Hoy se cumplen 52 años desde que Armstrong puso el pie en la Luna y los humanos, por tanto, estuvimos en un mundo distinto al de nuestro origen. Es uno de los días más importantes de la historia, y siempre hay que celebrarlo. No es casualidad que Jeff Bezos, el multimillonario dueño de Amazon, su consejero delegado hasta hace un par de semanas, escogiera esta fecha tan especial para su bautizo espacial. Esta tarde, si todo va bien, ese hombre calvo, con aspecto soso, fortuna prácticamente infinita y tan admirado como odiado se subirá a la cápsula que corona el cohete creado por su propia empresa y, en compañía de otras tres personas, alcanzará el espacio exterior. Una cara y arriesgada proeza.
Para los que tienen el marketing en las venas, Bezos ha perdido la carrera con Richard Branson, el dueño de Virgin, que hace poco más de una semana logró llegar hasta la frontera del espacio en su nave. Para los puristas de la técnica, Branso hizo un vuelo muy alto, pero Bezos va a alcanzar los cien kilómetros de altura, la llamada línea de Karman, que es la que separa la atmósfera del espacio, y por tanto él y toda su tripulación se van a convertir en astronautas de pleno derecho para la legislación norteamericana, cosa que no sucede con Branson. La tecnología de ambos intentos también es muy distinta. Despegando mediante un gran avión nodriza, del que se separa a cierta altura, la nave de Branson es un extraño aeroplano que es pilotado, siguiendo una trayectoria de vuelo parabólico hasta rozar el espacio, impulsado por un motor de cohete que le eleva hasta unos 80 kilómetros, a partir de los cuales entra en retorno y acaba posándose en una pista convencional de aeropuerto tras el vuelo de reentrada. El interior de la nave es muy similar a un jet privado muy concentrado, y la disposición de los pasajeros se parece más a la de potentados en una cabina de lujo que a la de astronautas. Bezos y sus acompañantes van a ir alojados en una cápsula de aspecto bastante convencional sita en lo más alto de un cohete de “los de toda la vida” que despegará desde una torre de servicios como lo hacen los cohetes espaciales. El cohete impulsor elevará la nave hasta una gran altura y luego se soltará, cayendo a tierra y siendo reutilizable tras un aterrizaje a lo “SpaceX”. La cápsula, dotada de la inercia del lanzamiento, seguirá elevándose hasta los citados 100 kilómetros de altura, y los pasajeros podrán ver el espacio y la tierra desde unas ventanillas que son mucho más similares a los huecos de que disponen los astronautas de verdad que a las ventanas que asociamos a la aviación comercial. Tras alcanzar su máxima altura la sonda empezará a descender y, mediante el uso de aerofrenado y paracaídas, aterrizará se supone que no muy lejos de la zona de lanzamiento, en una entrada más brusca que la de Branson y, nuevamente, bastante más parecida a lo que vemos, por ejemplo, en la llegada de las Soyuz rusas a la estepa kazaja a la que retornan tras su estancia en la Estación Espacial Internacional. En este sentido el vuelo de Branson podríamos asimilarlo a llevar hasta el límite la aeronáutica conocida y el de Bezos es una versión a escala de un auténtico cohete espacial. La duración de ambos es similar, así como el tiempo en el que los pasajeros se encuentran disfrutando de la ingravidez, pero es probable que las sensaciones que otorgue la versión “Blue Origin” que es la empresa de Bezos, sean más similares a lo que viven los astronautas que las que proporciona la “Virgin” de Branson. En todo caso, ya teneos a dos competidores por el mercado del turismo espacial, de momento en su versión “dese un breve garbeo de unos minutos por ahí fuera”.
En su vuelo Bezos estará acompañado por su hermano, por un chaval de 18 años llamado Oliver Daemen, cuyo padre se supone que ha pagado los milloncejos que cuesta la plaza, y Wally Funk, de 82 años, pionera en la carrera espacial norteamericana y que, por ser mujer, pese a tener miles de horas de vuelo y haber superado todos los entrenamientos, jamás pudo formar parte de los equipos de misiones como Mercury o Apollo. El gesto de Bezos de invitarla es una manera de corregir agravios a la vez que una genial jugada de marketing en tiempos de demandas de igualdad. Bezos no se forró con Amazon siendo tonto, no. No tiene un pelo de ello, ni de los otros.
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