Este viernes acudí a la presentación de un libro en formato presencial, lo que es muestra de que la normalidad vuelve poco a poco, y que los eventos de este tipo son seguros, tanto como es seguro que te infectas en un botellón desmadrado, aunque haya algunos atractivos en ello. Se trataba del último texto del escritor zaragozano, con matices, Sergio del Molino. La presentación consistía en un coloquio que el autor mantenía con Carlos Alsina, creador de programas de radio, y que tiene a Sergio como colaborador en varios de sus espacios, no sólo en La Cultureta, pero sobre todo en ese. El público, que llenaba la sala con su aforo reducido al 50%, esperaba sin duda un encuentro de nivel, y creo que obtuvimos aún más de lo que se preveía.
No he leído este último libro de Sergio, que alcanzó la fama tras publicar “La España Vacía” lo que ha permitido que su obra anterior se reedite y algunos podamos acceder a ella, descubriendo ahí a un autor de voz propia, nada engolada, y llena de contenido. El libro del vienes se titula “Contra la España Vacía” y ha comentado el autor que pretende ser no una refutación del texto que le dio posición en el panorama literario actual, sino una aclaración, un intento de puntualizar y corregir algunas de las interpretaciones surgidas a partir de aquel libro que tanto se vendió y leyó, pero creo que no entendió. En el fondo Sergio siente que su discurso se ha “vaciado” (que me perdone el chiste fácil) y se ha rellenado de demandas, agravios y denuncias provenientes de parte de la sociedad rural y de las zonas despobladas, algunas de ellas cargadas de razón, otras de victimismo, no pocas de ira y muchas de melancolía. En el diálogo con Alsina iban surgiendo temas diversos, y todos ellos, introducidos mediante las preguntas que iba soltando el periodista, en nombre de otros de sus colaboradores, giraban no tanto en torno al despoblamiento del país, sino al vaciado de la mente en el que nos encontramos, al mundo de la idea tribal y acomodaticia que se ha hecho dueña del debate de nuestro país y, me temo, de gran parte de occidente. Del intenso y constante sentimiento victimista que anida en cada uno de nosotros y se expresa con furia ante cualquiera que no hace ni dice exactamente lo que cada uno cree que es la verdad. Al vaciado mismo de esa palabra, verdad, convertida en tótem desde posturas ideológicas irreconciliables que la definen como lo que ellos proclaman que es, siendo oscuridad y fango todo lo que se sitúa fuera de su ideario. De la bronca como forma de expresión, como autenticidad del discurso, de ese “sin complejos” que tanto se lleva que no es sino una muestra de falta de educación que, sorprendentemente, es recibida con alborozo por no pocos votantes y opinadores que, hasta hace nada, se escandalizaban ante cualquier pecadillo venial de algunos de sus candidatos. Del seguidismo de los propios medios de comunicación, de los intelectuales, entre los que los escritores son una parte significativa, y de los que votan a un partido de las directrices que emanan del líder, que no se encuentran con oposición alguna, ni siquiera resquicios de duda, que son seguidas a pie juntillas y con la fe ciega del converso por parte de aquellos que, antes de que el líder dijera la verdad revelada, no tenían clara su postura ante el tema en el que el gran hombre de estado estaba a punto de pronunciar sentencia. Y si esa sentencia vira, de la inmediatez con la que, como tensa arboladura del barco, todos los palos y velas se ciñen al nuevo rumbo marcado por el líder casi amado. Del poder absoluto que en nuestro país tienen los discursos nacionalistas periféricos, que explotan agravios del pasado para generar agravios y discriminaciones presentes, y sobre cómo la respuesta a esas falacias ha sido, en parte, la recreación de un sentimiento nacionalista igualmente tóxico pero envuelto en las esencias hispanas más atávicas, que está encantado de convivir con su némesis localista…..
Durante más de hora y media los dos conversadores estuvieron a punto de ser tertulianos, pero lo evitaron, porque admitieron en todo momento que ni tienen las respuestas a todas las preguntas e, incluso, sospechan que no existen para muchas de ellas. Admitió Sergio que, con este libro, busca posicionarse de una manera más clara en el campo ideológico nacional, tratando de huir de esa trinchera sectaria en la que vivimos, a lo que Alsina le auguró un mal futuro. No lo dijo, pero entre otras cosas está claro que, fuera de las sectas establecidas, hace frío, se cobra poco, se vive peor, el ego no se riega y la cuenta corriente se vacía. Todo mi apoyo a Sergio del Molino y su cruzada pero, consejo doble, ahorra mucho y prepara una buena coraza, para cuando los “otros” y, sobre todo, los “unos”, te asaeten por no ser lo que de ti se esperaba.
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