En la compleja y dilatada crisis del coronavirus estamos experimentando en España todo tipo de desgracias y fracasos que, si tuviéramos algo de dignidad, nos harían replantearnos muchas cosas. La necedad del gobierno central y los reyezuelos autonómicos, la fracasada arquitectura jurídica ante crisis y su gestión, la irresponsabilidad social, la estúpida proclama del fin de la crisis cada vez que la ola afloja para alimentar sin freno la siguiente, la torpeza administrativa a la hora de proporcionar ayudas a empresas y desempleados, la mala financiación de unos servicios sanitarios, empezando por la primaria, completamente sobrepasados, etc y etc hasta aburrir.
Pero al menos, es justo reconocerlo, hay un problema global al que no nos estamos enfrentando, y eso es muy bueno, y es el negacionismo y sus ramas violentas. Tenemos, es verdad, algunos portavoces, con peso mediático, que repiten las absurdas teorías conspiranoicas de los negacionistas, pero producen más pena y risa que convencimiento. Cierto es que si uno pone algún canal de televisión que está al servicio de los iluminados de Vox podrá ver, los pocos minutos que sea capaz de aguantar la emisión, debates en los que un grupo de señores que dicen saber la verdad no cuentan más que basura, pero afortunadamente la influencia de estos sujetos es tan escasa como su propia capacidad de entender lo que sucede. No, el negacionismo no es un problema aquí, y debemos felicitarnos, porque a la enorme cantidad de disgustos que ya de por sí genera el maldito virus varias naciones están haciendo frente al problema añadido de cómo lidiar con una corriente de pensamiento que parecería estar patrocinada por el propio COVID. Quizás EEUU sea el paradigma de este tema, con estados en los que el pensamiento negacionista, perdón por el oxímoron, se ha hecho fuerte y, directamente, ha bloqueado el proceso de vacunación a base de convencer a la gente de que las vacunas son peores que la enfermedad y un montón de sandeces por el estilo. Aquella nación, que posee vacunas de fabricación propia suficientes para inmunizar con creces a su población, ha sido superada en inoculados con pauta completa sobre el total de la población por parte de, sí, España, nosotros, hace y varios días. En algunos estados norteamericanos las tasas de vacunación son muy altas, pero en otros los datos son sonrojantes, y en esas zonas de baja inmunización los casos se están disparando otra vez y, con ellos, las hospitalizaciones y las muertes. Sí, es deprimente, pero es lo que se ve, es un enorme daño autoinflingido que no tiene ni lógica ni justificación ni nada de nada. Quizá alguno piense que eso pasa allí porque los yanquis son más tontos que nosotros, pensamiento repetido hasta la saciedad por personas que, en general, viven y trabajan en peores condiciones de las que existen en EEUU, pero no hace falta irse muy lejos para encontrarse con este grave problema. En la vecina Francia se ha vivido un fin de semana de protestas violentas por parte de manifestantes que se oponen a que el certificado de vacunación sea exhibido y requerido en lugares públicos y de ocio, restauración o similar, como forma de atajar la expansión de la enfermedad. Enfrentamientos con la policía, quema de puestos de vacunación, disturbios callejeros…la habitual retahíla de escenas violentas que dejan las manifestaciones en París y alrededores motivadas por una furia negacionista que se opone a la vacunación y a las lógicas medidas que buscan atajar el virus. Viendo esas escenas por la tele pensaba hasta qué punto la irracionalidad está asentada en la mente humana y como, ante un problema externo, ajeno a nosotros, que actúa con unas pautas tan definidas y para el que la ciencia ha logrado encontrar una solución, se empeña el primate que llevamos dentro en saltar y romper cosas con un hueso en la mano. Si ante lo obvio actuamos así, ¿cómo esperar raciocinio y debate sereno ante cuestiones políticas o ideológicas, en las que la verdad, parte de ella, se encuentra habitualmente repartida, fragmentada, entre todas las posiciones del debate?
Vacunar es la única vía efectiva para luchar contra el virus, no hay otra, y cada pinchazo que damos nos lleva al final de esta crisis. Más allá de las olas de positividad presente y las que vengan, tasas de inmunizados superiores al 85% nos garantizarán el final de la pandemia, pero para eso las naciones deben inocular sin freno, y estos movimientos son, ahora mismo, la mejor arma que tiene el virus para doblegar a la sociedad, a la economía, para matar vidas y llevarse por delante una recuperación que tanto necesitamos, en lo económico y en lo social. Esto del negacionismo es una de las cosas más absurdas y que menos soy capaz de entender de toda esta condenada crisis. Al menos, algo es algo, aquí nos libramos de ello, pero lo cierto es que bastante tenemos con el resto de fracasos en los que incurrimos sin cesar.
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