un ejercicio de aparente incoherencia digno del estudio de todas las escuelas psicológicas. El ridículo que ha supuesto el comportamiento de Szájer es, en este año de tanta amargura, una de las noticias que más cachondeo y risas está suscitando en las redes sociales y entre todo tipo de reuniones, y a buen seguro será comentado en más de una cena navideña, en la que, sean diez o menos los comensales, más de uno se escandalizará con la actitud del europarlamentario y, seguro, el de enfrente le mirará con cara de pillín y ganas de carantoña, imaginándolo vestido, bueno, más bien no vestido, de Papa Noel. Como mucho con el gorro puesto.

Pero el caso Szájer ha puesto de relieve que en la gris Bruselas hay un mercado de orgías que compiten entre ellas. El organizador del evento denuncia a orgías rivales de haber dado el chivatazo a la policía, supongo que para reducir la competencia y así quedarse con más clientes y cuota de mercado. Imaginen a ese genio del marketing local que, con el lema de “busque, compare, y si encuentra alguna orgía mejor, quédese en ella” publicita su quedada frente a otras, que considera cutres, devaluadas, sucias y carentes de interés. Entre los atractivos de la ciudad tenía yo en mente el chocolate y los gofres, pero no pensaba yo en estos temas tan intensos y profundos. Sería interesante saber cómo está el mercado en el sector heterosexual de la ciudad, si es igual de competitivo y animado.

miércoles, diciembre 02, 2020

El colapso de Arecibo

Ayer por la tarde se supo que se había destruido el radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico, una infraestructura científica enorme que ha salido en muchas películas (en Contact tiene un papel primordial en el tramo inicial) y que fue, hasta que china lo batió, el mayor radiotelescopio del mundo. Con un plato de trescientos metros de diámetro, construido aprovechando un valle local, enormes torres sostenían colgantes que soportaban los instrumentos que se encontraban sobre esa parabólica. El envejecimiento de la instalación y su falta de mantenimiento ya provocó la caída de varios de los cables tensores, y el resto, sobrecargado, fallaron ayer del todo.

Cuando una lee cosas sobre la historia de la ciencia descubre hasta qué punto es excepcional el periodo que abarca estos últimos siglos de la humanidad. A lo largo de las eras ha habido científicos e investigadores de manera más o menos continua, pero su trabajo no se ha traducido en grandes avances en la mayor parte de las ocasiones. La tecnología que tenían a mano los romanos era muy similar a la de los egipcios, miles de años antes, y a la medieval, mil años después. Surgen algunos inventos interesantes, pero son islas en un mar. Un pueblo europeo de finales del 1.700 sería muy reconocible por un romano que se hubiera encontrado con una máquina del tiempo y hubiera viajado a esas edades. Le sorprendería, quizás, la fe que movía a aquellas personas, los edificios creados para ella, y ciertas comidas y cultivos, provenientes del otro lado de un mar que no sería capaz de imaginar, pero todo lo demás le sonaría. Si se pusiera a leer cosas, en un idioma que le sería incomprensible y en un soporte, papel impreso, desconocido, pero al que se acostumbraría con rapidez, descubriría que unos años antes se había descubierto una teoría, de la gravitación, escrita por alguien llamado Newton, que vivía en los páramos de la Britannia conquistada antaño, que cambiaba la estructura del mundo, la concepción de cómo funcionan los astros y las piedras cuando son arrojadas, pero lo leería a la luz de una vela, en una habitación fría, con una palangana de agua al lado y un camastro duro. Habría llegado a esa casa galopando un caballo como lo haría en su época, a la misma velocidad que durante infinitos siglos, y pasaría penalidades para comer todos los días una dieta algo rara, sí, pero nada abundante. Desde la revolución industrial el mundo ha cambiado más que en todos los siglos que transcurren desde su inicio hasta el descubrimiento neolítico de la agricultura. A finales de 1800 el mundo ya es muy distinto al que era un siglo antes, irreconocible en gran parte para un viajero temporal del pasado, y ese efecto acelerador de la innovación se acrecienta a lo largo del siglo XX. Finales de 1900 es otro planeta para uno que hubiera nacido a principios de esa centuria, con aviones que vuelan, trenes de alta velocidad, urbes de dimensiones inconcebibles, coches mecánicos y un montón de novedades más, entre las que destacan por encima de todas las relacionadas con la implantación de la electricidad como forma revolucionaria de energía y de soporte para la comunicación. Damos por sentado que este avance, un progreso tecnológico y científico continuado, es lo normal, pero no es así. Nada más lejos de la realidad. Supone una excepción en nuestra historia, y es fruto de la inventiva y el afán de conocimiento humano, sí, pero también de la inversión financiera y el rendimiento económico que los productos creados son capaces de ofrecer. Una tecnología que no genera negocio difícilmente podrá ser sostenida por la sociedad si no hay una creencia que la respalde, y la ciencia básica, el descubrir por el afán de saber, puede ser rentable, o no, a largo plazo, pero a corto siempre es costosa. Con la caída de la fiebre extraterrestre parte del afán que sostenía el mito de Arecibo se cayó, y aunque la instalación servía para mucho más, los fondos que consumía empezaron a ser mayores que sus ingresos. Hoy es una ruina, y puede que en unas décadas sea arqueología de una época pasada. En nuestras manos está.

Curiosamente, o no, el mismo día en el que se conocía ese desastre la sonda china de la misión lunar que les comentaba completaba otra de las etapas de su viaje, logrando posar el módulo de perforación y recogida de muestras en la superficie de nuestro planeta. De momento la misión es un éxito, y contrasta el arrojo (y el dineral invertido) chino frente a la ruina de la instalación norteamericana. Si quieren una metáfora de hacia dónde se mueve el poder, la influencia y la inversión en el mundo, basta con mirar el destrozo de Puerto Rico y el éxito chino. Como toda metáfora, simplifica y poetiza la realidad, pero también contiene una parte de verdad.

martes, diciembre 01, 2020

Quizás no haya segunda ola sin tercera

El viernes por la tarde quedó feo, tristón, con una lluvia suave y mansa que caía en medio del frío, y una oscuridad que no se iba, por lo que me quedé en casa leyendo, que es una de las cosas que más me gusta hacer. El sábado levantó y por la tarde me fui a dar un paseo al centro, a ver librerías, que me encanta, y a palpar el ambiente previo a la Navidad, contemplar las primeras luces y ver si había gente absorbida por las compras en el final del viernes negro, que en España se convierte en varias semanas de ofertas llenas de grandes carteles y bajadas de precio no tan elocuentes. Esperaba ver gente, no aglomeraciones.

Lo que vi fue una Gran Vía rara en lo estético, con masas de enmascarillados. En esa frase el término masa es el importante, porque las aceras estaban repletas de muchedumbres que iban y venían con compras, bolsas e intenciones. Las colas en las tiendas de ropa eran intensas, enormes en algunos casos como en esa cadena irlandesa tan barata que tanto vende. En las librerías había gente, sí, no poca, pero no una marabunta. Más, en todo caso, de lo que hubiera esperado, pero en la calle la escena me sorprendía. Si uno esperaba cierto comedimiento a la hora de salir a la calle se encontraba con todo lo contrario, con una especie de orden ejecutada de salir a tomarlo todo por asalto, como si no hubiera un mañana. Los locales de la calle que no son de moda estaban mediovacíos, y cada vez que uno pasaba por la puerta de un hotel se encontraba persianas bajadas y cristales ocultos por mamparas, pero esos eran los principales signos de una situación anómala, dando por sentado que ya es natural ver a todo el mundo con mascarilla. En la plaza de Callao se juntaba tanta gente como si fuera una tarde de sábado normal del inicio de las compras navideñas, y la cola de establecimientos como la chocolatería que está en Postigo de San Martín se extendía hasta el mismo inicio de la plaza. ¿A quién no le apetecía un chocolate caliente con el frío que hacía? O mejor, ¿por qué hay decenas de tiendas de ropa que venden lo mismo unas que otras y tan pocas chocolaterías? Lo cierto es que las tiendas estaban facturando, y por lo que veía desde fuera, no entré a ninguna, el interior estaba lleno de gente, en una situación que, vista desde fuera, hacía pensar que esto del control de aforo y las distancias era algo más que superado. En el camino de Callao a Sol me encontré, otra vez, con la surrealista imagen de ver como las calles peatonales se convierten, en estos tiempos navideños, en zonas controladas, con sentidos únicos bien de subida o de bajada, regulados por la policía municipal. Medidas que son criticadas cuando las ejerce el ayuntamiento de una ideología, pero no de otra, que son vistas como estupideces desde fuera de Madrid, pero que tienen todo el sentido si, como el pasado sábado, uno ve la cantidad de gente que trataba de moverse por ese espacio. Llegar a Sol en el sentido de bajada era el espectáculo de los años anteriores, con montones de personas muy juntitas bajo las luces navideñas y frente al gran árbol que se erige en medio de la plaza, igualando, si no superando, a la altura del reloj. Cuando accedía al entorno pensaba en lo que en ese momento veía, en los mensajes oficiales de prudencia de cara a las fiestas navideñas, en la necesidad de mantener una distancia de seguridad respecto a los demás para evitar el contagio del virus, en las escenas del primer confinamiento, con la plaza desolada que se mostraba en televisión, y por contraste, la marabunta del final del año. Pensaba, para tranquilizarme, que las mascarillas que todos portábamos y el fío aire libre que nos rodeaba podían ser los mejores aliados para que el virus, en ese momento, no montase una particular cuenta atrás de Nochevieja entre nosotros, pero no podía evitar pensar en el interior de las tiendas, de los locales de la propia puerta del Sol, que se mostraban pletóricos de gente, y en que bajo techo, con la mascarilla bajada como suele ser habitual cuando allí estamos, el riesgo se dispara.

¿Incubaremos la tercera ola en estas fiestas navideñas? No es obligatorio que así sea, pero hay elevadas probabilidades de que sí, sobre todo porque volvamos a reiterar los errores de lo que sucedió en verano, cuando la despreocupación social nos hizo pensar, mensajes políticos mediante, que ya habíamos superado la pandemia. No es así. Sólo vacunados acabaremos con esta pesadilla, y en nuestro comportamiento, no en el de los incompetentes que nos desgobiernan, y sólo en él, está la clave para evitar que las fiestas se conviertan en una encerrona en la que el virus vuelva a prosperar. Las aglomeraciones en la calle no son lo más peligroso, pero como indicador, resultan muy inquietantes.

lunes, noviembre 30, 2020

El programa nuclear de Irán

Desde luego queda claro que trabajar en el sector nuclear iraní es una profesión de riesgo, no tanto por los derivados de todo trabajo industrial, y por las particularidades del sector, sino por el reverso militar del programa que desarrolla el régimen de los Ayatolas y la tendencia que tienen ciertas potencias en poner en su punto de mira a los responsables persas del desarrollo nuclear. El viernes fue asesinado Mohsen Fakhrizadeh, uno de los ingenieros que encabezaba esta industria en aquel país. Su vehículo fue alcanzado por una explosión provocada en una carretera a menos de cien kilómetros de Teherán y fue rematado por el comando encargado de perpetrar el atentado. La seguridad del régimen, que lo protegía, vuelve a quedar en entredicho.

No hay que ser un fiera para suponer que, detrás de este ataque se pueden encontrar servicios secretos como el Mosad israelí. El nombre de Fakhrizadeh (si no lo copio y pego soy incapaz de teclearlo) figuraba en todos los documentos que Israel ha publicado cada vez que denuncia los avances iraníes en busca del armamento atómico, e incluso fue nombrado expresamente por el primer ministro Netanyahu en una comparecencia en la que se explicaba algo de lo que Israel sabía sobre ese programa nuclear y se buscaba denunciar al mundo los avances que Irán seguía desarrollando a la búsqueda del arma atómica. No es este señor de apellido complicado el último que ha muerto en un atentado y son las instalaciones nucleares iraníes las que más sufren ataque de todo tipo, entre ellos de sofisticados virus informáticos capaces de causar daño físico, en aras de retrasar lo que parece un impulso decidido de los Ayatolas en su conquista del átomo. Lo más novedoso de este atentado, por lo tanto, no es quién lo ha sufrido ni quién lo ha perpetrado, sino el cuándo se ha llevado a cabo. Es evidente que una operación de este tipo no se improvisa en una semana, y que Mohsen llevaba tiempo siendo controlado por aquellos que esperaban la orden para atacarle. Hacerlo ahora es una decisión meditada, y todo el mundo sospecha que tiene mucho que ver con el relevo presidencial que se va a producir el 20 de enero en EEUU y el nuevo panorama de negociaciones que se puede abrir entre los norteamericanos e Irán. Se supone, ya veremos, que una nueva administración demócrata intentaría resucitar el maltrecho acuerdo nuclear firmado en la época Obama, y que fue abandonado unilateralmente por Trump. Israel siempre denunció ese tratado, porque a su entender dejaba la puerta abierta a que en un futuro Irán lograse su objetivo del arma atómica, aunque a corto permitiera parar el programa de enriquecimiento nuclear. Construir aquel acuerdo costó una barbaridad, y si bien es cierto que no era perfecto, permitía comprar tiempo para que los procesos de inspección determinasen hasta qué punto estaba avanzado el programa iraní y lo que realmente se estaba cociendo en centros de investigación como el de Natanz, donde hace pocos meses ya se produjo un incidente no aclarado, el último de los aparentemente provocados desde el exterior. Un movimiento como el del asesinato del ingeniero de difícil apellido puede provocar que posibles acercamientos entre Washington y Teherán sean casi imposibles, y fuerza al régimen iraní a responder de una manera, probablemente suave, que contente a las enojadas bases del sector extremista, que nunca quisieron el acuerdo. Si lo que busca el atentado es poner las cosas difíciles a la nueva administración Biden es probable que lo consiga, pero está por ver el efecto a largo plazo. Los últimos años han estado dominados por las duras sanciones impuestas por Trump a la economía iraní y por los acuerdos de relaciones entablados entre Israel y varias de las monarquías del golfo, no Arabia saudí, pero ese “no” puede ser un “de momento” tal y como van las cosas. La creación de una especie de coalición de los enemigos de Irán que lo rodean parece un hecho, y esta posición de fuerza puede ser muy útil de cara a futuras negociaciones o enfrentamientos, sea lo que sea lo que pueda llegar a pasar.

Irán ha sido uno de los ganadores de estos años de desentendimiento norteamericano en la región. Ha convertido a Irak en una especie de semiprotectorado, y sus fuerzas han conseguido que en la guerra siria los intereses de Teherán prevalezcan, pero en lo interno el país sigue sumido en una grave crisis económica y la dictadura del régimen sigue reprimiendo cualquier atisbo de libertad, demandada por una sociedad joven y que sigue teniendo su futuro secuestrado por el rigorismo chií. El único punto en el que todas las potencias internacionales están de acuerdo sobre irán es que no puede tener el arma atómica. El resto está en discusión, y la zona, como bien sabemos, siempre es foco de inestabilidad y tensiones.