Ayer fallecieron dos personajes que han dado sentido al mundo de la imagen durante décadas, que tenían un público entregado y que dejan un recuerdo imborrable entre sus fans. Dos personajes que no se parecían en nada, salvo en su capacidad de trabajo, su profesionalidad y su capacidad para dar con esa tecla que es lo que distingue lo rutinario de lo brillante, lo popular del éxito rotundo. Y no es poco ese nexo de unión. No son demasiados los artistas que lo logran, y cada vez parece más difícil alcanzarlo. Tuvieron la fortuna de vivir en un tiempo en el que sus dos medios, televisión y cine, dominaban el espectáculo de masas en occidente.
Decir que Raffaella Carrà lo fue todo en televisión es quedarse corto. En Italia arrasó, en lo musical y lo televisivo, pero aquí hubo un momento en el que se convirtió en la auténtica reina de la pantalla, con programas en los que su nombre era el que llenaba la carátula y todo giraba en torno a su presencia, musical, entrevistadora o de lo que fuera. Las “reinas de la mañana” como se les denomina a veces a Ana Rosa Quintana o a Susana Griso (Mónica López ha sido destronada antes de llegar a pertenecer a la corte) son un débil reflejo, en todos los sentidos, de lo que era la influencia televisiva de Raffaella. A mi sus programas nunca me gustaron, no me llamaban para nada la atención, pero su éxito era imbatible. Sabedora de que meterse en jardines políticos era una vía para restar audiencia, los eludió, y sus magacines de noche mezclaban, sobre todo, música y entrevistas en las que lo lúdico era lo primordial. Eran programas “blancos” como se suele decir a veces, que probablemente hoy no triunfarían, en medio de la retrocida sociedad en la que vivimos, pero que en ese momento lograron conectar con el público y llevaron a lo que ya era una muy exitosa cantante al pedestal de las audiencias. Arrasó. De la misma manera que la italiana conquistaba a nuestro público, desde EEUU un director llamado Richard Donner iba creando mitos de la pantalla que reventaban las taquillas de todo el planeta y que iban a ser las joyas de toda la mitología que rodea al actual mito de los ochenta y su poso sentimental. Director menos conocido que Spielberg o Lucas, su lista de películas taquilleras es inabarcable, empezando por el primer Superman, de 1978, y siguiendo con cintas como Los Goonies”, “Lady Halcón” o “La Profecía” y muchas más. Casualmente ayer La2, dentro de su sección de cine clásico, emitió Tiburón, de Spielberg, que es quizás la primera película moderna de acción, y que abrió la puerta a que estudios y creadores se lanzaran al cine comercial de una manera definitiva. El éxito global de estos trabajos es incuestionable, y fundaron no sólo una forma de hacer cine, sino un grupo de películas y escenas que han condicionado muchísimo a todas las que luego han venido, que han copiado muchos de los recursos que en esa época surgieron. Si verlas hoy supone enfrentarse a una técnica que queda muy desnuda en comparación a los recursos informáticos que nos deslumbran, sus historias siguen emocionándonos porque los personajes que en ellos se retratan y los actores que los interpretan están plenamente vivos. Este tipo de cine tuvo críticas en su momento por su levedad, por su falta de arte, por dedicarse sobre todo a asaltar las taquillas, pero más allá de algunos que viven entre aburridas sombras, es prácticamente imposible no ver una de las “pelis” de Donner y no pasarlo en grande. Su obra es mucho más grande que un grupo de cintas míticas, porque en toda ella se ve reflejado su estilo profesional, sobrio, la búsqueda de la eficacia de la película. No era un artesano ni estilista, ni falta que le hacía, sino un creador de obras eficaces para lograr el entretenimiento y la evasión, algo que es muy necesario y que, cuando uno va al cine, casi siempre busca.
Ni una ni otro aburrieron nunca a su público, y le hicieron feliz en cada una de sus apariciones. De pocos se puede decir algo tan rotundo e importante. Se sigue valorando más por parte de la academia, de los entendidos, el trabajo que genera tristeza, el drama frente a la comedia, la reflexión frente al entretenimiento, y creo que no es justo. Obras grandes las hay en todos los géneros, y los éxitos de taquilla a veces también lo son de estilo y producción. En la televisión y en el cine, en una época en la que ambos medios lo eran todo y no contaban con la infinita competencia de plataformas y alternativas audiovisuales que hoy fragmentan la audiencia de todo hasta el extremo, Raffaella y Richard triunfaron plenamente, y haciendo que la gente se lo pasara bien. Eso es éxito.
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