Algunos países europeos ya están empezando a regular el uso del pasaporte Covid para que sea la llave de acceso a todo tipo de espectáculos y servicios públicos. Mostrarlo sería requisito para ir al cine, teatro, eventos deportivos, entrar en locales de ocio, centros comerciales, etc. Los vacunados tendrían acceso a servicios y lugares que los no vacunados verían vetados, salvo que mostrasen PCRs o pruebas similares que demostraran que horas antes no estaban contagiados. Se habló hace unos días de extender este modelo en España, pero ayer se negó esa posibilidad. Como siempre, aquí vamos tarde y a remolque de lo que otros van haciendo.
Lo obvio y lógico que me parece esa idea choca con las protestas que, en esos países europeos, están sacando a mucha gente a la calle en contra del uso del pasaporte de vacunación. Concentraciones en su mayor parte pacíficas, pero en algunos casos con un significativo grado de violencia, como en Francia, en la que se mezclan negacionistas de la enfermedad, o de las vacunas, o de ambas cosas, junto con otros que acusan a los estados de imponer un régimen parapolicial y proclaman estar preocupados por sus derechos y por la discriminación que supone el que el certificado de vacunación sea un pasaporte para la vida normal. Nada hay que discutir con los primeros grupos, los que no quieren ver la realidad, ahí todo ejercicio de razonamiento es inútil. Los que protestan por cuestiones sobre libertad y derechos tienen algo más de fundamento, y en una parte razón. Su principal argumento es que la vacunación no es algo que uno pueda hacer en el momento, sino que depende del suministro de dosis y de la planificación de los gobiernos, y alguien que quiera vacunarse a lo mejor no puede hacerlo porque no hay dosis suficientes o aún no le toca, y pedir el certificado de vacunación sería exigirle algo que, aunque quiera, no puede poseer porque no depende de él. Esa queja es razonable, y cierto es que a esa persona la exigencia del certificado le discrimina, pero ante una situación como la que vivimos, donde las alternativas son malas o peores, se trata de buscar el menor de los males posibles, y la peor situación es que los no vacunados puedan propagar la enfermedad a otros no vacunados y entonces nos encontremos en una situación como la de la presente ola, en la que la mortalidad no es disparada pero sí relevante, en la que la positividad es muy elevada y el trabajo de hospitales y sanitarios otra vez se ha vuelto insoportable. No acabamos de entender la situación que vivimos desde hace más de un año, y que sólo las vacunas nos van a sacar de ella. En países como el nuestro, donde ya más de la mitad de la población tenemos la pauta completa, pedir ese certificado de vacunación empieza a ser algo que cumple la mayor parte de la población que vive en sociedad, porque los menores de 12 o 14 años siguen siendo personas tuteladas en casi todas las actividades por padres u otras personas. Ese certificado es la única barrera que separa a las personas que, pudiendo contagiar y ser contagiadas, tienen al 90% la probabilidad de desarrollar una versión muy liviana de la enfermedad. Es la vacunación lo que convierte a esta pesadilla en una gripe, algo a lo que sociológicamente estamos acostumbrados a llevar cada año, enfermedad con la que convivimos sin problemas. Cuando la vacunación sea completa no hará falta pedir estos certificados a nuestra población, pero sí se la requeriremos a los que vengan aquí, porque da igual si el no vacunado es nacional o extranjero. La necesidad imperiosa de reactivar la economía y el turismo, del que depende este país como un yonqui de su dosis de droga, pasa por que ese certificado de vacunación se convierta en la llave que abra las puertas de hoteles, discotecas, lugares de ocio, restaurantes, etc. Es lo más práctico, seguro, lógico y viable para volver a la normalidad de verdad lo antes posible.
Y sí, supondrá en algunos casos discriminaciones y engorros, pero debiéramos haber aprendido algo en todo este tiempo (sí, ya se que no hemos aprendido nada de nada) como el hecho de que leyes, normas y demás no sirven de nada cuando la gente se muere a centenares al día cuando se contagia de un virus ante el que no hay vacuna. Es así de crudo, el enemigo vírico no entiende de normas ni de nada. No entiende, actúa, y nuestra única vía real para frenarlo no es la distancia o el encierro, que lo atenúa pero nos vuelve locos y arruina, sino las vacunas que la ciencia ha encontrado y que nos inmunizan ante sus efectos. No debiera ser tan difícil de entender algo así, pero visto lo visto parece que sí lo es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario