Como se comentaba desde hacía tiempo la posibilidad de una crisis de gobierno, era este un tema que salía habitualmente en cafés y comidas con los amigos del trabajo, dado entre otras cosas que trabajamos en un ente público y, por ello, nuestros jefes se pueden ver afectados por cambios en el gobierno. Y también, sobre todo, porque nos gusta el tema. Todos hemos hecho algunas quinielas, diciendo quién podía caer y quien no, y en algunos nombres hemos acertado, como el caso de Carmen Calvo y Pedro Duque, pero en general la sensación es que la escabechina que hizo el sábado Pedro Sánchez a su equipo es mucho más profunda de lo que hubiéramos llegado a imaginar.
Algunos de los cambios, con la entrada de personas del ámbito municipal, la mayor parte de ellas completamente desconocidas para mi, siempre forman parte de las sorpresas no esperables pero habituales. El cese de Ábalos y su caída en desgracia no lo era, por lo de esperable, y sí por lo de sorprendente, y quien hasta antes de ayer era uno de los pesos pesados del gobierno y secretario de organización del PSOE hoy es nadie. La remoción de Iceta de su Ministerio de Política Territorial y Función Pública para ocupar el de Cultura y Deportes (lo primero no le interesa a ningún político y lo segundo está muy lejos de tener rango ministerial) es una rebaja al papel al que, según los opinadores, estaba llamado el político catalán en el nuevo escenario tras el injusto indulto a los sediciosos, otra sorpresa que nadie esperaba, y por lo que he leído, nadie es capaz de explicar. Pero lo que ha saltado todas las apuestas ha sido el cese de Iván redondo, que no era ministro, ni falta que le hacía, para ser el hombre con más poder en el gobierno tras el presidente. Jefe de su gabinete, representante de presidencia en el CNI, en múltiples comisiones, estratega en jefe, investido del aura de maquiavélico, con imagen de poder y con ganas de ejercerlo, Redondo ha sido el culmen de los consultores políticos llevados al poder, de los tácticos del día a día encargados de gestionar los asuntos públicos con el único interés de que su jefe se viera beneficiado, sin importarle en lo más mínimo los costes y consecuencias de sus decisiones. Todo estaba al servicio del líder absoluto, y él, el gurú, el sabio, el que toda la información controlaba, era el que manejaba qué hacer y cuándo para que ese líder fuera el beneficiario último de lo que sucediera. Contratado por el PSOE como antes lo fue por el PP, Redondo tiene de militante político lo que yo de tío bueno (y creerme, mujeres, no es el caso) pero le encanta la marrullería, el juego del poder, el ajedrez táctico del día a día. Necesita eso como el aire que respira para mantenerse firme, que la noria de la tensión no se frene nunca, que la partida siempre esté en el filo, porque adicto como es a ese juego, disfruta del toma y daca sin cesar. Buen táctico, nefasto estratega, Redondo consiguió éxitos enormes, empezando por lograr rescatar de la nada al propio Sánchez y llevarlo al poder a través de la moción de censura, y ha cosechado grandes fracasos, como la repetición electoral de 2019, que llevó a un peor resultado para el partido para el que trabajaba, y el desastre de este mayo en Madrid, completamente incomprensible para alguien que, como él, tiene instinto. Entre medias, polémicas sin fin en las que su nombre estaba siempre de fono, movimientos en los que se intuían sus consejos y tensión permanente en todos los ámbitos, propiciada por su estilo de jugo cortísimo y basado en el efectismo emocional. Como buen consultor, Redondo vende muy bien, se vende muy bien, pero no construye, ni falta que le hace. No le gusta crear, sino deshacer, jugar con lo que sea para obtener el resultado que cree que le beneficia a él y a su líder. Es la esencia de lo que los anglosajones llaman “spin doctor” con él y Cummings en Reino Unido como las más poderosas figuras europeas de estos pasados meses. Ambos ahora en el paro y, tras perder el poder, siendo objeto de las críticas de los que hasta ayer, casi literalmente, les adoraban, por una mezcla de miedo, envidia y pelotismo que busca medrar.
Hace mes y medio, milenios en política, Redondo pronunció unas palabras en el Congreso, ante una comisión, que suscitaron muchos comentarios. En un ejercicio de falsedad propio de quienes cumplen por contrato y no por principios, declaró que se arrojaría a un barranco por Sánchez si fuera necesario. Los que no eran del PSOE, y los que sí, sabían que era falso hasta el extremo, los que eran sanchistas, como el cronista del artículo que enlazo, lo defendían a capa y espada, de la misma manera que ya ayer empezaban a destacar sus taras, una vez que, ahora sí, el gurú ve la vida desde el fondo del barranco, pero no por haberse arrojado él, sino por haber caído tras ser apartado por quien es el que realmente manda. Desde ahí abajo redondo puede sacar muchas lecciones sobre la política, y sobre el poder, que tanto le gusta. Ha dicho en su nota de despedida que volverá a vernos. Seguro que así es.
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