viernes, julio 30, 2021

La ley del más fuerte, en Amorebieta

A estas horas un crío de 23 años permanece ingresado en un hospital de Bilbao, donde intentan salvar su vida tras la brutal paliza que un grupo de chavales, menores y mayores de edad, le propinaron hace unos días en un parque de Amorebieta, localidad de unos 20.000 habitantes sita a 20 kilómetros de Bilbao. El agredido residía en Lemona, pueblo vecino, bastante más pequeño, y sus agresores actuaron con saña y violencia desatada, sin importarles lo más mínimo las futuras lesiones que le pudieran provocar o, directamente, si saldría con vida de allí. Fue un linchamiento en toda regla, una salvajada propia de mafiosos, de delincuentes, de sujetos sin escrúpulos. Y todo en el oasis de la seguridad vasca.

Las películas del oeste, que tanto entretienen, muestran un mundo rudo y salvaje, en el que la fuerza es la que impone la norma. Se pueden ver como un ejercicio de entretenimiento y aventura, pero también esconden una metáfora sobre la construcción de la sociedad y la domesticación de la violencia. En esas historias todo el mundo va armado, y el que más rápido dispara se sale con la suya, lleve o no puesta una estrella que le identifique como la autoridad. Esa marca, la de la autoridad, apenas quiere decir nada en poblados donde las armas abundan y la ley no existe. Mujeres, niños y hombres no muy fuertes no son más que rehenes de los que portan las pistolas, y sus vidas dependen de lo que los fuertes quieran hacer, de sus caprichos, de cómo se levanten por la mañana. La introducción de la ley en esos territorios es un subgénero en sí mismo y lleva a lo que se llama el western crepuscular, propio de las décadas de los sesenta y setenta, en los que el pistolero empieza a ser arrinconado por las fuerzas del orden, que empiezan a civilizar el territorio. El ferrocarril, la prensa, los negocios, emigrantes y demás figuras que asociamos a la sociedad plural empiezan a aterrizar en el salvaje oeste y, junto a ellos, las fuerzas del orden, que buscan imponerlo y someter a los forajidos y a todos aquellos que se ofrecen como arma de fuego disponible para ejecutar la voluntad de unos pocos. El agente del orden está, muchas veces, sólo ante el peligro, que es mucho más que el título de una gran película. Es la descripción de la época en la que la ley no se impone, no genera consecuencias, no tiene poder. El poder de la ley se lo acaban otorgando las fuerzas del orden cuando sus pistolas se enfrentan a las de los bandoleros y salvajes, y estos se dan cuenta de que sus días de dominio se agotan. Imponer la ley permite que las mujeres y los débiles pueden empezar a desarrollar sus propias vidas, porque saben que alguien les va a defender, que cada noche no tiene por qué ser la última, y que el dominio del pueblo va a dejar de estar en manos de una cuadrilla de forajidos que imponen su violencia como norma, frente a una ley que va a defenderse con las armas fruto del ejercicio por parte del estado del monopolio de la violencia. Así, las aventuras en el oeste van declinando a medida que la ley se expande y la sociedad civil, confiada, libre, empieza a arraigar en aquellas tierras. Por eso el género, en parte, se acaba marchitando, porque llega a contar el final de su propia historia. Más allá de las películas, la ley es la garantía de que los débiles, y este alfeñique que les escribe es uno de ellos, sean protegidos frente a los fuertes. Por eso todas las dictaduras que en el mundo han sido y quieren serlo desean abolir la ley, e imponer la fuerza de su voluntad, haciéndola llamar ley, pero no siendo otra cosa que una forma de opresión violenta. En el País Vasco, durante décadas, en nacionalismo sectario y la mafia etarra actuaron en perfecta sintonía para, mediante el terror y la violencia, imponer su ley del silencio, y lo consiguieron en muchos sitios, allí donde la ley de verdad no se podía ejercer por el simple miedo de quien debía imponerla. Las mafias son así, y una vez que ocupan un espacio es difícil desalojarlas.

Parece que la ertzaina conocía los desmanes de algunos de los miembros de la banda de agresores de Amorebieta, pero no me consta que haya hecho nada para evitarlo. Si las fuerzas de seguridad no actúan con rapidez ante estos fenómenos el miedo se extiende con rapidez y la mayor parte de la sociedad, que es pacífica y temerosa, se esconde, dejando vía a libre a que los violentos se hagan con un espacio que no les pertenece. Ojalá el pobre chaval apalizado salga bien de este trance, y sus indeseables agresores sean condenados como es debido, pero muchas cosas, en el plano familiar, social y de gestión del orden público, han fallado para llegar a este punto. Esta desgracia podía haberse evitado. No es un accidente, es violencia.

jueves, julio 29, 2021

El pasaporte Covid, para todo

Algunos países europeos ya están empezando a regular el uso del pasaporte Covid para que sea la llave de acceso a todo tipo de espectáculos y servicios públicos. Mostrarlo sería requisito para ir al cine, teatro, eventos deportivos, entrar en locales de ocio, centros comerciales, etc. Los vacunados tendrían acceso a servicios y lugares que los no vacunados verían vetados, salvo que mostrasen PCRs o pruebas similares que demostraran que horas antes no estaban contagiados. Se habló hace unos días de extender este modelo en España, pero ayer se negó esa posibilidad. Como siempre, aquí vamos tarde y a remolque de lo que otros van haciendo.

Lo obvio y lógico que me parece esa idea choca con las protestas que, en esos países europeos, están sacando a mucha gente a la calle en contra del uso del pasaporte de vacunación. Concentraciones en su mayor parte pacíficas, pero en algunos casos con un significativo grado de violencia, como en Francia, en la que se mezclan negacionistas de la enfermedad, o de las vacunas, o de ambas cosas, junto con otros que acusan a los estados de imponer un régimen parapolicial y proclaman estar preocupados por sus derechos y por la discriminación que supone el que el certificado de vacunación sea un pasaporte para la vida normal. Nada hay que discutir con los primeros grupos, los que no quieren ver la realidad, ahí todo ejercicio de razonamiento es inútil. Los que protestan por cuestiones sobre libertad y derechos tienen algo más de fundamento, y en una parte razón. Su principal argumento es que la vacunación no es algo que uno pueda hacer en el momento, sino que depende del suministro de dosis y de la planificación de los gobiernos, y alguien que quiera vacunarse a lo mejor no puede hacerlo porque no hay dosis suficientes o aún no le toca, y pedir el certificado de vacunación sería exigirle algo que, aunque quiera, no puede poseer porque no depende de él. Esa queja es razonable, y cierto es que a esa persona la exigencia del certificado le discrimina, pero ante una situación como la que vivimos, donde las alternativas son malas o peores, se trata de buscar el menor de los males posibles, y la peor situación es que los no vacunados puedan propagar la enfermedad a otros no vacunados y entonces nos encontremos en una situación como la de la presente ola, en la que la mortalidad no es disparada pero sí relevante, en la que la positividad es muy elevada y el trabajo de hospitales y sanitarios otra vez se ha vuelto insoportable. No acabamos de entender la situación que vivimos desde hace más de un año, y que sólo las vacunas nos van a sacar de ella. En países como el nuestro, donde ya más de la mitad de la población tenemos la pauta completa, pedir ese certificado de vacunación empieza a ser algo que cumple la mayor parte de la población que vive en sociedad, porque los menores de 12 o 14 años siguen siendo personas tuteladas en casi todas las actividades por padres u otras personas. Ese certificado es la única barrera que separa a las personas que, pudiendo contagiar y ser contagiadas, tienen al 90% la probabilidad de desarrollar una versión muy liviana de la enfermedad. Es la vacunación lo que convierte a esta pesadilla en una gripe, algo a lo que sociológicamente estamos acostumbrados a llevar cada año, enfermedad con la que convivimos sin problemas. Cuando la vacunación sea completa no hará falta pedir estos certificados a nuestra población, pero sí se la requeriremos a los que vengan aquí, porque da igual si el no vacunado es nacional o extranjero. La necesidad imperiosa de reactivar la economía y el turismo, del que depende este país como un yonqui de su dosis de droga, pasa por que ese certificado de vacunación se convierta en la llave que abra las puertas de hoteles, discotecas, lugares de ocio, restaurantes, etc. Es lo más práctico, seguro, lógico y viable para volver a la normalidad de verdad lo antes posible.

Y sí, supondrá en algunos casos discriminaciones y engorros, pero debiéramos haber aprendido algo en todo este tiempo (sí, ya se que no hemos aprendido nada de nada) como el hecho de que leyes, normas y demás no sirven de nada cuando la gente se muere a centenares al día cuando se contagia de un virus ante el que no hay vacuna. Es así de crudo, el enemigo vírico no entiende de normas ni de nada. No entiende, actúa, y nuestra única vía real para frenarlo no es la distancia o el encierro, que lo atenúa pero nos vuelve locos y arruina, sino las vacunas que la ciencia ha encontrado y que nos inmunizan ante sus efectos. No debiera ser tan difícil de entender algo así, pero visto lo visto parece que sí lo es.

miércoles, julio 28, 2021

Simone Biles, persona

¿Cuántas veces, a lo largo del día, siente usted que flaquea? ¿Qué no puede más? ¿Cuántas derrotas sufren sus proyectos e ideas a manos de la realidad y de los que le rodean? Sí, también hay momentos de éxitos y de la apacible calma de la nada, pero a buen seguro conoce el sabor de la frustración, de no saber cómo salir de algo, de no poder más, de sentirse rodeado de brillantez absoluta que conoce los remedios para todos los males y pontifica sobre ellos y usted, sumido en el desconcierto, apenas es capaz de describir lo que le pasa y menos aún pedir a otros que le ayuden. Seguro que conoce esa sensación. Porque, creo, todos la hemos pasado.

Simone Biles es la mejor atleta de su generación y una de las más grandes de las que ha dado ese durísimo deporte que es la gimnasia. Pequeña, poseedora de una fuerza física arrolladora, realiza ejercicios que sólo ella se atreve a ejecutar, diría que incluso imaginar, porque ni a cámara lenta soy capaz de contar el número de vueltas que da en el aire tras uno de sus infinitos saltos antes de aterrizar recta como una espadaña. La vida de Biles ha sido un infierno como pocos son capaces de imaginar, asociada siempre al espartano y opaco sistema de reclusión que impera en su deporte, y en muchos otros de élite, en el que niños y niñas son sacrificados desde su más tierna infancia, ternura que si es sinónimo de flexibilidad les viene genial para esta disciplina, sometidos a entrenamientos de horas y horas y horas sin fin, alejados de los suyos con el único objetivo de conseguir medallas para su país. Durante los campeonatos mundiales y las olimpiadas, los grandes eventos de la gimnasia, todos los ojos se centran en ellos, el público les adora y las autoridades de sus países exigen que el dinero invertido en la cárcel en la que han residido durante años se transforme en medallas que eleven la gloria de la nación a la que representan. Adoradas como diosas, las gimnastas son sacrificadas en el altar del orgullo en forma de medalla colgada a su cuello, que realmente es vista como un premio al país. De mientras hacen ejercicios imposibles delante de medio mundo otras niñas, mucho más pequeñas, permanecen recluidas en las instalaciones de formación, empezando a ser futuras medallas, futuros corderos para el sacrificio cuando las actuales estrellas ya hayan estallado en forma de cuerpos destrozados por el sobreesfuerzo y convertidas en desecho. Biles, como otras de sus compañeras, sufrió abusos sexuales continuados en el tiempo por parte de uno de sus entrenadores, Larry Nassar, y las denuncias que ellas pusieron y los intentos de librarse del monstruo sólo encontraron el desprecio por parte de quienes pudieron evitarlo, desde la federación de gimnasia norteamericana a otro tipo de instituciones y empresas, que sólo veían en esas chicas a una especie de granja de pollos en la que todo estaba permitido si se obtenían las soñadas medallas. Todo por el oro, todo por la presea. Biles consiguió relevancia mundial con sus ejercicios imposibles, se coronó como reina en juegos y mundiales, y usó esa fama y poder mediático para denunciar los abusos que ella y sus compañeras sufrían, para gritar al mundo que era una niña sin infancia en un mundo de adultos que las trataban como cosas, como naranjas de las que se puede exprimir todo el jugo posible y luego tirar como cáscaras usadas. La sonrisa enorme de Biles escondía una tragedia humana y personal que se remontaba a una infancia de abandonos, a un entorno de gran pobreza, a una vida sometida a la disciplina y el abuso. Con poco más de veinte años Biles ha pasado por unas experiencias que, a usted no se, pero a mi me hubieran llevado mucho más allá de la depresión y la locura. Biles llegó a Tokyo, como ella misma dijo, sintiendo que tenía el peso del mundo sobre sus hombros, toda la presión imaginable concentrada en su figura, determinante para medir el éxito o no de años de sacrificio de ella y de sus compañeras.

Biles se ha cansado, se ha hartado. No le gusta lo que hace, el circo en el que se ha convertido su vida, la desgracia constante que le rodea y presiona. En esta extraña sociedad en la que vivimos, que ha endiosado al deporte y sus figuras como una especie de superhéroes, creando un enorme negocio, Biles ha salido a la palestra, donde los antiguos se ejercitaban y luchaban, y ha dicho a todo el mundo que la felicidad de los demás no depende de las piruetas que ella haga, y que su propia felicidad hace tiempo que se perdió en medio de las acrobacias. Biles, con veinte y pocos años, ha dado una lección de madurez, de sentido común y de dignidad en medio de la feria de vanidades y absurdos que es ese mundo del deporte que hemos consagrado como todopoderoso, al que sacrificamos vidas, carreras y esfuerzo, sin que sepa realmente para qué.

martes, julio 27, 2021

Negacionistas violentos

En la compleja y dilatada crisis del coronavirus estamos experimentando en España todo tipo de desgracias y fracasos que, si tuviéramos algo de dignidad, nos harían replantearnos muchas cosas. La necedad del gobierno central y los reyezuelos autonómicos, la fracasada arquitectura jurídica ante crisis y su gestión, la irresponsabilidad social, la estúpida proclama del fin de la crisis cada vez que la ola afloja para alimentar sin freno la siguiente, la torpeza administrativa a la hora de proporcionar ayudas a empresas y desempleados, la mala financiación de unos servicios sanitarios, empezando por la primaria, completamente sobrepasados, etc y etc hasta aburrir.

Pero al menos, es justo reconocerlo, hay un problema global al que no nos estamos enfrentando, y eso es muy bueno, y es el negacionismo y sus ramas violentas. Tenemos, es verdad, algunos portavoces, con peso mediático, que repiten las absurdas teorías conspiranoicas de los negacionistas, pero producen más pena y risa que convencimiento. Cierto es que si uno pone algún canal de televisión que está al servicio de los iluminados de Vox podrá ver, los pocos minutos que sea capaz de aguantar la emisión, debates en los que un grupo de señores que dicen saber la verdad no cuentan más que basura, pero afortunadamente la influencia de estos sujetos es tan escasa como su propia capacidad de entender lo que sucede. No, el negacionismo no es un problema aquí, y debemos felicitarnos, porque a la enorme cantidad de disgustos que ya de por sí genera el maldito virus varias naciones están haciendo frente al problema añadido de cómo lidiar con una corriente de pensamiento que parecería estar patrocinada por el propio COVID. Quizás EEUU sea el paradigma de este tema, con estados en los que el pensamiento negacionista, perdón por el oxímoron, se ha hecho fuerte y, directamente, ha bloqueado el proceso de vacunación a base de convencer a la gente de que las vacunas son peores que la enfermedad y un montón de sandeces por el estilo. Aquella nación, que posee vacunas de fabricación propia suficientes para inmunizar con creces a su población, ha sido superada en inoculados con pauta completa sobre el total de la población por parte de, sí, España, nosotros, hace y varios días. En algunos estados norteamericanos las tasas de vacunación son muy altas, pero en otros los datos son sonrojantes, y en esas zonas de baja inmunización los casos se están disparando otra vez y, con ellos, las hospitalizaciones y las muertes. Sí, es deprimente, pero es lo que se ve, es un enorme daño autoinflingido que no tiene ni lógica ni justificación ni nada de nada. Quizá alguno piense que eso pasa allí porque los yanquis son más tontos que nosotros, pensamiento repetido hasta la saciedad por personas que, en general, viven y trabajan en peores condiciones de las que existen en EEUU, pero no hace falta irse muy lejos para encontrarse con este grave problema. En la vecina Francia se ha vivido un fin de semana de protestas violentas por parte de manifestantes que se oponen a que el certificado de vacunación sea exhibido y requerido en lugares públicos y de ocio, restauración o similar, como forma de atajar la expansión de la enfermedad. Enfrentamientos con la policía, quema de puestos de vacunación, disturbios callejeros…la habitual retahíla de escenas violentas que dejan las manifestaciones en París y alrededores motivadas por una furia negacionista que se opone a la vacunación y a las lógicas medidas que buscan atajar el virus. Viendo esas escenas por la tele pensaba hasta qué punto la irracionalidad está asentada en la mente humana y como, ante un problema externo, ajeno a nosotros, que actúa con unas pautas tan definidas y para el que la ciencia ha logrado encontrar una solución, se empeña el primate que llevamos dentro en saltar y romper cosas con un hueso en la mano. Si ante lo obvio actuamos así, ¿cómo esperar raciocinio y debate sereno ante cuestiones políticas o ideológicas, en las que la verdad, parte de ella, se encuentra habitualmente repartida, fragmentada, entre todas las posiciones del debate?

Vacunar es la única vía efectiva para luchar contra el virus, no hay otra, y cada pinchazo que damos nos lleva al final de esta crisis. Más allá de las olas de positividad presente y las que vengan, tasas de inmunizados superiores al 85% nos garantizarán el final de la pandemia, pero para eso las naciones deben inocular sin freno, y estos movimientos son, ahora mismo, la mejor arma que tiene el virus para doblegar a la sociedad, a la economía, para matar vidas y llevarse por delante una recuperación que tanto necesitamos, en lo económico y en lo social. Esto del negacionismo es una de las cosas más absurdas y que menos soy capaz de entender de toda esta condenada crisis. Al menos, algo es algo, aquí nos libramos de ello, pero lo cierto es que bastante tenemos con el resto de fracasos en los que incurrimos sin cesar.

lunes, julio 26, 2021

Sábado de apagón

No me afectó, así que me enteré por las redes de que parte de ellas estaban caídas. A lo largo de la tarde del sábado un apagón eléctrico se extendió por bastantes CCAA españolas con un carácter irregular. Madrid fue de las afectadas, pero no mi barrio ni otros por los que anduve luego a media tarde. Al parecer un accidente en Francia provocó el corte de uno de los enlaces de muy alta tensión que unen ambas naciones y esto causó la caída de suministro, que también afectó a zonas de Portugal. Muchas veces se ha dicho que es necesario aumentar las interconexiones entre ambos países para hacer frente a problemas como, precisamente, este.

Creo que no somos conscientes de hasta qué punto nuestra sociedad, civilización y, si me apuran vida, son dependientes de la electricidad, y como un corte, aunque sea puntual, nos retrotrae a un pasado no sólo olvidado, sino directamente inimaginable. Casi nada de lo que tenemos funciona sin electricidad, o baterías que se recargan en la red y deben ser rellenada cada no demasiado tiempo, dado el uso que les damos. Piense usted en su casa qué funciona que no esté enchufado, y que ni lo imagina, pero así es. Y no use para ello ni su ordenador, Tablet o Smartphone, porque no funcionan aspirando zumo de naranja precisamente. Ya antes de la pesadilla coronavírica la electricidad era dominante en nuestra sociedad, pero tras la pandemia y la explosión de virtualidad que con ella ha llegado nada, literalmente, es ajeno a la corriente que viaja por los cables. Muchos son los que ya incluso sales sin dinero efectivo de casa, confiando en tarjetas o aplicaciones, que funcionan entre otras cosas gracias a datafonos conectados a la red eléctrica del establecimiento que nos cobra. Puede que tengamos batería en el móvil, pero si el datafono no funciona no podremos abonar la consumición. Incluso la movilidad, factor que en el transporte privado estaba bastante ajeno a esta tecnología, empieza a electrificarse más en serio ante las demandas sociales de reducir la contaminación en los entornos urbanos, de tal manera que si se cae la red y su flamante coche eléctrico anda bajo de batería bien poco va a poder hacer con él. Los de gasolina aguantarían algo más, aunque no tengo nada claro, en ausencia de fluido, cómo funcionaría la bomba que succiona el combustible del depósito subterráneo al surtidor que, sujeto con la mano, llena el depósito del coche. En unos días de calor intenso y factura disparada el corte del suministro supone un ahorro forzado para las familias que ven como la factura de la luz crece sin que puedan hacer casi nada para evitarlo, pero implica para muchas, que dependen del aire acondicionado para hacer respirable el ambiente de sus hogares, una pesadilla agravada por el descongelamiento de los frigoríficos, en los que se guardan reservas de frío que tan necesarias son cuando las temperaturas en la calle se ponen belicosas y cambian su dígito inicial de un redondeado y elevado tres a un punzante y amenazador cuatro. Los inconvenientes que supone un apagón son enormes, inabarcables, y crecen a medida que una situación de este tipo se prolonga, pudiendo ser catastróficos al cabo de unas horas. Una ciudad puede convertirse en el más absoluto de los caos ante un corte sostenido de la electricidad, que detenga semáforos, bombas de agua y ascensores, convierta a las torres de pisos y oficinas en lugares de casi imposible acceso o desalojo, y a todos sus negocios en vulgares locales desangelados, silenciosos, apagados, inmóviles. A medida que un apagón se prolongue en el tiempo los comentarios en las redes de internet irán virando del cachondeo y la siempre presente ira al temor y, con las horas, al silencio, a medida que uno tras otro, los dispositivos móviles fueran cayendo conforme agotan sus baterías, utilizadas en los momentos iniciales de la caída de manera intensiva para contar a todo el mundo que pasa algo. A medida que los móviles se van apagando la sociedad se desliza, a toda velocidad, hacia el medievo.

Esto, que parece una exageración propia de un relato distópico, no es sino lo que sucedería a cualquiera de nuestras urbes con un corte total de suministro de bastantes horas, algo que cada vez es más probable que suceda a medida que las redes existentes se sobrecargan y no se invierte lo debido en líneas nuevas, derivaciones, duplicados y demás. En serio, la electricidad, como el aire que respiramos, requiere una constante renovación y presencia. Si se corta, los problemas empiezan muy rápido. Usted no es consciente de que respira unas veinte veces por minuto, más o menos, en reposo, y de ahí en adelante más. Pruebe a dejar de hacerlo y verá como en pocos segundos detecta que tiene un problema. Serio, muy serio.

viernes, julio 23, 2021

Sánchez, en EEUU pero lejos de Biden

Pedro Sánchez se encuentra de viaje por EEUU, con una agenda completamente económica. Incluye reuniones con distintas empresas de negocios tales como la I+D+i, el entretenimiento o el mundo de las finanzas. El objetivo del viaje es obvio, vender el país y conseguir inversiones que lleguen a nuestro territorio desde esos centros de decisión sitos al otro lado del charco. Todos los euros, vía dólares, que se consigan, serán buenos para el país, por lo que el objeto de la visita es de celebrar, y confiar en que dé frutos, aunque debemos ser realistas y saber que estos empresarios norteamericanos reciben visitas de alto nivel y ofertas de inversión de la misma manera que a usted o a mi nos llaman compañías telefónicas para cambiarnos.

Más allá de algunas crónicas periodísticas sonrojantes, en las que la adulación al presidente resulta ya rayana en lo cómico, y que muestran hasta qué punto se ha devaluado en general el poder del periodista, que necesita cobrar y comer como todos los demás, lo más relevante de este viaje es lo que no va a suceder. No es que no vaya a haber una reunión con Biden en la Casa blanca, no, es que no va a darse ningún encuentro no con su vicepresidenta ni con secretarios (allí ministros) de la administración demócrata. Si uno lo piensa es completamente absurdo, el presidente del gobierno visita otro país y no hay encuentro de ningún tipo entre los presidentes de ambas naciones. Esto, que es completamente anómalo, vuelve a recordarnos que, aunque socios y aliados, las relaciones entre España y EEUU siguen atravesando un profundo bache, en el que los norteamericanos siguen contemplándonos con un desprecio casi patológico. El que nuestro actual gobierno tenga a orgullosos comunistas entre sus filas es un clavo más en el ataúd de la desconfianza que tan bien se ha construido y vela desde ambas orillas del Atlántico, pero lo cierto es que la cosa viene de lejos. Bajo los anteriores gobiernos del PP y del PSOE las relaciones entre los mandatarios de ambas naciones eran las justas y protocolarias, apenas unos gestos que no iban más allá de estrictamente obligado. Durante muchos años la obsesión, desde ZP hasta Sánchez, pasando por Rajoy, ha sido conseguir una foto con el mandatario norteamericano de turno, especialmente cuando Obama y ahora Biden ocupan ese puesto, y los resultados han sido frustrantes, llegando al colmo del ridículo que vimos hace no muchas semanas en la cumbre de la OTAN, en la que Sánchez hacía como que hablaba con Biden en un pasillo mientras caminaban y Biden aceleraba el paso. ¿Por qué este vacío? No estoy seguro, pero creo que viene desde hace tiempo, desde la época de la guerra de Irak, y no tanto por el cambio de política de nuestro gobierno cuando ZP relevó a Aznar, sino por la forma en la que se hizo. El famoso gesto de no levantarse ante la bandera norteamericana de ZP aún escuece allí, en una nación que muestra un orgullo por sus símbolos que, simplemente, somos incapaces no ya de entender, sino directamente de calibrar. La posterior manera en la que el gobierno de ZP anunció la marcha de Irak, como un acto mitinero, fue seguramente vista por los militares norteamericanos como un acto de abandono, como una huida. Abandonar Irak era obligado para España tras el cambio de gobierno fruto de las elecciones de 2004, pero se podía haber hecho de manera acordada entre Washington y Madrid y escenificarlo de otra forma. Me da que, desde entonces, nos consideran como nada fiables, como un mero territorio en el que tienen arrendados espacios para sus bases militares y poco más. La decisión de Trump, al final de su mandato, de respaldar a Marruecos en el conflicto del Sahara fue, también, un gesto de desprecio hacia España. Y no contar con EEUU sale muy caro.

Recomponer esa relación sería una de las principales labores que tiene sobre la mesa el nuevo Ministro de Asuntos Exteriores, Albares, que llega a un cargo con una agenda llena de retos, problemas y dificultades. Supongo que, como es obvio, en la relación Madrid Washington el peso de las decisiones está en el Mall, junto al Potomac, y no en el palacio de Santa Cruz, así que algo nos tocará hacer para rehabilitar una relación tan prioritaria que está completamente marchita. Se supone que Sánchez y Biden comparten espectro ideológico, aunque es sabido que los demócratas aquí serían miembros tradicionales del PP, y ni aun así se produce un encuentro. Todo es síntoma de una disfunción enorme, chocante, una mala noticia.

jueves, julio 22, 2021

Pegasus quizás no, pero le espían

Decía un tertuliano hace unos días que en España uno no era nada si no figuraba entre la nómina de insultados que salen de la boca de Florentino Pérez, en esos audios que han circulado por todas partes donde el presidente de una de esas cosas del balón se despacha a gusto, en privado, y deja perlas exquisitas que muestran lo que es el auténtico poder sobre unos sujetos que se creen trascendentales y realmente no son nada. Algo parecido, a escala global, sucede con el listado telefónico de los que han sido espiados por el programa Pegasus. Si uno figura en él es alguien en la vida, tiene importancia, maneja información, resulta atractivo para poderosos sin escrúpulos. Sino, no pinta demasiado, es de la plebe, de la masa amorfa que paga y calla.

Si usted, querido lector, está entre los espiados por Pegasus, enhorabuena, el mero hecho de que ponga sus ojos sobre estas líneas las eleva de categoría y las hace relevantes. Siento mucho que le espíen y los problemas que ello le pueda traer, pero al menos es alguien importante. Si no es el caso, queridísimo lector, y no figura en ese listado VIP, espero que disfrute igualmente de estas líneas. Siento mucho que le espíen y los problemas que ello le pueda traer, y encima ni le queda el consuelo de ser alguien importante. Veo bastante improbable que Florentino o alguno de sus aludidos lean mis artículos, pero en ese caso, seguro que se encuentran en uno de esos dos grupos, Florentino más probablemente en el primero y los presuntos héroes, figuras de barro, en el segundo. El hecho de que se conozca que un grupo de gobiernos rudos y peleones con las libertades han usado software de gran desarrollo para espiar las comunicaciones de periodistas, empresarios y otras personalidades que pueden ser de interés para controlar y perseguir es algo infame, sí, pero que no debiera llamar a sorpresa alguna ni a escandalizarse en lo más mínimo. Que un gobierno espíe es tan natural como que cobre impuestos, porque la información es poder, y lo que normalmente diferencia a los gobiernos en estos temas es hasta qué punto están dispuestos a traspasar la ley y los derechos de las personas para espiarlas; algo, mucho, todo lo que sea necesario…. En función de eso pueden clasificarse muchos regímenes, tanto los de las democracias occidentales, que son más delicados en la forma pero bastante efectivos en el fondo, como las satrapías más oscuras, que pasan de guardar las apariencias, o estados totalitarios de rostro amable, que cuentan con todos los medios y recursos posibles para espiar a quién o lo qué les de le gana. Asumir que uno es espiado es uno de los primeros pasos que hay que hacer cuando se introduce en el mundo de las tecnologías de la información. Con nuestros smartphones en la mano y casi siempre en nuestros ojos y mentes, lo que hacemos, por dónde nos movemos, lo que compramos, lo que nos gusta, todo, casi todo si me apuran, está ahí, en unos ordenadores de enorme potencia que hacen muchas cosas que necesitamos, que a veces incluso sirven para llamar por teléfono, y que guardan y comparten una enorme cantidad de información. Para la mayoría de nosotros, personas normales y corrientes carentes de poder, contactos y relevancia, el principal valor de la información que otorgamos es de tipo económico, y busca quedarse con la mayor parte de la renta disponible que nos queda tras pagar las facturas debidas. Empresas de todo tipo estiman cuánto nos gastamos y en qué, y buscan desesperadamente que nos gastemos más y en ellas, y el móvil es su fuente de información perfecta sobre nuestros gustos y pautas de consumo. Como masa informe que somos, a cada uno nos pueden sacar poco, pero en agregado el botín alcanza cifras multimillonarias y toda inversión en cosechar, analizar y depurar esos datos es rentable. Sí, a usted y a mi nos espían a diario, supongo que de manera casi constante, para que compremos ese vestido, aquel coche, esa oferta de 3 x 2 en el supermercado de una esquina y no en el de la otra, y así hasta aburrir.

¿Somos interesantes como objeto de espionaje político? Sí, a veces, como se pudo ver en el caso de las manipulaciones en el referéndum del brexit, pero creo que son las menos habituales. La importancia política del personaje crece a medida que lo hace su influencia y con ella su voz. En ese caso el objeto de interés puede pasar de lo económico al juego del poder, y dependiendo de bajo qué gobierno nos encontremos eso puede ser un gran problema. Pero sí, a todos, en mayor o menor grado, nos espían. Asumirlo es algo necesario, una especie de peaje para poder disfrutar de las ventajas de la sociedad moderna, que tiene inconvenientes profundos y, como es este caso, tan relevantes como ocultos. Asumámoslo, no queda otra. Y que intente disfrutar el que monitoriza mi vida, creo que no se va a sentir muy “realizado” con su trabajo.

miércoles, julio 21, 2021

La luz se dispara

Extraña carrera la que están disputando el número de positivos y el precio del Mw eléctrico para mantener, entre ambos, atrapado al ciudadano en un bucle de miedo y susto. Si ante el coronavirus algunas medidas son útiles para evitarlo, siendo vacunarse la mejor de ellas, no hay pinchazo que nos salve del sangrante precio de la luz, que hoy alcanza un promedio máximo en España de 106 euros Mw, el más caro jamás registrado. Lo primero, tras el susto, tranquilidad, porque en nuestras casas no tenemos contratados Mw, sino Kw, por lo que eso supone que el pico del precio se sitúa en 0,106 euros kw hora, algo más del triple si usted tiene la potencia básica contratada de 3,3 kw y lo mantiene todo enchufado. Ese será el componente de coste de potencia consumida de su factura en el día de hoy.

Es más fácil saber a qué se debe el disparo de los precios que a la manera que existe, si la hay, para bajarlos. Normalmente los picos de precios se alcanzan en invierno y en verano, épocas en las que el consumo se dispara. En los momentos fríos las calefacciones, no pocas eléctricas, consumen mucho y tradicionalmente era el pico más alto del año. El pico del verano se asocia a los aires acondicionados, que no dejan de proliferar, y creo que ya es superior al antaño nivel máximo de consumo invernal. Gastamos más en refrigerarnos que en calentarnos. A todo esto se suma que un típico día de verano, como será el de hoy en España, es un regalo de enorme calor y nula brisa. Todo el parque de molinos eólicos estará completamente parado y su aportación al mix de producción, que entra a precios muy bajos, será nula, por lo que parte de su potencia instalada debe ser compensada con centrales de ciclo combinado de gas, que se encienden y apagan en función de la muy variable producción renovable y la evolución diaria de la demanda. Encender la central de gas implica dos costes. Uno, obvio, el gas consumido, otro, oculto pero real, la compra de derechos de emisión de CO2 a la que están obligados los productores de energía en el mercado de emisiones de la UE si realmente las efectúan. El molino no emite nada y no tiene costes ambientales, pero el gas sí. En estos momentos, de disparo económico global tras la relajación de muchas restricciones, y de tensiones en las cadenas de suministro de materias primas y logísticas varias, los precios del gas en el mercado internacional están muy caros, por lo que resulta mucho más costoso encender esa central de respaldo que hace unos meses, y el coste de los derechos de emisión en la UE no ha dejado de crecer, lo que tensiona el precio global. A la hora de formar el precio eléctrico en el mercado los oferentes, las empresas de energía, ponen sobre la mesa las fuentes de producción de que disponen (nuclear, eólicas, solar, gas natural, hidroeléctrica, etc) y van casando precios con demanda. Las que entran primero en el sistema son las más baratas y se va llenando la oferta acumulando sistemas de generación cada vez más caros hasta que se casa con la demanda, y es el precio marginal del último sistema que entra el que determina el precio medio final de toda la energía consumida, porque al hogar le llega kw, sean estos producidos por un salto de agua o por una central de ciclo combinado, son idénticos kw. La quietud del aire y la ausencia por tanto del componente eólico, unido a una demanda disparada por el calor tensiona ambas curvas y presiona al precio al alza, pudiéndose llegar a cifras como las que contemplamos hoy, que suponen un problema para el ciudadano medio, pero son un auténtico drama para PYMEs, negocios y empresas, consumidores de grandes cantidades de electricidad, que tienen en ella a uno de sus mayores costes, y a los que estos precios les abocana  tener que ahorrar forzadamente en otras partidas para sobrevivir.

¿Van a bajar los precios en el futuro? Bueno, si estamos en máximos históricos dice la lógica que sea más fácil que acaben bajando que subiendo, pero algunos componentes, como el coste de los hidrocarburos o el de los derechos de emisión, van a seguir en cotas muy altas durante bastante tiempo. La bajada de temperaturas que se espera a partir del viernes y el posible mayor movimiento atmosférico del fin de semana, con vientos que puedan mover las aspas eólicas, debieran hacer bajar algo los precios, pero no nos engañemos, los precios altos están aquí para quedarse un tiempo largo. Al ciudadano le va a tocar convivir con ellos, adaptarse y tratar de optimizar, de ahorrar lo más posible.

martes, julio 20, 2021

Bezos se va al espacio

Hoy se cumplen 52 años desde que Armstrong puso el pie en la Luna y los humanos, por tanto, estuvimos en un mundo distinto al de nuestro origen. Es uno de los días más importantes de la historia, y siempre hay que celebrarlo. No es casualidad que Jeff Bezos, el multimillonario dueño de Amazon, su consejero delegado hasta hace un par de semanas, escogiera esta fecha tan especial para su bautizo espacial. Esta tarde, si todo va bien, ese hombre calvo, con aspecto soso, fortuna prácticamente infinita y tan admirado como odiado se subirá a la cápsula que corona el cohete creado por su propia empresa y, en compañía de otras tres personas, alcanzará el espacio exterior. Una cara y arriesgada proeza.

Para los que tienen el marketing en las venas, Bezos ha perdido la carrera con Richard Branson, el dueño de Virgin, que hace poco más de una semana logró llegar hasta la frontera del espacio en su nave. Para los puristas de la técnica, Branso hizo un vuelo muy alto, pero Bezos va a alcanzar los cien kilómetros de altura, la llamada línea de Karman, que es la que separa la atmósfera del espacio, y por tanto él y toda su tripulación se van a convertir en astronautas de pleno derecho para la legislación norteamericana, cosa que no sucede con Branson. La tecnología de ambos intentos también es muy distinta. Despegando mediante un gran avión nodriza, del que se separa a cierta altura, la nave de Branson es un extraño aeroplano que es pilotado, siguiendo una trayectoria de vuelo parabólico hasta rozar el espacio, impulsado por un motor de cohete que le eleva hasta unos 80 kilómetros, a partir de los cuales entra en retorno y acaba posándose en una pista convencional de aeropuerto tras el vuelo de reentrada. El interior de la nave es muy similar a un jet privado muy concentrado, y la disposición de los pasajeros se parece más a la de potentados en una cabina de lujo que a la de astronautas. Bezos y sus acompañantes van a ir alojados en una cápsula de aspecto bastante convencional sita en lo más alto de un cohete de “los de toda la vida” que despegará desde una torre de servicios como lo hacen los cohetes espaciales. El cohete impulsor elevará la nave hasta una gran altura y luego se soltará, cayendo a tierra y siendo reutilizable tras un aterrizaje a lo “SpaceX”. La cápsula, dotada de la inercia del lanzamiento, seguirá elevándose hasta los citados 100 kilómetros de altura, y los pasajeros podrán ver el espacio y la tierra desde unas ventanillas que son mucho más similares a los huecos de que disponen los astronautas de verdad que a las ventanas que asociamos a la aviación comercial. Tras alcanzar su máxima altura la sonda empezará a descender y, mediante el uso de aerofrenado y paracaídas, aterrizará se supone que no muy lejos de la zona de lanzamiento, en una entrada más brusca que la de Branson y, nuevamente, bastante más parecida a lo que vemos, por ejemplo, en la llegada de las Soyuz rusas a la estepa kazaja a la que retornan tras su estancia en la Estación Espacial Internacional. En este sentido el vuelo de Branson podríamos asimilarlo a llevar hasta el límite la aeronáutica conocida y el de Bezos es una versión a escala de un auténtico cohete espacial. La duración de ambos es similar, así como el tiempo en el que los pasajeros se encuentran disfrutando de la ingravidez, pero es probable que las sensaciones que otorgue la versión “Blue Origin” que es la empresa de Bezos, sean más similares a lo que viven los astronautas que las que proporciona la “Virgin” de Branson. En todo caso, ya teneos a dos competidores por el mercado del turismo espacial, de momento en su versión “dese un breve garbeo de unos minutos por ahí fuera”.

En su vuelo Bezos estará acompañado por su hermano, por un chaval de 18 años llamado Oliver Daemen, cuyo padre se supone que ha pagado los milloncejos que cuesta la plaza, y Wally Funk, de 82 años, pionera en la carrera espacial norteamericana y que, por ser mujer, pese a tener miles de horas de vuelo y haber superado todos los entrenamientos, jamás pudo formar parte de los equipos de misiones como Mercury o Apollo. El gesto de Bezos de invitarla es una manera de corregir agravios a la vez que una genial jugada de marketing en tiempos de demandas de igualdad. Bezos no se forró con Amazon siendo tonto, no. No tiene un pelo de ello, ni de los otros.

lunes, julio 19, 2021

Caos jurídico en pandemia

Es un tema que me supera y que, en el fondo no me gusta, pero a lo largo del fin de semana he leído algo sobre la decisión del Tribunal Constitucional que declara no acorde con la Carta Magna el estado de alarma declarado en marzo de 2020. Todos los textos, frente a la opinión de muchos periodistas de todos los lados posibles, no entran en la utilidad del encierro de cara al control de la pandemia en aquellas fechas, porque sobreentienden que era necesario y que funcionó a la hora de lograr el objetivo de la contención de los casos, sino si el paraguas legal que lo amparó era el correcto o se produjo alguna extralimitación en la figura decretada respecto a lo que se impuso como restricciones a la población. Debate jurídico, por tanto, no sanitario.

Al leerlos me ha pasado un poco como en esos apasionantes tiempos en los que uno estudiaba autores filosóficos y acababa con la sensación de saber cada vez más pero entender menos. Uno, pongamos, leía a Platón y quedaba convencido de la futilidad del mundo real y del reino de las ideas, mientras que a las dos semanas, tras conocer los fundamentos de la inabarcable obra de Aristóteles, salía convertido en un empirista absoluto y creía que Platón estaba equivocado. Y así una y otra vez, de tal manera que, poco a poco, se iba conformando no ya una creencia en los autores, sino en la complejidad de un mundo que es inabarcable y que cada maestro logra captar en uno de sus factores, pero no logra abarcar en su totalidad. Así, el debate del Constitucional ha sido enconado, con seis votos a favor y cinco en contra de declarar inconstitucional la manera en la que se aplicó el estado de alarma, y uno descubre que el resultado podía haber sido exactamente el inverso. Lee artículos al respecto y, al cabo de ellos, sólo da gracias de no tener que votar ante una decisión tan vidriosa y oscura. En parte la dificultad del tema se debe a que esas figuras legales se recogen en la Constitución con una cierta ambigüedad y que una pandemia, como la que vivimos, es algo que no se ha dado desde hace muchas generaciones, que nadie ha tenido ni idea de cómo enfrentar y que ha superado por completo el marco jurídico creado para una vida convencional, que es lo que había hasta hace año y medio. Por ello la polémica sobre la sentencia del Constitucional, que todos tratan de arrimar a la vera de sus intereses, es como mínimo obscena, y lo único que merecería investigación en ese caso sería las acusaciones sobre el gobierno de haber presionado a magistrados encargados de votar en esa sentencia para que apoyasen una decisión que, respaldada en su momento por todos los partidos, todos, hace que sea el actual gobierno el que deba asumir como errónea. Pero si en este tema del Constitucional las cosas son complejas y de difícil interpretación, no pasa lo mismo con todo lo que sucede a partir de verano del año 2020, una vez que decae ese estado de alarma inicial y empieza la convivencia con el virus. A partir de ahí el marco legal sigue completamente sobrepasado, y los repuntes y olas empiezan a darse de una manera muy sencilla, asociados a la movilidad e interacción social, pero ni el legislador, el Congreso, ni el partido gobernante ni los gobiernos regionales hacen anda, nada, nada para crear un marco que sirva para dar soporte legal a decisiones como toques de queda, confinamientos perimetrales y otras que, de manera selectiva, y ensayadas antes en el resto de Europa, empiezan a proponerse a finales del verano pasado. La llamada cogobernanza por parte del gobierno de Sánchez deriva en la renuncia al ejercicio de responsabilidad debido al gobierno central y el traslado de todas las decisiones, y costes, a los gobiernos autonómicos, donde administraciones de todo tipo y pelaje ideológico muestran, una tras otra, su fracaso en la gestión de la epidemia de una manera palmaria. Finalmente el gobierno central declara un nuevo estado de alarma en otoño del 2020, sin medidas asociadas, sólo para que sirva de paraguas jurídico a los incompetentes presidentes autonómicos para tomar medidas en sus amados territorios.

Ahora, verano del 2021, con la incidencia desatada, volvemos a ver la eterna discusión entre gobernantes de uno y otro rango sobre qué medidas tomar, y el patético resultado de que cada Tribunal Superior de Justicia regional dicte sentencias dispares sobre medidas aparentemente similares, porque su interpretación depende de cada caso, juez y circunstancia, y todo porque esa inutilidad de gobernantes que tenemos, centrales y autonómicos, no han hecho nada, nada, nada, para cambiar las leyes que hagan falta para dar cobertura a sus medidas. Sólo la vacunación nos va a salvar de que esta nueva ola de positividad llene los cementerios. De la acreditada incompetencia de nuestros gobernantes al respecto de la gestión pandémica, poco que añadir, se empeñan día tras día, ola tras ola, en mostrar su necedad.

viernes, julio 16, 2021

Inundaciones en centro Europa

Con el amanecer de este día se reanudarán las labores de búsqueda de supervivientes y desaparecidos en las zonas en las que las inundaciones del miércoles por la tarde noche han dejado un paisaje devastador. Parte del sur de Bérlgica, Luxemburgo y, sobre todo, la zona limítrofe de Alemania, han sido golpeadas por un frente de tormentas de enorme intensidad que ha desbordado ríos y se han llevado a su paso infraestructuras, propiedades, viviendas y todo lo que sobre el suelo algo asomase. Tras el día de ayer, que sirvió para los primeros esfuerzos de rescate y para hacer a una idea de lo que está por delante, el balance es aterrador, con casi sesenta muertos a estas horas del viernes y decenas, cientos de desaparecidos, que se seguirán buscando sin descanso. Son las peores inundaciones en Alemania en décadas.

En este inicio del verano hemos tenido algunos episodios meteorológicos extremos que se han colado en la actualidad, positivos de COVID mediante, hasta lo más alto de las portadas. Temperaturas disparatadas en Canadá, tornados destructivos al estilo norteamericano en zonas de Chequia, estas inundaciones en Alemania, y de fondo, los recurrentes incendios que arrasan bosques en Siberia y California. A esta sucesión de fenómenos le faltan nanosegundos para ser atribuidos en los medios de comunicación al cambio climático, lo que muestra sobre todo la necesidad de esos medios de vender y de buscar cómo construir una historia redonda para sus lectores. Pero la realidad no es tan sencilla. Desastres de este tipo, como inundaciones y demás, se producían hace décadas, cuando el concepto de cambio climático ni estaba ni se le esperaba, y se producirán en el futuro, cuando el citado cambio se haya dado. Todo viene de la confusión constante entre tiempo y clima. El clima es una tendencia, un promedio de valores como temperatura, precipitación y demás que caracterizan una región, país, continente o lo que sea, mientras que el tiempo es lo que sucede en ese determinado lugar en el día a día. En media, la sucesión del tiempo meteorológico de los días se va a justando al clima de la zona, pero cada jornada puede ser de manera muy distinta. Lo que nos dice la teoría del cambio climático es que un aumento global de la temperatura provocará una mayor actividad atmosférica y, aunque es muy difícil determinar cómo va a afectar a cada una de las zonas y países del mundo, es probable que los episodios de tiempo virulento se intensifiquen en poder y periodicidad, sobre todo porque una atmósfera más caliente es más activa y puede dar lugar a más fenómenos. Por ello, un episodio de tiempo adverso como el vivido en Alemania puede tener parte de su explicación, o no, en el calentamiento global que sufre el planeta, pero es imposible decirlo con precisión hoy y ahora. Sólo en el futuro, si se ve que los parámetros climáticos germanos se ven alterados como indican los modelos, y allí las temperaturas tienden a subir y las precipitaciones a reducirse podremos decir que este episodio podía ser una señal de futuros cambios, pero anunciarlo ahora de manera tajante en los medios no sólo es inexacto, sino que confunde el propio problema del cambio climático y la manera de abordarlo. En un contexto de clima estable y no cambiante se producirán episodios sorpresivos de alta intensidad, eso es inevitable, y será así porque la atmósfera tiene un comportamiento caótico y de predicción muy compleja y esquiva, y tarde o temprano pueden darse las condiciones para que, en el levante español, por ejemplo, se produzca lo que se llamaban las gotas frías. El problema es que si los modelos de cambio climático aciertan, y sí que son fiables, esas gotas frías serán cada vez más frecuentes e intensas, y ni la economía y el terreno de un lugar se comportan igual si son golpeadas con virulencia una vez cada pocos años o una vez al año como mínimo, o dos o tres. Es la intensidad y periodicidad de los fenómenos lo que nos debe preocupar, no el hecho de que, esporádicamente, se den en un lugar u otro.

En general, la tendencia que ofrecen los datos es al incremento global de las temperaturas en paralelo a una creciente presencia de CO2 en la atmósfera. Ese incremento de temperaturas parece estar siendo mucho más acusado en regiones como las polares o cercanas que en zonas medias o ecuatoriales, y tendrá efectos locales y globales. Los incendios de selvas tropicales y de bosques como el de la taiga siberiana son detonantes de cambios globales de enorme magnitud y, por sí mismos, suponen un destrozo tremendo a la biodiversidad y, también, belleza del planeta. Algunas naciones se verán muy perjudicadas por los cambios que se estiman en el futuro, otras no tanto. El reto climático puede ser enorme para el conjunto de la humanidad, sí, pero si ese problema no existiera, también habría inundaciones sorpresivas y crueles como la de Alemania.

jueves, julio 15, 2021

Viva Cuba libre

El mejor símbolo para mostrar hasta qué punto se vive con frivolidad desde el mundo ultradesarrollado la tragedia cubana es que hemos inventado una bebida, llamada cubata, en la que mezclamos el ron asociado a la isla con la Coca Cola de origen norteamericano, y nos lo bebemos asociándolo a la alegría de las fiestas, las borracheras, las celebraciones, cuando en aquella isla no hay nada que celebrar desde hace muchas décadas. La distancia infinita entre nuestro nivel de vida y el que padecen los cubanos nos hace ver como exótico lo que no es sino una absoluta tragedia, un subdesarrollo que nos haría palidecer si lo experimentásemos en nuestras carnes.

Cuba vive sometida a una de las más férreas y longevas dictaduras de los tiempos modernos. La llegada de los Castro al poder, primero con el reinado casi eterno de Fidel y luego de su hermano Raíl, instauró un régimen comunista que, como todos los que en el mundo han sido, se convirtió en una dictadura de partido único y hombre fuerte, en la que era difícil distinguir dónde acababan las siglas de la política y empezaban los fusiles del ejército. Convertido en el portaviones soviético eternamente anclado frente a las costas de su enemigo, la extinta URSS vio en la isla el perfecto lugar para amenazar a los EEUU a la menor de las distancias posibles, y la tensión se vivió en aquella zona hasta un punto en el que, si las cosas hubieran ido mal, y a punto estuvieron, ni ustedes ni yo ni casi nadie estaríamos aquí. El derrumbe soviético, la fuente de casi todos los suministros que llegaban a la isla, convirtió al régimen castristas en un paría internacional y en un desastre económico carente de los más elementales inputs. Lejos de un aperturismo forzado por la realidad, la dictadura se enrocó y agudizó su mensaje de resistencia en medio de un país que se encaminaba hacia la pobreza absoluta, el deterioro social y la supervivencia. Las imágenes de una Habana que se cae a pedazos, de unos coches de los años sesenta y setenta que andan por sus calles porque no hay modelos nuevos en el país, de escenas sacadas de un pasado que a algunos les parece romántico no son sino una clamorosa exhibición de pobreza, de ruina, de desastre absoluto. Los que tanto defienden el régimen desde sus cómodas mansiones occidentales viven a miles de kilómetros de aquella ruina, de la misma manera que muchos intelectuales de los sesenta abogaban por la superioridad del bloque del este, pero lo proclamaban desde las bohemias calles de la “riviere gauche” del París por el que deambulaban como reyes, sin apenas pisar lo que denominaban paraíso. La caída del muro dejó al descubierto la estafa que existía al otro lado y, sobre todo, la pobreza material y la crueldad de dictaduras despiadadas, que aplastaron a la ciudadanía de sus países sin misericordia alguna. Si alguna vez cae el régimen cubano, ojalá que esta sea la buena, también veremos lo que se esconde tras un país en el que la información se filtra pero la miseria apenas ya se puede esconder. A la visión romántica de Cuba como paraíso, además de la tóxica influencia de una ideología fracasada, el comunismo, se une el hecho de que Cuba fue España hasta hace poco más de un siglo, que nuestra historia y la suya se unen de manera inexorable y que, en cierto modo, siguen siendo enormes los lazos sentimentales que atan a cubanos y españoles, primos en el fondo. Es imposible olvidar aquellas escenas algo berlanguianas en las que un Fraga, ya aposentado como presidente eterno de la Xunta de Galicia, recibía al dictador Fidel y se lo pasaban en grande. Ambos provenían de los extremos del espectro ideológico, pero compartían terruño de origen, y se veían casi como familiares, separados apenas por un charco de agua. Todo esto ha dificultado las relaciones entre ambas naciones, a la hora de que España denunciase a las claras a la dictadura castrista, perjudicando sobre todo a los que viven en la isla. Hoy mismo, tras sesenta años de régimen, seguimos siendo taimados ante lo que allí pasa, en una mezcla de hipocresía, conmiseración y sentimentalismo.

Quizás haya sido la pandemia la gota que ha colmado el vaso del hartazgo cubano ante su eterna miseria, y de las manifestaciones de estos días surja un movimiento que pueda hacer caer a los que detentan el poder desde hace tiempo. Es difícil que así sea, porque los que mandan en aquel país no se cortan a la hora de reprimir las protestas y silenciarlas, y no sería este el primer levantamiento social que es aplastado por la dictadura de la nación a la que pretende derrocar. Pero ojalá sea esta la buena, el poder corrupto que desde hace tantas décadas oprime a los cubanos caiga y ellos sean capaces de recrear su país, levantarlo de nuevo, convertirlo en la joya que es, y que los cubanos que, como diáspora, se encuentran viendo todo desde la distancia, puedan reencontrarse en LA Habana, su Habana, ese “Cádiz con más negritos” que cantaba Carlos Cano mirando desde su ciudad natal hacia el occidente atlántico.

miércoles, julio 14, 2021

Desatranques

Vivo en un piso muy pequeño, de juguete, en el que cada cierto tiempo se rompen cosas y me complican la existencia. Puedo debatir con ustedes sobre muchos temas, algunos absurdos y extraños, pero soy un desastre como manitas, no realizo obras en casa y la principal inversión que le he hecho a la vivienda en estos años de propiedad ha sido la de comprar estanterías y llenarlas de libros, lo que hace que el piso parezca aún más pequeño. Si se rompe algo trato de no notarlo y, en la medida de lo posible, pasar con ello antes de hacer cualquier cosa o llamar a un técnico, que siempre quiere venir a la hora en la que estoy en la oficina.

Desde hace ya varias semanas el desagüe de la bañera en la que me ducho, que posee poca pendiente y nunca ha tragado con devoción, empezó a sentirse empachado, y a no bajar no ya con ganas, sino a plantarse, como protestón pelotón ciclista. Me duchaba sin problema, pero día tras día el remanente de agua cada vez tardaba más en irse. Llegó un momento, hace dos o tres semanas, en el que el pozo formado empezaba a hacer la competencia al concepto de baño frente al ejercicio de la ducha, y pasaba del cuarto de hora el tiempo necesario para que aquella acumulación se fuera por un sumidero convertido en remedo de la M30 madrileña en atascada hora punta. Primeros improperios a mi suerte y el escalofrío que surge cuando admites que, o llamas a alguien para que te lo mire o te vas a meter en un problema mayor. La bañera está embaldosada, integrada en la pared, por lo que el miedo a que se tuviera que picar y, con ello, hacer obra en el baño, empezó a surgir como el Sol del amanecer. Bueno, así son las cosas. Llamé al seguro de la casa y, al menos consolado porque el problema era sólo mío y no había causado líos a los vecinos, quedé con los de la fontanería para que pasasen a verlo y a tratar de desatascarlo, indicando que la urgencia no era extrema, porque algo bajaba y eso permitía que pudiera seguir duchándome. Tras algunas llamadas, ayer por la tarde vino el fontanero a casa, un hombre de una edad similar a la mía, de acento eslavo, que empezó al instante a sacar herramientas, cables y objetos varios, y se puso a limpiar el bote sifónico, una de esas cosas que sólo he conocido al llegar a Madrid, dentro de mi profunda ignorancia sobre tantos aspectos de la vida normal. Empezó a sacar arena en dimensiones playeras, y poco a poco, por sus comentarios y expresión, empezó a atascarse su idea de que el encargo de esa tarde iba a ser liviano. Los cables y muelles que trataban de atravesar las tuberías que unen los dispositivos del baño no avanzaban, topaban con obstáculos de todo tipo, y la cosa se alargaba. Salió de casa y volvió con un pequeño compresor, para insuflar aire a presión a las tuberías, algo que yo no había visto en mi vida. Pese a ello la cosa se alargaba y, durante una hora, no hubo avances significativos. Sus expresiones eran de suave lamento, sin improperios ni gritos, pero con la sorda sensación de estar cagándose en los que diseñaron mi baño de casa de muñecas, incapaz de comprender él y yo cómo en un lugar tan pequeño se podía encontrar un problema tan grande. Tras hora y media de esfuerzos algo de la bajante de la bañera empezó a succionar, y a las dos horas consiguió que el cable que entraba por ese bote sifónico pudiera salir por el desagüe de la bañera, por lo que ambas conducciones quedaban unidas y había un paso entre ellas. Ese asomar del cable por la rejilla de la bañera era el anuncio de que no había que hacer obra, era una iluminación, la imitación más certera de esos momentos de película en los que el héroe logra agarrarse, con la punta de los dedos, al filo del barranco que lo separa de una caída mortal y, desde ahí, remonta con fanfarrias que atruenan la sala. El profesional cogió la punta que asomaba y, sujetando ambos extremos con ambas manos, empezó a realizar un baile de ida y vuelta que, a cada paso, aumentaba el espacio disponible en las tuberías, deshacía el sucio engrudo que las obturaba y, por fina, llevaba al final de esa intervención.

Dos horas estuvo ayer ese señor en el baño de casa, en una postura infame para su cuerpo, que debió dejar su espalada, rodillas y demás elementos doloridos por bastante tiempo. Eso es trabajar, que diría mi padre, y cualquiera que lo hubiese visto. Cuando terminó y le firmé el parte le di las gracias de todo corazón, pero me miró con una cara tristona, porque aún le quedaba un aviso para terminar la tarde, y pensaba que el de mi casa iba a ser rápido. Le había llevado dos horas largas y eso retrasaba mucho el desempeño del último encargo de la tarde y la vuelta a su casa, que tras lo que había hecho en la mía era más necesaria y ganada que nunca. El fontanero se fue, limpié el baño ya a pleno funcionamiento, y me quedé con la sensación, ya conocida, de que lo que hago en la oficina se llama trabajo porque así está convenido, pero no se si lo es.

martes, julio 13, 2021

Relevos amargos

Definitivamente nada es en este gobierno similar a lo que hemos vivido en todos los anteriores de la democracia. Ni siquiera en los traspasos de cartera, en los que han abundado las buenas formas y los relevos con sonrisas que disimulan decepciones, lo habitual, se han evitado situaciones extrañas no vistas hasta hora. Y no hemos visto, ni supongo que lo haremos, el relevo de Iván Redondo, el más interno y profundo de todos. Sí hemos visto a su sucesor, no en el cargo, pero sí en la responsabilidad de ser el poder directo de Sánchez, Félix Bolaños, el futuro arquitecto de la política del nuevo gabinete. No le pierdan de vista, mandará mucho.

En el cambio de ministerio de Iceta, sorprendente medida que nadie logra aún explicar, el ministro saliente dijo, y recalcó que lo quería decir, que le daba pena dejar el Ministerio de Política Territorial. Él fue llamado por Sánchez para estar en la negociación con Cataluña, sea eso lo que sea que vaya a ser, y en apenas seis meses se le releva del cargo y se le da una cartera, Cultura y Deportes, que es despreciada por todos como meramente decorativa. Nadie se explica este movimiento, cuando en las quinielas de los cambios se hablaba del inevitable ascenso del político catalán, al que algunos ya veían con rango de vicepresidente. Es evidente que el propio Iceta no entiende nada, y que sólo los designios de Sánchez están detrás de ese movimiento. Pero donde realmente ha pasado algo profundo, que se nos escapa, es no ya en el cese, sino en la absoluta defenestración de Ábalos, que el viernes era Ministro de Fomento, Secretario general del PSOE, y voz tronante para cualquier tema y hoy no es nadie, nada. Ábalos ha sido cesado como Ministro y ayer mismo presentó su renuncia a los cargos en el partido. Hoy se levantará sin agenda, sin que nadie le llame, salvo algún comercial de empresa telefónica, y sin ningún poder. Cierto es que se había metido en grandes charcos, con el tema de Delcy en Barajas y el rescate de Plus Ultra como dos escándalos de primer nivel, pero pasar de serlo todo a la nada en apenas horas es un cambio que no se había visto en mucho tiempo. Entre las quinielas previas no era de los ministros chamuscados que sonaba como cesable, y su pertenencia al núcleo duro del gobierno y partido lo hacían poco más que intocable, y por ello su caída ha resultado ser aún más drástica y sorprendente. Tanto como para que surjan rumores como los que ayer por la noche señalaban que Moncloa había dado recomendaciones de que no aparecieran cargos de alto rango en el relevo en la sede de Fomento. Vaya usted a saber si eso es cierto o no, pero en todo caso resulta interesante comprobar como, en su discurso de despedida, Ábalos da las gracias a su equipo pero no dice nada sobre Pedro Sánchez, hasta el día anterior el objeto de todos sus desvelos y defensas. Ni lo menciona. Y este es uno de esos casos en los que los silencios dicen tanto como el griterío, en los que el que está más presente es aquel que no debe ser nombrado. ¿Qué ha pasado este fin de semana entre Sánchez y Ábalos? ¿Había ya una disputa entre ambos que se mantenía en secreto y ha estallado? ¿La decisión del cese de Fomento ha sido meditada o fruto de un pronto? La caída del gran ministro ha sido tan estrepitosa ante el repleto escenario que deja al público con muchas preguntas, a sabiendas de que los guionistas de la historia han ocultado algo gordo bajo la tramoya y se ha generado un salto no justificado en las escenas. El montaje editado no es coherente, y el público lo nota y se sorprende.

Lo cierto es que, en los asuntos de poder, caídas y ascensos son de lo más habitual, y muchas veces lo que contemplamos como situaciones que parecen esconder complejas argucias y movimientos pensados responden a polvaredas, broncas, celos y simples berrinches de personajes obsesionados por ese poder que a todos nubla. De esta crisis de gobierno, mucho más amplia de lo que nadie suponía, salen tres historias interesantes que merecerán ser conocidas en detalle, las de Iceta, Ábalos y, por supuesto, Redondo, que ya ha empezado a fabricar su relato frente al monclovita. ¿Por cuánto venderá los derechos del libro que escriba al respecto? ¿Qué contará en él y qué ocultará? ¿Qué será cierto y qué falso? Preguntas y más preguntas.

lunes, julio 12, 2021

Redondo en el fondo del barranco

Como se comentaba desde hacía tiempo la posibilidad de una crisis de gobierno, era este un tema que salía habitualmente en cafés y comidas con los amigos del trabajo, dado entre otras cosas que trabajamos en un ente público y, por ello, nuestros jefes se pueden ver afectados por cambios en el gobierno. Y también, sobre todo, porque nos gusta el tema. Todos hemos hecho algunas quinielas, diciendo quién podía caer y quien no, y en algunos nombres hemos acertado, como el caso de Carmen Calvo y Pedro Duque, pero en general la sensación es que la escabechina que hizo el sábado Pedro Sánchez a su equipo es mucho más profunda de lo que hubiéramos llegado a imaginar.

Algunos de los cambios, con la entrada de personas del ámbito municipal, la mayor parte de ellas completamente desconocidas para mi, siempre forman parte de las sorpresas no esperables pero habituales. El cese de Ábalos y su caída en desgracia no lo era, por lo de esperable, y sí por lo de sorprendente, y quien hasta antes de ayer era uno de los pesos pesados del gobierno y secretario de organización del PSOE hoy es nadie. La remoción de Iceta de su Ministerio de Política Territorial y Función Pública para ocupar el de Cultura y Deportes (lo primero no le interesa a ningún político y lo segundo está muy lejos de tener rango ministerial) es una rebaja al papel al que, según los opinadores, estaba llamado el político catalán en el nuevo escenario tras el injusto indulto a los sediciosos, otra sorpresa que nadie esperaba, y por lo que he leído, nadie es capaz de explicar. Pero lo que ha saltado todas las apuestas ha sido el cese de Iván redondo, que no era ministro, ni falta que le hacía, para ser el hombre con más poder en el gobierno tras el presidente. Jefe de su gabinete, representante de presidencia en el CNI, en múltiples comisiones, estratega en jefe, investido del aura de maquiavélico, con imagen de poder y con ganas de ejercerlo, Redondo ha sido el culmen de los consultores políticos llevados al poder, de los tácticos del día a día encargados de gestionar los asuntos públicos con el único interés de que su jefe se viera beneficiado, sin importarle en lo más mínimo los costes y consecuencias de sus decisiones. Todo estaba al servicio del líder absoluto, y él, el gurú, el sabio, el que toda la información controlaba, era el que manejaba qué hacer y cuándo para que ese líder fuera el beneficiario último de lo que sucediera. Contratado por el PSOE como antes lo fue por el PP, Redondo tiene de militante político lo que yo de tío bueno (y creerme, mujeres, no es el caso) pero le encanta la marrullería, el juego del poder, el ajedrez táctico del día a día. Necesita eso como el aire que respira para mantenerse firme, que la noria de la tensión no se frene nunca, que la partida siempre esté en el filo, porque adicto como es a ese juego, disfruta del toma y daca sin cesar. Buen táctico, nefasto estratega, Redondo consiguió éxitos enormes, empezando por lograr rescatar de la nada al propio Sánchez y llevarlo al poder a través de la moción de censura, y ha cosechado grandes fracasos, como la repetición electoral de 2019, que llevó a un peor resultado para el partido para el que trabajaba, y el desastre de este mayo en Madrid, completamente incomprensible para alguien que, como él, tiene instinto. Entre medias, polémicas sin fin en las que su nombre estaba siempre de fono, movimientos en los que se intuían sus consejos y tensión permanente en todos los ámbitos, propiciada por su estilo de jugo cortísimo y basado en el efectismo emocional. Como buen consultor, Redondo vende muy bien, se vende muy bien, pero no construye, ni falta que le hace. No le gusta crear, sino deshacer, jugar con lo que sea para obtener el resultado que cree que le beneficia a él y a su líder. Es la esencia de lo que los anglosajones llaman “spin doctor” con él y Cummings en Reino Unido como las más poderosas figuras europeas de estos pasados meses. Ambos ahora en el paro y, tras perder el poder, siendo objeto de las críticas de los que hasta ayer, casi literalmente, les adoraban, por una mezcla de miedo, envidia y pelotismo que busca medrar.

Hace mes y medio, milenios en política, Redondo pronunció unas palabras en el Congreso, ante una comisión, que suscitaron muchos comentarios. En un ejercicio de falsedad propio de quienes cumplen por contrato y no por principios, declaró que se arrojaría a un barranco por Sánchez si fuera necesario. Los que no eran del PSOE, y los que sí, sabían que era falso hasta el extremo, los que eran sanchistas, como el cronista del artículo que enlazo, lo defendían a capa y espada, de la misma manera que ya ayer empezaban a destacar sus taras, una vez que, ahora sí, el gurú ve la vida desde el fondo del barranco, pero no por haberse arrojado él, sino por haber caído tras ser apartado por quien es el que realmente manda. Desde ahí abajo redondo puede sacar muchas lecciones sobre la política, y sobre el poder, que tanto le gusta. Ha dicho en su nota de despedida que volverá a vernos. Seguro que así es.

viernes, julio 09, 2021

Incidencia desatada

Somos unos fieras, lo hemos vuelto a conseguir. ¿Pensaba Europa que este país irresponsable iba a mantener bajas durante mucho tiempo las tasas de incidencia? No nos conocen lo suficiente, no saben de lo que somos capaces cuando nos ponemos a ello. Alcohol a raudales, juventud, desmadre financiado y defendido por padres y madres, unos establecimientos que no cumplen ley alguna sobre nada y unas autoridades públicas encargadas de que sus sueldos les lleguen puntualmente pero que no hacen nada de nada son las condiciones perfectas en las que una variante contagios como la delta puede proliferar a la manera en la que lo hacen las borracheras en los viajes de “estudios” adolescentes. Parece que todos somos nuevos en la vida.

Los niveles registrados ayer a 14 días, 277,9, son muy altos, pero a buen seguro serán pequeños con los que veremos el próximo lunes, tras otro fin de semana de desenfreno, aderezado con un calor extremo. El único matiz optimista que tiene la situación, que no es poco, es que como las vacunas funcionan esto no se está traduciendo en una subida de hospitalizaciones y UCIs. Las curvas de estos centros médicos han dejado de bajar, pero de momento se están descorrelando de la de positivos, lo que es el primer caso para acabar con las consecuencias de la enfermedad y todo su impacto social, pero lo que no se puede evitar, con estas cifras, es que la información fluya, que ahora mismo España esté en un rojo carmesí en los mapas internacionales que miden la situación por países, como este del ECDC, y eso suponga que nos volvamos a colocar como destino de riesgo. En medio de la temporada de verano el anuncio efectuado ayer por autoridades del gobierno galo recomendando no viajar a España ni hacer reservas ni nada de nada es un mazazo para LA industria de este país, la que más empleos crea y más ingreso genera. Con unas reservas que estaban creciendo sin cesar desde el final del estado de alarma, la perspectiva de la temporada para los meses fuertes, julio y agosto, no era evidentemente como la de un año normal, pero sí la de uno de transición entre la anomalía pasada y lo que se recuerda hasta 2019. Mensajes como los del gobierno francés, comprensibles si uno mira estos mapas de incidencia, resultan peligrosos para las próximas semanas, en las que habrá que ir viendo qué pasa con las reservas y cancelaciones. En un mundo en el que los vuelos intercontinentales aún siguen siendo algo semiclandestino la industria turística española necesita, para sobrevivir, la llegada de alemanes, franceses y británicos. El plan de Borish Johnson de terminar allí las restricciones dentro de dos semanas, el 19 de este mes, puede alentar a los turistas británicos a retornar a las playas que más les gustan, las nuestras, pero a la velocidad a la que van las cosas ese 19 está bastante lejos y nadie sabe a ciencia cierta lo que puede pasar ahí. Alemania no ha emitido un comunicado oficial al respecto, pero hay miedo a que lo haga, y Francia ya nos ha dado una primera puntilla. Los responsables de los negocios de las zonas costeras, en su mayoría cumplidores de las normas sanitarias y sociales, observan con estupor como el aprovechamiento por parte de algunos del desenfreno juvenil puede conducirlos a la ruina, ahora que empezaban a levantar la cabeza. Piense en destinos en los que el turista es de mediana o avanzada edad, no repleto de botelloneros, y que llenan sus hoteles de tranquilos clientes que gastan, disfrutan y no organizan broncas, y ahora piense con qué cada se queda el responsable de un hotel en ese lugar al ver que su clientela puede ser espantada por la irresponsabilidad consentida por todos que se ha dado, a ojos de todo el mundo, durante estos días. Es para desesperarse, para caer en una depresión y, también, acordarse intensamente de las madres y demás familia de los hosteleros, los críos, los padres, las autoridades, los políticos y todos los que han consentido, con su acción y omisión, este desastre.

Como rezaba un antiguo lema de la DGT, las imprudencias se pagan, carísimas. Año y medio después del inicio de esta pesadilla este país parece no haber aprendido absolutamente nada sobre la gestión de sus riesgos, sobre la capacidad administrativa para afrontarlos, sobre las consecuencias económicas de la necedad en una sociedad globalizada, y toda una serie de asuntos en los que seguimos dando lecciones al mundo sobre cómo no gestionar una pandemia. Probablemente, para finales de septiembre, la vacunación con pauta completa sea lo suficientemente extensa para empezar a dejar, esta vez sí, esto atrás, pero hasta entonces seguiremos haciendo el imbécil en grado sumo. No tenemos remedio.

jueves, julio 08, 2021

Matar al presidente

Es un clásico de las películas de acción norteamericanas, bastante malas en su mayoría, el del complot para matar al presidente, sin que se explicite en el guion qué planes tienen los terroristas que actúan de esa manera tras una acción semejante. Tiros en abundancia, mucha pirotecnia y ruido para el resultado habitual, que es el de la mayor glorificación de la figura presidencial, que desde luego sobrevive a la trama. Tras el paso de Trump por la Casa Blanca la figura del mandatario norteamericano ha quedado tocada, y este tipo de películas han perdido parte de su sentido, porque durante un tiempo quien ha ocupado el cargo era tan nefasto que muchos serían los que no moverían un dedo para defenderle. Cosas de la política.

En Haití, no ,muy lejos físicamente de EEUU, pero a una distancia económica y social que es de dimensiones interplanetarias, la seguridad de los mandatarios es la misma que la de cualquiera de los que trata de subsistir en esa nación; ninguna. Ayer fue asesinado a tiros en su casa el presidente del país, Jovenel Moïse, cuyo nombre he copiado de una web porque no lo conocía. Al parecer un comando armado entró en su casa y le tiroteó a él y a su mujer, que está muy grave. Hay muchas dudas sobre los motivos del asesinato, y no se las voy a poder resolver porque poco, muy poco, se del devenir político de aquel torturado país. Haití es el país más pobre de América y uno de los más atrasados del mundo, en el que el subdesarrollo económico y la violencia se dan la mano de una manera como en pocos otros lugares es posible ver. Ya antes del terremoto que arrasó el país aquella nación era un desastre, tras décadas represivas del clan Duvalier, con Papa Doc y Baby Doc en el poder, que gobernaron el país como si fuera su finca privada, y con ningún miramiento ante sus “empleados”. Tras la caída de aquella dictadura Haití se sumió en un marasmo de golpes, disturbios, elecciones y presidentes que se sucedían en el poder de manera regulada o asaltada sin mantener un control real de la situación. El gran terremoto de hace unos años arrasó completamente el país y lo niveló, de tal manera que las zonas en las que vivían las élites de Puerto Príncipe quedaron en un estado tan lamentable como las enormes extensiones de chabolas y guetos que constituyen la mayor parte de esa ciudad. Las probabilidades de morir de una enfermedad infecciosa o de un disparo en las calles de la urbe son tan altas como inimaginables para nuestros niveles de vida, y tras la ayuda de emergencia internacional que se volcó con el país para tratar de salvar a la mayor cantidad de gente posible tras el seísmo, pocos fueron los que siguieron trabajando sobre un terreno en el que lo más peligroso no era lo que se movía bajo su subsuelo. Haití fue olvidado con el paso del tiempo, y sólo el gran Forges reclamaba en sus viñetas que la tragedia inmensa que allí seguía no se depara en una esquina de nuestra memoria y vida, pero así es la mente humana, volátil y caprichosa. Nuevos desastres y noticias de todo tipo sepultaron a aquel país, del que apenas llega información alguna sobre lo que sucede. A menos de cien kilómetros de Cuba, ocupando la parte occidental de la isla de La Española, donde llegó Colón, Haití es un agujero negro informativo y un lugar en el que la vida no vale mucho. Sus vecino, República Dominicana, con el que comparte la isla, es destino de vacaciones para muchos españoles y nacionales de otros países europeos. En algunas de las excursiones que se realizan en la zona interior del país se llega a atisbar la frontera entre los dos países, y desde el vergel de las selvas dominicanas se aprecia, según se dice, la deforestada superficie del vecino haitiano, yerma en su mayor parte, amarillenta, nada que ver con el insultante verde dominicano. Desde Santo Domingo siempre se tiene miedo a las corrientes de refugiados que pueden llegar desde la nación vecina, a lo largo de la amplia frontera que les separa y une, y dan por seguro que sucesos como el de ayer alentarán a nuevas personas a huir del país.

Va a ser realmente difícil seguir la evolución de esta crisis haitiana. Como les indicaba, es un lugar peligrosísimo, y la ausencia de corresponsales es casi total. Apenas salen informaciones de ahí, salvo cuando hay elecciones de incierto futuro y amaño probable o asonadas militares, o como sucedió ayer, magnicidios. Haití pertenece, como no pocos conflictos africanos, o la guerra de Yemen, a un grupo de naciones y escenarios en los que los ojos de la actualidad no se fijan, en los que se desarrollan graves tragedias humanas que pasan completamente desapercibidas. Esa condena al olvido es una crueldad añadida a la que, día a día, inunda a las gentes que en esos lugares trata día a día de sobrevivir.

miércoles, julio 07, 2021

EEUU deja Afganistán

Parece que esta vez va en serio, y que la retirada de EEUU de Afganistán va a ser completa para la fecha anunciada por el presidente Biden, el vigésimo aniversario de los atentados del 11S. Anunciada alguna vez por Obama, deseada por Trump, ha sido el tercer presidente desde George W Bush el que ha firmado los decretos que permitirán a los norteamericanos dejar la guerra más larga de su historia, que se prolonga desde hace dos décadas. Hace tiempo que la sociedad de aquella nación ha dado la espalda a ese escenario de guerra y el rédito que en su día tuvo el conflicto se ha convertido en un reguero de costes, desilusión y pérdida de votos. Quizás esto último sea lo realmente decisivo para la decisión de abandonar.

El balance tras estas dos décadas de conflicto es, realmente, deprimente. La guerra, que empezó como respuesta internacional a las matanzas de Nueva York y Washington, derribó al gobierno terrorista talibán de Kabul en pocos meses, pero poco a poco se fue convirtiendo en un enfrentamiento entre la visión de un imperio todopoderoso y excesivamente creyente en su superioridad tecnológica y una población rebelde que apenas tenía con qué sobrevivir pero que se alimenta del odio al invasor. El joven Bush, que seguramente buscaba una presidencia tranquila, acorde a su escasa preparación, se vio envuelto en un lío monumental que le superaba, y fueron Cheney, Rumslfeld y Wolfowitz los que diseñaron una operación en oriente medio que culminaría con la guerra de Irak, segunda parte de la primera iniciada por Bush padre ante la invasión de Kuwait por parte del dictador Sadam Hussein en 1990. La guerra de 2003 fue un paseo militar, y un desastre en lo que hace a imagen y a la justificación que a ella llevó. Nunca aparecieron aquellas armas de destrucción masiva que se exhibieron como justificación de una derivada militar que nada tenía que ver con el yihadismo, y la imagen de EEUU en el mundo se deterioró. Lo peor es que agitó u avispero regional en el que no tenía muy claro qué pintaba ni que papel iba a desempeñar. EEUU ha vuelto a demostrar que es muy brillante ganando guerras, posee el mayor y mejor ejército que jamás han visto los tiempos, imbatible en todos los sentidos, pero carece de planes a largo plazo sobre los lugares que conquista, desconoce sus peculiaridades y no es capaz de organizar un sistema de gobierno que permita, eliminando las estructuras de poder represivas de la pasada dictadura, como era el caso de Irak, dar alivio a la población, servicios y una situación de paz que le permita ir prosperando. Al poco de ganar la guerra de Irak, y proclamar su victoria, el conflicto se enquistó en un constante goteo de bajas norteamericanas debido a los constantes ataques terroristas de la insurgencia local, en la que había exmiembros del gobierno de Sadam, yihadistas suníes, radicales chiíes, nacionalistas kurdos, pastunes afganos y todo lo que usted pueda imaginar. La zona era una fuente de noticias en forma de atentados, coches bomba, masacres, ametrallamientos, y las consiguientes bajas y lesiones de militares de EEUU, que volvían a casa en féretros o convertidos en lisiados permanentes. Las autoridades de Washington empezaron a dar la espalda a la zona, al ver como naufragaban todos sus planes, carentes casi todos de una completa visión de qué hacer y cómo colaborar con los posibles aliados locales, y el surgimiento de poderosas fuerzas locales, como el DAESH o las milicias proiraníes no han ido sino roturando aquellas tierras a base de sangre y violencia. Desde hace tiempo la idea de EEUU es largarse de ahí como sea y olvidarse de un conflicto que se ha gangrenado completamente y del que nada va a sacar en claro. La decisión de marcharse estaba tomada desde hace mucho, pero nunca ha estado claro cómo hacerlo de una manera rápida y segura para las tropas y, sobre todo, los colaboradores locales que allí se quedan.

Visto lo visto, la marcha más parece una huida que una retirada. La base de Bagram, la principal de las tropas norteamericanas en suelo afgano, ya ha sido desalojada, terminando este proceso de noche, a escondidas. En Kabul miles de traductores, empleados y todo tipo de profesionales que, durante estos años, han trabajado para las tropas, buscan desesperadamente un visado que les permita salir del país porque saben que los talibanes vuelven, sus milicias se hacen cada día con más poder territorial y militar, y el gobierno afgano que les cubre puede caer a no mucho tardar. Y entonces, señalados, sus vidas valdrán poco. EEUU deja aquel país de una manera improvisada y cruel, y la guerra allí no desaparece, ni mucho menos. Durante unos meses puede que, sin soldadesca, no veamos noticias desde esa zona, pero temo que no tardaremos mucho en volver a saber de Kabul y de cómo su gobierno cambia.

martes, julio 06, 2021

Dos mitos televisivos

Ayer fallecieron dos personajes que han dado sentido al mundo de la imagen durante décadas, que tenían un público entregado y que dejan un recuerdo imborrable entre sus fans. Dos personajes que no se parecían en nada, salvo en su capacidad de trabajo, su profesionalidad y su capacidad para dar con esa tecla que es lo que distingue lo rutinario de lo brillante, lo popular del éxito rotundo. Y no es poco ese nexo de unión. No son demasiados los artistas que lo logran, y cada vez parece más difícil alcanzarlo. Tuvieron la fortuna de vivir en un tiempo en el que sus dos medios, televisión y cine, dominaban el espectáculo de masas en occidente.

Decir que Raffaella Carrà lo fue todo en televisión es quedarse corto. En Italia arrasó, en lo musical y lo televisivo, pero aquí hubo un momento en el que se convirtió en la auténtica reina de la pantalla, con programas en los que su nombre era el que llenaba la carátula y todo giraba en torno a su presencia, musical, entrevistadora o de lo que fuera. Las “reinas de la mañana” como se les denomina a veces a Ana Rosa Quintana o a Susana Griso (Mónica López ha sido destronada antes de llegar a pertenecer a la corte) son un débil reflejo, en todos los sentidos, de lo que era la influencia televisiva de Raffaella. A mi sus programas nunca me gustaron, no me llamaban para nada la atención, pero su éxito era imbatible. Sabedora de que meterse en jardines políticos era una vía para restar audiencia, los eludió, y sus magacines de noche mezclaban, sobre todo, música y entrevistas en las que lo lúdico era lo primordial. Eran programas “blancos” como se suele decir a veces, que probablemente hoy no triunfarían, en medio de la retrocida sociedad en la que vivimos, pero que en ese momento lograron conectar con el público y llevaron a lo que ya era una muy exitosa cantante al pedestal de las audiencias. Arrasó. De la misma manera que la italiana conquistaba a nuestro público, desde EEUU un director llamado Richard Donner iba creando mitos de la pantalla que reventaban las taquillas de todo el planeta y que iban a ser las joyas de toda la mitología que rodea al actual mito de los ochenta y su poso sentimental. Director menos conocido que Spielberg o Lucas, su lista de películas taquilleras es inabarcable, empezando por el primer Superman, de 1978, y siguiendo con cintas como Los Goonies”, “Lady Halcón” o “La Profecía” y muchas más. Casualmente ayer La2, dentro de su sección de cine clásico, emitió Tiburón, de Spielberg, que es quizás la primera película moderna de acción, y que abrió la puerta a que estudios y creadores se lanzaran al cine comercial de una manera definitiva. El éxito global de estos trabajos es incuestionable, y fundaron no sólo una forma de hacer cine, sino un grupo de películas y escenas que han condicionado muchísimo a todas las que luego han venido, que han copiado muchos de los recursos que en esa época surgieron. Si verlas hoy supone enfrentarse a una técnica que queda muy desnuda en comparación a los recursos informáticos que nos deslumbran, sus historias siguen emocionándonos porque los personajes que en ellos se retratan y los actores que los interpretan están plenamente vivos. Este tipo de cine tuvo críticas en su momento por su levedad, por su falta de arte, por dedicarse sobre todo a asaltar las taquillas, pero más allá de algunos que viven entre aburridas sombras, es prácticamente imposible no ver una de las “pelis” de Donner y no pasarlo en grande. Su obra es mucho más grande que un grupo de cintas míticas, porque en toda ella se ve reflejado su estilo profesional, sobrio, la búsqueda de la eficacia de la película. No era un artesano ni estilista, ni falta que le hacía, sino un creador de obras eficaces para lograr el entretenimiento y la evasión, algo que es muy necesario y que, cuando uno va al cine, casi siempre busca.

Ni una ni otro aburrieron nunca a su público, y le hicieron feliz en cada una de sus apariciones. De pocos se puede decir algo tan rotundo e importante. Se sigue valorando más por parte de la academia, de los entendidos, el trabajo que genera tristeza, el drama frente a la comedia, la reflexión frente al entretenimiento, y creo que no es justo. Obras grandes las hay en todos los géneros, y los éxitos de taquilla a veces también lo son de estilo y producción. En la televisión y en el cine, en una época en la que ambos medios lo eran todo y no contaban con la infinita competencia de plataformas y alternativas audiovisuales que hoy fragmentan la audiencia de todo hasta el extremo, Raffaella y Richard triunfaron plenamente, y haciendo que la gente se lo pasara bien. Eso es éxito.