Tiene Bruselas fama de ciudad aburrida, gris, sosa. El tiempo que en ella predomina le otorga habitualmente un marco nuboso y lo elevado de su latitud hace que el Sol nunca incida con saña y que los otoños e inviernos sean de noches extremadamente largas. La existencia en la ciudad de dos sedes internacionales de tanto poder como la OTAN y la Comisión Europea le dan una fuente de ingresos enorme y una cantidad de funcionarios bien pagados por metro cuadrado que es difícil de observar en otros lugares del mundo. En mi trabajo, que depende de la Comisión, doy fe que lo que viene de Bruselas es gris, monetario, muy administrativo y nada que pueda asemejarse a cachondeo, de ningún tipo.
Pero parece que bajo esa bruma relucen los focos, y hay un animado y competitivo mercado de orgías en la capital belga. Has coincidido esta semana dos hechos no relacionados entre sí. Uno de ellos, la marcha a esa ciudad de un amigo mío, JLRC, destinado como experto nacional ante la Comisión en representación del Ministerio de Industria, y la desarticulación de una orgía que reunía a unos veinticinco miembros, en todos los sentidos del término ya que era de carácter gay, y en la que no se respectaban las medidas sanitarias en vigor, presumiblemente ninguna otra tampoco. El entretenido encuentro tenía de todo entre sus participantes, y dada la composición laboral de la ciudad que antes les comentaba era más probable que entre los agraciados se encontrase a un cargo europeo que a un, pongamos, emprendedor de internet. Lo que ha causado diversión absoluta es que incluso había un europarlamentario metido en el asunto (lo de metido en este caso sí puede ir con segundas) y con la composición actual de la cámara uno esperaría que un escaño ocupado por un gay se orientaría a cierta posición ideológica concreta. ¿Cuál? Pues el tamaño (ejem) de la muestra seleccionada nos hace mirar a la extrema derecha. József Szájer, que así se llama el eurodiputado, pertenece a la muy católica, muy recta, muy conservadora y muy tradicionalista derecha húngara, encabezada por Victor Orbán, presidente del país cuyas ínfulas autoritarias y homófobas puede que escondan un cálido corazón de juerguista adicto al sado. Szájer, junto al resto, fue pillado por la policía con las manos en la masa, bueno, quizás no literalmente, o quizás sí, y trató de huir para evitar ser detenido, saliendo por la ventana del piso en el que se encontraban y descolgándose por la tubería de bajada del agua del tejado, en una escena de una comicidad sólo reservada a las mejores comedias de enredo y que, sin duda, la policía belga recordará durante mucho tiempo. Parece que Szájer es más habilidoso en otras tareas manuales y deportivas, porque su intento de huida no tuvo éxito y acabó en manos de la policía, junto con el resto de miembros, algunas buenas cantidades de droga y unas explicaciones pendientes. No ha tardado mucho el eurodiputado, azote de la perversión moral que impera en la Europa moderna y votante recalcitrante en el Parlamento europeo en contra de toda disposición a favor de la extensión de derechos civiles, en presentar una dimisión que abre algunos interrogantes. Los profundos se relacionan con la impresentable hipocresía de este sujeto, pero los interesantes se cuestionan sobre cuántos homófobos, en Hungría, Bruselas y en otras partes, poseen un reverso tenebroso que, por así decirlo, les hace pasarse el día al Dios de la ortodoxia rogando y con el manubrio al de enfrente dando, en un ejercicio de aparente incoherencia digno del estudio de todas las escuelas psicológicas. El ridículo que ha supuesto el comportamiento de Szájer es, en este año de tanta amargura, una de las noticias que más cachondeo y risas está suscitando en las redes sociales y entre todo tipo de reuniones, y a buen seguro será comentado en más de una cena navideña, en la que, sean diez o menos los comensales, más de uno se escandalizará con la actitud del europarlamentario y, seguro, el de enfrente le mirará con cara de pillín y ganas de carantoña, imaginándolo vestido, bueno, más bien no vestido, de Papa Noel. Como mucho con el gorro puesto.
Pero el caso Szájer ha puesto de relieve que en la gris Bruselas hay un mercado de orgías que compiten entre ellas. El organizador del evento denuncia a orgías rivales de haber dado el chivatazo a la policía, supongo que para reducir la competencia y así quedarse con más clientes y cuota de mercado. Imaginen a ese genio del marketing local que, con el lema de “busque, compare, y si encuentra alguna orgía mejor, quédese en ella” publicita su quedada frente a otras, que considera cutres, devaluadas, sucias y carentes de interés. Entre los atractivos de la ciudad tenía yo en mente el chocolate y los gofres, pero no pensaba yo en estos temas tan intensos y profundos. Sería interesante saber cómo está el mercado en el sector heterosexual de la ciudad, si es igual de competitivo y animado.
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