Margaret Keenan pasa de los noventa años y, una vez que uno sabe que es británica, le encuentra rasgos que le asemejan a Isabel II, aunque el tono pelirrojo de su cabellera le distancia del porte de la eterna reina Windsor. Mira a la cámara tranquila sentada en una silla de lo que parece un ambulatorio, y quizás sea consciente de que va a pasar a la historia, o quizás no. En todo caso está rodeada por un montón de gente que no se ve a primera vista, que observa la escena desde el punto en el que el que la graba nos la enseña a nosotros. Una enfermera se acerca a Margaret, le da un pinchazo en el hombro izquierdo y ay está. Simple, sencillo, carente de todo boato. Intrascendente. Y a la vez, la imagen más deseada en este maldito año 2020.
No es Margaret, pese a lo que se ha dicho, la primera persona en el mundo a la que se suministra la vacuna del coronavirus, ya que han sido miles los ya inoculados para poder llevar a cabo los experimentos que permitan conocer la efectividad y seguridad de las vacunas, pero sí es Margaret la primera persona en el mundo que es vacunada por un gobierno una vez que las autoridades sanitarias, en este caso las británicas, han determinado que esa vacuna es segura. Margaret ha recibido la primera dosis de la desarrollada por Pfizer en colaboración con el laboratorio alemán Biontech, y dentro de veintiún días exactos recibirá la segunda dosis, y tras una semana, quedará inmunizada frente al COVID con una probabilidad del 95%, lo que es un resultado tan brillante como deseado. Con ella empieza el proceso de vacunación a la población en el primer país occidental que se ha lanzado a por ello y se abre la primera esperanza cierta de acabar con la pesadilla que, en este año, nos ha puesto contra las cuerdas. No tiren las campanas al vuelo, lo que viene ahora es un proceso lento, complicado, difícil, en el que la logística de los países se va a poner a prueba, en el que la ansiedad por conseguir ser vacunados por parte de unos va a competir con los recelos de otros y las paranoias de no pocos, y donde laboratorios, gobiernos y demás estructuras vana a verse forzadas hasta el extremo para poder realizar una de las labores logísticas y sanitarias más complejas de las últimas décadas. De momento tenemos sólo esa vacuna aprobada en Reino Unido, con vistas de que esta semana también lo sea en EEUU y que para finales de mes reciba el visto bueno de la UE. La siguiente vacuna aprobada, en la UE se espera que, para principios de enero, será la desarrollada por el laboratorio norteamericano Moderna, que es de una tecnología similar a la de Pfizer, ambas revolucionarias, pero que requiere menos frío para su conservación (-70 grados frente a -20) y, tras la publicación de los resultados en The Lancet, se espera que la desarrollada por Oxford y el laboratorio Astra Zeneca también sea comercializada en un plazo de no demasiadas semanas en los países occidentales. Esta vacuna posee una tecnología más convencional que las anteriores y requiere mucho menos frío en su conservación, por lo que su logística de distribución es más sencilla. A medida que estas y otras vacunas lleguen al mercado los países dispondrán de más y mejores instrumentos para poder desarrollar sus campañas de vacunación, y amoldarlas a las condiciones de su población, su dispersión y otras variables. Parece intuitivo pensar que entornos densamente poblados pueden ser abastecidos con las vacunas tipo Pfizer o Moderna, mientras que en zonas rurales la vacuna de Oxford ofrece ventajas para su dispensación dada la dispersión en la que se encuentra allí la gente y la carencia, muchas veces, de infraestructura sanitaria de alta capacidad. En todo caso, con más y mejores instrumentos es como se vencen a los problemas.
La maravilla de la vacuna es que funciona, su efecto resulta ser como el de una pócima o brebaje que otorga superpoderes a quien le es suministrado. Si consultan este documento, que es el resumen técnico del estudio elaborado por la agencia norteamericana encargada de la valoración y aprobación de los medicamentos, y se van a la página 30, verán una gráfica maravillosa en la que se compara el comportamiento de la incidencia acumulada de la infección en la población que ha sido sometida a un placebo, línea roja, frente a la que ha recibido la vacuna, línea azul. La roja crece y crece, al azul permanece prácticamente plana. El comportamiento se mantiene durante los cien días que muestra la gráfica. Esa línea azul plana es nuestra victoria frente a la enfermedad.
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