Ayer por la tarde se supo que se había destruido el radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico, una infraestructura científica enorme que ha salido en muchas películas (en Contact tiene un papel primordial en el tramo inicial) y que fue, hasta que china lo batió, el mayor radiotelescopio del mundo. Con un plato de trescientos metros de diámetro, construido aprovechando un valle local, enormes torres sostenían colgantes que soportaban los instrumentos que se encontraban sobre esa parabólica. El envejecimiento de la instalación y su falta de mantenimiento ya provocó la caída de varios de los cables tensores, y el resto, sobrecargado, fallaron ayer del todo.
Cuando una lee cosas sobre la historia de la ciencia descubre hasta qué punto es excepcional el periodo que abarca estos últimos siglos de la humanidad. A lo largo de las eras ha habido científicos e investigadores de manera más o menos continua, pero su trabajo no se ha traducido en grandes avances en la mayor parte de las ocasiones. La tecnología que tenían a mano los romanos era muy similar a la de los egipcios, miles de años antes, y a la medieval, mil años después. Surgen algunos inventos interesantes, pero son islas en un mar. Un pueblo europeo de finales del 1.700 sería muy reconocible por un romano que se hubiera encontrado con una máquina del tiempo y hubiera viajado a esas edades. Le sorprendería, quizás, la fe que movía a aquellas personas, los edificios creados para ella, y ciertas comidas y cultivos, provenientes del otro lado de un mar que no sería capaz de imaginar, pero todo lo demás le sonaría. Si se pusiera a leer cosas, en un idioma que le sería incomprensible y en un soporte, papel impreso, desconocido, pero al que se acostumbraría con rapidez, descubriría que unos años antes se había descubierto una teoría, de la gravitación, escrita por alguien llamado Newton, que vivía en los páramos de la Britannia conquistada antaño, que cambiaba la estructura del mundo, la concepción de cómo funcionan los astros y las piedras cuando son arrojadas, pero lo leería a la luz de una vela, en una habitación fría, con una palangana de agua al lado y un camastro duro. Habría llegado a esa casa galopando un caballo como lo haría en su época, a la misma velocidad que durante infinitos siglos, y pasaría penalidades para comer todos los días una dieta algo rara, sí, pero nada abundante. Desde la revolución industrial el mundo ha cambiado más que en todos los siglos que transcurren desde su inicio hasta el descubrimiento neolítico de la agricultura. A finales de 1800 el mundo ya es muy distinto al que era un siglo antes, irreconocible en gran parte para un viajero temporal del pasado, y ese efecto acelerador de la innovación se acrecienta a lo largo del siglo XX. Finales de 1900 es otro planeta para uno que hubiera nacido a principios de esa centuria, con aviones que vuelan, trenes de alta velocidad, urbes de dimensiones inconcebibles, coches mecánicos y un montón de novedades más, entre las que destacan por encima de todas las relacionadas con la implantación de la electricidad como forma revolucionaria de energía y de soporte para la comunicación. Damos por sentado que este avance, un progreso tecnológico y científico continuado, es lo normal, pero no es así. Nada más lejos de la realidad. Supone una excepción en nuestra historia, y es fruto de la inventiva y el afán de conocimiento humano, sí, pero también de la inversión financiera y el rendimiento económico que los productos creados son capaces de ofrecer. Una tecnología que no genera negocio difícilmente podrá ser sostenida por la sociedad si no hay una creencia que la respalde, y la ciencia básica, el descubrir por el afán de saber, puede ser rentable, o no, a largo plazo, pero a corto siempre es costosa. Con la caída de la fiebre extraterrestre parte del afán que sostenía el mito de Arecibo se cayó, y aunque la instalación servía para mucho más, los fondos que consumía empezaron a ser mayores que sus ingresos. Hoy es una ruina, y puede que en unas décadas sea arqueología de una época pasada. En nuestras manos está.
Curiosamente, o no, el mismo día en el que se conocía ese desastre la sonda china de la misión lunar que les comentaba completaba otra de las etapas de su viaje, logrando posar el módulo de perforación y recogida de muestras en la superficie de nuestro planeta. De momento la misión es un éxito, y contrasta el arrojo (y el dineral invertido) chino frente a la ruina de la instalación norteamericana. Si quieren una metáfora de hacia dónde se mueve el poder, la influencia y la inversión en el mundo, basta con mirar el destrozo de Puerto Rico y el éxito chino. Como toda metáfora, simplifica y poetiza la realidad, pero también contiene una parte de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario