Es un clásico de las películas de acción norteamericanas, bastante malas en su mayoría, el del complot para matar al presidente, sin que se explicite en el guion qué planes tienen los terroristas que actúan de esa manera tras una acción semejante. Tiros en abundancia, mucha pirotecnia y ruido para el resultado habitual, que es el de la mayor glorificación de la figura presidencial, que desde luego sobrevive a la trama. Tras el paso de Trump por la Casa Blanca la figura del mandatario norteamericano ha quedado tocada, y este tipo de películas han perdido parte de su sentido, porque durante un tiempo quien ha ocupado el cargo era tan nefasto que muchos serían los que no moverían un dedo para defenderle. Cosas de la política.
En Haití, no ,muy lejos físicamente de EEUU, pero a una distancia económica y social que es de dimensiones interplanetarias, la seguridad de los mandatarios es la misma que la de cualquiera de los que trata de subsistir en esa nación; ninguna. Ayer fue asesinado a tiros en su casa el presidente del país, Jovenel Moïse, cuyo nombre he copiado de una web porque no lo conocía. Al parecer un comando armado entró en su casa y le tiroteó a él y a su mujer, que está muy grave. Hay muchas dudas sobre los motivos del asesinato, y no se las voy a poder resolver porque poco, muy poco, se del devenir político de aquel torturado país. Haití es el país más pobre de América y uno de los más atrasados del mundo, en el que el subdesarrollo económico y la violencia se dan la mano de una manera como en pocos otros lugares es posible ver. Ya antes del terremoto que arrasó el país aquella nación era un desastre, tras décadas represivas del clan Duvalier, con Papa Doc y Baby Doc en el poder, que gobernaron el país como si fuera su finca privada, y con ningún miramiento ante sus “empleados”. Tras la caída de aquella dictadura Haití se sumió en un marasmo de golpes, disturbios, elecciones y presidentes que se sucedían en el poder de manera regulada o asaltada sin mantener un control real de la situación. El gran terremoto de hace unos años arrasó completamente el país y lo niveló, de tal manera que las zonas en las que vivían las élites de Puerto Príncipe quedaron en un estado tan lamentable como las enormes extensiones de chabolas y guetos que constituyen la mayor parte de esa ciudad. Las probabilidades de morir de una enfermedad infecciosa o de un disparo en las calles de la urbe son tan altas como inimaginables para nuestros niveles de vida, y tras la ayuda de emergencia internacional que se volcó con el país para tratar de salvar a la mayor cantidad de gente posible tras el seísmo, pocos fueron los que siguieron trabajando sobre un terreno en el que lo más peligroso no era lo que se movía bajo su subsuelo. Haití fue olvidado con el paso del tiempo, y sólo el gran Forges reclamaba en sus viñetas que la tragedia inmensa que allí seguía no se depara en una esquina de nuestra memoria y vida, pero así es la mente humana, volátil y caprichosa. Nuevos desastres y noticias de todo tipo sepultaron a aquel país, del que apenas llega información alguna sobre lo que sucede. A menos de cien kilómetros de Cuba, ocupando la parte occidental de la isla de La Española, donde llegó Colón, Haití es un agujero negro informativo y un lugar en el que la vida no vale mucho. Sus vecino, República Dominicana, con el que comparte la isla, es destino de vacaciones para muchos españoles y nacionales de otros países europeos. En algunas de las excursiones que se realizan en la zona interior del país se llega a atisbar la frontera entre los dos países, y desde el vergel de las selvas dominicanas se aprecia, según se dice, la deforestada superficie del vecino haitiano, yerma en su mayor parte, amarillenta, nada que ver con el insultante verde dominicano. Desde Santo Domingo siempre se tiene miedo a las corrientes de refugiados que pueden llegar desde la nación vecina, a lo largo de la amplia frontera que les separa y une, y dan por seguro que sucesos como el de ayer alentarán a nuevas personas a huir del país.
Va a ser realmente difícil seguir la evolución de esta crisis haitiana. Como les indicaba, es un lugar peligrosísimo, y la ausencia de corresponsales es casi total. Apenas salen informaciones de ahí, salvo cuando hay elecciones de incierto futuro y amaño probable o asonadas militares, o como sucedió ayer, magnicidios. Haití pertenece, como no pocos conflictos africanos, o la guerra de Yemen, a un grupo de naciones y escenarios en los que los ojos de la actualidad no se fijan, en los que se desarrollan graves tragedias humanas que pasan completamente desapercibidas. Esa condena al olvido es una crueldad añadida a la que, día a día, inunda a las gentes que en esos lugares trata día a día de sobrevivir.
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